por Caronte Campos Elíseos
En
Puerto Rico siempre nos han hecho creer que vivimos en un país de
vanguardia. En todos los sentidos de la
palabra. Incluso, en materia de leyes y
derechos. Nos han adiestrado para obedecer
por sobre todas las cosas, leyes, resoluciones, estatutos legales, órdenes
ejecutivas, procesos legales, reglamentos, y hasta la futurística
constitución. Esto, aunque la educación
en esa materia sea tan paupérrima y que solamente la reciben los que van a
ejercer en los tribunales. Soy del
pensamiento que necesitamos un Nuevo Estado de Derecho. Claro, el gobierno se escuda tras el cliché
de que, “el desconocimiento de la ley no te exime de cumplirla.” Es de entenderse porque al final del día, es
el propio gobierno el llamado a velar el fiel cumplimiento de la misma. Es el propio gobierno con sus tres “ultra
poderes”, separados en teoría, pero
unidos en una mala práctica (cosa que mi
bajo coeficiente intelectual no alcanza a entender), el que legisla, evalúa,
aprueba y vigila la aplicación de toda la cosa legal del país. Luego, con su mal llamada independencia
judicial, es el encargado de realizar interpretaciones sobre la legalidad. Interpretaciones que luego se convertirán
también en leyes bajo el concepto de jurisprudencia interpretativa.
Nosotros,
como buenos y obedientes ciudadanos comunes, respetamos y observamos en
nuestros actos cotidianos, el cumplimiento de leyes que ni siquiera sabemos que
existen. Nos han sembrado esas ideas los
apologistas del sistema y de la estructura legal. Son los expertos, los analistas, los
periodistas, los escritores, los reporteros, los que hacen las veces de
moderadores para torear nuestras frustraciones frente a este esquema. Esos que en radio, televisión y prensa, se la
viven de peritos en el tema induciendo a todos a obedecer el régimen
establecido. Exhortando a todos a creer
y tener fe en el debido proceso de ley. ¿Pero
qué pasa con los miembros, sí, los miembros de toda esa regencia? Se han escudado detrás de la cláusula de
inmunidad parlamentaria, la cual han extendido a su máxima expresión. Cláusula por la cual se sienten revestidos de
impunidad, poder divino y relevados de cumplir cualquier responsabilidad por
sus actos. Ha sido como poner los cabros
(de los grandes) a velar las
lechugas.
Esto
se denota en su comportamiento normal y típico frente al pueblo. Se conducen como seres superiores, en todos
los sentidos, al resto de la población.
Por obvias razones, sus formas y maneras de expresarse y manejarse
frente a todos tienen una notable variación cada cuatros años. Pero una vez pasadas las elecciones, muestran
sus verdaderas intenciones carentes de lisura.
Se sienten como dioses en el Olimpo, inalcanzables cada uno en su trono
legislativo, aunque tal escaño fuera obtenido por una victoria pírrica. Todo esto se refleja en el hecho de que las
autoridades locales se muestran incapaces de juzgar los actos de estos señores. Mientras, sus actuaciones y decisiones continúan
conduciéndonos a un famélico porvenir.
Aumentan la deuda del país, se roban los clavos de la cruz, venden sus
influencias políticas, utilizan su posición para el medro personal, legislan
para favorecer a sus allegados, corrompen todos los sistemas establecidos para
el bien común, le venden el alma al diablo (muchos
de nosotros también hacemos esto último).
Pero
el colmo de la situación llegó cuando, a causa de la intervención de las
autoridades federales, se devela el asentamiento de este resabio en la
judicatura del país. Fiscales, jueces,
abogados prominentes y acusados con gran poder adquisitivo haciendo de los procesos
judiciales una superchería. Prestándose,
o mejor dicho, vendiéndose cuales Judas Iscariote, al mejor postor. Manipulando un proceso que de ordinario debería
ser igual para todos. Inclinan la
balanza de la justicia con sus cuentas de bancos rebosantes. Desvirtuando y desdeñando todo lo que nos han
hecho creer (por fe, si alguna) sobre
la igualdad, los derechos y la justicia para todos en igual condición. A todas luces, quedó evidenciado lo que era
un secreto a voces; “El que tiene padrino se bautiza, y el que tiene capital compra la pila
bautismal”. Esta es la historia
nuestra de cada día. Vivimos el día a
día, la cotidianeidad que nos han inseminado por ojo, boca y nariz. Estudiando, trabajando, consumiendo a sobre
precio, viendo televisión y repitiendo el ciclo por los siglos de los siglos,
amén. Pero, cuando se presenta ante el
estrado un indigente, un estudiante universitario, un obrero sin convenio, un
maestro al que le reducen sus beneficios, un niño de educación especial, un
conductor, un anciano retirado, un menor abusado, o usted que está leyendo
esto, ¿cómo funcionará ese sistema corrompido y diseñado a la medida de los
influyentes?
Jueces
convictos, fiscales acusados, y abogados de defensas que necesitan ser
defendidos. Ese es nuestro pan de cada
día. Poco reseñaron los medios sobre
esto. Una vez terminado el juicio ya es
noticia vieja y no propicia ventas ni “ratings”. Hay que buscar otras noticias superfluas, carentes
de sentido e importancia para entretener las masas. Crean circos y espectáculos para distraernos
de lo que realmente importa, de lo que pueda sacarnos de este letargo
generalizado. ¿Quién puede olvidarse del bacalao de Maripili? (yo no he podido olvidarlo).
¡Levántate y anda!