domingo, 2 de marzo de 2014

Mitología boricua

por  Caronte Campos Elíseos


En el principio, aproximadamente 666 años A.C. (Antes de la Crisis), existía en estas tierras una raza nativa.  Esta raza vivía en comunión con su medio ambiente, aprovechando sus recursos sin afectar su balance natural.  Estaban organizados de manera primitiva, pero muy avanzados para su época.  Esta civilización tenía su propia cultura, identidad y orden social bien establecidos.  También practicaban su propia religión.  Una religión politeísta, basada en el culto a varios dioses poderosos.  Cada una de estas deidades eran representativas del poderío de la naturaleza.  Así, de su dios primordial, Yocahú, el protector de todos, surgen los dioses mayores.  Atabey, la madre tierra; Yayá, dios del sol y de la luz; Marohi diosa de la luna y de la oscuridad; Juracán, dios del viento y las tempestades, y al cual temían profundamente.  A su vez, de esto dioses nacieron los dioses menores.  Algunos de ellos muy significativos por su relación con el entorno y estilos de vida.  Tal es el caso de Boinayel y Casibú, dioses de la lluvia y del cielo respectivamente.

No pasó mucho tiempo cuando, durante el año 459 A.C. (Antes de la Crisis), arribara del otro lado del mundo, una raza dirigida y acompañada por su único dios, omnipotente y omnipresente.  Este encuentro, que a través de los siglos ha sido tergiversado por múltiples razones y factores, provocó un choque de culturas y una épica guerra entre dioses.  La cruenta batalla dejó su huella histórica marcada con sangre, abusos, crueldades y torturas.  Tal choque finalmente culminó con un ingente genocidio indígena.  En el proceso, los conquistadores cristianos sometieron a sus doctrinas cuasi-religiosas otra raza según ellos inferior.  Así fue el caso de los negros africanos, los cuales fueron esclavizados e importados hacia la nueva tierra conquistada para trabajos forzosos.  Sin lugar a dudas, el dios de los blancos navegantes y su monoteísta religión habían triunfado sobre el panteón nativo, condenándolos a sobrevivir eternamente en los anales de la historia.

Pasados los años, y con un disimulado sincretismo religioso, el dios único del viejo mundo emergió como la deidad oficial de la región adoptada por la nueva raza surgida de aquel violento encuentro.  Sistemáticamente, se implementó un proceso de adoctrinamiento con el fin de "salvar las almas" de los recién descubiertos herejes.  Para entonces, ya la población aceptaba como "ser superior" a su máximo representante en la tierra, el romano entronizado.  Mientras, los dioses originarios permanecieron siempre acompañando y protegiendo su pueblo desde los clandestinos cultos y con imponente presencia. El calor del sol diario, la oscura y tenebrosa noche alumbrada solo por la luna, y la furia de los vientos huracanados, eran evidencia de su desesperada tranquilidad.  Hasta que un día, impaciente y sediento de venganza, intervino el fuerte y prepotente dios del mar.  Dirigió hasta las cercanías, con sus bravías e incesantes olas, a la marina de guerra de un recién nacido estado. 

Para sorpresa de los colonos, el ejército invasor estaba protegido bajo el manto de una poderosa deidad.  Una de las tantas figuras surgidas por el cisma del cristianismo europeo.  Al parecer, facciones desprendidas procedente del poderoso dios católico, tenían las mismas capacidades y fortalezas de desarrollo que su fuente original.  Esto sumergió nuevamente al hombre, allá para el año 54 A.C. (¿recuerdan las siglas?) en una nueva guerra y en un nuevo conflicto divino.  Al tercer día y en menos de lo que canta un gallo (tres veces), la isla tenía una nueva dominación colonial.  Luego de semejante exorcismo, los representantes de los reyes católicos fueron condenados y expulsados del nuevo reino.  Mientras tanto, los representantes de los intereses de la nueva metrópoli, se aseguraban de esparcir e instaurar su Doctrina Monroe.  En poco tiempo, los fieles locales comenzaron a adorar a su máximo representante, el iluminado presidente.  Los dogmas dictados por este, son obedecidos por los feligreses boricuas, cual ovejas que siguen a su amo.

Para el año 22 A.C., surgen de la oscuridad y las profundidades, espíritus malignos que se oponen al nuevo culto.  Comienzan a poseer las almas y las mentes de las rebeldes ovejas negras.  Impulsados por tales demonios se oponen a la autoridad del celestial imperio.  Los posesos separatistas son tildados por el canon americano de comunistas, fascistas y falsos profetas.  Ante el auge y poder que muestran los no conversos, su eminencia ultramarina se propone expulsarlos de la colonia.  Comienza una cacería de brujas para atrapar los demonios opositores.  La nueva cruzada provoca división entre la ciudadanía.  Creyentes y no creyentes del orden anglosajón, enfrascados en una "Jihad criolla".
   
Para el año 4 A.C., en un intento para lograr el arrepentimiento de los pecadores y detener la herejía libertadora, la santa sede norteamericana permite que el pueblo puertorriqueño elija por voluntad propia un pastor y dirigente.  Dos años más tarde, el reverendo testaferro de los intereses metropolitanos comienza un sínodo multisectorial para una utópica reconciliación y convergencia de pensamientos.  Reunidos todos los intelectuales políticos del país en asamblea constituyente, comienzan los trabajos para un nuevo evangelio.  Dos años más tarde, la escritura sagrada recibe la aprobación y consentimiento del concilio congresional. 

En este instante considero pertinente realizar una analogía de tiempo y espacio, para que el lector pueda hacer una relación de los años y sus respectivos acontecimientos.  Para el año 0 D.C. (Durante la Crisis), es decir, para el año 1952 de nuestra era, el elegido le da el beso de Judas a la nación puertorriqueña.  Ese año presenta, por unas cuantas monedas, su máximo proyecto en comunión con el endiosado de la Casa Blanca.  Un ardid para provocar la unión de las tres diferentes tendencias, la trinidad de los ideales políticos de la época.  Así, haciendo galas de su bendita influencia sobre la mayoría de la feligresía, anuncia el nuevo "Commonwealth of Puerto Rico".  Los fieles a la hegemonía gringa celebran al escuchar con fe renovada: "Habemus Constitution".  La treta no logra el arrepentimiento esperado de las sectas radicales de liberación.  Razón por la cual la inquisición presidencial continuó su ardua tarea de castigar a los apóstatas nacionalistas. 
  
Aunque el arzobispado muñocista se extendió por casi 16 años, hasta el año 12 D.C (Durante de la Crisis) su influencia se perpetuó en los corazones de sus adoradores hasta los tiempos modernos.  La dominación del papado continental era tan marcada, que sin importar las tendencias de los regentes locales de turno, el sometimiento a sus doctrinas y las pleitesías rendidas eran onerosas.  La idolatría hacia la divinidad capitalista no se limitaba a las ofrendas y diezmos reclamados por esta.  Bajo las sobras del Conde de Ponce, también se fomentaba la inmolación de los bienes públicos para agradar las extranjeras divinidades.  En adición, ya para el año 26 D.C., y bajo el manto sagrado del dios, mitad hombre y mitad equino, se ofrecían sacrificios humanos en el llamado cerro de los mártires.  Tiempos difíciles para los parroquianos que fueron sometidos a fuertes torturas y martirios.  Brindaban en ofrenda todos sus recursos y riquezas, a cambio de los bacanales y de las mal llamadas transferencias celestiales.

Pero aun así, ni siquiera el poder omnipresente del olimpo yanqui pudo evitar que se cumpliera la profecía.  Los años de espera por la redención del pueblo elegido al fin terminaban.  De las masas surgió un nuevo líder.  Un semidiós todopoderoso que los guiaría con fuerza y firmeza camino al paraíso.  Finalmente, apareció el esperado mesías.  El salvador que los conduciría a la unión permanente que tanto anhelaban.  Mientras ese momento tan esperado llegaba, los parroquianos se contentaban con todas las bendiciones que recibían.  Las actuaciones mesiánicas del elegido, llenaban a la gente miserable de esperanza.  Había abundancia, los siempre pobres no carecían de nada, al menos de lo básico para vivir.  Todos veían los frutos de su trabajo reproducirse por doquier.  Desapareció del ojo público el hambre, la sed, la escasez.  El país se llenaba de obras con cualidades épicas, erigidas por su eminencia reverentísima. 

La inmensa mayoría centraba su vida en el baile, botella y baraja.  Cegados por la abundancia material, no se percataron de la realidad ante sus ojos, el diablo se viste de ángel de luz.  Así las cosas, cuando el hechizo terminó, solo quedaba miseria, deuda, y sobre todo, grandes y costosas edificaciones.  Estos monumentos sirven como templos de alabanza y recordación a la figura mesiánica del rosellato y los demonios azulados.  Mientras estos seres malignos consumían todo a su paso, surgió una fuerza femenina opositora.  No tardó mucho cuando la furia roja se transformó en la primera diosa en recibir el culto popular. 

Todas las esperanzas estaban puestas sobre su fuerza positiva y en sus promesas de un futuro brillante para todos.  Si bien es cierto que en ocasiones parecía estar del lado de los marginados, la "Afrodita" contemporánea siempre estaba distraída.  Resultó ser una subyugada del alcance omnipotente del ungido de Washington.  Siempre más pendiente a sus cultos y rituales, en los cuales exigía se reverenciara su belleza y su mística apariencia.  Tal era su hedonismo, que al mezclarse con los plebeyos, si alguno osaba en tener algún contacto físico, aunque fuera con sus vestiduras, hacía uso de un purificador de almas.  Amen, de sus largas fiestas, bodas y divorcios con seres humanos comunes que luego de ser utilizados y consumidos, eran abandonados a su suerte.

Aprovechando la desesperanza y el deseo de cambios genuinos de la incauta población, llega desde el más allá un revolucionario.  Se hace llamar Jesucristo hombre.  Un dios nativo, nacido de gente común con descendía boricua.  Todos lo aclamaban y los medios noticiosos lo seguían.  Era el único que no estaba bajo la dominación del altísimo presidencial.  Luego de recibir las ofrendas, las dádivas, y los incontables fondos monetarios, el dios ponceño (uno de los tantos) desapareció sin dejar rastros.  De este no quedó libro sagrado, culto, ritual u obras.  Ni hablar de milagros ni de promesas de liberación.  Se cree que fue encerrado junto a otros falsos profetas y los demonios corruptos en el Tártaro. 

Después de tantas decepciones teológicas, el pueblo piensa que está maldito.  Que están poseídos por alguna especie de plaga o peste sobrenatural.  Comienzan a creer que es el castigo por tanto sacrilegio e infidelidad hacia la dominación del ídolo foráneo.  Todos comienzan a sentir que una extraña enfermedad los arropa.  Hacen marcas en las puertas de sus casas para evitar el contagio.  Piensan que es culpa del malévolo ser al que nombran con temor, "El Alacrán".  Venenoso, astuto, logra que los ciudadanos marchen en peregrinación solicitando de su parte castigos y torturas impositivas.  El temor se apodera de las multitudes que comienzan a padecer la hambruna, la pereza y la dependencia.  Incluso, cerró todos templos donde los marginados pecadores recibían las migajas misericordiosas.  Su connivencia con las fuerzas malignas del lado oscuro norteamericano, provocó la muerte del profeta del machete, representante de la teología de la liberación.

Inducidos por la incapacidad mental que los arropa y por la metástasis del síndrome de los colonizados, los fariseos acuden a un médico brujo.  Este curandero neoliberal, acepta la encomienda de expulsar los supuestos demonios de tales enfermedades.  No sin antes advertir a los deprimidos creyentes, que los remedios para su estado comatoso pudieran requerir de una especie de amarga pócima.  Durante el proceso de eutanasia, son miles los dejados atrás, y solo los elegidos recibían las bendiciones promovidas por el famoso curandero.  De las alturas recibía el maná en millones, con el que alimentaba a sus amigos y más allegados acólitos.  A raíz de ese esquema, la desesperanza, el agnosticismo y el ateísmo, comienzan a dominar los corazones del pueblo.  Se va perdiendo la fe en las instituciones, en los santos parlamentarios y en los pseudo dioses oportunistas. 

Es tan evidente la frustración e indiferencia en la cofradía puertorriqueña, que para el año 60 D.C. (Durante la Crisis), comienza el culto al dios de la ineptitud.  Una criatura acéfala que actúa por instinto más que por la razón.  Todo lo que mira, toca o señala, es destruido.  La crisis está en su máxima expresión.  El éxodo hacia otras tierras es masivo.  La bestia ha marcado a toda la población con los estigmas de la pobreza.  Todos discuten, cuestionan y especulan sobre el génesis de esta Sodoma moderna.  La isla estrella ha dejado de ser el edén, y se ha tornado en un verdadero infierno. Los demonios del gabinete infernal persiguen, hostigan y castigan a todo incauto ciudadano que pretende hacer el bien.  Mientras, todos aquellos que cometen y/o profesan los pecados capitales, ilegales y/o antisociales, son premiados por el engendro del fuego.  A su vez, la zafia divinidad responde a los designios de los todopoderosos de la calle amurallada.  Haciendo las veces de testaferro y recaudador de impuestos para ofrecer tesoros a sus majestades, quienes infunden el terror con su hambre insaciable de riquezas.

Todo este conflicto providencial ha condenado a la congregación boricua a la enajenación eterna.  A vivir adorando los dioses del alpha y omega, esperando ver cumplir sus promesas.  Viviendo perpetuamente de la fe y la esperanza en la llegada del verdadero salvador.  Divididos en tribus, sectas, religiones, clanes y partidos.  Sufriendo el castigo perpetuo de no tener el valor ni la capacidad mental y emocional, para elegir un buen pastor que los libere del yugo desigual y los guíe a la tierra prometida.



¡Levántate y anda!

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