por Caronte Campos
Elíseos
Estando yo en uno de mis peores días, esos en que las voces que escucho constantemente se multiplican, me fui a pasear por el Viejo San Juan. Animado por una de esas voces, me senté en la orilla de una de las murallas de la Puerta de San Juan. Entre los gritos y sollozos de unas y los vítores y porras de otras para que saltara, escuché una voz sobresalir como un rugido diciendo: “Mira las cosas desde otra perspectiva”. Me contuve al instante de zumbarme al vacío y sin entender el mensaje detrás de esas palabras, me puse a observar la vista que tenia de frente. El mar bravío y el cielo azul claro, lucían espectaculares (por el vértigo tuve que bajarme de mi elevado asiento). Me senté en un banco del paseo La Princesa a ver caminar los parroquianos. Pensaba en aquellas palabras que escuché estando en la cúspide de aquella muralla, y trataba de descifrar algún sentido en ellas. Escudriñando el término, “perspectiva”, vienen a mi mente varias cosas. Entre ellas, uno de los religiosos más prominente de este país. Ese que eleva su clamor al cielo cada año y que se opone, precisamente, a la política pública del gobierno de querer incluir en su currículo de enseñanza una “perspectiva de género”.
Yo no entiendo mucho sobre este
asunto de la perspectiva de género (ni de
otros tantos tampoco). Lo poco que
he escuchado de los expertos (trabajadores
sociales, psicólogos, psiquiatras, orientadores, entre otros), es que esta
estrategia va dirigida a cambiar la educación que reciben los niños en materias
de comportamiento social. En una
sociedad en decadencia y miseria intelectual (de lo cual yo soy una estadística), hace falta voluntad para
implementar medidas que atajen, no los problemas sociales en concreto, sino más
bien la raíz y las causas que los originan.
Vivimos una perenne pretensión de desarrollo y de avanzada que nos lleva
a ignorar la realidad de nuestros días.
Actuamos como país de primer mundo, como cuna de democracia, como
símbolo de igualdad y justicia y como el segundo pueblo elegido por el mismísimo
Dios. Pero en el fondo, en lo más
profundo de nuestros corazones (si es que
tiene profundidad tal), somos la antítesis de todos esos “ideales”. Para muestra, basta con que los medios mencionen
la palabra “género” para que todos
los neoconservadores, fundamentalistas, cristianos, y alguno que otro miembro
de la falange boricua o del Opus Dei, salgan de las catacumbas a defender a la
“iglesia perseguida”. Utilizan como lanzas
envenenadas con sus dogmas religiosos y posturas retrogradas, la familia
tradicional, los valores cristianos, y la utopía social. Nos confunden con su interpretación sobre el
significado del término en cuestión. Y
es que para estos especialistas en distorsión semántica, hablar de este asunto
es dar paso a la aceptación de las conductas lésbicas-homosexuales.
Nada más lejos de la realidad. Independientemente de los anacrónicos
berrinches frente a las cámaras de televisión y a los micrófonos de la radio y
los altares, la comunidad LGBT ha demostrado ser un constructo social donde sus
miembros (de membresía o participación)
exhiben mayor grado de respeto hacia la inmensa mayoría de los estatutos
sociales establecidos. Pero con una
población tendenciosamente machista (incluso
del lado femenino), con diferencias abismales entre hombres y mujeres, hace
falta un nuevo enfoque educativo al respecto.
Más allá de continuar con las perspectivas
generalizadas en las que vivimos, debemos hacer un análisis exhaustivo
sobre la cotidianeidad de nuestro entorno.
Gran parte de estas visiones añejas y rezagadas son, en la mayoría de
los casos, falacias institucionalizadas (por
los gobiernos, por la religión, por las corporaciones, o por todas las
anteriores). Nos han criado y hemos
crecido con el pensamiento y la apariencia democrática de igualdad entre
hombres y mujeres. Nos han adiestrado
para que pensemos que el feminismo logró su objetivo principal, equipararse en
condiciones, trato, derechos, y en beneficios con el “sexo fuerte”. Ha funcionado
a tal magnitud este sistema doctrinal, que el propio “sexo débil” (y el más capaz
e intelectual, si me utilizo yo mismo como barómetro), no se ha percatado
que ser mayor en número o cantidad no necesariamente significa obtener avances
o ganar ventajas. Tan es así, que ellas mismas se oponen a que
se eduquen sus hijos con énfasis en la
equidad y justicia para todos.
Aunque los gobiernos de turno (cabe señalar que este problemas es de
varias décadas), intenten solapar el escenario real con políticas públicas,
leyes, reglamentos y hasta con procuradurías maniatadas, la verdad aflora en
cada instancia de la propia vida.
Ciertamente, una mujer puertorriqueña puede cargar tantos estigmas como
Jesucristo en su Cruz. Mujer, negra o
jincha, gorda o esquelética, de baja estatura, pelo malo, senos pequeños o
excesivamente grandes, son solo algunos de los signos del discrimen por género,
que genera nuestra sociedad enferma.
Habrá quien diga que “los hombres
machos cabríos” tienen sus propios sellos. Pero, y aunque cualquier modalidad de
discrimen es inmoral, estos no comparan con el detrimento que ocasiona en
nuestra sociedad, las marcas puestas en las damas. No por el solo hecho de que son “mujeres”, sino porque sobre ellas recae
en gran medida la crianza de los futuros ciudadanos y las riendas de llevar,
mantener y dirigir un hogar.
Toda esta sintomatología ha
provocado que tengamos una población femenina con baja autoestima, creencias
machistas y tendencias de sometimiento masculino. Es decir, que un gran porcentaje de las
mujeres boricuas, ven como normal y bueno su lugar en la sociedad; y dan por
sobreentendido y como correcto la inequidad entre los géneros. Por ejemplo, desde la perspectiva laboral,
existen mujeres que aceptan trabajar en igualdad de condiciones y funciones que
los hombres. Esto, aunque no generen lo
mismo en materia de compensación salarial y beneficios marginales. Simple y llanamente por ocupar un puesto con
un título que antes ostentaba u ostenta un hombre. Sin mencionar que todavía existen personas
que piensan que la mujer salió de la costilla del hombre para criarle los
hijos, limpiarle la casa y cocinarle los antojitos. Y que el llamado a llevar el pan de cada día
al hogar es el que salió del barro (y de
paso, si ve oportunidad se come la manzana fuera de la casa). Desde la perspectiva salubrista, ¿cuantas
veces no hemos escuchado a un macho decir: “mi
mujer tiene que buscar una ginecóloga mujer”? (expresión redundante, creo yo).
Pero mucho peor es escuchar, y lo he escuchado: “mi marido quiere que busque una ginecóloga mujer” (patética expresión, creo yo). Desde la perspectiva social, basta con buscar
cuantos hogares y refugios existen para mujeres maltratadas; a cuánto asciende
la cifra de casos reportados por violencia doméstica; a cuántos ascienden los
no reportados a las autoridades; cuántos de estos terminan en la muerte de una
madre o jefe de familia.
Las perspectivas generalizadas nos
han llevado a mirar erróneamente los resultados de estrategias mal
enfocadas. Esfuerzos dirigidos a
espabilar las mujeres, en lugar de desarrollar controles emocionales en los
hombres (yo no tengo ningunos). Años perdidos educando mujeres para que se
protejan, para que se cuiden y se defiendan.
En lugar de educar hombres para que respeten la igualdad entre ambos
géneros. Educamos mujeres para que se
sometan sumisas a la voluntad de sus respectivos esposos, y a estos para que se
den a respetar, aunque sea utilizando la “fuerza bruta” (en algunos casos, como el mío propio, lo relacionado a la brutalidad
es literalmente hablando). Solo
imagínese, usted amigo lector, yo sentado en esa banqueta bajo este sol
caribeño con sus 110º de intenso calor. Entre la
locura tropical ya diagnosticada, el delirio y la deshidratación causada por la
exposición solar, vuelve el pensamiento del “gran
hombre de dios”. Este señor, y otros
que pertenecen a distintas facciones del cristianismo insular, han tergiversado
los propósitos de la educación con enfoque en la perspectiva de género. Con su odio visceral hacia la comunidad LGBT,
han confundido a todos los incautos creyentes que les siguen. Han esparcido como virus contagioso, el
pensamiento homofóbico de que esta perspectiva de género es sinónimo de
consentimiento a conductas anti-cristianas.
Estos oportunistas de los atriles, han relacionado el término sociológico
con sus principales discursos de miedo y sometimiento de sus feligresías. Predicar y vociferar a los cuatro vientos que
la aceptación de este nuevo enfoque educativo seria institucionalizar el
aborto, las relaciones homosexuales, atacar la familia tradicional, atentar
contra el matrimonio en su forma clásica (sí,
acepte de una vez que hay diversas clases de matrimonios), destruir la
niñez e inocencia de nuestros hijos, y como signo de los últimos tiempos. . .
es una ingente bestialidad (esta vez,
aunque aplica, no hablo de mí mismo). Cualquiera puede pensar que para estos
personajes pseudo divinos, son mucho más importantes sus intereses personales y
sus fuentes de ingresos, que el bienestar general.
Sé que no es relevante para este
tema, pero no aplica el mismo concepto demonizado para los escándalos recientes
de la propia iglesia. Pornografía
infantil, el delito atroz de la
pederastia, relaciones sexuales entre seminaristas, monjas corruptas y
estafadoras, y los esquemas concebidos para ocultarlos. Sumado a las acciones tomadas para evadir la
responsabilidad social de cada ofensor, ocultándolos bajo las sotanas de Roma. Sin mencionar los hijos no reconocidos y las
esposas abandonadas a su suerte, de algunos pastores prominentes y siervos de
dios. No creo que sea por bestias o
ignorantes (aunque puedo equivocarme,
como siempre), que estos apóstoles modernos mantengan un estatus y calidad
de vida muy superior a la de sus fieles ovejas.
Más bien me parece que el poder de palabra de estos cruzados tardíos, ha logrado cautivar las mentes de sus asiduos
oyentes. A tal grado dominan su
apalabrado poderío, que tantos inocentes consagran sus vidas a las mentiras
destiladas desde el pódium. No se
percatan las devotas audiencias que más allá de las esperanzas apocalípticas
que ventilan dentro de los templos, tenemos urgencia de resolver y paliar
nuestra destrucción social. No podemos
sentarnos a esperar que Cristo regrese a llevarse a unos cuantos bendecidos. Al ritmo que vamos, cuando llegue la segunda
venida (lo dice la biblia, no lo digo yo),
no va a quedar nadie para ser arrebatado.
La estructura social se ha
transformado. Ha evolucionado junto con
nuestras costumbres, cultura y vida colectiva.
El curso que ha tomado se ha distanciado de lo establecido por decenios. La familia actual no es la conocida como la
tradicional. El matrimonio se ha
convertido en una experiencia de convivencia (para mí, ni lo uno ni lo otro).
El Estado no es como lo concibió San Agustín y el Gobierno no es como lo
describió Tomás Moro. Incluso la
Iglesia, no es como la dirigió el llamado Mesías. Sin mencionar al Padre Antonio y su
monaguillo Andrés y a Martin Lutero, que murieron con unas expectativas sobre
su fe y sus creencias. Si vieran en lo
que se ha convertido todo por lo que entregaron vida y sangre, pudiera
sobrevenir el arrepentimiento. Sobre la
marcha el ser humano ha desvirtuado su existencia. De lo que se trata esta perspectiva de género
es, de darle a nuestros niños herramientas para distinguir entre los roles que
cada uno debe asumir, en su momento, como ciudadanos de una nación. Desarrollar en ellos los valores de la
justicia, igualdad, entendimiento y tolerancia.
Al fin y al cabo, estos son valores cristianos igualmente bíblicos. Inspirar el respeto al prójimo sin distinción
de personas, sin discrimen ni estereotipos.
Sembrar en sus corazones la creencia de una humanidad creada en igualdad
de condiciones. Con diferentes
igualdades, pero con un sentido de hermandad y cordialidad. Colocar la equidad como punta de lanza para
el futuro. Dejando atrás todos los
discursos y predicas divisorias que fomentan las disputas y exacerban los males
sociales. La esperanza (si es que a usted le queda alguna)
debería ser que los dirigentes que se saben influyentes en las vidas de tantos
puertorriqueños asuman una postura ecléctica que fomente la convergencia de
puntos de vistas y la búsqueda de soluciones reales y factibles.
Justo en el momento cuando llega a
mi mente este pensamiento positivo de ilusión poética, escucho la voz tosca
gritar nuevamente: “¡Despierta ya!”. Abrí mis ojos y me encontraba acostado en la
banca del afamado paseo. Mareado, sudado
y con un aroma a ron de la tierra (como
siempre) me levanté, recogí algunas monedas y periódicos que habían dejado varios
transeúntes, y seguí mi camino. Al final
del día, mientras no tengamos voluntad, valor y firmeza para dar pasos hacia al
frente en nuestra lucha con nosotros mismos; mientras no dejemos atrás el miedo
a los cambios y apartemos de nuestro pensamiento las perspectivas
generalizadas. . . seguiremos viviendo de falsas expectativas.