viernes, 8 de abril de 2016

El despotismo de la mayoría

por  Caronte Campos Elíseos



Viendo escenas de la serie turca, Fatmagul, donde se muestra una casta social que oprime a otra con el poder del dinero, y cómo manipulan a su antojo el sistema de justicia para encubrir y limpiar las atrocidades cometidas por ricos y poderosos, hacen que me pregunte: ¿Qué culpa tienen, Pablito Casellas y Ana Cacho?  Con ese pensamiento positivo, quedé dormido casi inconsciente.  En el sueño me veía en medio de una gran fiesta acompañado por una hermosa mujer de impactante presencia, a la que todos llamaban...  La Catrina.  Hombres y mujeres la miraban y admiraban.  Su belleza llamaba la atención de los presentes.  Yo resulté ser la envidia de todos los que allí se encontraban.  Empero, la imagen que proyectaba la hermosa y sensual dama, contrastaba con las cosas que al oído me decía sin que otros pudieran escucharlas.  Así me hablaba la excéntrica mujer:

-    Por muchos años ustedes lo puertorriqueños han criticado la mal llamada dictadura cubana de los hermanos Castros.  Siempre orgullosos de su sistema democrático y su estrecha relación con el imperio más poderoso del mundo.  Haciendo galas de supremacía sobre el resto de la América Latina que según ustedes, estaban rezagadas en el tercer mundo.  Que Puerto Rico era el ejemplo a seguir, decían, para guiar al resto de los latinos por los caminos de los avances y la prosperidad.  ¡Nada más lejos de la realidad!  Puerto Rico yace bajo su propia dictadura criolla.  Hace 64 años ustedes viven bajo el dictamen de una mayoría políticamente esclavizada.  Unos pocos personeros de los intereses extranjeros y otros tantos más con intereses económicos personales, han conspirado para someter al silencio la voluntad del resto de la nación.  El alcance de la connivencia de estos sectores poderosos y pudientes se ha visto reflejada en la realidad de los incautos electores.  Mientras los primeros ejercen el poder despóticamente y acumulan riquezas en detrimento de las necesidades básicas de los segundos, se acerca el final de los  tiempos para la isla. 

Yo escuchaba asombrado.  Comenzaba a sentir angustia, depresión y vergüenza ajena.  Intenté ocultar mi estrés con tequila, sal y limón.  La mujer continuaba con su frio y hediondo aliento, susurrando sus penetrantes palabras:


 El fanatismo arraigado en las costumbres y tradiciones políticas de la masa ciega de votantes, consiente la tragedia nacional.  La indiferencia frente a los abusos, excesos y a las actuaciones burdas de los políticos ha investido de impunidad a los corruptos.  Antes ocultaban sus intenciones de lucro y medro personal; ahora saben que la ignorancia y el inmovilismo de los boricuas no acarrean consecuencias para sus actos.  Aprueban impuestos, firman leyes a la medida de los de su casta, ignoran las necesidades del pueblo y se roban los clavos de la cruz; y todo con la bendición de la idiotizada mayoría.  Aumentan la luz y el agua, y le cortan los servicios a los hospitales; privatizan las carreteras, y después de ocho horas de labores los trabajadores tienen que soportar tres horas de congestión en el tráfico; embargan los pequeños negocios, cuando son los megatiendas las grandes evasoras; las condiciones de la salud, la educación y la seguridad pública son paupérrimas, mientras los dineros del tesoro nacional son malversados.  Conducen el país a una quiebra financiera y moral, amenazan con cerrar el gobierno y sus instituciones de servicios para luego querer compensar con un puente entre dos islas.  ¿Y ustedes que hacen?

El Baile, botella y baraja continuaban.  La gente a mi alrededor parecían enajenadas de esta realidad.  El ambiente era carnavalesco.  Me sentía como si estuviera inmerso en una cripta fría y tétrica.  Mientras yo seguía tomando, entre ron y cervezas, veía el rostro hermoso de La Catrina, y escuchaba sus carcajadas infernales que calaban hasta mi alma.  Mientras danzábamos casi en un solo cuerpo, me abrazaba fuerte y expelía sus agrias palabras:

- ¿Qué hacen ustedes los puertorriqueños?  Viven sometidos al despotismo de la mayoría.  Subyugados a la tiranía de la masa de ignorantes, obtusos y cegatos que salen a votar cada cuatro años.  De esos que por puro fanatismo político eligen los mismos corruptos y fariseos que abusan del poder delegado en ellos para su propia conveniencia.  Esa caterva de incautos es la que, a través del tiempo, han silenciado a los que intentan salir del rebaño y pensar diferente.  Han consentido y encubierto hasta los más viles asesinatos de los disidentes.  Son ellos, los que como perros esperando las migajas de la mesa, han servido de lacayos y testaferros para los intereses de los gobernantes.  Al final, al pueblo no le llegan ni las sobras de tanta abundancia usurpada.  Esa mayoría, que dice que por ser mayoría manda, han condenado este pueblo a la ignominia del colonialismo, al narco-estado, a la pobreza, a la miseria y la crisis humanitaria más grande de su historia.  Han perpetuado un sistema que solo funciona para algunos y para otros es inexistente.  Esa mayoría insensata, es la responsable de instituir un régimen de libertinaje político; y lo que es peor, es la responsable de la ausencia de justicia e igualdad; son igual de responsables del arresto de la libertad de pensamiento y palabra, del razonamiento y el sentido común.  Hasta que no decidan utilizar estas últimas tres cualidades inherentes de todo ser humano libre, repito, ser humano libre, seguirán de rodillas ante la voluntad de la mayoría aplastante. 

Caí al piso, mareado de tanto baile y alcohol.  Entonces, abrí los ojos.  No había nadie a mi alrededor, estaba solo.  Entre latas y botellas, manteles sucios y bandejas vacías yacía mi cuerpo.  Mas lo que es peor, mi voluntad y mi espíritu destrozados por La Catrina. 


¡Levántate y anda!

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