miércoles, 26 de noviembre de 2014

Crónica de una masacre anunciada

por  Caronte Campos Elíseos


Sin lugar a dudas, en Puerto Rico se viven momentos sumamente difíciles.  Así es en todos y cada uno de los ámbitos de la vida cotidiana de un puertorriqueño común.  No transcurre un solo día sin que la inmensa mayoría de los ciudadanos, sufran el embate de esta realidad.  Vicisitudes económicas, sociales, familiares, de salud, son algunas de las penas que diariamente enfrenta alguna víctima de la crisis actual.  Crisis provocada por el fracaso de los sistemas instaurados legalmente, y por la incompetencia de los llamados a velar el buen y normal funcionamiento de las instituciones.  Ineptitud en unos, ignorancia en otros, gansería y maldad en casi todos.  Todo plagado de corrupción con la venia de los electores, que cada cuatro años delegan fielmente todos sus poderes a estos oportunistas.  Aunque todas las corrupciones con todas sus ramificaciones y diversidades son lesivas, una de las más lastimosas es la del sistema de tribunales.

El mal llamado sistema de justicia está contaminado con la politiquería nuestra de cada día y por la influencia de otros muchos sectores con intereses particulares.  Basta con mirar los últimos resultados publicados sobre la reválida de abogados.  La mitad de los candidatos no aprobaron la misma, y la otra mitad está ansiosa de comenzar su carrera lucrativa, a costa de los problemas sociales que nos hunden.  No es para menos, si en los medios masivos de comunicación los únicos abogados que reciben el foro para mercadearse son los defensores de los asesinos y narcotraficantes.  Los fiscales del sistema no se quedan atrás.  Estos puestos son reservados para los familiares, amigos y los donantes políticos más cercanos.  Muchos de ellos son nombrados sin los méritos, conocimientos, experiencias ni ejecutorias que requieren tal posición.  En ocasiones, ni siquiera han pisado un tribunal excepto en carácter de acusados.  Algo similar sucede con los jueces.  Todos activistas y/o batatas políticas.  Nombrados, más que por méritos, como trofeo por su participación político partidista o por injerencia de algún poder de la economía subterránea.  Esto es tan evidente que se puede considerar el tribunal supremo de Puerto Rico, como una célula de los partidos mayoritarios. 

En este escenario y con tales protagonistas se desenvuelve la dramática realidad puertorriqueña.  En un país donde suceden entre diez y doce masacres por año, no se puede confiar en tal institución.  Masacres de las cuales, menos de la mitad se resuelven favorablemente en un cien por ciento.  Cada vez que ocurren este tipo de muertes violentas se escuchan las justificaciones y señalamientos.  La crisis económica, el detrimento social, la mediocre educación, la salud mental, son algunas de las razones que se escuchan.  Después de todo, la culpa siempre es huérfana.  Siempre termina el pueblo sentado en el banquillo de los acusados.  Nadie habla del esquema que arropa todo lo relacionado a la administración de tribunales.  Nos limitamos a creer todo el sensacionalismo mediático. 

Gran parte de los participantes en dichas masacres, han sido motivados por el sentimiento de impunidad que permea desde nuestros propios tribunales.  Muchos de estos gatilleros confesos han sido procesados sin éxito ante un tribunal.  Luego de estos procesos salen a ejecutar sus planes maquiavélicos, ahora con la confianza de que nuestro sistema los absuelve de toda culpa.  Se dejan en libertad verdaderos criminales que no tienen ni respetan ningún código ético a la hora de perpetrar sus actos.  Hasta la fiscalía ultramarina federal ha denunciado esta anomalía.  Muchos pistoleros han sido acusados por posesión de armas, narcotráfico, venta de drogas e incluso asesinatos, pero dejados en libertad por tecnicismos.  Estos tecnicismos han sido creados por estatutos legales para evadir todo el peso de la ley.  Subterfugios que han logrado que por dineros mal habidos los abogados prominentes puedan darle la vuelta a la verdadera intención legal y moral que el estado de derecho posee, si es que en realidad la posee.  No conforme con eso, los jueces están más que dispuestos a recibir algún estipendio monetario a cambio de la difícil tarea de modificar su criterio judicial.  Y si por casualidad algún desdichado sin fuertes conexiones en el bajo mundo o en el mundo político, fuera sentenciado a cumplir años en cárcel, no existe oportunidad de rehabilitación alguna.  Luego de pagar su culpa, sale de prisión con resentimientos y sin remordimientos, a delinquir de nuevo.

Todos esos elementos se conjugan en el conocido “debido proceso de ley” y se escudan detrás de la supuesta “presunción de inocencia”.  Estos conceptos que en teoría deberían ser la punta de lanza de la verdadera justicia, en la práctica se han convertido en todo un mecanismo para aducir grandes barbaries.  Este ciclo se repite cada vez con más firmeza, afianzando los sentimientos de impunidad entre los delincuentes y corruptos.  Este sistema es el que ha sembrado esa semilla de libertinaje, y ahora cosechamos sus resultados en las mentes criminales.  Grandes bandos dispuestos a infringir la ley bajo la premisa de que nunca serán juzgados justa y correctamente por el estado.  Esto sin importar cuan cruel, vicioso o ignominioso sea el delito cometido.

Nada de esto debería extrañarnos.  Nosotros hemos consentido estos esquemas.  Les llamamos corruptos, incompetentes, ineptos, oportunistas y toda suerte de epítetos.  Pero cabe preguntarse, ¿Quién es más ignorante, ellos, o los que los elegimos ciegamente cada cuatrienio?  Lo que vivimos hoy es una atmosfera de inseguridad por la masacre de la justicia a manos de las propias instituciones responsables del fiel cumplimiento de lo legal.  Era completamente previsible que llegaríamos a este punto de no regreso.  El germen está sembrado en lo más profundo de nuestras mentes y nuestros corazones.  Nadie tiene voluntad para ponerle un alto definitivo a estas condiciones de precaria estabilidad.  Todo está corroído desde sus simientes y nos hemos limitado a ser meros espectadores mientras a nuestra sociedad le llega la hora de bajar el telón.

¡Levántate y anda!


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