por Caronte Campos Elíseos
En medio de tantos desastres tipificados como naturales, sin consideraciones serias sobre la influencia humana, tengo que admitir que me siento muy descompensado emocionalmente (casi tanto como siempre). Aunque admito que donde habito permanentemente estamos exentos de tales manifestaciones, nos solidarizamos con nuestros hermanos del sur. Ellos son las verdaderas víctimas de las tales fuerzas naturales. No podemos imaginar siquiera la forma en la que se ha trastocado la vida de todos los que a diario viven la queja tectónica de la tierra.
Se preguntarán por qué escribo en
plural. Es que al escribir estas líneas
me hago acompañar por las 4,645 almas que sufrieron el embate de otra de las
manifestaciones naturales. Me refiero a los
que perdieron la vida tras lo que hoy recordamos como Huracán María. Y aunque hoy convergemos en nuestra empatía
con todos los sureños, debo aceptar que protagonizamos un debate casi
eterno. El tema central de tal porfía es,
si en realidad estas almas fueron víctimas del fenómeno atmosférico o de la
ineptitud gubernamental. Con la fe y el fanatismo
que me caracteriza sostengo una posición:
la culpa de tales decesos es única y exclusivamente de la llamada
Providencia. Que, con su costumbre o
pasatiempos de azotar la raza humana con devastaciones naturales, hace alardes
de su omnipotencia. Ellos por su parte,
adjudican toda responsabilidad a la incapacidad del gobierno en turno.
Yo sustento mi argumento con base en
las catástrofes bíblicas. Es decir,
diluvios universales, graves sequías, plagas mortales, entre otros. Eventos que probablemente pudieran ser
catalogados como genocidios, holocaustos o exterminios. Demás está decir que en este debate me
encuentro en minoría. El consenso de la mayoría apunta a la teoría de la culpabilidad gubernamental. La hipótesis de las 4,645 almas que llegan a
este mundo a destiempo, es que su prematura muerte es responsabilidad de la
clase política. Mi pensamiento
aletargado no alcanza para tanto, por lo que solicito a los ponentes argumentos
sólidos y profundos. Solo así podría yo
justipreciar la validez de los testimonios de los que perecieron durante y
después de los eventos.
Uno por uno comenzaron a exponer su
admonición: “Las muertes de todos nosotros se deben a la desidia y desapego de
los políticos. El desinterés y la
insensibilidad por lo que le sucede al país fueron los protagonistas en esta
tragedia puertorriqueña. Por lo único
que se preocupan y su único interés, es medrar a costas del pueblo. Pendientes a recibir los fondos de la
emergencia para calcular las partidas que se van a robar y a desviar. Se concentraron, como siempre, en la forma y
manera de lucrarse de las ayudas. Se
olvidaron, como siempre, de las necesidades apremiantes de la gente en medio
del desastre. Escondieron los
suministros, dejaron expirar el agua embotellada, más de 18 meses sin servicio
de energía eléctrica, 6 meses sin agua potable, contratos millonarios para los
amigos y allegados, cierre de escuelas aptas uso regular y al sol de hoy,
decenas de hogares con toldo azul. Todo
eso con el agravante de esconder nuestros cadáveres en vagones para ocultar su
negligente proceder.”
Perdido en mis cavilaciones, buscaba
explicaciones para defender lo indefendible.
La argumentación expuesta aparenta estar fundamentada y demostrada con
los hechos. Sin darme mucho tiempo para
reflexionar, retoman su diatriba:
“Todo apunta a que los lideres
político de este país, no respetan ni a los vivos ni a los muertos. Mucho menos se preocupan por lo que les
suceda a sus constituyentes, ni a los hijos de estos, y mucho menos a sus
nietos. Ven en todas las generaciones,
el vehículo para perpetuar su acceso al poder y al dinero. Cada cuatro años nos saludan, nos sonríen y
nos estrechan las manos, solo para obtener el voto. Voto que reciben cual cheque en blanco para
apropiarse de todo lo que nos pertenece a nosotros por derecho. Seleccionamos con ese voto a nuestro propio
verdugo. Hoy, la historia vuelve a
repetirse con el terremoto y los temblores subsecuentes de enero. La misma historia con diferentes
protagonistas. Hoy sufren la indolencia
del gobierno los puertorriqueños del sur.
Una vez más, estos politiqueros hacen galas de su único interés, el
lucro personal. Volvieron a esconder los
suministros, a dejar que el agua expirara, a mantener los refugiados a la
intemperie, durmiendo en cajones y gramas; simplemente no hubo respuesta ante
la situación de emergencia nacional. Solo
nos resta esperar el resultado final de estos eventos sísmicos, para que
sepamos su costo real en vidas perdidas.”
La inmovilidad se apodera de mi tras
tan devastadora exposición. Siento como
si estuviera viviendo una experiencia extaracorporal. Desde ese espacio puedo apreciar como ambos
escenarios son tan parecidos. Lo peor de
todo es que puedo ver como el contubernio entre los mafiosos políticos, la prensa manipuladora y los fanáticos poco educados, nos someterán a más
tempestades institucionales. El
despertar del verano del 2019 se quedará letárgico tan pronto nos vendan sueños
de ultramar. Si estas experiencias
emocionalmente traumatizantes no logran despertar las conciencias ciudadanas
para ir a las urnas con responsabilidad y compromiso de cambio, seguiremos
pagando nuestros errores electorales con las vidas de los nuestros.