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jueves, 7 de junio de 2018

Reconocimiento

por  Caronte Campos Elíseos


Vagando por el nuevo vecindario, relativamente desolado, encontré algunas ánimas conocidas.  Entre ellas, el escritor y poeta puertorriqueño, Angelo Negrón Falcón.  Recientemente el también bloguero y hombre de negocios, fue homenajeado por los estudiantes de su antigua escuela en el pueblo de Cataño, donde recibió una medalla de la Cámara de Representantes.  Más que merecido reconocimiento por su larga trayectoria en la literatura, la publicación de sus libros: “Causa y Efecto” y “Ojos Furtivos”, amén de su especialización en twitteratura.

Nuestra furtiva conversación tuvo dos únicos puntos relevantes.  El primero, que muy pronto estará disponible para los asiduos y adictos lectores, su tercera publicación.  En la misma hará galas de su talento como literato, por lo cual no ha de extrañarnos que le valga otro reconocimiento por parte de la academia y las autoridades entendidas en la materia (quizás la medalla del Senado de Puerto Rico).  Y el segundo, su autorización para reproducir en este espacio uno de sus cuentos más emblemáticos.  Dicho escrito es una elegía de la realidad que han vivido, viven y vivirán muchos menores en el mundo entero.  Empero, también representa una burda ilustración del círculo vicioso de nuestra relación política, social y económica con nuestra nación protectora.  Sin más…       

La niña en el columpio


Llegar hasta allí no se le hizo difícil.  Sólo tomó el caminito de piedras rodeando el riachuelo y brincó la charca por el lugar más angosto.  El parque no conservaba su antigua forma: El pasto estaba crecido y los bancos deteriorado.  El columpio se mantenía erguido, aunque con una de las mecedoras rota.

Se sentó en la que le pareció mas cómoda y comenzó el vaivén despacio.  En el árbol más cercano observo un pajarito que se mudaba de rama en rama.  También diviso en el tronco el área donde ella tallara un corazón con su nombre y su número preferido y decidió que volvería algún día a marcar aquel antiguo amigo.  Llenó su mente de gratos recuerdos.  Se vio correteando con otros niños.  Jugando a las escondidas, en el subibaja o en las chorreras.

Cerró los ojos.  Alteró el semblante al recordar lo que también allí le había sucedido.  Fue un lunes.  El parque estaba desierto.  Ella correteaba de lado a lado; sintiéndose dueña de aquel paraíso.  Cantando con alegría una canción de amor a mamá.  Sin que lo esperase fue tomada bruscamente y conducida al pie de un árbol, donde sus pequeñas ropas le fueron quitadas fácilmente.  Deseó gritar, pero el miedo no se lo permitió.  Su pequeño rostro convertido en súplica no detuvo al atacante, que como fiera salvaje la hizo suya.
 
Luego de una amenaza desapareció del lugar y de su vida.

El cuerpo desnudo quedó tendido largo rato en el suelo.  Ella no se movió hasta que las lágrimas tocaron sus mejillas y el grito de dolor, que aún no había brotado, rompió el silencio. 

El viento chocando con su rostro la saco de toda cavilación.  Detuvo su vaivén al encontrar que se mecía demasiado fuerte.  Miró nuevamente al árbol, ya el pajarillo no estaba allí.  Experimentó soledad.  Pensó en su vida después de aquel triste suceso.  Cuando quiso contarle a su madre, no se atrevió.  Nadie, excepto ella y el ser que la atacó conocían el incidente.  Nunca se casó - ¿Cómo hacerlo? – pensó; le tenía terror a una noche de bodas.

Se quitó las hebillas que amarraban su cabello.  Sacó un peine de bolsillo de la bata e hizo que su largo pelo canoso cayera en su frente llena de arrugas.  Se peinó como cuando era niña, haciéndose una compartidura y dejando que el cabello plateado le cayera libremente.  Sus años no evitaron que corriera desde el columpio hasta el subibaja y luego hasta la chorrera.  Mientras corría empezó a escuchar risas de niños.  Vio a todos sus amiguitos invitándola a jugar a las escondidas.  Al llegar al columpio acomodó en al mecedora su fatigado cuerpo.  Siguió escuchando voces y, en loco desvarío inició una canción.  La canción de amor a mamá.  Se meció cada vez más fuerte, descubriendo dentro de sí la inocencia y la alegría que sólo una niña de nueve años podría contener. 

Dejó de escuchar las voces, olvidó la canción.  Trató de tararearla.  De repente se le hizo un nudo en la garganta.  Las muecas de locura brotaron, y al ver unos ojos reflejados en el azul del cielo, desesperadamente suplicó: ¡No papá! Otra vez no, por favor… 

martes, 22 de mayo de 2018

Diez pensamientos permanentes

por  Caronte Campos Elíseos


Como bien saben, he decidido retomar la cotidianidad en mi vida.  Eso implica también plasmar por escrito las sandeces que inundan mi mente puertorriqueña.  En esta ocasión quiero dedicar este espacio a los pensamientos que sin importar las circunstancias, están establecidos de manera perenne.  Estas ideas permanecen sembradas e inalteradas más allá de mi conciencia.  Para mi es irrelevante que los hechos, la historia, la realidad, los resultados, las consecuencias, las contradigan y/o cuestionen con toda razón y autoridad.  Mucho menos la evidencia presencial o empírica, entre otras consideraciones. Así ha sido por los siglos de los siglos, y no veo motivos para cambiarlas o dejarlas ir.

1.       Nuestra raza está compuesta por un sincretismo de características que nos heredaron la trilogía colombina.  Esto, sin entrar en los méritos de si tal herencia fue la mejor, o si pudieron heredarnos otros rasgos más trascendentales y pertinentes.

2.      El arribo de los norteamericanos a nuestras tierras no fue una invasión.  Fue un paliativo para la situación de isla en aquellos días.

3.       La contribución de los gringos nos liberó de la esclavitud y la pobreza.  Amén de curarnos de la plaga de piojos.

4.      El régimen militar establecido y el Estado Derecho aprobado nos trajo la suficiente democracia que nos merecemos.

5.      La ciudadanía americana que ostentamos nos la ganamos por derecho propio.  Es una ciudadanía de primera clase, y es tan válida y valiosa como la ciudadanía continental.   


6.      Nuestra isla nunca ha sido utilizada como bastión militar.  Mucho menos como punto estratégico para invadir países vecinos, almacenar armas de destrucción masiva, y mucho menos para probar armas químicas y/o biológicas.

7.      Los soldados puertorriqueños no fueron, ni son, ni serán, utilizados como carne de cañón.  Los militares boricuas siempre han sido tratados como iguales a los nacionales.  Antes, durante, y después de las movilizaciones en las que han servido, han recibido trato igual, incluido los beneficios para los veteranos de guerras.

8.      Los puertorriqueños nunca hemos sido utilizados como conejillos de indias.  Tampoco hemos sido víctimas de experimentos médicos, tales como anticonceptivos, cáncer, o algún producto científico para controlar la población.

9.      El gobierno republicano que poseemos no es un gobierno subordinado ni colonial.  Simple y llanamente es un gobierno autónomo bajo un protectorado ultramarino.  Todo está consentido en el convenio establecido, en la sesión de poderes. De ahí, los acuerdos de ayuda, moneda y defensa común.  Lo mejor de dos mundos, como singularmente le conocemos.

10.   La mal llamada represión y persecución política contra los separatistas, no fue otra cosa que la legítima defensa de un gobierno democrático establecido con el aval del pueblo puertorriqueño.

Ya a estas horas y después de tanto esfuerzo mental y emocional para escribir estas ideas sembradas en mi cabeza, estoy exhausto.  Los efectos de los químicos controlados hacen mella en mi voluntad.  Espero que repasándolas y estudiándolas continuamente, no olvide que todo lo anterior es parte de nuestra historia colectiva.

¡Levántate y anda! 


sábado, 12 de mayo de 2018

Valle de lágrimas

por  Caronte Campos Elíseos


Decidí cambiar de morada al no poder sobrellevar los recuerdos defectibles de mi vida amorosa, luego de que otros reclamaran su derecho de “Prima Nocte”.  Amén de los daños que sufrió la vieja estructura por los azotes huracanados.  Es así como llegué a lo que es mi nuevo vecindario en, El Valle de los Reyes.  Admito que es un lugar muy tranquilo y acogedor.  Ya instalado en lo que será mi nuevo hogar, intento retomar en mi vida la cotidianidad y normalidad que me caracteriza.  Fue bastante fácil por lo poco del mobiliario, y lo accesible que estaban mis viejos periódicos, los brebajes de la tierra y los medicamentos para sortear la realidad.  Durante todo este tiempo de solaz tuve la oportunidad de reflexionar sobre los últimos eventos.   

El huracán puso de manifiesto y a la vista de todos, la verdadera cara de este país.  Es probable que muchos ya conocían esa triste realidad.  Pero los que vivimos sumidos en nuestros propios mundos (Netflix con sus series, deportes de equipos importados, barras y chinchorreo, baile, botella y baraja, entre otras amenidades), no sabíamos que nuestra patria estaba en tal decadencia.  Al cejar los vientos, las aguas volver a sus cauces, y con los árboles y techos en el pavimento, encontramos otro país.  Quedamos absortos ante la pobreza, el hambre, la miseria y el abandono del gobierno.   El ciclón se llevó lo que nos quedaba de ese espejismo de primer mundo que disfrutábamos.  Un mes sin agua, dos meses sin gasolina, tres meses incomunicado, cuatro meses esperando un toldo, cinco meses de salchichas y mezcla de sándwich; seis meses de desesperanza, siete meses sin luz, ocho meses de depresión y toda una vida de locura.  Esa es mi historia.  Igual a la de otros cientos de miles puertorriqueños. 

No bien había pasado el huracán, el gobierno encendió su maquinaria.  Claro está, luego de que el Superintendente de Seguridad nos advirtiera que durante la emergencia, podíamos morir esperando por ellos.  Inmediatamente se acuarteló el gabinete de confianza del gobernador Rosellito.  En las primeras horas luego de calmada la tempestad, comenzaron a reclamar las ayudas federales de FEMA.  La intención clara era repartirlas, pero no a los damnificados, sino a los amigotes más cercanos al ejecutivo.  Ya lo dice el viejo adagio: “El que lo hereda no lo hurta”.  El dinero para la restauración del sistema eléctrico, para las comunicaciones; los fondos para alimentos, enseres y viviendas; las ayudas para las carreteras, los hospitales y las escuelas, y hasta los toldos azules, parecía que se las había llevado el viento.  Hasta la Junta de Supervisión Colonial brillaba por su ausencia.

Ausencia es lo que predomina en mi nuevo vecindario, los vecinos parecen estar ausentes en el Valle de los Reyes.  Al igual que los policías que sufrieron la epidemia del “blue flu”.  En plena emergencia, una gran parte de los policías decidieron protestar por la pérdida de beneficios laborales.  Esto sucedía no sin dejar las carreteras sin control de tránsito durante el día y sin seguridad en las noches.  Pero que importa, al final, todos tenemos derecho a protestar.  Además, en un país donde la tasa de desempleo ronda el 13%, esto sirvió para que las personas sin hogar se emplearan en los semáforos sin luz, al menos por un plato de comida, una botella de agua fría y/o unas monedas sueltas.

La calma tras la tormenta no duró mucho.  Reapareció la famosa Junta de Supervisión.  Y cuando todavía hay puertorriqueños durmiendo bajo toldos azules y cielos estrellados, comiendo pan con jamonilla y sin el servicio de electricidad, comienzan a azotar al pueblo con sus planes de reducción, recortes y austeridad; y a inundarnos con sus controles fiscales y presupuestarios.  Mientras tanto, el gobierno continúa con su rol de policía bueno, haciéndonos pensar que le hacen frente y oposición a la comisión imperialista en favor de sus constituyentes.  Nada más lejos de la realidad (excepto mi propia existencia).  El ejecutivo y el legislativo siguen a sus anchas repartiendo el poco flujo de caja que nos queda en contratos jugosos para sus secuaces y damiselas con puestazos.  

¿Qué obtenemos nosotros de todo este latrocinio?  Reducción en las pensiones, cierre de 220 escuelas y privatización de unas docenas adicionales, una reforma laboral luctuosa, aumento en la matrícula de la Universidad del Pueblo y el cierre de varios de sus recintos, venta de la Autoridad de Energía Eléctrica después de décadas de abandono de su infraestructura, impuestos hasta en las comprar por internet, entre otras medidas draconianas.  No estoy seguro si es por mi trastorno ciclotímico o por este panorama poco alentador que sufro de estados de ánimos variables.  Confieso que comienzo a sentirme como el Faraón de este lugar.

Este sentimiento fue reforzado cuando las legiones de maestros, empleados públicos, estudiantes, pensionados, y todas las víctimas directas o indirectas de la connivencia entre junta y gobierno, salieron a protestar en un paro nacional.  Por supuesto que allí estaban para emboscarlos, los que no hacia tanto tiempo habían abandonado sus deberes y responsabilidades en reclamo de sus propios derechos.  Allí, le hicieron una encerrona, macanearon y rociaron con gases, a todos los que salieron a defender los derechos de los que no se atreven siquiera rezongar.  Simultáneamente, los “Iluminatis” de la junta declaraban su incapacidad de vivir y mantener su monárquico estilo de vida con la miseria con la que pretenden que los jubilados sobrevivan su vejez.

La clase política nacional solo se le ocurre llevar a votación si queremos o no la famosa junta.  Incluso hasta el ala de izquierda es presa de esa burda triquiñuela.  Parecen olvidar que en los fueros concedidos por la metrópoli a esta vieja colonia, no incluye el poder decisional sobre tales asuntos.  El barómetro de la moral puertorriqueña está en sus niveles más bajo.  Y entre el reconocimiento de la legislatura al Conejo Malvado, las series televisivas sobre el maltrato de menores como supuesto paliativo para nuestros males sociales, seguimos siendo nosotros mismos nuestro propio verdugo.  Las huestes de los partidos principales cierran filas con sus dirigentes.  Apoyan a ciegas sus candidatos sin importar sus méritos ni su historial.  Llevando de esta manera reincidentes en la corrupción gubernamental al poder.  Luego, estos mismos nos condenan a todos sin importar los colores de afiliación, a perecer en el paredón del desgobierno. 

Volver a esta nefanda realidad me drena espiritualmente.  Vuelvo a mi sarcófago son la voluntad desecha.  Esperando que algún día esta horda de electores se libere de la momificación de la que todos hemos sido víctimas por los silos de los siglos.  Llegado ese momento, nos pondrán en el camino correcto para abandonar así, este valle de lágrimas.

¡Levántate y anda! 

jueves, 20 de julio de 2017

Hogar, dulce hogar

por  Caronte Campos Elíseos


Muchos se preguntaran el motivo de mi aparente ausencia y notable abandono de las letras.  Como es de conocimiento general, estuve inmerso en la planificación de mi boda con la mujer perfecta.  Esto último porque parece haber leído el manual de la perfecta cabrona.  Demás está decir que mi matrimonio duró lo mismo que un baño de leche de coco en el ascensor de Guaynabo.  La mujer no pudo lidiar con mis manías, vicios, malas mañas y enfermedades mentales (que no son un secreto para nadie), y al tercer día se levantó de entre los cuerpos y abandonó sus promesas y votos.  Gritó a los cuatro vientos que no me amaba, que vivió ese triduo engañada por mi críptico magnetismo y que tenía que huir de tal secuestro. Admito que fueron los tres días más maravillosos de mi existencia.  Pero el día cuarto se advino la debacle emocional y espiritual.  Abandoné todas las cosas que teníamos en común: los muertos, los cementerios, las letras, etc.  Me refugié en los placeres, los vicios, los apetitos.  Me vi sumido en las drogas recetadas, el alcohol y la locura.  Estuve internado en repetidas ocasiones donde me cambiaron el vestido de gala por la camisa de fuerza.  En otras palabras, retomé mi vida cotidiana.  Basta ya de hablar del amor de mi vida; todavía pensar en esos efímeros recuerdos es doloroso.  Amén del amor que todavía siento por la que todos llaman, La Catrina.  

Abandonado el cautiverio en el que estuve refugiado por algo más de un año, regreso al mundo real.  Caminando el mismo oscuro sendero, llego a la antigua morada.  La misma casa que alberga todos los recuerdos de mis vidas.  Grato fue llegar y divisar los únicos seres fieles (e inanimados) que me acompañan en cada periodo de mi existencia; las pilas de periódicos viejos, las botellas del elixir mágico en nada anónimo y los frascos de las cápsulas que hacen las veces de óbolos para cada uno de mis viajes.  En fin, una vez dentro de la fría estructura que sirve de guarida para mi actitud asocial, y poseso por la locura de siempre, no tuve más remedio que exclamar ese cliché de las figuras y adornos domésticos en cada hogar de este país: “Hogar, dulce hogar”.


¡Levántate y anda!


sábado, 7 de mayo de 2016

El control de la junta

por  Caronte Campos Elíseos




Tengo que comenzar por admitir que estoy enamorado.  Mejor dicho, estoy enamorado nuevamente.  Algo que pensé nunca volvería a vivir.  Después de tanto tiempo, he conocido la mujer de mi vida, la mujer perfecta.  Más allá de su apariencia seductora, sus caricias dolorosas y palabras venenosas, ella me complementa.  La conocí en una noche de locura y desenfreno, pero siento que la amo.  Pero bueno, para bien o para mal ya estamos en el proceso de amueblar nuestro humilde hogar y hemos decidido pasar el resto de nuestra existencia juntos.  Hasta el final de los tiempos.  Muchos de ustedes se preguntarán qué cosa tiene está mujer que logró conquistar mi corazón ya detenido por tantos años en tan solo cuatro semanas.  Y es que esta maravilla de mujer me abrió los ojos a muchas cosas que, dentro de mi intensa esquizofrenia, no había yo visualizado ni entendido.  Con su lengua viperina me dio la terapia que necesitaba para aceptar las realidades en las que vivo engolfado.    


Mientras observábamos nuestra hermosa casa, estuvimos hablando largo tiempo, casi eterno, de la famosa Junta de Control Fiscal.  Yo le expresaba mi sentir como puertorriqueño y el repudio visceral que tengo hacia la tan anunciada intervención federal.  Ella, mientras acomodaba la decoración ancestral, me dictaba su discurso racional sobre el tema.  Admito que mientras escuchaba semejante diatriba la cabeza me daba vueltas, sentía náuseas y me poseía el delirium tremens. Pensaba en todo lo que significa para este pueblo, el hecho de que extranjeros administren nuestra vida.  Ni el gobernador ni nuestros legisladores tendrían injerencia en ninguno de nuestros asuntos medulares.  Con un pais en quiebra financiera  nuestros dirigentes no podran actuar en favor del pueblo.  Pensaba en lo humillante, literalmente, que puede ser que controlen toda nuestra economía, finanzas, política, y las leyes que rigen nuestra vida como sociedad.  Sin mencionar las consecuencias directas de semejante abuso de poder.  Entre estas se mencionan la posibilidad de que miles de puertorriqueños pierdan sus empleos; que otros miles de trabajadores pierdan derechos laborales adquiridos; que los nuevos miembros de nuestra fuerza laboral reciban menos del salario mínimo federal; que los hogares de cientos de miles de familias pierdan valor en el mercado; entre otras medidas más leoninas. 


Todo esto no me permitía concentrarme en el trabajo que estábamos realizando para nuestro nido de amor.  Si la junta se llegara a concretar, tendríamos que abjurar al Estado Libre Asociado.  Los modernos invasores serían dueños y señores de nuestro destino.  Tendrían total dominio sobre los servicios de salud, sacrificando el bienestar y la salubridad de todos; dominio sobre la educación, empeorando la calidad de los servicios educativos a nuestros niños y niñas.  Tendrían total autoridad sobre las finanzas y presupuestos del país, recortando los fondos destinados a las ayudas sociales que tanta falta hacen a los indigentes y desamparados sociales.  Su prioridad serían los bonistas, inversores y capitalistas que esperan los retornos de sus inversiones, sin excusa alguna.  No les importan nuestras carreteras, nuestro ambiente, nuestra calidad de vida, y mucho menos nuestro futuro.  Estaríamos sujetos a sus mandatos, directrices y toda suerte de caprichos.  No tendríamos opciones merced de sus propios intereses.  La justicia será para los más aventajados y acomodados.  Los demás quedarán desprovistos de protección.


La desesperación me hacía gritar como poseso por la desesperanza.  Pero ahí estaba ella. Dispuesta siempre a rescatarme de esa oscuridad mental provocada por la ignorancia.  Sus palabras son para mí como esa luz al final del túnel, que ilumina mi ceguera intelectual.  Entendí entonces muchas cosas, muchas de ellas tan evidentes como las diferencias entre el sol y la luna.  Los gobernadores de esta isla (desde el primer español hasta el último criollo) ni las legislaturas (en toda nuestra historia) se han preocupado nunca por nuestro progreso como nación.  Todos son igualmente responsables de la deuda de magnitudes imperiales.  Muchos de ellos continúan sus vidas de condes y emperadores pegados como parásitos al presupuesto del pueblo.  Los políticos modernos solo piensan en el medro personal y en el de sus allegados.  Nunca se han preocupado por el desarrollo político, económico y social de sus constituyentes.  Eso les vale.  No hizo falta la junta para que el gobierno despidiera entre 13,000 a 30,000 empleados, entre despidos directos e indirectos.  Contribuyendo al crecimiento de la tasa de desempleo hasta casi un 18%.  Tampoco hizo falta la junta para arrebatarle derechos adquiridos a los maestros, empleados públicos y a los retirados.  Puerto Rico siempre ha utilizado como medida de pago el salario mínimo federal.  Salario que al sol de hoy no alcanza para cubrir las necesidades más básicas y apremiantes de una población sumida en una calidad de vida deplorable.  Todos los hogares en este país vieron devaluadas sus viviendas con la crisis de los bienes raíces en los Estados Unidos.  El que menos perdió en ese momento crítico, perdió hasta $30,000.  La quiebra que vive la isla estrella es una ficticia; se han robado todo dejándolo en la deuda para la posteridad.  Todo esto actuando impunemente, amparados en la inmunidad parlamentaria de los mal llamados honorables.  Tampoco hemos necesitado intervención de alguna junta para que todas las epidemias y enfermedades nunca conocidas hayan tenido su génesis en Puerto Rico.  Y la justicia de este país, esa está totalmente desterrada de nuestra tierra.     


Contra todos esos argumentos presentados por mi amada, no tuve defensa alguna.  Todos nuestros miedos relacionados a la junta de control, ha sido nuestra realidad con los políticos corruptos.  Quizás la junta es lo que realmente nos hace falta para despertar de ese sueño de la joya de la corona.  Realmente la junta no viene a traer nada nuevo para nosotros.  Los políticos locales se han encargado de conducirnos por los caminos de la angustia y la miseria.  Lo más difícil que puede traer esta intervención desproporcionada, para algunos sectores, es desenmascarar de una vez y por todas la fábula de este "estado de derecho".  

El hecho de que se esté discutiendo tal oprobio, es evidencia de que el "Status Quo" es una falsa consentida.  Ese simple desvelo sería ya para nosotros ganancia.  Y si de paso, este pueblo despertare de esa ataraxia que lo domina y la abulia que lo agobia, tendremos entonces un futuro brillante.  Podremos nosotros todos decir: lo mejor está por venir.  Realizaremos que no necesitamos políticos corruptos y oportunistas, partidos políticos que manipulen masas de fanáticos, y mucho menos poderes ultramarinos que controlen nuestro destino.  Esto únicamente será posible cuando levantemos y organicemos la nación para el rescate de su propia soberanía.

¡Levántate y anda!



viernes, 8 de abril de 2016

El despotismo de la mayoría

por  Caronte Campos Elíseos



Viendo escenas de la serie turca, Fatmagul, donde se muestra una casta social que oprime a otra con el poder del dinero, y cómo manipulan a su antojo el sistema de justicia para encubrir y limpiar las atrocidades cometidas por ricos y poderosos, hacen que me pregunte: ¿Qué culpa tienen, Pablito Casellas y Ana Cacho?  Con ese pensamiento positivo, quedé dormido casi inconsciente.  En el sueño me veía en medio de una gran fiesta acompañado por una hermosa mujer de impactante presencia, a la que todos llamaban...  La Catrina.  Hombres y mujeres la miraban y admiraban.  Su belleza llamaba la atención de los presentes.  Yo resulté ser la envidia de todos los que allí se encontraban.  Empero, la imagen que proyectaba la hermosa y sensual dama, contrastaba con las cosas que al oído me decía sin que otros pudieran escucharlas.  Así me hablaba la excéntrica mujer:

-    Por muchos años ustedes lo puertorriqueños han criticado la mal llamada dictadura cubana de los hermanos Castros.  Siempre orgullosos de su sistema democrático y su estrecha relación con el imperio más poderoso del mundo.  Haciendo galas de supremacía sobre el resto de la América Latina que según ustedes, estaban rezagadas en el tercer mundo.  Que Puerto Rico era el ejemplo a seguir, decían, para guiar al resto de los latinos por los caminos de los avances y la prosperidad.  ¡Nada más lejos de la realidad!  Puerto Rico yace bajo su propia dictadura criolla.  Hace 64 años ustedes viven bajo el dictamen de una mayoría políticamente esclavizada.  Unos pocos personeros de los intereses extranjeros y otros tantos más con intereses económicos personales, han conspirado para someter al silencio la voluntad del resto de la nación.  El alcance de la connivencia de estos sectores poderosos y pudientes se ha visto reflejada en la realidad de los incautos electores.  Mientras los primeros ejercen el poder despóticamente y acumulan riquezas en detrimento de las necesidades básicas de los segundos, se acerca el final de los  tiempos para la isla. 

Yo escuchaba asombrado.  Comenzaba a sentir angustia, depresión y vergüenza ajena.  Intenté ocultar mi estrés con tequila, sal y limón.  La mujer continuaba con su frio y hediondo aliento, susurrando sus penetrantes palabras:


 El fanatismo arraigado en las costumbres y tradiciones políticas de la masa ciega de votantes, consiente la tragedia nacional.  La indiferencia frente a los abusos, excesos y a las actuaciones burdas de los políticos ha investido de impunidad a los corruptos.  Antes ocultaban sus intenciones de lucro y medro personal; ahora saben que la ignorancia y el inmovilismo de los boricuas no acarrean consecuencias para sus actos.  Aprueban impuestos, firman leyes a la medida de los de su casta, ignoran las necesidades del pueblo y se roban los clavos de la cruz; y todo con la bendición de la idiotizada mayoría.  Aumentan la luz y el agua, y le cortan los servicios a los hospitales; privatizan las carreteras, y después de ocho horas de labores los trabajadores tienen que soportar tres horas de congestión en el tráfico; embargan los pequeños negocios, cuando son los megatiendas las grandes evasoras; las condiciones de la salud, la educación y la seguridad pública son paupérrimas, mientras los dineros del tesoro nacional son malversados.  Conducen el país a una quiebra financiera y moral, amenazan con cerrar el gobierno y sus instituciones de servicios para luego querer compensar con un puente entre dos islas.  ¿Y ustedes que hacen?

El Baile, botella y baraja continuaban.  La gente a mi alrededor parecían enajenadas de esta realidad.  El ambiente era carnavalesco.  Me sentía como si estuviera inmerso en una cripta fría y tétrica.  Mientras yo seguía tomando, entre ron y cervezas, veía el rostro hermoso de La Catrina, y escuchaba sus carcajadas infernales que calaban hasta mi alma.  Mientras danzábamos casi en un solo cuerpo, me abrazaba fuerte y expelía sus agrias palabras:

- ¿Qué hacen ustedes los puertorriqueños?  Viven sometidos al despotismo de la mayoría.  Subyugados a la tiranía de la masa de ignorantes, obtusos y cegatos que salen a votar cada cuatro años.  De esos que por puro fanatismo político eligen los mismos corruptos y fariseos que abusan del poder delegado en ellos para su propia conveniencia.  Esa caterva de incautos es la que, a través del tiempo, han silenciado a los que intentan salir del rebaño y pensar diferente.  Han consentido y encubierto hasta los más viles asesinatos de los disidentes.  Son ellos, los que como perros esperando las migajas de la mesa, han servido de lacayos y testaferros para los intereses de los gobernantes.  Al final, al pueblo no le llegan ni las sobras de tanta abundancia usurpada.  Esa mayoría, que dice que por ser mayoría manda, han condenado este pueblo a la ignominia del colonialismo, al narco-estado, a la pobreza, a la miseria y la crisis humanitaria más grande de su historia.  Han perpetuado un sistema que solo funciona para algunos y para otros es inexistente.  Esa mayoría insensata, es la responsable de instituir un régimen de libertinaje político; y lo que es peor, es la responsable de la ausencia de justicia e igualdad; son igual de responsables del arresto de la libertad de pensamiento y palabra, del razonamiento y el sentido común.  Hasta que no decidan utilizar estas últimas tres cualidades inherentes de todo ser humano libre, repito, ser humano libre, seguirán de rodillas ante la voluntad de la mayoría aplastante. 

Caí al piso, mareado de tanto baile y alcohol.  Entonces, abrí los ojos.  No había nadie a mi alrededor, estaba solo.  Entre latas y botellas, manteles sucios y bandejas vacías yacía mi cuerpo.  Mas lo que es peor, mi voluntad y mi espíritu destrozados por La Catrina. 


¡Levántate y anda!

lunes, 7 de marzo de 2016

Democracia puertorriqueña

por  Caronte Campos Elíseos


Ya en la libre comunidad después de mi última experiencia enclaustrado, al fin he llegado a mi hogar.  He encontrado el frente de la casa atiborrada de viejos periódicos.  Demás está decir que es uno de mis pasatiempos repasarlos sin considerar la fecha.  Oteando las páginas amarillentas y mojadas, me sumerjo en las últimas noticias importantes en el país.  “Importantes” al menos para los poderes detrás de la imprenta.  Desde las primarias presidenciales en los Estados Unidos, las pruebas de misiles en Corea del Norte; el encuentro del papa Francisco y el patriarca ruso Kiril; la decisión de Agapito de no ir a la reelección; la demanda del FBI a la empresa de la manzana; el nombramiento de la juez presidente de 40 años de edad; el retraso en el pago a los contribuyentes de los reintegros; el arresto de Leydy Mágica; los obstáculos políticos para los candidatos independientes, entre otros.

Tales eventos motivaron mi entrada a un trance contemplativo.  En ese estado mental (un tanto extraño para mí) comencé a hilvanar ideas sobre la democracia puertorriqueña.  Aunque algunos (como yo) pensaran que hablar de dicha cuestión puede ser equivalente a discutir el sexo de los ángeles en el imperio bizantino, me aventuré a escribir los pensamientos iluminados durante mi viaje de cannabis.  Solo espero que mis razonamientos abstrusos no provoquen en los amigos lectores sentimientos sañosos hacia mi persona.  Pero ciertamente, los puertorriqueños hemos vivido con la idea errónea  de lo que es un sistema democrático.  Esa ilusión óptica que nos han vendido como democracia participativa o democracia representativa es, en gran medida, la responsable nuestra triste ingobernabilidad.


¿Nunca se han preguntado porque la participación se ha visto limitada a un solo día cada cuatro años?  Ese día, el de las elecciones generales, es el único en el que los electores aptos     participan.  De ahí en adelante, nos sometemos por ciego consentimiento de la amplia mayoría (que por lo general está equivocada en sus decisiones) a todo un cuatrienio de oligarquía bipartidista.  Los partidos de mayoría se alternan en el poder con la anuencia de los fanáticos afiliados que realizan cualquier tarea, sin consideraciones morales, bajo la insignia de su colectividad de preferencia.  Estos súbditos o lacayos, son la mayoría absoluta que elige el gobierno de todos, pero que en la práctica es para unos pocos.  Así se ha sostenido este sistema por más de sesenta años.

Era tal la profundidad de los pensamientos traídos a mi mente durante el trance, que la abulia me dominaba.  Decidí reforzar los efectos de la fumarada, con un elixir mágico.  Un licor de la tierra con saborcito a café que aumentara mi desapego emocional.  Las ideas continuaban aterrizando en mi cabeza.  La mal llamada división de poderes ha sido la falacia más fehaciente del absurdo democrático.  Todas las ramas de gobierno están completamente politizadas.  Incluso la rama judicial, que se jacta de hacer honores a la toga, no son más que emisarios políticos.  Premiados por los favores que hacen a sus jefes políticos, son ascendidos a los cortes del país, corrompiendo así las decisiones trascendentales en los aspectos jurídicos.  Este secuestro de la justicia alcanza también al tribunal supremo, y con él se granjea el partido de turno el control de la administración de los tribunales por décadas. 


¿Y que me dicen de las ramas ejecutiva y legislativa?  Totalmente dominadas por los caucus de los partidos mayoritarios.  Desde el hemiciclo se legisla a la medida de unos cuantos, a favor de unos pocos y se olvidan de las necesidades del resto de los ciudadanos.  Incluso de los que como yo, vivimos de las dadivas del gobierno.  Cada vez más vemos como nos relegan al olvido.  Toman decisiones arbitrarias, sin conocimientos, preparación ni experiencias.      Conducen al país a la miseria, al caos y una crisis humanitaria de grandes proporciones.  No asumen responsabilidad de las consecuencias de sus actos apoyados por la inmunidad parlamentaria.  Desde la fortaleza se legislan más beneficios, sí, pero para los allegados.  Para aquellos que tienen acceso comprado a las esferas del poder.  Mueven el sistema económico en una sola dirección, la de sus cuentas bancarias personales.  Y cuando por fin el pueblo, aun en su ceguera voluntaria, los cuelga y castiga con el voto en contra, estas batatas políticas son refugiados en municipios, agencias, corporaciones de gobierno y retribuidos con jugosos contratos.

Entonces, ¿para qué ha servido la democracia puertorriqueña?  En este punto, ni el humo ni el brebaje ayudaban a soportar nuestra distopía hecha realidad.  Así que completé la trilogía de estimulantes con lo prescrito en las recientes consultas médicas.  En el éxtasis inducido apareció la respuesta a la anterior pregunta capciosa.  El ordenamiento jurídico del país no funciona.  Esta cimentado en una constitución maleada y manipulada desde su creación.  Una constitución subordinada a un congreso extranjero.  Este régimen legal ha permitido las barbaries criollas contra los propios constituyentes, que al final del día debían ser los únicos protegidos; ha consentido las afrentas más denigrantes en contra de la población general; y ha solapado los crímenes más espantosos de nuestra era contemporánea.  Asesinatos, persecuciones, discrimen, atropellos, maltratos, abusos.  Todos perpetrados en nombre de la justicia, la democracia y el orden establecido.  El estado de derecho ha fracasado miserablemente.  Basta con mencionar los llamados grupos protegidos.  Para hacer valer sus derechos han tenido que librar duras y largas luchas para lograr legislación a tales efectos.  Ni hablar de la persecución y linchamientos por razones políticas, las torturas en centros de detención ilegales y en bases militares; la degradación y privación a la mujer; el abandono a su suerte de los ancianos; la pobre protección y paupérrima educación a la niñez del país; la casi nula seguridad en las calles con el efecto lógico de la anarquía del narcotráfico; la demonización de ciertos sectores de la sociedad, aun cuando aportan tanto como el resto de los ciudadanos; la estigmatización de los pobres en los residenciales públicos; el desempleo creciente en los sectores más preparados y educados, con su justificable éxodo del talento hacia destinos inciertos; la corrupción y el pillaje rampante que nos ha conducido a la quiebra financiera; todo esto resguardado por un régimen legal fallido.

La democracia en este país tiene nombre y apellido.  Es para todo el que puede pagar por sus protecciones.  Los tribunales sostienen el sistema con sus decisiones que favorecen al mejor postor y/o alguno de sus protegidos predilectos.  Todavía tenemos a Lorenzo y a Rolandito esperando justicia.  El dogma principal de justicia garantiza la inocencia hasta que se demuestre lo contrario.  Este precepto ha tenido el efecto adverso de convertir las victimas de crímenes, en principales sospechosos, incluso en culpables.  Solo basta mirar los casos de conductores que atropellan transeúntes, parroquianos y ciclistas, y se han dado a la fuga.  Todos han salido por la puerta ancha de la justicia mal aplicada, mal interpretada o alterada por los famosos tecnicismos o atenuantes.  Todo orquestado por un sequito de abogados del diablo bien remunerados. 

Mientras tanto, los puertorriqueños se conforman con un día de decisión cada cuatro años.  Elegir alcaldes, representantes y un gobernador de entre un ramillete de ineptos postulados por intereses personales y partidistas.  Se conforman con elegir el menos malo de un manojo de incompetentes e insensatos.  Escogen de un racimo de mediocres y obtusos al menos charlatán.  Terminamos así, gobernados por una turba de mentes estériles y conocimientos limitados.  Amén de la mala leche con la que se postulan. Sumado a la apatía y enajenación de las realidades del pueblo que juran (en vano) proteger y defender. 

Luego pasan los gobernados, cuatro años entre quejas, críticas y resignación.  Ensimismados en su mundo lleno de vicisitudes que tuvieron la oportunidad de reivindicar con su voto perdido.  Entretenidos en el baile, botella y baraja que tan buena aceptación tiene entre los boricuas. Prestando toda la atención a los instrumentos democráticos de embeleso y control de masas generalizados, como la prensa, la radio, la televisión con sus respectivos espectáculos.  Víctimas, como siempre, de la propaganda mediática.  Hasta que no tomemos conciencia del valor que tiene el único voto que ejercemos con tanta fe (ciega y oscura), y la diferencia que puede lograr bien administrado, seguiremos en este espejismo que llamamos democracia.  Y a propósito de espectáculos hipnotizantes, termino estas líneas justo antes de las siete de la noche.  Es hora de ver, ¿Qué culpa tiene, Fatmagül?

¡Levántate y anda!

sábado, 6 de febrero de 2016

Remedio Atómico

por  Caronte Campos Elíseos


Hago constar que publico este escrito en este espacio en calidad de albacea del Sr. Caronte Campos Elíseos.  Dada su ausencia involuntaria y su incapacidad de publicarlo por cuenta propia,  me ha solicitado que cumpla su voluntad.  La misma es una epístola dirigida a este servidor con los detalles de su actual estado.  Sin mucho preámbulo dejo el texto íntegro para consideración de sus lectores.  Esto último no sin antes aclarar, que este servidor, Luigi Baldonis, no se solidariza con las expresiones vertidas en el contenido de la misiva, ni tengo conocimiento de los hechos relatados. 


Querido amigo Luigi Baldonis:

Hoy me encuentro en un lugar apartado, privado de libertad.  Las cuatro paredes que me rodean me parecen conocidas.  Está oscuro la mayor parte del tiempo y caluroso en extremo.  La ausencia de higiene se hace evidente en las plagas, la suciedad y el olor a heces fecales impregnado hasta en la cosa que me dan de comer.  Esto último no puede, por definición, llamarse alimento.  Me transportaron hasta aquí con el fin de curar un mal congénito que traigo en la sangre.  Me han realizado decenas de pruebas para determinar el tratamiento.  Han fabricado un voluminoso expediente con los síntomas, tratamientos, medicamentos y los resultados de dichos análisis. 

No soy el único interno, hay doce pacientes adicionales.  Conmigo sumamos trece (No es un número que genere buena suerte).  Quien escuche los gritos y gemidos, pudiera jurar que somos más de esa cantidad.  La mayoría del tiempo la pasamos en la pseudo habitación, en un catre mojado y lleno de insectos.  Uno de los doctores, de nombre Cornelio (muy apropiado por la forma en que nos trata)  me inyecta lo que él mismo llama el remedio para nuestros males.  Su sonrisa perspicaz y diabólica no es de muy buen augurio.  Según él, esta será la panacea para la principal epidemia de esta isla olvidada por “dios”.  Lo cierto es que cada vez que mi cuerpo recibe el remedio prescrito, yo me siento más cerca de las puertas del mismo infierno.

En las noches siento como el calor me quema la piel de todo el cuerpo.  El ardor me llega hasta el tuétano de los huesos.  Me encuentro en estado vegetativo.  Parezco un cadáver en proceso de cremación inducida.  Pareciera que están probando con nosotros el remedio atómico para controlar las masas.  Empero, en esos estados comatosos, he escuchado vociferar las enfermeras del lugar.  Hablan sobre una confesión en una carta inculpatoria, donde el mal llamado doctor Cornelio acepta su práctica de inyectar cáncer a sus pacientes.  Todo con el noble propósito de librar la isla de la plaga de los puertorriqueños.  Lo cierto es que ya quedamos menos pacientes.  De los trece internos originales, quedamos cinco;  algo me dice que no en muy buen estado, ni físico ni emocional.  Otro de los doctores a cargo de mi caso, me hace creer que estoy fuera de mis cabales, que padezco de mis facultades mentales y que sufro de trastornos como esquizofrenia y delirios de persecución (cosa que siempre he reconocido). 

Amigo Baldonis, te dirijo estas letras porque no tengo mucha esperanza de salir de aquí.  Quiero que si esta es mi suerte, recibas y publiques lo antes expuesto para el bienestar histórico de este pueblo.  Conociendo esta historia, podremos entender mejor la pandemia que arropa este mundo, el cáncer que nos consume.  Así, la muerte de los ocho puertorriqueños asesinados por doctores licenciados no quedara impune.  Aunque de esto último no guardo mucha fe y esperanzas.  Conociendo esta isla maldita y condenada eternamente al coloniaje, pronto olvidará estas ocho vidas sin saber siquiera sus nombres; y encontrará justificación alguna para su cruel desaparición.  Lo que no dudo ni por un segundo es, que nuestros asesinos y exterminadores serán tomados como héroes y serán premiados por sus ejecutorias en la experimentación con seres humanos.

Hasta que este pueblo incauto no decida conocer su historia sin ambages ni vendajes políticos, para así entender el presente, no tendremos claro nuestro futuro.  Seguiremos siendo, nosotros todos, las victimas pasivas de la propaganda y sugestión de masas.  Estaremos destinados a vivir merced de todos los que aludiendo a nuestro bienestar y salvación, nos consumen y corroen sin remedio alguno, como un inclemente cáncer devorador. 

¡Levántate y anda!