sábado, 26 de abril de 2014

Nuestro capital

por  Caronte Campos Elíseos


Durante esta semana de reflexión he tenido la oportunidad de pensar y recordar muchas cosas, muchas personas y algunos eventos.  Entre esos recuerdos llegó a mi mente un viejo amigo.  Gran actor, comediante, amo de los disfraces y excristiano, y sin mucho sentido del humor.  Recordaba yo la ultima platica que tuvimos en un plaza publica de un pueblo costero. Allí escuchaba su perorata sobre la situación actual y su interesante concepto sobre ser capitalista.  Hacía un recuento sobre la crisis económica del país, sus causas y, según él, las posibles soluciones. Decía el hombre, vestido con sus ropas desgastadas y tenis viejos (no más que las mías), que esta viviendo en la pobreza extrema, y que en múltiples ocasiones no ha tenido nada que comer.  Habló de las veces que le han cortado la luz y el agua, y para las cuales ha tenido que obtener un segundo empleo de jornada parcial. Luego de describir todas las vicisitudes que ha pasado viviendo del desempleo (aun con su maestría en comercio internacional), y su dependencia de los programas de bienestar social del gobierno (el pan, la tarjetita, los subsidios y el plan ocho), culmina con su frase inolvidable... "Me declaro capitalista".

No olvido nunca esa conversación.  Desde ese momento he vivido buscando la lógica y el razonamiento de ese pensamiento.  Para mi sorpresa, esa visión es recurrente en la vida de los puertorriqueños. Prácticamente el 97% de los boricuas tienen una percepción sobre el capital desde una perspectiva combinada de economía y política.  Se asocia, comúnmente, el estatus político con la situación económica del país. La relación actual de Puerto Rico con los Estados Unidos se percibe como una de provecho para todos.  No es para menos, considerando que esa es una de las economías más grandes del mundo (eso no significa la mejor) gracias a su sistema capitalista.  Con su mercado desregulado, su mundo de oportunidades, su libre competencia y su sueño americano, el capitalismo norteamericano se ha convertido en la aspiración de todos. Casi la totalidad de los puertorriqueños desean una relación estrecha con la nación norteña.  Ya sea la estadidad o la colonia asociada, todos miran con ambición el enlace gringo.  Para la inmensa mayoría ese lazo es sinónimo de capital, dinero fácil, crecimiento y desarrollo.  
Por tal motivo, no falta al andar por los campos y montes de esta tierra afiliada, ver las casuchas de madera y zinc ondeando la bandera de las barras y las estrellas.  Al igual que el amigo de la plaza, la totalidad de los estadistas y autonomistas se consideran capitalistas y consienten este sistema como algo beneficioso.  Incluso los que se encuentran en dificultades económicas, los que apenas les alcanza para comer y los que dependen consistentemente de ayudas gubernamentales, se autoproclaman como capitalistas empedernidos.  No debe extrañarnos dada la promoción y difusión que los medios de comunicación proveen, sistemáticamente, a esta idea.  El otro tres porciento (3%) de la población (no creo necesario mencionar su ideal) tiene el mismo pensamiento pero con tendencias separatistas.

Al final del día, la generalidad de los colonizados viven con pretensiones capitalistas.  Sin importar su situación económica, su condición financiera, su presupuesto, sus ingresos, si tienen o no posesión alguna, todos se proyectan de esa manera.  Los modelos impuestos por el propio sistema logran que cada uno evoque un estatus social más privilegiado.  En esa tesitura, hasta el que no tiene pan en la mesa o techo en las noches, se dice capitalista.  Si triste es el saber que personas de escasos recursos, viviendo en condiciones infrahumanas o dependientes del gobierno sin lograr ser autosuficientes (no está en discusión las razones para ello) viven esa fantasía, peor es el saber que la fuerza trabajadora también cree en ese espejismo mediático.  La etopeya de este grupo es más deprimente.  Sus vidas transcurren en rutinas establecidas e inculcadas por el sistema educativo que sobrevive sembrando ideas desde edades tempranas. Logrando la sensación de libertad, triunfo y realización personal, según la productividad que otorgan esas vidas rutinarias.  


Estar de pie desde las cinco de la mañana, desayunar poco, salir con prisa para estar dos horas en un trafico infernal para llegar a un empleo que paga salarios por debajo de toda escala y que apenas alcanza para llevar una vida promedio.  Entonces salir a las cinco de la tarde para estar dos horas más en trafico, llegar a la casa con tiempo solo para los quehaceres del hogar y tener un remanente para reposar frente al televisor, que se ocupa de mantenernos distraídos de nuestra realidad.  Y así, se nos va la vida con tres semanas al año de vacaciones, y 15 días por enfermedad.  Sin una cuenta de ahorros, sin planificar un retiro merecido, y sin calidad de vida digna. Sudando el pan de cada día mientras el verdadero producto de nuestro esfuerzo beneficia a terceros.  Viviendo el día a día minimizando los gastos por causa de los números rojos.  Poco nos importa siempre y cuando tengamos el mínimo poder adquisitivo permitido para obtener lo que el adoctrinamiento nos impone como norma.

Nunca realizamos que los verdaderos capitalistas son los que se lucran de este esquema de explotación humana.  De hecho, es ese sistema capitalista el que ha llevado la clase media al borde de la extinción.  El mismo que muchos han bautizado como la esclavitud moderna.  Los conocemos como financieros, inversionistas y hombres de negocios.  Títulos que esconden su verdadera naturaleza y propósito.  Acumulan y manejan la mayor parte de las riquezas del mundo.  Amasan fortunas incalculables obteniendo ganancias del trabajo, esfuerzo y productividad de la clase obrera mundial. En contraste con los peones del juego monetario, estos reyes no tienen necesidad de madrugar antes que el sol, tampoco de conducir y mucho menos en horas pico de trafico.  No tienen un horario de entrada y salida para su jornada laboral.  Sus vacaciones no son limitadas y sus atenciones medicas son de calidad.  Sus cuentas bancarias poseen números astronómicos y están en el extranjero.  No se preocupan por el retiro porque son dueños de su tiempo.  Sus horas de reposo, luego de ver sus dígitos en aumento y en color negro, lo pasan viajando por el mundo haciendo turismo global.  Sus intereses son las prioridades de los gobernantes de turno, porque poseen el poder financiero para toda campaña política conocida.

Mientras ese cuadro patético y absurdo rinde frutos para sus artífices, nosotros vivimos de falsas expectativas y realidades inventadas. Menospreciamos nuestro capital.  Nuestro verdadero y genuino capital.  El que está en la plaza quejándose de su situación pero piensa en progresar. El de la choza de madera con ganas de triunfar.  El que madruga todos los días con el sol para ser útil a la sociedad.  El que estudia para crecer y servir a su país y a su gente. Nuestro capital humano es incalculable, inagotable, y renovable.  El puertorriqueño tiene un capital intelectual con un potencial inimaginable.  Todos tenemos la capacidad para coadyuvar al desarrollo de un mejor futuro, superando los obstáculos actuales que nos imponen los verdadero capitalistas.  Esos que nos mantienen atados con las cadenas mentales del autodesprecio y la autodestrucción, sembrando ideas equivocadas sobre nosotros mismos.

Podemos utilizar nuestro capital para construir un verdadero país, una verdadera nación, una patria digna para todos. Una verdadera isla estrella que brille por luz propia. Podemos, si queremos, destronar los reyes y apoderarnos del tablero de juego.  Pero no será posible hasta que no rompamos todas las ataduras que nos mantienen inmóviles, estafermos ante nuestra realidad histórica.  Hasta que no nos liberemos de las cadenas imperiales que nos sumergen en la indiferencia, en la dejadez y en la pobre autoestima colectiva.  Hasta que no borremos toda reminiscencia colonial de nuestra memoria nacional, y desechemos toda división partidista, no podremos dar un paso al frente y ser verdaderos dueños de nuestro propio destino.

Cansado de escuchar tanta bazofia en la plaza publica, de voz de un capitalista patriótico e indigente que vive bajo el nivel de pobreza... abandoné, aturdido y con mi alodoxafobia, la plaza pública camino a mi casa a leer periódicos viejos con la soledad.      



¡Levántate y anda!

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