lunes, 30 de septiembre de 2013

Perspectivas generalizadas


por  Caronte Campos Elíseos



Estando yo en uno de mis peores días, esos en que las voces que escucho constantemente se multiplican, me fui a pasear por el Viejo San Juan.  Animado por una de esas voces, me senté en la orilla de una de las murallas de la Puerta de San Juan.  Entre los gritos y sollozos de unas y los vítores y porras de otras para que saltara, escuché una voz sobresalir como un rugido diciendo: “Mira las cosas desde otra perspectiva”.   Me contuve al instante de zumbarme al vacío y sin entender el mensaje detrás de esas palabras, me puse a observar la vista que tenia de frente.  El mar bravío y el cielo azul claro, lucían espectaculares (por el vértigo tuve que bajarme de mi elevado asiento).  Me senté en un banco del paseo La Princesa a ver caminar los parroquianos.  Pensaba en aquellas palabras que escuché estando en la cúspide de aquella muralla, y trataba de descifrar algún sentido en ellas.  Escudriñando el término, “perspectiva”, vienen a mi mente varias cosas.  Entre ellas, uno de los religiosos más prominente de este país.  Ese que eleva su clamor al cielo cada año y que se opone, precisamente, a la política pública del gobierno de querer incluir en su currículo de enseñanza una perspectiva de género.

Yo no entiendo mucho sobre este asunto de la perspectiva de género (ni de otros tantos tampoco).  Lo poco que he escuchado de los expertos (trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras, orientadores, entre otros), es que esta estrategia va dirigida a cambiar la educación que reciben los niños en materias de comportamiento social.  En una sociedad en decadencia y miseria intelectual (de lo cual yo soy una estadística), hace falta voluntad para implementar medidas que atajen, no los problemas sociales en concreto, sino más bien la raíz y las causas que los originan.  Vivimos una perenne pretensión de desarrollo y de avanzada que nos lleva a ignorar la realidad de nuestros días.  Actuamos como país de primer mundo, como cuna de democracia, como símbolo de igualdad y justicia y como el segundo pueblo elegido por el mismísimo Dios.  Pero en el fondo, en lo más profundo de nuestros corazones (si es que tiene profundidad tal), somos la antítesis de todos esos “ideales”.  Para muestra, basta con que los medios mencionen la palabra “género” para que todos los neoconservadores, fundamentalistas, cristianos, y alguno que otro miembro de la falange boricua o del Opus Dei, salgan de las catacumbas a defender a la “iglesia perseguida”.  Utilizan como lanzas envenenadas con sus dogmas religiosos y posturas retrogradas, la familia tradicional, los valores cristianos, y la utopía social.  Nos confunden con su interpretación sobre el significado del término en cuestión.  Y es que para estos especialistas en distorsión semántica, hablar de este asunto es dar paso a la aceptación de las conductas lésbicas-homosexuales. 

Nada más lejos de la realidad.  Independientemente de los anacrónicos berrinches frente a las cámaras de televisión y a los micrófonos de la radio y los altares, la comunidad LGBT ha demostrado ser un constructo social donde sus miembros (de membresía o participación) exhiben mayor grado de respeto hacia la inmensa mayoría de los estatutos sociales establecidos.  Pero con una población tendenciosamente machista (incluso del lado femenino), con diferencias abismales entre hombres y mujeres, hace falta un nuevo enfoque educativo al respecto.  Más allá de continuar con las perspectivas generalizadas en las que vivimos, debemos hacer un análisis exhaustivo sobre la cotidianeidad de nuestro entorno.  Gran parte de estas visiones añejas y rezagadas son, en la mayoría de los casos, falacias institucionalizadas (por los gobiernos, por la religión, por las corporaciones, o por todas las anteriores).  Nos han criado y hemos crecido con el pensamiento y la apariencia democrática de igualdad entre hombres y mujeres.  Nos han adiestrado para que pensemos que el feminismo logró su objetivo principal, equipararse en condiciones, trato, derechos, y en beneficios con el “sexo fuerte”.  Ha funcionado a tal magnitud este sistema doctrinal, que el propio “sexo débil” (y el más capaz e intelectual, si me utilizo yo mismo como barómetro), no se ha percatado que ser mayor en número o cantidad no necesariamente significa obtener avances o  ganar ventajas.  Tan es así, que ellas mismas se oponen a que se eduquen sus  hijos con énfasis en la equidad y justicia para todos.

Aunque los gobiernos de turno (cabe señalar que este problemas es de varias décadas), intenten solapar el escenario real con políticas públicas, leyes, reglamentos y hasta con procuradurías maniatadas, la verdad aflora en cada instancia de la propia vida.  Ciertamente, una mujer puertorriqueña puede cargar tantos estigmas como Jesucristo en su Cruz.  Mujer, negra o jincha, gorda o esquelética, de baja estatura, pelo malo, senos pequeños o excesivamente grandes, son solo algunos de los signos del discrimen por género, que genera nuestra sociedad enferma.  Habrá quien diga que “los hombres machos cabríos” tienen sus propios  sellos.  Pero, y aunque cualquier modalidad de discrimen es inmoral, estos no comparan con el detrimento que ocasiona en nuestra sociedad, las marcas puestas en las damas.  No por el solo hecho de que son “mujeres”, sino porque sobre ellas recae en gran medida la crianza de los futuros ciudadanos y las riendas de llevar, mantener y dirigir un hogar.


Toda esta sintomatología ha provocado que tengamos una población femenina con baja autoestima, creencias machistas y tendencias de sometimiento masculino.  Es decir, que un gran porcentaje de las mujeres boricuas, ven como normal y bueno su lugar en la sociedad; y dan por sobreentendido y como correcto la inequidad entre los géneros.  Por ejemplo, desde la perspectiva laboral, existen mujeres que aceptan trabajar en igualdad de condiciones y funciones que los hombres.  Esto, aunque no generen lo mismo en materia de compensación salarial y beneficios marginales.  Simple y llanamente por ocupar un puesto con un título que antes ostentaba u ostenta un hombre.  Sin mencionar que todavía existen personas que piensan que la mujer salió de la costilla del hombre para criarle los hijos, limpiarle la casa y cocinarle los antojitos.  Y que el llamado a llevar el pan de cada día al hogar es el que salió del barro (y de paso, si ve oportunidad se come la manzana fuera de la casa).  Desde la perspectiva salubrista, ¿cuantas veces no hemos escuchado a un macho decir: “mi mujer tiene que buscar una ginecóloga mujer”? (expresión redundante, creo yo).  Pero mucho peor es escuchar, y lo he escuchado: “mi marido quiere que busque una ginecóloga mujer” (patética expresión, creo yo).  Desde la perspectiva social, basta con buscar cuantos hogares y refugios existen para mujeres maltratadas; a cuánto asciende la cifra de casos reportados por violencia doméstica; a cuántos ascienden los no reportados a las autoridades; cuántos de estos terminan en la muerte de una madre o jefe de familia. 

Las perspectivas generalizadas nos han llevado a mirar erróneamente los resultados de estrategias mal enfocadas.  Esfuerzos dirigidos a espabilar las mujeres, en lugar de desarrollar controles emocionales en los hombres (yo no tengo ningunos).  Años perdidos educando mujeres para que se protejan, para que se cuiden y se defiendan.  En lugar de educar hombres para que respeten la igualdad entre ambos géneros.  Educamos mujeres para que se sometan sumisas a la voluntad de sus respectivos esposos, y a estos para que se den a respetar, aunque sea utilizando la “fuerza bruta” (en algunos casos, como el mío propio, lo relacionado a la brutalidad es literalmente hablando).  Solo imagínese, usted amigo lector, yo sentado en esa banqueta bajo este sol caribeño con sus 110º de intenso calor.  Entre la locura tropical ya diagnosticada, el delirio y la deshidratación causada por la exposición solar, vuelve el pensamiento del “gran hombre de dios”.  Este señor, y otros que pertenecen a distintas facciones del cristianismo insular, han tergiversado los propósitos de la educación con enfoque en la perspectiva de género.  Con su odio visceral hacia la comunidad LGBT, han confundido a todos los incautos creyentes que les siguen.  Han esparcido como virus contagioso, el pensamiento homofóbico de que esta perspectiva de género es sinónimo de consentimiento a conductas anti-cristianas.  Estos oportunistas de los atriles, han relacionado el término sociológico con sus principales discursos de miedo y sometimiento de sus feligresías.  Predicar y vociferar a los cuatro vientos que la aceptación de este nuevo enfoque educativo seria institucionalizar el aborto, las relaciones homosexuales, atacar la familia tradicional, atentar contra el matrimonio en su forma clásica (sí, acepte de una vez que hay diversas clases de matrimonios), destruir la niñez e inocencia de nuestros hijos, y como signo de los últimos tiempos. . . es una ingente bestialidad (esta vez, aunque aplica,  no hablo de mí mismo).  Cualquiera puede pensar que para estos personajes pseudo divinos, son mucho más importantes sus intereses personales y sus fuentes de ingresos, que el bienestar general.

Sé que no es relevante para este tema, pero no aplica el mismo concepto demonizado para los escándalos recientes de la propia iglesia.  Pornografía infantil,  el delito atroz de la pederastia, relaciones sexuales entre seminaristas, monjas corruptas y estafadoras, y los esquemas concebidos para ocultarlos.  Sumado a las acciones tomadas para evadir la responsabilidad social de cada ofensor, ocultándolos bajo las sotanas de Roma.  Sin mencionar los hijos no reconocidos y las esposas abandonadas a su suerte, de algunos pastores prominentes y siervos de dios.  No creo que sea por bestias o ignorantes (aunque puedo equivocarme, como siempre), que estos apóstoles modernos mantengan un estatus y calidad de vida muy superior a la de sus fieles ovejas.  Más bien me parece que el poder de palabra de estos cruzados tardíos, ha logrado cautivar las mentes de sus asiduos oyentes.  A tal grado dominan su apalabrado poderío, que tantos inocentes consagran sus vidas a las mentiras destiladas desde el pódium.  No se percatan las devotas audiencias que más allá de las esperanzas apocalípticas que ventilan dentro de los templos, tenemos urgencia de resolver y paliar nuestra destrucción social.  No podemos sentarnos a esperar que Cristo regrese a llevarse a unos cuantos bendecidos.  Al ritmo que vamos, cuando llegue la segunda venida (lo dice la biblia, no lo digo yo), no va a quedar nadie para ser arrebatado.

La estructura social se ha transformado.  Ha evolucionado junto con nuestras costumbres, cultura y vida colectiva.  El curso que ha tomado se ha distanciado de lo establecido por decenios.  La familia actual no es la conocida como la tradicional.  El matrimonio se ha convertido en una experiencia de convivencia (para mí, ni lo uno ni lo otro).  El Estado no es como lo concibió San Agustín y el Gobierno no es como lo describió Tomás Moro.  Incluso la Iglesia, no es como la dirigió el llamado Mesías.  Sin mencionar al Padre Antonio y su monaguillo Andrés y a Martin Lutero, que murieron con unas expectativas sobre su fe y sus creencias.  Si vieran en lo que se ha convertido todo por lo que entregaron vida y sangre, pudiera sobrevenir el arrepentimiento.  Sobre la marcha el ser humano ha desvirtuado su existencia.  De lo que se trata esta perspectiva de género es, de darle a nuestros niños herramientas para distinguir entre los roles que cada uno debe asumir, en su momento, como ciudadanos de una nación.  Desarrollar en ellos los valores de la justicia, igualdad, entendimiento y tolerancia.  Al fin y al cabo, estos son valores cristianos igualmente bíblicos.  Inspirar el respeto al prójimo sin distinción de personas, sin discrimen ni estereotipos.  Sembrar en sus corazones la creencia de una humanidad creada en igualdad de condiciones.  Con diferentes igualdades, pero con un sentido de hermandad y cordialidad.  Colocar la equidad como punta de lanza para el futuro.  Dejando atrás todos los discursos y predicas divisorias que fomentan las disputas y exacerban los males sociales.  La esperanza (si es que a usted le queda alguna) debería ser que los dirigentes que se saben influyentes en las vidas de tantos puertorriqueños asuman una postura ecléctica que fomente la convergencia de puntos de vistas y la búsqueda de soluciones reales y factibles.

Justo en el momento cuando llega a mi mente este pensamiento positivo de ilusión poética, escucho la voz tosca gritar nuevamente: ¡Despierta ya!.  Abrí mis ojos y me encontraba acostado en la banca del afamado paseo.  Mareado, sudado y con un aroma a ron de la tierra (como siempre) me levanté, recogí algunas monedas y periódicos que habían dejado varios transeúntes, y seguí mi camino.  Al final del día, mientras no tengamos voluntad, valor y firmeza para dar pasos hacia al frente en nuestra lucha con nosotros mismos; mientras no dejemos atrás el miedo a los cambios y apartemos de nuestro pensamiento las perspectivas generalizadas. . . seguiremos viviendo de falsas expectativas.

¡Levántate y anda!   


1 comentario:

  1. Buen escrito, me parece muy interesante e inteligente. Tienes una forma muy particular de presentar los "disparates" que te pasan por tu mente. ¡Te felicito!

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