Estos meses de verano son muy festivos en Puerto Rico. En especial el mes de julio ya que hay muchas fechas y conmemoraciones importantes. Empezando por el 4 de julio que es la más emblemática, porque es la más burda muestra de lo que es un pueblo colonizado. Festejamos la lucha y consecución de la independencia del país que hasta el sol de hoy, nos mantiene privados de ejercer nuestro derecho a la libre determinación, y a emular su ejemplo de superación (Eso dicen los verdes). Recordemos que la primera república de América, en su momento fue una colonia similar a la nuestra. Mientras en el territorio continental se llevan a cabo eventos militares, políticos, sociales y de recordación, en el territorio colonial nos vamos de playa. No sabemos (ni nos interesa) qué se festeja, no sabemos qué se conmemora, ni siquiera sabemos la historia detrás del día feriado (tal parece que no figura en los libros del sistema educativo criollo). Lo único que nos interesa es que es un día libre sin trabajo y hay que aprovechar la oportunidad para broncearse (yo también aprovecho la coyuntura histórica para nadar, tomar un poco de sol y algo de ron).
Luego
llega el 25 de julio (obviando los
próceres nativos con sus natalicios y conmemoraciones, que son los menos que
nos importan) con su tripleta carnavalesca.
Como si se tratara de un artilugio del destino para burlarse de nosotros
(o para complacernos), este día marca
en nuestro calendario histórico tres eventos significativos. Debe ser alguna especie de intervención
providencial (maléfica tal vez), que llevemos décadas divididos en tres tribus
partidistas y, por suerte para sus máximos dirigentes, cada una de estas tiene un
episodio épico para rendir pleitesías de acuerdo a su convicción política. Cada uno de estos hechos provoca (en mi opinión) grandes cambios en
nuestra vida colectiva, y marcan (como
Hansel y Gretel) el camino que debe recorrer la memoria si queremos
entender nuestro presente. Voy a discutir
cada uno someramente, porque como lego que soy en la materia (y en casi todas…bueno, en todas), tengo
que admitir que la historia no es mi fuerte.
No porque no me agrade, sino porque apenas puedo retener lo que me ha
sucedido en días recientes.
El
primero de estos eventos que celebramos con un día de playa, sol y arena (cualquiera diría que no vivimos en una
isla, y que no vemos el mar como sucede en Mongolia), es la invasión de la
isla por parte de la marina norteamericana durante la Guerra Hispanoamericana (inicialmente, Guerra Hispano-cubana). Demás está decir la razón por la que cambió
el nombre del conflicto, lo que sí es un hecho es que ese 25 de julio de 1898,
las tropas norteamericanas desembarcaron en Puerto Rico. Para esta fecha y después de largas luchas (incluso armadas), la isla había
obtenido de España una Carta Autonómica.
La misma otorgaba a la colonia ciertos poderes que le permitían algunas
libertades, como por ejemplo tener su propia moneda y participación en algunas
decisiones insulares. Quiero aclarar que
la opinión local está dividida (como en
la mayoría de las cosas) en la interpretación de este suceso. Algunos creen que lo sucedido fue una
invasión militar que violentó el acuerdo antes mencionado, entre la isla y el
gobierno español. Otros están estáticamente
convencidos de que los americanos llegaron para rescatar a los ciudadanos del
yugo hispánico y traer libertades y democracia (eso dicen los azules), e incluso para curar a los criollos de la
epidemia de piojos que invadía sus cabezas (aparentemente
llegaron tarde porque las liendres afectaron y/o sustituyeron las neuronas de muchas
generaciones, al menos las mías propias).
Sea cual sea su punto de vista sobre este arribo ultramarino, debe estar
de acuerdo en que los acontecimientos posteriores al mismo, han servido como
agente catalizador de nuestra condición actual.
No en vano han transcurrido 115 años sin ningún plan de retirada, ni
para una completa y/o verdadera anexión.
El
segundo hito histórico, acontecido 54 años más tarde al desembarco gringo, es
la proclamación de la Constitución del Estado Libre Asociado de
Puerto Rico (tan largo el nombre
como la falacia que lo arropa). El
25 de julio de 1952, el entonces gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín,
toma una de las decisiones de más influencia y más relevancia para todo el
cosmos jurídico, político, social y económico de la, desde entonces, consentida
colonia. El “Commonwealth” o Mancomunidad de bienes, como es su nombre
entendido por los yanquis, es lo que viene a ser la base de todo el Estado de
Derecho como hoy lo conocemos. Este
acuerdo común entre las partes interesadas, en teoría es para conseguir mayor y
mejores beneficios, garantizar los bienes, asegurar la obtención de logros en
común y colaborar de manera recíproca y en igualdad de condiciones (eso dicen los rojos). Lo mejor de dos mundos dirían algunos
jibaros. Con su defensa común, moneda
común, sus dos banderas y dos himnos, han entretenido a muchos incautos. A todas luces, nuestro primer gobernador
electo de manera popular (vaya ironía,
como termina maleándose un término global de pluralidad), se las ingenió para
encontrar un punto de convergencia entre las tres tendencias ideológicas y
plasmarlo de manera tal que se mostrara complaciente con todos. Juzgue usted mismo si el convenio entre
gringos y criollos ha resultado de provecho para nuestros mejores intereses,
considerando los resultados actuales.
El
tercero y último acontecimiento que nos ocupa, es también el más penoso. Es secuela de la división sembrada por el
primero e institucionalizada por el segundo.
Este marca con sangre la profunda disociación entre los puetorriqueños
como pueblo. El 25 de julio de 1978,
ochenta años después de la invasión, y a 26 años de la aquiescencia cesionista,
dos jóvenes son asesinados en un entrampamiento perpetrado por las
autoridades. Este es uno de los
asesinatos por motivaciones políticas más notorios en nuestra historia
reciente. En una época marcada por la
represión y criminalización del pensamiento separatista, que buscaba la
independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, no era bien vista por las
autoridades la disidencia política. Sin
entrar en los detalles de los sucesos,
estos dos jóvenes fueron etiquetados como terroristas por su fuerte
oposición al régimen estatutario establecido con el mal llamado, Estado Libre
Asociado. La ponderación de estos filicidios
va a depender en gran medida, de los valores, creencias, sensibilidad, y del
nivel de ética y moral que cada uno posea individualmente (en mi caso muy particular, es nulo en todas las anteriores, junto con
los llamados valores cristianos). Lo
cierto es que, aunque hay muchos paisanos que concurren con el Estado y sus
gobernantes en ese momento lúgubre para nuestra historia, y con su
clasificación de terrorismos para la lucha por la emancipación patria, muchos
otros los recuerdan como mártires de esa misma causa. Amén del halo de emblemática y encomiable que
rodea su gesta en el Cerro Maravilla (eso
dicen los melones).
Ya hoy
en el 2013, este próximo 25 de julio cada facción o grupúsculo de
puertorriqueños escogerá a donde llevar sus creencias, sus ideales, sus
esperanzas (hartos de fanatismo excesivo). El otro noventa por ciento (90%) se quedará
en casa, se irá para la playa o el rio, tal vez para el cine, enajenados o
ignorantes (en mi caso todas las
anteriores) de lo acontecido en nuestra historia y los efectos en la forma
y manera que vivimos actualmente.
Mientras tanto, los mal llamados líderes políticos aprovechan las
emociones exacerbadas de sus huestes para fomentar y profundizar en estas
fechas, las divisiones que nos mantienen en una eterna pero solapada guerra
civil. Estos personeros de los intereses
propios o extranjeros, postergan los intereses y el bien común para llenar sus
cuentas, sus bolsillos y sus barrigas.
Por tal motivo es más conveniente y más productivo para esta elite,
entretenernos con espectáculos y epopeyas míticas, con el fin de hipnotizar
nuestro entendimiento y apartarnos de la cruel realidad. Realidad evidente en toda nuestra
cotidianidad. Los seguimos como ratas al
flautista, con los ojos vendados sin distinguir qué vivimos de las migajas que dejan
caer de su mesa. Mientras para ellos
todo es lujo, excentricidades y manjares, para nosotros es impuestos,
dificultades, vicisitudes y necesidades.
Con flautas somníferas nos
conducen por el lento camino a la demencia y a la miseria (literalmente hablando, al menos en mi persona).
Emprendido
el viaje hace poco más de un siglo por ese camino truculento, han enterrado,
capa sobre capa, nuestra memoria colectiva.
No hemos podido recuperarla porque han disipado la huella histórica que
dejaron en el camino los verdaderos patriotas que lucharon para que no nos
sucediera lo que tanto profetizaron. Han
institucionalizado la perfidia y la tergiversación del pasado, provocando el
desapego y la indiferencia nacional (por
eso tenemos tres interpretaciones sobre lo mismo). Han confundido nuestras mentes en una maraña
de mentiras que con el tiempo se han vuelto realidad en nuestro subconsciente. Nos han lavado el cerebro para borrar todo
rastro de nuestra identidad e idiosincrasia.
Nos han adoctrinado sistemáticamente para rechazar la verdad y asumir
quimeras imposibles. Nos han inducido a
adoptar modelos extranjeros fracasados. Nos
mantienen en un inmovilismo conveniente sólo para ellos, porque al final de la
jornada definitoria, dos de sus congregaciones están destinadas a desparecer. Nos han creados problemas y enfermedades
mentales que nos mantienen adictos a sustancias enloquecedoras (eso lo digo yo).
Al
final del día, no importa en cual facción nos encontremos afiliados, TODOS
sufrimos las mismas consecuencias por igual.
Hasta que no resurja en nosotros un verdadero compromiso con nuestras
próximas generaciones de entender e interpretar correctamente nuestro pasado y
rescatar nuestro presente, no podremos cimentar, capa sobre capa, un futuro
sólido y seguro. Sin una genuina
responsabilidad social, nunca experimentaremos la unidad y prosperidad que como
pueblo, nos han negado.