por Caronte Campos Elíseos
Disfrutando de la tranquilidad que me brinda el Valle de los Reyes, donde ahora pernocto cómodamente, me encontré con un buen vecino. Me invitó a una cena en un lugar atípico, sin importarle mi apego a la distimia. Al contrario, me comentó que le agradaba la compañía de alguien con quien podía identificarse grandemente. Durante el banquete disertaba sobre su lucha. Según él, su lucha es una eterna contra los elementos externos que pueden malear una raza. Vivía engolfado buscando la manera de purificar la suya. Mostraba simpatía por la segregación, la separación, la eliminación de especímenes contaminantes, entre otras estrategias de supremacía racial. Mientras saboreaba los manjares que servían en aquel mítico lugar, yo en silencio me escandalizaba por las expresiones vertidas por mi humilde anfitrión.
Disfrutando de la tranquilidad que me brinda el Valle de los Reyes, donde ahora pernocto cómodamente, me encontré con un buen vecino. Me invitó a una cena en un lugar atípico, sin importarle mi apego a la distimia. Al contrario, me comentó que le agradaba la compañía de alguien con quien podía identificarse grandemente. Durante el banquete disertaba sobre su lucha. Según él, su lucha es una eterna contra los elementos externos que pueden malear una raza. Vivía engolfado buscando la manera de purificar la suya. Mostraba simpatía por la segregación, la separación, la eliminación de especímenes contaminantes, entre otras estrategias de supremacía racial. Mientras saboreaba los manjares que servían en aquel mítico lugar, yo en silencio me escandalizaba por las expresiones vertidas por mi humilde anfitrión.
Continuaba
el comensal argumentado y enarbolando las ideas sobre como una nación puede
conseguir su pureza y llegar a ser la culminación de la perfecta obra de
Dios. A mí me sonaba más como un
pensamiento chovinista y anacrónico que a un simple pensamiento patriota. No niego que los argumentos y explicaciones
expuestas por mi acompañante sonaban harto interesantes y hasta con cierto
sentido común y lógica. La aspiración de
que un país sea completamente soberano y libre de toda influencia e
intervención extranjera, después de todo no suena tan descabellada. Al final, todos los pueblos merecen ser
dueños de su propio destino.
Pero
la conversación comenzó a ponerse un tanto incomoda y extraña, cuando el
camarada comenzó a alabar la gestión de la administración del presidente Trump.
Incluso lo llamó, hermano distímico. Hablaba con odio de la antigua política
americana y sus antecedentes y continuaba diciendo:
“Esa
joven nación, que surgió gracias a un grupúsculo de sediciosos y rebeldes,
siempre ha actuado con dos caras. Pretendiendo
siempre que son los redentores del mundo, como si fueran el pueblo elegido por
Dios. Estoy cansado de escuchar ese
cliché de los pueblos elegidos. Los
norteamericanos, similar a los judíos, se autoproclaman los salvadores del
mundo, los defensores de la democracia, los guardianes de los derechos. Conforme a estos preceptos, han criticado,
invadido, bombardeado, oprimido, aislado, bloqueado y asfixiado, países
enteros; incluyendo, pero sin limitarse, a sus respectivas poblaciones,
sociedades y desarticulado sus políticas y economías internas.”
Continuaba
con su diatriba:

En
este punto ya tenía miedo de preguntar, hasta tomé mis medicamentos
psicotrópicos:
“¿En
que se relaciona con todo eso la política del nuevo presidente gringo?”
¿Y
eso le parece a usted lo más sensato?
“Me
parece el comportamiento más natural y lógico de las razas superiores. Pero su obra maestra, sin lugar a dudas, es
su política de cero tolerancia en los asuntos fronterizos. El mecanismo más rápido y eficaz para
eliminar una especie, es impedir su reproducción. Sus acciones proactivas en separar los niños
y niñas de los padres al cruzar las fronteras, colocan la especie inmigrante en
el precipicio de la extinción. Todo esto
con impunidad ante la inacción e indiferencia de una sometida y mancomunada comunidad
internacional.”
Perturbado
mentalmente (como siempre) y luego de
escuchar un golpe a puño cerrado sobre la mesa y perversas carcajadas que
llegaban al cielo (o tal vez al infierno), noté que la ilusión
óptica había desaparecido. Solo me
quedaba el mal sabor de la comida recalentada, las botellas vacías de
Federweisser, un libro autografiado que lleva por título: Mein Kampf; y la horrenda
noción de que estamos viviendo bajo un régimen neonazi extemporáneo en nuestro
hemisferio.