por Caronte Campos Elíseos
Decidí cambiar de morada al no poder sobrellevar los recuerdos
defectibles de mi vida amorosa, luego de que otros reclamaran su derecho de “Prima Nocte”. Amén de los daños que sufrió la vieja
estructura por los azotes huracanados. Es
así como llegué a lo que es mi nuevo vecindario en, El Valle de los Reyes. Admito
que es un lugar muy tranquilo y acogedor.
Ya instalado en lo que será mi nuevo hogar, intento retomar en mi vida
la cotidianidad y normalidad que me caracteriza. Fue bastante fácil por lo poco del
mobiliario, y lo accesible que estaban mis viejos periódicos, los brebajes de
la tierra y los medicamentos para sortear la realidad. Durante todo este tiempo de solaz tuve la
oportunidad de reflexionar sobre los últimos eventos.
El huracán puso de manifiesto y a la vista de todos, la verdadera cara
de este país. Es probable que muchos ya
conocían esa triste realidad. Pero los
que vivimos sumidos en nuestros propios mundos (Netflix con sus series,
deportes de equipos importados, barras y chinchorreo, baile, botella y baraja, entre
otras amenidades), no sabíamos que nuestra patria estaba en tal
decadencia. Al cejar los vientos, las
aguas volver a sus cauces, y con los árboles y techos en el pavimento,
encontramos otro país. Quedamos absortos
ante la pobreza, el hambre, la miseria y el abandono del gobierno. El ciclón se llevó lo que nos quedaba de ese
espejismo de primer mundo que disfrutábamos.
Un mes sin agua, dos meses sin gasolina, tres meses incomunicado, cuatro
meses esperando un toldo, cinco meses de salchichas y mezcla de sándwich; seis
meses de desesperanza, siete meses sin luz, ocho meses de depresión y toda una
vida de locura. Esa es mi historia. Igual a la de otros cientos de miles
puertorriqueños.
No bien había pasado el huracán, el gobierno encendió su
maquinaria. Claro está, luego de que el
Superintendente de Seguridad nos advirtiera que durante la emergencia, podíamos
morir esperando por ellos.
Inmediatamente se acuarteló el gabinete de confianza del gobernador
Rosellito. En las primeras horas luego
de calmada la tempestad, comenzaron a reclamar las ayudas federales de
FEMA. La intención clara era repartirlas,
pero no a los damnificados, sino a los amigotes más cercanos al ejecutivo. Ya lo dice el viejo adagio: “El que lo hereda
no lo hurta”. El dinero para la
restauración del sistema eléctrico, para las comunicaciones; los fondos para
alimentos, enseres y viviendas; las ayudas para las carreteras, los hospitales
y las escuelas, y hasta los toldos azules, parecía que se las había llevado el
viento. Hasta la Junta de Supervisión
Colonial brillaba por su ausencia.
Ausencia es lo que predomina en mi nuevo vecindario, los vecinos
parecen estar ausentes en el Valle de los Reyes. Al igual que los policías que sufrieron la
epidemia del “blue flu”. En plena
emergencia, una gran parte de los policías decidieron protestar por la pérdida
de beneficios laborales. Esto sucedía no
sin dejar las carreteras sin control de tránsito durante el día y sin seguridad
en las noches. Pero que importa, al
final, todos tenemos derecho a protestar.
Además, en un país donde la tasa de desempleo ronda el 13%, esto sirvió
para que las personas sin hogar se emplearan en los semáforos sin luz, al menos
por un plato de comida, una botella de agua fría y/o unas monedas sueltas.
La calma tras la tormenta no duró mucho. Reapareció la famosa Junta de Supervisión. Y cuando todavía hay puertorriqueños
durmiendo bajo toldos azules y cielos estrellados, comiendo pan con jamonilla y
sin el servicio de electricidad, comienzan a azotar al pueblo con sus planes de
reducción, recortes y austeridad; y a inundarnos con sus controles fiscales y
presupuestarios. Mientras tanto, el
gobierno continúa con su rol de policía bueno, haciéndonos pensar que le hacen
frente y oposición a la comisión imperialista en favor de sus
constituyentes. Nada más lejos de la
realidad (excepto mi propia existencia). El ejecutivo y el legislativo siguen a sus anchas
repartiendo el poco flujo de caja que nos queda en contratos jugosos para sus
secuaces y damiselas con puestazos.
¿Qué obtenemos nosotros de todo este latrocinio? Reducción en las pensiones, cierre de 220
escuelas y privatización de unas docenas adicionales, una reforma laboral
luctuosa, aumento en la matrícula de la Universidad del Pueblo y el cierre de
varios de sus recintos, venta de la Autoridad de Energía Eléctrica después de
décadas de abandono de su infraestructura, impuestos hasta en las comprar por
internet, entre otras medidas draconianas.
No estoy seguro si es por mi trastorno ciclotímico o por este panorama
poco alentador que sufro de estados de ánimos variables. Confieso que comienzo a sentirme como el
Faraón de este lugar.
Este sentimiento fue reforzado cuando las legiones de maestros,
empleados públicos, estudiantes, pensionados, y todas las víctimas directas o
indirectas de la connivencia entre junta y gobierno, salieron a protestar en un
paro nacional. Por supuesto que allí
estaban para emboscarlos, los que no hacia tanto tiempo habían abandonado sus
deberes y responsabilidades en reclamo de sus propios derechos. Allí, le hicieron una encerrona, macanearon y
rociaron con gases, a todos los que salieron a defender los derechos de los que
no se atreven siquiera rezongar. Simultáneamente,
los “Iluminatis” de la junta
declaraban su incapacidad de vivir y mantener su monárquico estilo de vida con
la miseria con la que pretenden que los jubilados sobrevivan su vejez.
La clase política nacional solo se le ocurre llevar a votación si
queremos o no la famosa junta. Incluso
hasta el ala de izquierda es presa de esa burda triquiñuela. Parecen olvidar que en los fueros concedidos
por la metrópoli a esta vieja colonia, no incluye el poder decisional sobre
tales asuntos. El barómetro de la moral
puertorriqueña está en sus niveles más bajo.
Y entre el reconocimiento de la legislatura al Conejo Malvado, las
series televisivas sobre el maltrato de menores como supuesto paliativo para
nuestros males sociales, seguimos siendo nosotros mismos nuestro propio
verdugo. Las huestes de los partidos
principales cierran filas con sus dirigentes.
Apoyan a ciegas sus candidatos sin importar sus méritos ni su
historial. Llevando de esta manera
reincidentes en la corrupción gubernamental al poder. Luego, estos mismos nos condenan a todos sin
importar los colores de afiliación, a perecer en el paredón del desgobierno.
Volver a esta nefanda realidad me drena espiritualmente. Vuelvo a mi sarcófago son la voluntad
desecha. Esperando que algún día esta
horda de electores se libere de la momificación de la que todos hemos sido
víctimas por los silos de los siglos. Llegado
ese momento, nos pondrán en el camino correcto para abandonar así, este valle
de lágrimas.
¡Levántate y anda!