El frío de aquella oficina, aunque artificial, le trajo recuerdos de la razón por la que había llegado hasta allí y no pudo suprimir una mueca de tristeza. Desesperado, se llevó las manos al cabello y con ademanes de negación prometió que sería la última vez que explicaba los hechos. Los interlocutores lo miraban y se miraban. Aquel cuarto, cuyas paredes tenían más oídos que ninguna otra, era adornado por el clásico espejo que servia para que ojos ocultos también fueran espectadores. El declarante lo reconocía así y no entendía porqué, siendo el testigo clave de la secuela de eventos que aún no culminaba, lo trataban como sospechoso. Le ofrecieron café e incomodo mencionó que no bebería nada que no fuese preparado por él mismo por el resto de su vida. Preguntó el porqué seguían obligándolo a declarar. Ya iban tres veces y tenía conocimiento de que había sido grabado en audio y en video; incluso su firma era protagonista al final de las tres transcripciones que le presentaron. Repitió su promesa de negarse a seguir hablando. Según dijo, no deseaba por nada del mundo tener que repetir lo que ya asumía estaba totalmente claro. Uno de los entrevistadores pulsó sobre las letras rojas que leían “Record” y colocó la grabadora encima de la mesa. El otro, mientras mordisqueaba una dona, preguntó por los sucesos con la insistencia de quien quiere corroborar los hechos o simplemente divertirse con el dolor de alguien más. El deponente se miró en el espejo y notó como iba cambiando su semblante según traía a su memoria las palabras que describían lo que aconteció apenas una semana antes.
— Esos días con sus noches fueron demasiado extraños. No puedo recordarlo todo pues el terror que me invadió fue descomunal. Temí incluso por mi vida. Aquello fue ese tipo de aventura que deseas olvidar y que, por más que tratas, esta en las neuronas más activas de tu lucidez…
…Tony, Vanessa y Nachi, nuestros anfitriones, nos recibieron en Jayuya, junto a los demás invitados, a un fin de semana cuyos planes eran pasarla entre cuentos, ensayos y poesía. Ninguno de los presentes suponía siquiera que esos tres días marcarían nuestras vidas y sabe Dios si nuestras muertes. Luego de la burocracia, que nos exigió conocer los nombres de los rostros nuevos y presentarnos unos a otros, nos acomodamos en sillas, hamacas o en un piso de madera. Aquellos tablones que pisábamos eran bendecidos por un árbol de pomarrosas, la neblina, poesías, cuentos y las estrellas más fulgurantes que he visto en mi vida. Hacía mucho frío, (como el de este maldito cuarto) ¿Podrían bajarle al aire acondicionado? Si ustedes no pueden hacerlo, pídanlo a quienes estén detrás del espejo yo puedo esperar a que lo bajen y sigo hablando...
¿Dónde me quedé? Ah, Nos acomodamos en sillas, hamacas…no, eso ya lo dije, ¿verdad? Me quedé en que estábamos reunidos tertuliando. Bien. Luego de varios chistes con sus respectivas carcajadas, de buen vino y chorizo cantimpalo a todos nos entró el cansancio por el largo viaje para llegar y nos retiramos a descansar. Tremendas habitaciones o casas de campaña que albergarían a ocho invitados, definitivamente nuestros anfitriones no escatimaron en complacencia.
Esa primera noche; todos pudieron descansar excepto yo y… perdón; el burro alante ¿no es verdad? Carlos Esteban y yo no pudimos conciliar el sueño. Él; porque de manera extraña espiaba a todos y yo; porque me pareció extraño lo que hacía y comencé a espiarlo a él. Fue muy extraño escucharlo hablar solo y hasta maldecir en susurros. Además de verlo accionar su grabadora una y otra vez, su caminar hacía mucho ruido. A ratos me acostumbraba a sus pasos disimulados y acercamientos a cada casa de campaña con la grabadora y la preocupación de no ser descubierto, pero cada vez que cerraba mis ojos el extraño ruido proveniente de la suela de sus zapatos o del clic de la grabadora llamaban mi atención. Me digno de conocerlo hace tantos años que lo menos que había considerado es que Carlitos es uno de ustedes, una especie de agente encubierto. Bueno, eso lo supuse después, cuando acontecieron otros detalles…
¡Que noche aquella! De hecho; la más tranquila. Pude conciliar el sueño unos once minutos antes de que Vanessa encendiera una radio que le servia de despertador. Luego del desayuno Tony nos mostró el paraíso donde “recargaba baterías”. Nos señaló la montaña Puntita, Los Tres Picachos y nos regaló sus vastos conocimientos en lo que al “pueblo del tomate” o “al valle de ensueño”, se refiere. Visitamos un río donde una piedra fue escrita por nuestros ancestros los taínos, fuimos al museo del Cemí y a la casa Canales. Regresamos a la vivienda de nuestros anfitriones. Aquel contacto con la naturaleza, y el compartir con mis colegas, fue excepcional. Y digo fue, porque así era; todo estuvo muy bien hasta el momento en que a Tony le dio con preparar una extraña bebida. Su verdadero sabor, según nos dijo, sería disimulado con el sabor de unas pocas chinas mandarinas que yo alcancé a recoger justo al lado del museo casa Canales. El efecto de aquel brebaje no se hizo esperar. A cada uno le afectó de diferente forma. En este instante me arrepiento de no haberlo consumido, pues estaría igual de demente que todos ellos y no hubiese sufrido de verlos caer en tales consecuencias…
Los síntomas, como ya dije: variados; comenzaron por afectar al mismo Tony, creo que por ser el primero y el que más la consumió. Apenas una hora después de haberla degustado comenzó a gritar desesperadamente que miráramos hacia los tres picachos en donde aseguraba ver una ola gigante. En cuestión de segundos; su esposa y su hija corrían jalda arriba persiguiendo al ser que aterrorizado gritaba “Mega-Tsunami” “Mega Tsunami”. Todos quedamos sorprendidos y petrificados; no sabíamos que hacer. Nuestros anfitriones gozaban de una velocidad increíble y por más, que algunos trataron de alcanzarlos fue imposible. Ahora que lo pienso debe haber sido el brebaje. Tony debe haber experimentado con la semilla del árbol Cojobaná y lo que les dio a beber fue el polvo sagrado ceremonial de los taínos. Atónito yo miraba a mi esposa. Turbado por Tony y su familia me disponía a decirle que no se preocupara cuando los presentes, incluyéndola, comenzaron a convulsionar. Parecían estar poseídos.
Lo haré diferente a las primeras tres veces que declaré. Les explicaré los síntomas que alcancé a ver, pero no lo haré en el orden cronológico pues no quiero estar de atrás pa’lante otra vez. De hecho lo resumiré. Si. Lo haré de tal manera que transcribirlo sea fácil. En verdad deseo que esclarezcan este caso y me dejen de mirar como si yo fuese el culpable de todo. Quiero encontrarlos a todos y ayudarles. Deseo irme a casa; con mi familia…
Disculpen las lágrimas, pero fue atroz. Amilcar fue poseído por algún espíritu extraño. Comenzó a arrancar papeles de una libreta y a gritar que construiría “un barco de tinta china”. Luego de varios origami, de hecho bien confeccionados, lo vi saltar de alegría mientras exclamaba alabanzas a Mahoma…
Edgardo se encaramó en el lomo de un caballo y mientras lo agarraba, de manera extraña, por la crin con su pie derecho hacia ademanes de querer encenderlo. Mientras repetía que esa era su Harley Davidson preferida…
Wanda decía que todo estaba oscuro. Se aferró a una mata de plátano y le llamaba por el nombre de la hija de Tony. Extrañamente cayó en la maleza y comenzó por convocar desesperadamente a un cirujano plástico mientras entonaba una canción en inglés…
Raquel cavaba en el suelo y buscaba, según dijo, la materia necesaria para construir un castillo al que habitasen hadas o mariposas. Después cambió de idea y comenzó a buscar en los alrededores ranas a quienes besar bajo la certeza de que podrían ser Príncipes Azules…
Isabel, mi esposa, salio corriendo. Buscaba la manera de agarrar los gansos que ya estaban atrapados en un corral cercano con la idea de celebrar el día de acción de gracias en pleno mes de enero…
Stephanie, mi hija, con tanta agilidad que no pude detenerla se montó en una cabra que gozaba de ubres recrecidas y la vi pasear de un lado a otro del patio…
Carlos, ¡Ay Carlos! Ese fue el verdadero causante de la desgracia. Estas lágrimas que ven en mi rostro son por su culpa. El brebaje le afectó tanto o más que a Tony. Comenzó por acercarse a la fogata que habíamos encendido gracias a su idea de combatir el frío. Colocando una sabana encima del fuego hizo señales de humo que pedían la intervención de sus colegas agentes. Fue increíble ver su transformación. Se colocó una banda de tela camuflajeada y se pintó su rostro con el hollín de los leños que había encendido para la hoguera. Tres líneas en cada mejilla; líneas distintivas del ejército cuando va a misiones nocturnas o a los indios en pos de guerra. En verdad fue terrible; no sólo sus ojos delirantes y su vestido a la usanza de Rambo, sino también el largo cuchillo que se colocó en el cinto. Las tácticas de combate, aprendidas no sé donde, le sirvieron para, de forma prodigiosa, capturar a cada uno de nosotros, excepto a Tony y a su familia a quien prometio dar captura eventualmente. Nos obligó a amarrarnos unos a otros a los postes que hacían de verja y buscó la cámara de video. Esa cámara es la que tienen que estar buscando; ese video aclara todo lo que sucedió. Pero no, insisten en entrevistarme una y otra vez...
…¡Claro que pudo con nosotros! Si él hubiese colocado el cuchillo en la garganta de una de sus hijas; ¿Qué hubiesen hecho ustedes? Los demás estaban drogados; en una especie de trance, como quien dice: yo estaba solo. Cada uno de ellos decían palabras sin sentido y Carlos insistía en que nosotros éramos “Litera Diez” una especie de grupo comunista que estaba en contra de su bandera americana. Por más que le expliqué que estábamos “guillaos” de literatos insistía en que aquella reunión sería el segundo Cerro Maravilla… Preguntaba por las armas y los explosivos tercamente y temí por nuestras vidas más que nunca. Pensé en nuestros nombres escritos en grandes letras rojas de algún titular y saqué las fuerzas para soltarme las amarras.
Todo ocurrió muy rápido. Inmovilice a Carlos antes de que sacara el cuchillo y lo amarré con fuertes nudos y hasta lo rodeé con las hamacas dejándole espacio sólo para respirar. Él repetía gritando: “Conspiración” mientras yo desamarraba a todos. Ese fue mi error. Al soltarlos se revelaron en mi contra. Fue desesperante. Los salvé y ellos me lo agradecieron vapuleándome. Pensé que fue ese síntoma que sufren los secuestrados que terminan idealizando al secuestrador, pero sé que la droga que les dio Tony era fuerte.
¡Un verdadero motín! Hasta mi hija trató de atraparme. Tuve que salir corriendo y aprovechar la noche para salvaguardarme. Estuve perdido en la espesura del campo. Comencé a guiarme por la salida del sol para orientarme y caminar hacía el norte. Ese día me alimenté de frutas silvestres. Por la noche, rendido por el cansancio y ante la certeza de que no era seguido me dispuse a dormir. Tony y su familia me encontraron. Estuve a punto de salir huyendo, pero me di cuenta que no tenía escapatoria. Fue una escena extraña adicional. Él me habló en otra lengua con tono amistoso. Cuando percibió que no le entendía me dijo en perfecto español, que lo disculpara, había olvidado que yo no hablaba arawak. Me explicó que estaba en camino a La Cueva del Indio en Arecibo para seguir defendiéndose de los ataques de españoles. Miré a su esposa intranquilo y ella mencionó que no debía preocuparme; su esposo, según explicó, era nada menos que Bajarí Baracutey en persona y se conocía el área a la perfección. ¡Locos! Medité. Tuve temor y mucho recelo en aceptar su invitación a acompañarlos pero, aunque supuse que andar juntos me atrasaría, también deduje que; no sólo tendría posibilidades de llegar a mi destino sino también de sobrevivir.
Ellos conocían de alimentos. Toda clase de tubérculos, guanábanas, calabazas, pájaros, loros, iguanas y serpientes fueron parte del menú en esos dos días de viaje. Evitaban la civilización y nos adentrábamos, cada vez más, por linderos difíciles y nada habitados. Cuando noté que los síntomas del brebaje habían causado un daño permanente en ellos lloré como un niño; aquella maldición arropó a mi familia cercana y a mis amigos. Me preguntaba en que estado se encontraban cuando decidí que debía acelerar el paso y cumplir con mi plan primero; llegar a un cuartel de policía para regresar a buscarlos.
Me despedí de mis acompañantes. “No seas buticaco” me dijo seriamente Tony. Aún sin entenderlo le dije adiós agradeciéndole y prometiéndome, en silencio, ayudarlos de igual forma. Debe existir un antídoto para curarlos y ustedes siguen haciéndome repetir confesiones una y otra vez con sus preguntas irrelevantes en lugar de estar buscándolos. ¿Ya buscaron en la loma de Mahoma? Puedo llevarlos. Estuve allí. Insisto; partamos ahora. Podemos encontrar la cámara de video. Puede tenerla Edison, el supuesto profesor. Escuché a Carlos hablando vía teléfono celular con él. Pa’mí que es agente también. ¡Hagan algo! ¡El tiempo corre! ¡Con razón todo el mundo piensa que el sistema es una mierda! Soy ciudadano, tengo derechos… ¡me acusan de algo, me ayudan a encontrarlos o me dejan salir para ver que puedo hacer!
El interlocutor más alto tomó la grabadora con la parsimonia de quien no ha terminado un largo turno de trabajo y desapareció por la puerta sin decir palabra. El otro, antes de salir, sólo dijo espera aquí. El entrevistado se burló. ¿Donde más podría esperar? El cerrojo de la puerta se encontraba por fuera. Los entrevistadores entraron a la habitación que gozaba de la otra parte del espejo. En ella un grupo de personas hacía turno para abrazar a una mujer de ojos verdes y a su hija que lloraban desesperadamente. Uno de ellos dijo:
— Doctores, en verdad no nos dimos cuenta cuando preparó y se bebió entera una botella de jugo de china mandarina; mezclada con pitorro y té de hojas de campana…
— Esos días con sus noches fueron demasiado extraños. No puedo recordarlo todo pues el terror que me invadió fue descomunal. Temí incluso por mi vida. Aquello fue ese tipo de aventura que deseas olvidar y que, por más que tratas, esta en las neuronas más activas de tu lucidez…
…Tony, Vanessa y Nachi, nuestros anfitriones, nos recibieron en Jayuya, junto a los demás invitados, a un fin de semana cuyos planes eran pasarla entre cuentos, ensayos y poesía. Ninguno de los presentes suponía siquiera que esos tres días marcarían nuestras vidas y sabe Dios si nuestras muertes. Luego de la burocracia, que nos exigió conocer los nombres de los rostros nuevos y presentarnos unos a otros, nos acomodamos en sillas, hamacas o en un piso de madera. Aquellos tablones que pisábamos eran bendecidos por un árbol de pomarrosas, la neblina, poesías, cuentos y las estrellas más fulgurantes que he visto en mi vida. Hacía mucho frío, (como el de este maldito cuarto) ¿Podrían bajarle al aire acondicionado? Si ustedes no pueden hacerlo, pídanlo a quienes estén detrás del espejo yo puedo esperar a que lo bajen y sigo hablando...
¿Dónde me quedé? Ah, Nos acomodamos en sillas, hamacas…no, eso ya lo dije, ¿verdad? Me quedé en que estábamos reunidos tertuliando. Bien. Luego de varios chistes con sus respectivas carcajadas, de buen vino y chorizo cantimpalo a todos nos entró el cansancio por el largo viaje para llegar y nos retiramos a descansar. Tremendas habitaciones o casas de campaña que albergarían a ocho invitados, definitivamente nuestros anfitriones no escatimaron en complacencia.
Esa primera noche; todos pudieron descansar excepto yo y… perdón; el burro alante ¿no es verdad? Carlos Esteban y yo no pudimos conciliar el sueño. Él; porque de manera extraña espiaba a todos y yo; porque me pareció extraño lo que hacía y comencé a espiarlo a él. Fue muy extraño escucharlo hablar solo y hasta maldecir en susurros. Además de verlo accionar su grabadora una y otra vez, su caminar hacía mucho ruido. A ratos me acostumbraba a sus pasos disimulados y acercamientos a cada casa de campaña con la grabadora y la preocupación de no ser descubierto, pero cada vez que cerraba mis ojos el extraño ruido proveniente de la suela de sus zapatos o del clic de la grabadora llamaban mi atención. Me digno de conocerlo hace tantos años que lo menos que había considerado es que Carlitos es uno de ustedes, una especie de agente encubierto. Bueno, eso lo supuse después, cuando acontecieron otros detalles…
¡Que noche aquella! De hecho; la más tranquila. Pude conciliar el sueño unos once minutos antes de que Vanessa encendiera una radio que le servia de despertador. Luego del desayuno Tony nos mostró el paraíso donde “recargaba baterías”. Nos señaló la montaña Puntita, Los Tres Picachos y nos regaló sus vastos conocimientos en lo que al “pueblo del tomate” o “al valle de ensueño”, se refiere. Visitamos un río donde una piedra fue escrita por nuestros ancestros los taínos, fuimos al museo del Cemí y a la casa Canales. Regresamos a la vivienda de nuestros anfitriones. Aquel contacto con la naturaleza, y el compartir con mis colegas, fue excepcional. Y digo fue, porque así era; todo estuvo muy bien hasta el momento en que a Tony le dio con preparar una extraña bebida. Su verdadero sabor, según nos dijo, sería disimulado con el sabor de unas pocas chinas mandarinas que yo alcancé a recoger justo al lado del museo casa Canales. El efecto de aquel brebaje no se hizo esperar. A cada uno le afectó de diferente forma. En este instante me arrepiento de no haberlo consumido, pues estaría igual de demente que todos ellos y no hubiese sufrido de verlos caer en tales consecuencias…
Los síntomas, como ya dije: variados; comenzaron por afectar al mismo Tony, creo que por ser el primero y el que más la consumió. Apenas una hora después de haberla degustado comenzó a gritar desesperadamente que miráramos hacia los tres picachos en donde aseguraba ver una ola gigante. En cuestión de segundos; su esposa y su hija corrían jalda arriba persiguiendo al ser que aterrorizado gritaba “Mega-Tsunami” “Mega Tsunami”. Todos quedamos sorprendidos y petrificados; no sabíamos que hacer. Nuestros anfitriones gozaban de una velocidad increíble y por más, que algunos trataron de alcanzarlos fue imposible. Ahora que lo pienso debe haber sido el brebaje. Tony debe haber experimentado con la semilla del árbol Cojobaná y lo que les dio a beber fue el polvo sagrado ceremonial de los taínos. Atónito yo miraba a mi esposa. Turbado por Tony y su familia me disponía a decirle que no se preocupara cuando los presentes, incluyéndola, comenzaron a convulsionar. Parecían estar poseídos.
Lo haré diferente a las primeras tres veces que declaré. Les explicaré los síntomas que alcancé a ver, pero no lo haré en el orden cronológico pues no quiero estar de atrás pa’lante otra vez. De hecho lo resumiré. Si. Lo haré de tal manera que transcribirlo sea fácil. En verdad deseo que esclarezcan este caso y me dejen de mirar como si yo fuese el culpable de todo. Quiero encontrarlos a todos y ayudarles. Deseo irme a casa; con mi familia…
Disculpen las lágrimas, pero fue atroz. Amilcar fue poseído por algún espíritu extraño. Comenzó a arrancar papeles de una libreta y a gritar que construiría “un barco de tinta china”. Luego de varios origami, de hecho bien confeccionados, lo vi saltar de alegría mientras exclamaba alabanzas a Mahoma…
Edgardo se encaramó en el lomo de un caballo y mientras lo agarraba, de manera extraña, por la crin con su pie derecho hacia ademanes de querer encenderlo. Mientras repetía que esa era su Harley Davidson preferida…
Wanda decía que todo estaba oscuro. Se aferró a una mata de plátano y le llamaba por el nombre de la hija de Tony. Extrañamente cayó en la maleza y comenzó por convocar desesperadamente a un cirujano plástico mientras entonaba una canción en inglés…
Raquel cavaba en el suelo y buscaba, según dijo, la materia necesaria para construir un castillo al que habitasen hadas o mariposas. Después cambió de idea y comenzó a buscar en los alrededores ranas a quienes besar bajo la certeza de que podrían ser Príncipes Azules…
Isabel, mi esposa, salio corriendo. Buscaba la manera de agarrar los gansos que ya estaban atrapados en un corral cercano con la idea de celebrar el día de acción de gracias en pleno mes de enero…
Stephanie, mi hija, con tanta agilidad que no pude detenerla se montó en una cabra que gozaba de ubres recrecidas y la vi pasear de un lado a otro del patio…
Carlos, ¡Ay Carlos! Ese fue el verdadero causante de la desgracia. Estas lágrimas que ven en mi rostro son por su culpa. El brebaje le afectó tanto o más que a Tony. Comenzó por acercarse a la fogata que habíamos encendido gracias a su idea de combatir el frío. Colocando una sabana encima del fuego hizo señales de humo que pedían la intervención de sus colegas agentes. Fue increíble ver su transformación. Se colocó una banda de tela camuflajeada y se pintó su rostro con el hollín de los leños que había encendido para la hoguera. Tres líneas en cada mejilla; líneas distintivas del ejército cuando va a misiones nocturnas o a los indios en pos de guerra. En verdad fue terrible; no sólo sus ojos delirantes y su vestido a la usanza de Rambo, sino también el largo cuchillo que se colocó en el cinto. Las tácticas de combate, aprendidas no sé donde, le sirvieron para, de forma prodigiosa, capturar a cada uno de nosotros, excepto a Tony y a su familia a quien prometio dar captura eventualmente. Nos obligó a amarrarnos unos a otros a los postes que hacían de verja y buscó la cámara de video. Esa cámara es la que tienen que estar buscando; ese video aclara todo lo que sucedió. Pero no, insisten en entrevistarme una y otra vez...
…¡Claro que pudo con nosotros! Si él hubiese colocado el cuchillo en la garganta de una de sus hijas; ¿Qué hubiesen hecho ustedes? Los demás estaban drogados; en una especie de trance, como quien dice: yo estaba solo. Cada uno de ellos decían palabras sin sentido y Carlos insistía en que nosotros éramos “Litera Diez” una especie de grupo comunista que estaba en contra de su bandera americana. Por más que le expliqué que estábamos “guillaos” de literatos insistía en que aquella reunión sería el segundo Cerro Maravilla… Preguntaba por las armas y los explosivos tercamente y temí por nuestras vidas más que nunca. Pensé en nuestros nombres escritos en grandes letras rojas de algún titular y saqué las fuerzas para soltarme las amarras.
Todo ocurrió muy rápido. Inmovilice a Carlos antes de que sacara el cuchillo y lo amarré con fuertes nudos y hasta lo rodeé con las hamacas dejándole espacio sólo para respirar. Él repetía gritando: “Conspiración” mientras yo desamarraba a todos. Ese fue mi error. Al soltarlos se revelaron en mi contra. Fue desesperante. Los salvé y ellos me lo agradecieron vapuleándome. Pensé que fue ese síntoma que sufren los secuestrados que terminan idealizando al secuestrador, pero sé que la droga que les dio Tony era fuerte.
¡Un verdadero motín! Hasta mi hija trató de atraparme. Tuve que salir corriendo y aprovechar la noche para salvaguardarme. Estuve perdido en la espesura del campo. Comencé a guiarme por la salida del sol para orientarme y caminar hacía el norte. Ese día me alimenté de frutas silvestres. Por la noche, rendido por el cansancio y ante la certeza de que no era seguido me dispuse a dormir. Tony y su familia me encontraron. Estuve a punto de salir huyendo, pero me di cuenta que no tenía escapatoria. Fue una escena extraña adicional. Él me habló en otra lengua con tono amistoso. Cuando percibió que no le entendía me dijo en perfecto español, que lo disculpara, había olvidado que yo no hablaba arawak. Me explicó que estaba en camino a La Cueva del Indio en Arecibo para seguir defendiéndose de los ataques de españoles. Miré a su esposa intranquilo y ella mencionó que no debía preocuparme; su esposo, según explicó, era nada menos que Bajarí Baracutey en persona y se conocía el área a la perfección. ¡Locos! Medité. Tuve temor y mucho recelo en aceptar su invitación a acompañarlos pero, aunque supuse que andar juntos me atrasaría, también deduje que; no sólo tendría posibilidades de llegar a mi destino sino también de sobrevivir.
Ellos conocían de alimentos. Toda clase de tubérculos, guanábanas, calabazas, pájaros, loros, iguanas y serpientes fueron parte del menú en esos dos días de viaje. Evitaban la civilización y nos adentrábamos, cada vez más, por linderos difíciles y nada habitados. Cuando noté que los síntomas del brebaje habían causado un daño permanente en ellos lloré como un niño; aquella maldición arropó a mi familia cercana y a mis amigos. Me preguntaba en que estado se encontraban cuando decidí que debía acelerar el paso y cumplir con mi plan primero; llegar a un cuartel de policía para regresar a buscarlos.
Me despedí de mis acompañantes. “No seas buticaco” me dijo seriamente Tony. Aún sin entenderlo le dije adiós agradeciéndole y prometiéndome, en silencio, ayudarlos de igual forma. Debe existir un antídoto para curarlos y ustedes siguen haciéndome repetir confesiones una y otra vez con sus preguntas irrelevantes en lugar de estar buscándolos. ¿Ya buscaron en la loma de Mahoma? Puedo llevarlos. Estuve allí. Insisto; partamos ahora. Podemos encontrar la cámara de video. Puede tenerla Edison, el supuesto profesor. Escuché a Carlos hablando vía teléfono celular con él. Pa’mí que es agente también. ¡Hagan algo! ¡El tiempo corre! ¡Con razón todo el mundo piensa que el sistema es una mierda! Soy ciudadano, tengo derechos… ¡me acusan de algo, me ayudan a encontrarlos o me dejan salir para ver que puedo hacer!
El interlocutor más alto tomó la grabadora con la parsimonia de quien no ha terminado un largo turno de trabajo y desapareció por la puerta sin decir palabra. El otro, antes de salir, sólo dijo espera aquí. El entrevistado se burló. ¿Donde más podría esperar? El cerrojo de la puerta se encontraba por fuera. Los entrevistadores entraron a la habitación que gozaba de la otra parte del espejo. En ella un grupo de personas hacía turno para abrazar a una mujer de ojos verdes y a su hija que lloraban desesperadamente. Uno de ellos dijo:
— Doctores, en verdad no nos dimos cuenta cuando preparó y se bebió entera una botella de jugo de china mandarina; mezclada con pitorro y té de hojas de campana…
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Los nombres en esta historia no se han cambiado, obviamente los hechos si.
"Poseídos" nació de un reto que hiciera Carlos Esteban Cana en el 2006. En el pueblo de Jayuya, en la casa de campo del también escritor Antonio Aguado Charneco, nos reunimos un fin de semana. Más de diez personas nos apartamos de la selva de cemento adentrándonos al paraíso que supone estar cerca del punto más alto de Puerto Rico, la montaña Puntita. Allí entre amigos tuvo lugar la bohemia/tertulia más extendida y profunda en la que he participado. Por tres días disfrutamos de leer y escuchar historias, además de críticas constructivas y paseos por este formidable pueblo y la finca de 25 cuerdas de Tony.
El reto de Carlos Esteban fue que cada uno de los allí presentes escribiríamos sobre la estadía. En este escrito utilicé elementos de los relatos que algunos de ellos escribieron gracias al reto de Carlos o algún detalle que conozco de sus personas referente a sus gustos o sus manías. Desde ese fin de semana el grupo de amantes de las letras que asistió a este, para mi, magno evento, del cual guardo recuerdos hermosos, nos conocemos como Litera 10. Esto debido a un chiste interno que tiene que ver con una de las portadas de Taller Literario que comanda Carlos Esteban. A ocho años de ese inolvidable “Weekend” vuelvo a agradecer a Tony, a Vane su esposa y a su hija por su hospitalidad y amistad. A Caronte le agradezco haya traído a mi memoria esta aventura en Jayuya con su escrito Grupos de referencia . Angelo Negrón