martes, 18 de noviembre de 2014

Libertad aparente

por  Caronte Campos Elíseos


En las últimas semanas he sentido a mi alrededor presencias sobrenaturales.  Dada mi condición de “situs inversus”, no puedo exponer mi corazón a ese tipo de experiencias.  Por tal motivo, decidí entrar en algún proceso natural y profesional de catarsis.  En teoría, la idea era abstraerme de la realidad (al menos de esa realidad en mi cabeza) y expulsar de mi mente esos personajes inexistentes que siempre me acompañan.  No es que me molesten, pero siempre que conversamos solos, andan creando fantasmas y realidades que no son verdaderas.  Me tomé la libertad de salir a la calle en busca de alguna señal que arrojara luz al final del túnel.  ¡Al fin!, pensé, al llegar al lugar que parecía ser el indicado.  Un local relativamente pequeño y oscuro, lleno de velas y figuras.  Con un olor peculiar, una imagen de una virgen vestida de rojo y blanco en la entrada, y un letrero que leía: “Awofaka e Ikofa, Manos de Orula”.

Espantado y con escalofríos, entré al lugar y allí estaba.  Una mujer toda vestida de blanco, pañuelo en la cabeza y collares rojos.  Tabaco en mano me llama por mi nombre.  Me dice que tome asiento y que me calme (seguramente por mi cara de terror)“Yo sé a lo que vienes tú, caballero”, me dijo esparciendo humo a mi alrededor.  Inmediatamente le contesté que solo quería contestación para dos preguntas.  Quiero saber porque siento que me siguen los muertos, y porque a veces percibo que vivo en una falsa libertad.  “Eso mismo, chico, exactamente eso.”, contestó la mujer entrando en una especie de trance frente a mis ojos.  Todo esto sucedía en la mesa donde estábamos sentados frente un plato de harina de maíz con quimbombó.

Con una voz fuerte, varonil y de ultratumba comenzó a gritarme.  Yo no podía ni siquiera respirar, mucho menos moverme.  Parecía estar pegado a la silla de madera por una especie de pegamento hediondo que mi cuerpo expulsaba involuntariamente.  Comenzó una fuerte diatriba en contra mía. 


- “¿Quieres saber porque la humanidad entera vive en una falsa y aparente libertad?”, preguntó con sarcasmo la voz del más allá. 

Su perorata se limitó a proferir improperios hacia la raza humana en general.

- “De tiempo inmemorial la humanidad ha creído la falacia del libre albedrío.  Siempre han tenido la creencia de poder hacer lo que mejor les parezca, cuando mejor les parezca.  Incluso piensan que eso que conocen como libertad les pertenece por derecho natural.  Nada más lejos de la realidad.  Siempre el hombre ha consentido esquemas que le privan la verdadera libertad.  Siempre encadenados y prisioneros a sistemas que promueven la ventajería de unos, y el sometimiento de otros.  No han aprendido que detrás de toda acción, hay una intención.  Peor aún, en ocasiones las aceptan como buenas sin importar sus consecuencias.   

Trastornado por lo que estaba escuchando, no podía reaccionar.  El humo, los inciensos, los ruidos, todo me mantenía en total inmovilidad.  Mientras la mujer de blanco temblaba en su mecedora con los ojos completamente blancos, la siniestra voz continuaba fustigando. 

- “No hay que ir demasiado atrás en el tiempo.  Solo basta con mirar la supuesta creación y otros eventos históricos.  En todos se distingue claramente la tendencia hacia la dominación y la esclavitud.  En la religión, en aquel entonces dijo dios: “Quédate ahí libre como el viento, pero no te comas la manzana”.  Y ahora todos les rinden pleitesías, cultos y respetan sus dogmas que coartan las libertades.  En derecho internacional, en el encuentro de los dos mundos sucedió exactamente lo mismo.  Un pueblo esclavizando y exterminando a otros en su afán de supremacía.  Al día de hoy muchos lo justifican por la famosa herencia de la madre patria y la diseminación del cristianismo.  En el ámbito de las guerras, la misma historia.  Liberar los esclavos en un momento de necesidad de soldados, solo para que estos pelearan una guerra de secesión.  No por convicción, si no por conveniencia.  En el aspecto social sí que es patético el panorama.  Unos sistemas de educación, económicos, laborales, diseñados para producir esclavos modernos.  Fábricas de dependientes de ayudas gubernamentales, vagos intelectuales, fanáticos y antagonistas, desempleados involuntarios, y todos sumidos en una constante lucha de clases.  Una lucha de todos contra todos.  Con salarios miserables que apenas dan para sobrevivir.  Mientras, los autores intelectuales de tales connivencias se lucran de esa polarización generalizada y acumulan riquezas de magnitudes insospechadas.  Ni hablar de la cultura mediática.  Todos víctimas de las falsas banderas.  Los medios de información, desinforman y confunden.  Diseminan mentiras y medias verdades.  Establecen los modelos a los que toda población debe aspirar, aún sin tener los recursos necesarios para vivir.  Atados a las pautas estipuladas socialmente para aparentar estabilidad.  Medios serviles de los intereses de los poderosos para esclavizar las masas frente las pantallas de sus televisores.

Ya al borde de una depresión inconsciente por tanta verborrea, intento salir huyendo.  Estoy paralizado.  Mi mente quiere sacarme de esa catacumba, pero mi cuerpo era rehén de aquel espíritu maligno al cual yo intentaba identificar.  La santera daba brincos en el piso mientras su cabeza giraba y el ente del más allá no paraba de flagelar la humanidad en su discurso.

- “Políticamente hablando la humanidad es un asco.  Han desarrollado sistemas políticos para delegar sus poderes.  Terminan delegando sus poderes en grupúsculos de personeros que abusan de sus facultades en detrimento de sus constituyentes.  Todas sus acciones van dirigidas a limitar las prerrogativas de todos.  Desalientan la voluntad colectiva sumiendo a todos en una prisión imaginaria.  Sometidos a las decisiones arbitrarias de los supuestos representantes.  Con las instituciones y agencias de seguridad metiéndose en sus comunicaciones, en sus casas y en sus camas.  Como expresidente de una nación sé muy bien lo que te digo.  En este aspecto ustedes los puertorriqueños son los más indoctos.  Han vivido más de cien años con la esperanza del sueño americano.  Mendigando las migajas que de un presidente por el que no votan.  Subyugados a las decisiones de un congreso por el cual no votan.  Sometidos por un gobierno local dependiente de un régimen ultramarino.  Con un estado de derecho inanimado frente a los estatutos extranjeros.  Ustedes son el vivo ejemplo de lo que es vivir en una libertad abstracta.  Hasta que no despierten de ese sueño no verán la luz al final del túnel.  Jamás conocerán nunca la verdadera y genuina libertad.  Y tú, tú te la pasas preguntándote porque día y noche te persiguen los muertos.  ¿No te das cuenta, lego imberbe, que tu perteneces a ese inframundo?   
   
Totalmente perturbado emocionalmente por toda esta situación, volteé la mesa bruscamente.  Las velas encendidas rodaron junto al cigarro de la bruja.  La mujer se prendió en fuego cual pira funeraria con todo y traje blanco.  Ahora se retorcía en el suelo.  No sé si por tener el muerto adentro o por las ardientes llamas.  Me persigné y salí huyendo conturbado por las expresiones de esa ánima en pena.  Nunca supe de quien era aquel malhumorado espíritu.  Al salir de la botánica encontré en la carretera un dólar americano.  En el mismo sobresalía el rostro de, Abraham Lincoln.


¡Levántate y anda!       


sábado, 1 de noviembre de 2014

La espía de plata


Desde hacía mucho tiempo había asesinado su ego. Abrazaba su niña interna dando un nuevo comienzo a su vida y su sangre plateada se purificaba con cada noche de meditación.  En los escasos momentos de soledad física, mientras trenzaba sus hebras caramelizadas, observaba en el espejo su intensidad, su valor amoral y dominio subterráneo. Practicaba la diversidad de acentos, sonreía como domadora del ilusionismo y mantenía su cuerpo tonificado, como isla hecha con fardos de juncos, para así no perder su poder de convencimiento.  Lograba arrancar los poros de sus víctimas con un clima tan fresco como el de las sombras de las montañas. No había secreto que pudiera evitar el soborno de sus abultados labios rosados y su figura de jardín de arrecifes.

Fue un lunes grisáceo cuando supo que ya no le quedaban muchas huellas a su marcha. El último trazo del comandante, durante el pasado domingo de copas y hundimientos, le había dejado un olor a lluvia ácida. De manera hábil, entre acciones y recesos, el comandante había logrado sonsacar la confianza con que ella hundía sus manos en medio de los pechos masculinos y cuando la agarró por las muñecas, la agitó hasta pegar su boca a la suya, inhaló su miedo y la rigidez del cuero que amarraba las mentiras que curtían la presencia.  Al caminar bajo el gris de aquel lunes solo recordaba cuando él sonrió, cuando frotó su largo bigote senil y encendió el segundo cigarro de la noche mientras daba sorbos al vaso con vodka destilada nueve veces obsequiada por ella. Recordó cuando la hizo montar nuevamente hasta arrebatarle toda el agua y sal del cuerpo; el comandante la devoraba de adentro hacia afuera introduciendo su lengua de parásito crustáceo por cada orificio y colindancia plateada.

Sabía que había perdido el juego y que toda la información confidencial que había extraído de viajes por tantas ciudades cónicas, la convertirían en un mar con brillo nocturno y en una humillación por parte de los vencidos. 


Ese lunes, cuando pretendía abordar un taxi montarse en un avión una vez más y escapar desde la esquina donde se paraba una mujer que sanaba con poemas a enfermos, como fantasma de tierra, apareció un joven uniformado sin estrellas.  Este le susurro su nombre al oído.  La haló por el brazo derecho y la desapareció en un instante, por un callejón, entre las nubes de gas que salían desde la acera.  Muda pero atenta, en vías de reconocimiento, vio el sudor pausado y perturbado del hombre.  Lo recordó: agente David, ejército naranja, hotel en las colinas de Chile, misión: localización del telescopio y planos del “Hovercraft Nuclear Mateo”… ¡Puta!  y  fue cuando ella sintió una corriente de viento gélido entremeterse por las costillas. Miró hacia abajo, observó su sangre plateada huir del puñal del joven uniformado. Cayó al suelo luego de que su espalda no lograra adherirse a las paredes de ladrillo mordido. Casi no podía respirar y su corazón luchaba por asomarse. Observó como el joven aseguraba que ella perdiera hasta la última pretensión de memoria histórica. De súbito, como una fiebre viral, escuchó tres zumbidos mortales y vio unas siluetas oscuras que se alejaban…El joven uniformado volvió a tenderse sobre ella y ambos fueron confidencias.  



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Luis Francisco Cintrón Morales - Nació en San Juan, Puerto Rico en el 1976.  En diciembre del 2013, publicó su primer poemario de micropoesía "Microgramas de sol" bajo el sello editorial de la Casa de los Poetas. Además ha publicado poemas y cuentos en las revistas electrónicas Corpus Litterarum (Puerto Rico), Monolito (Mexico) y Factum (Mexico). Participó en el 6to Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico. Es parte de la Antología de Casa de los Poetas 2014 con el tema de “Fronteras” (Puerto Rico) y de la Antología de Diversidad Literaria 2014 “Versos en el aire” (España). Escribe columnas deportivas para el periódico electrónico El Post Antillano.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Apaga el televisor

por  Caronte Campos Elíseos




Después de cerrar un trato bastante lucrativo en el Viejo San Juan, me detuve en un colmado cercano.  Aprovechando la bonanza para abastecer mis reservas ante la advertencia de huracán.  Ya les he contado que no puedo apertrecharme sin mi cisne gris, el murciélago negro, el castillo y la presidente.  También les he mencionado que la antena de mi televisor solo recibe señal de un solo canal.  Pues, para hacer el cuento largo, corto, el susodicho canal anunció un cambio operacional.  En el mismo informó la decisión sobre la eliminación de todos los noticieros locales que transmitía, despidió 109 personas (entre reporteros, técnicos, y talentos) y confirmó que se convertía de manera inmediata en una repetidora.  Hasta ahí, creo que no hay nada malo en la noticia.

Siempre los despidos de trabajadores, por las razones o motivaciones que sean, son tristes y penosos.  En especial para las personas que trabajan con ánimo y sacrificio, y no esperan que les suceda un evento tan devastador.  Por esa misma razón es que yo, desde hace mucho tiempo, no trabajo.  No estoy preparado emocionalmente para una decepción de esa magnitud.  Padres, madres, jefes y jefas de familia de repente sin la seguridad de un salario fijo para sobrevivir en un país en crisis.  Menores, estudiantes, ancianos y enfermos, víctimas de la realidad laboral de sus proveedores y encargados.  Ese fatídico día para los 109 ex-empleados estará en la memoria con lágrimas, gritos, desmayos, incredulidad e histeria.  Hasta aquí, nada raro en este panorama.  Eso es pan de cada día, como dice la biblia cristiana. 

Mientras tanto, la opinión pública se matiza por las diferentes reacciones.  Todo un país indignado.  Las redes sociales se inundan de expresiones de solidaridad.  Los medios comienzan a tejer historias y entrevistas.  Los despedidos llorando, sufriendo, y lamentándose.  Todo el mundo indignado.  Los programas de escándalos haciendo su agosto.  Páginas y sitios de internet llamando al boicot contra el cruel patrono.  Televidentes con el corazón roto frente a los televisores, computadoras y teléfonos móviles.  Esa es la idiosincrasia boricua, solidarizarse con el que otro, que no ha sido uno mismo, ha jodido.  Todo un pueblo indignado.  Hasta este punto, nada fuera de lo común. 

Todo tiene su origen cuando, propiciado por el gobierno, los servicios ofrecidos al pueblo comenzaron a pasar de manos públicas a privadas.  Este pase de batón con el patrimonio nacional se ha presentado en diferentes modalidades.  Venta, alquiler, privatización, alianzas público-privadas, son algunas de estas.  Empresas locales, foráneas, y hasta fantasmas toman protagonismos en la prestación de servicios.  El gobierno subcontrata compañías para hacer lo que el Estado nunca ha logrado hacer, ofrecer buen servicio.  Estos contratos lucrativos para estas firmas, redundan en ganancias para los accionistas en detrimento de los servicios y las condiciones de trabajo de sus empleados.  Así las cosas, con este panorama en el mercado local, empezaron a llegar empresas de capital extranjero, incluyendo las de telecomunicaciones.  Nada ajeno para nosotros este panorama.  Estos esquemas son parte inherente de nuestro sistema.

Para el año 1998 el gobierno vendió la telefónica.  En contra de la voluntad popular y a fuerza de macanas y molleros, cedió los activos.  Hoy no tenemos ni telefónica ni rastros del dinero de dicha venta y unos obreros en luchas eternas en defensa de sus derechos.  Para ese mismo año se vendieron los Centros de Diagnóstico y Tratamiento (CDT).  Hoy los servicios de salud están en manos privadas y la salud pública en eutanasia.  Poco antes, para 1995 se habían vendido las Navieras de Puerto Rico, en una transacción que dejó una deuda que hasta el sol de hoy figura en los libros y arrastramos como mesías a la cruz.  En el 2002 llegó Ondeo, con el propósito de administrar la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados.   A los dos años se ahogaron en una pobre gestión, dejando la corporación en una sequía administrativa, estructural y fiscal.  Las autopistas, el aeropuerto, el tren urbano, son claros ejemplos de que el gobierno es incapaz de lograr una sana administración.  Hasta el Departamento de Educación depende, en gran medida, de la privatización de muchos de los servicios que debe brindar a los estudiantes.  Todo esto con el agravante que suponen los miles de empleados cesanteados por un estatuto legal.  Todo consentido como normal y bueno por los generosos puertorriqueños.  Nada extraño, hasta aquí. 
  
Entonces, ¿Dónde carajos está el punto de partida de esta tragedia?  ¿Dónde comienza la relación y paralelismo con lo sucedido en Univisión Puerto Rico?  Después de varias botellas vacías, las cosas se van viendo con más claridad.  La empresa privada parece haber extrapolado ese modelo gubernamental para aplicarlo en sus operaciones diarias.  Bancos en quiebra, cierre de restaurantes, de librerías y heladerías, amén de las reducciones de beneficios a los trabajadores.  Sin mencionar el abuso de ofrecer empleos a diestra y siniestra, pero a tiempo parcial y sin beneficios mínimos.  Todo parece indicar que el comercio puertorriqueño está emulando al gobierno.  Después de la quiebra de Tele-Once, el canal fue a parar en el año 2002, al portfolio de Univisión.  Como era de esperarse, dio inicio lo que podría denominarse, “crónica de un despido masivo a los cuatro vientos”.

El canal comenzó a importar sus programas originarios.  Esos que producen en sus propios estudios, con sus talentos contratados con el acento “uni-versal”, y que simplemente el costo de retrasmitirlo a los boricuas ávidos de cosas nuevas, es prácticamente cero.  Muchos de esos programas, con diseños para la cultura mexicana.  Pensados para la idiosincrasia mexicana y para los mexicanos residentes en los Estados Unidos.  De esta manera, los hogares criollos comenzaron a sentir una tercera invasión mediática.  Los menores comenzaron a ver el Chavo del Ocho (nuevamente), las mujeres a ver infinidad de novelas con las mismas tramas, y los hombres a llorar con la Rosa de Guadalupe, sin siquiera ser católicos (ese es uno de mis programas favoritos).  Luego llegaron los “reality shows”.  Nombres pegajosos como: “Mira quien baila”, “Mira quien canta”, Mira quien baila y canta”, “Mira quien chinga la madre”.  Todos y todas pegados a sus televisores esperando la hora de emitir un voto por las redes sociales.  Toda la semana enviando mensajes de a dólar cada uno, con el fin de salvar de la muerte súbita a sus favoritos.
 
Todo un esquema bien pensando para aclimatar las mentes incautas de los nativos hacia los programas enlatados e importados.  Una vez logrado el objetivo de tener un pueblo dormido frente a las pantallas planas mirando programas repetidos, llega el puntillazo final.  El despido de reporteros y reporteras que han trabajado informando al país por los pasados 25 años.  Entonces comienzan las preguntas hipócritas  e incrédulas.  Nadie se da por aludido.  Fuimos nosotros los que contribuimos a que estos afanosos de los medios fueran expulsados de sus puestos.  Apoyando, auspiciando, consintiendo ese modelo mediático.  Contrario a su lema inicial, ya nadie está en casa.  Solo queda una repetidora de programación que en nada se relaciona con su audiencia cautiva.

Después de que el alcohol en mi sangre rompiera los niveles de Bavaria, llegué a una conclusión.  Estamos acostumbrados, como país, a que nos cojan de pinsuacas.  Desde los años noventa, quizás un poco antes, vivimos bajo el mismo libreto.  Como primer actor, el gobierno.  Llevando a la quiebra los patrimonios y corporaciones públicas para luego hacernos creer que están mejores y serán más funcionales en manos privadas.  Lo hicieron con las ya mencionadas arriba, y tienen en agenda oculta a la Autoridad de Energía Eléctrica, la Universidad de Puerto Rico y sus recintos, los puertos, educación, Centro Médico, y dios sabe que otras cosas.  Estamos tan domesticados que no sabemos reconocer cuando estamos siendo víctimas de los artilugios propagandísticos.  Una vez más, el puertorriqueño muestra su incapacidad de anticipar lo inesperado.  Y para colmo de males, la empresa privada quiere convertirse en una extensión del gobierno.  Copiando y aplicando a sus operaciones todos los principios gubernamentales para un desastre perfecto.  Ya, hasta la buena atención al cliente ha pasado a segundo plano en éstas mega corporaciones.  Su principal y único objetivo es mejorar su salud financiera, en detrimento de la salud financiera y mental de los trabajadores nacionales.  Mientras, la crisis económica recae pesada en los hombros de la clase obrera, so pretexto de salvar los industriales y sus intereses.   

Si no nos gusta ni complace esta realidad (yo, al final no veo el dilema), solo tenemos una alternativa.  “Apagar el televisor”.  Mientras sigamos apegados a la misma programación mental, al mismo canal hipnótico de dominación mediática, viviremos eternamente repitiendo la misma historia y transmitiéndola a las futuras generaciones.



¡Levántate y anda!

jueves, 9 de octubre de 2014

Viviendo de un sueño

por  Caronte Campos Elíseos



Saliendo con gran decepción de una casa de empeño en el Viejo San Juan, decidí dar un paseo por la histórica ciudad.  Mi pesar fue causado por la afrenta del dueño de dicha casa de intercambios.  Me ofrecía por el anillo que traía y que me obsequiara días antes, un religioso muy querido, apenas dos dólares.  Decía que era un simple rosario para dedos.  Después de tanto regateo, acepté la oferta.  Caminando por la ciudad amurallada, mi capital no era suficiente ni siquiera para una botella de agua.  Ni hablar de los churros, piraguas y otras “delicatesen”.  Ya estoy acostumbrado a esto.  No me sorprende, al final del día, así funciona el sistema.  Algo mareado por la deshidratación y el azote inclemente del sol capitalino, me siento en un banquito cerca de la puerta de San Juan.  Al pasar un rato y ya recobrando el sentido, veo a mi lado un anciano dando de comer y beber a los gatos realengos.  Tampoco me sorprende que los gatos y las palomas tengan de sobra quien les tire comida, y que yo haya sufrido un bajón de azúcar en el pasadía sanjuanero y no tenga ni para la guagua pública.  Al final del día, así funciona el sistema.

Cuando al fin me siento del todo recuperado, le comento al anciano samaritano lo que me sucedió momentos antes en la joyería.  Su contestación fue parca: “Sorry, no tengo efectivo, hijo.”  Trato de controlar mis impulsos.  Eso siempre dicen las personas insensibles para no dar limosnas.  Recuerdo lo que me dijo el bendito cura: “Ama a tu prójimo.  Ama a tu prójimo.”  Intento identificar su acento.  No lo reconozco.  Le hago toda la historia sobre mi encuentro con el sacerdote buena gente.  Me dice con voz indolente que eso no es exclusivo de mi persona, sino que es un problema generalizado de todos y todas.  Dice que esa condición tiene nombre y apellido, y se llama, viviendo de un sueño.  Con temor a una larga letanía, le pregunto a qué se refiere con ese epíteto.  “Tú estás tonto o es que te haces”, me contesta el malhumorado anciano.

“Look, my son… cuando yo llegué a esta tierra, pasaba exactamente lo mismo.  Los puertorriqueños de esa época también vivían de sueños irrealizables.  No por que fueran imposibles, pero en ese entonces y al igual que ahora, no había voluntad para realizarlos”.  No sé de qué me habla este desconocido señor, yo solo pienso en el galón de agua que vierte en el piso para los gatos.

“La mayoría de los hombres y mujeres que querían verdaderos cambios, fueron contenidos por el sistema imperante.  Los colonos los obligaron a vivir fuera del país, o en el mejor de los casos en el clandestinaje interno, utilizando seudónimos para poder expresar sus ideales.  No le hicieron frente al régimen español y lo consintieron por cuatro largos siglos.  Desde entonces, las divergencias criollas los mantuvieron en desventajas frente a los abusos.  Solo algunos próceres, de los que dejó España sin castigo, lograron algunos derechos en una carta de autonomía.  Ustedes los puertorriqueños siempre han sufrido una gran atonía para enfrentar sus realidades.  Soñando con el momento de su reivindicación nacional, pero cargando un yugo extranjero.” 

Ya lo escucho a lo lejos.  Siento que la cabeza me da vueltas y se me viran los ojos.  Debe ser otro bajón de azúcar, pensé.  Supe su nombre después que le dio un último sorbo a su lata de Coca-Cola que leia, Nelson.

“You know… lo mismo pasó cuando llegaron los americanos.  Las diferencias sobre como recibir los gringos eran profundas.  Unos querían aprovechar el viaje y obtener la independencia de España.  Otros no favorecían un cambio de régimen y apoyaban la permanencia española en la isla.  Los demás veían con buenos ojos que la democracia yanqui arribara con toda su gloria.  Los más ilusos o soñadores, pensaban que podría ser un eslabón para una relación cercana con Norteamérica.  Nada más lejos de la realidad.  Perro flaco soñando con longaniza.  Mejor dicho, puertorriqueños viviendo de un sueño.  Todos sucumbieron ante el ofrecimiento de libertad y prosperidad.  Los que sabían la verdad, murieron poco antes o poco después de este evento.  Los nuevos invasores comenzaron y culminaron su conquista con el pie derecho.  Régimen militar, régimen colonial, y hasta el sol de hoy, régimen territorial.” 

Mientras tanto, yo siento el sudor bajar por mi cara y por mi espalda.  Tiemblan mis manos y piernas.  Solo pienso en las exquisitas donas que el militante narrador ofrece a los afortunados gatos.

“Todo salió como estaba previsto.  Vencieron a los españoles, obtuvieron los territorios y esclavizaron la gente.  Claro está, todo bajo el manto sagrado de una libertad aparente.  Todo aquel que daba visos de revolución, la inteligencia anglosajona lo aplastaba con ayuda de la bota militar.  Y después de largos e intensos años, he aquí los resultados… Una sociedad en involución.  Sumisa, dividida, colonizada, engañada, enfrentada, adaptada, (y todo lo que termine en ada, pensaba yo mientras reía como un loco, literalmente).

“Actually, en esta tierra ya no nacen más héroes nacionales o próceres dispuestos a luchar contra el sistema.  Y si alguno osara de impávido, no hace falta ya la intervención extranjera para reprimirle.  El propio pueblo dentro de su cautiverio mental, se encarga de refrenar sus buenas intenciones.   Yo lo supe desde mi llegada a estas tierras.  Lo supe desde mi primera interacción con los boricuas de mi época.  El resultado es lo que tienen ahora.  Solo hay que leer las primeras planas y titulares de la prensa local:


  1. Una crisis creada por ramilletes de gobernantes, legisladores y asesores irresponsables.  Personeros de los intereses propios y de sus secuaces.  Ineptos, ignorantes, siempre velando la oportunidad para agenciarse dineros y propiedades públicas.  Legislando a la medida de sus necesidades y las de sus allegados, sin considerar los efectos en el resto de la población y mucho menos sus verdaderas miserias. 
  2. Gobernadores desviando fondos favoreciendo sus amigos y cuentas bancarias personales.  Utilizando sus puestos honorables para gestionar y negociar empleos altamente remunerados una vez consumado el saqueo a las arcas públicas.  Haciendo galas de sus influencias para manipular los procesos legales contra esta mafia dorada.
  3. Un sistema electoral que solo admite participación general cada cuatro años.  Amañado para perpetuar el estatus actual y para repeler nuevas visiones e ideas noveles. Colocando en el mando a los testaferros de los que realmente tienen el poder detrás del trono y que solamente piensan en su prosperidad económica por encima del bien común.  Un sistema que favorece la instauración de monarquías municipales, soslayando la voluntad popular.
  4. Una constitución y un estado de derecho subordinado a la injerencia del congreso ultramarino.  Estatutos legales incapaces de hacer valer la verdadera justicia social y moralmente correcta.  Leyes convertidas en letra muerta en su exposición de motivos versus su implementación práctica.
  5. Medios de comunicación masiva haciendo las veces de abogados del diablo.  Instaurando mecanismos de lavado de cerebro y adoctrinamiento general. 
  6. Un pueblo aferrado a la idea de que este sistema es lo mejor de dos mundos.  Viviendo de un sueño americano que en los pasados 116 años ha brillado por su ausencia.  Un sueño que los ha sumido en un letargo social.  Un país con una voluntad lánguida en espera de la consumación de las promesas hechas desde el verano del 1898, de un futuro mejor.

Le digo al longevo orador que me siento muy mal.  Que estoy al borde de un desmayo. A estas alturas de la disertación nada lacónica, los felinos habían terminado el suculento manjar que tanta falta me hacía.  “You see, you see!!  Es por eso mismo que ustedes están en esta situación.  Solo piensan en ustedes mismos, viven ensimismados.  Egoístas e individualistas.  Estoy tratando de que encuentres la luz al final del túnel, y tú dices solo disparates.  Así se les va la vida a ustedes, pensando en lo personal por encima de lo colectivo.  Hasta que no cambien esa mentalidad vanidosa y arrogante, vivirán perpetuamente sin percatarse de que están abstraídos en una  burda pesadilla.  Hasta que no despierten de ese sueño, estarán condenando a las próximas generaciones a vivir dormidos y sonámbulos.”

Ya casi ni escucho lo que grita el veterano amigo.  Hasta lo veo doble cuando algo molesto y antes de marcharse fulminantemente, agarra cinco dólares de su billetera y me dice iracundo y en aparente cámara lenta: “Take this, come y bebe algo, y vete a tu casa con tu actitud engreída. Pude notar claramente que dejó sobre el banco una medalla militar con su nombre completo, LTG. Nelson A. Miles.  Vamos a ver que dice ahora el Sr. Efectivo de esta “memorabilia”.


¡Levántate y anda!    

martes, 30 de septiembre de 2014

Fe divina

por  Caronte Campos Elíseos



Primeramente, quiero pedir disculpas a todos los lectores a nombre mío. En la pasada publicación perdí la cordura que me caracteriza (la poca que aún conservo). Tanto, que muchos se acercaron a mí diciendo que en ese escrito, no era yo el que escribía. Prometo hacer todo lo posible por evitar esos lapsus mentales, que cotidianamente sufro. Admito que me sentía como poseído por algún espíritu realengo. Al comentarle todo esto a un gran amigo escritor, de nombre René, me recomendó sin ambages, buscar ayuda. Como es de conocimiento público, hace algún tiempo despedí a mi psicólogo. Más bien, el me dio de alta, y de paso, le dio pa' bajo a mi novia. Pero eso es historia vieja. No sabía a qué tipo de ayuda se estaba refiriendo mi viejo amigo. Lo último que mencionó fue algo parecido a un método, alguna especie de ayuda espiritual. No sé mucho de espiritismo ni nada por el estilo. Supuse que estaba sugiriendo a algún profesional que me expulsara el espíritu que me tiene poseso hace mucho tiempo. Así que, dejando a un lado mi ateísmo arraigado, salí una mañana directo a la iglesia más cercana. Quería una iglesia católica. Esto porque son las que más seguidores tienen y las que más rápido despachan los feligreses, luego de varios cánticos y un par de recolectas. Llegué a la que está frente a la plaza pública. Con algo de temor, entré sigiloso. Parecía no haber nadie allí presente. Solo veía las estatuas, las velas, las flores y los instrumentos musicales. Aunque nadie los tacaba, me parecía escuchar los cantos grecorromanos de las damas de cintas rojas. 

Sentí el ambiente algo fúnebre para ser la casa de lo que llaman un dios vivo. Me desplacé casi hasta el fondo, cuando sentí una mano sobre mi hombro. Después del grito desesperado, volteé a ver qué cosa me estaba tocando. Con tantas noticias sobre los clérigos, esos toques por la espalda pueden ser muy peligrosos. En efecto, un hombre vestido de monje estaba allí. Me cuestionó sobre mi visita al lugar. Le comenté que me recomendaron buscar ayuda profesional. Me dijo: "entra ahí y arrodíllate". Amenacé con golpearlo y salir huyendo (pensando en las víctimas de abusos, maltratos y violaciones). Me pidió que me tranquilizara, que tuviera fe y que cooperara. Era solo un confesionario y él iba a estar del otro lado de la pared. Me contuve y decidí darle una oportunidad. Hice lo que me pidió aunque no entendía. ¿Para que estar del otro lado de la pared si ya vi su rostro? Al momento me dijo cuatro cosas y me volvió a pedir que tuviera fe. Lo interrumpí abruptamente. Lo primero que le confesé fue que, precisamente eso es lo que no tengo, fe. Que no soy creyente, cristiano, dogmático y mucho menos religioso. Ahora era el cura el que aparentaba estar espantado.


Comencé mi diatriba cuestionando los discursos hipócritas de la iglesia. Promover una fe religiosa donde su principal precepto es la antropofagia. Al menos eso predican al hacer galas de que consumen el cuerpo del dios que es mitad ser humano. De ese doble discurso es que nace mi aversión a las religiones, mi ateísmo visceral y el odio tan arraigado hacia la humanidad. No logro entender cómo se puede instruir a amar al prójimo cuando se come frente a un altar carne humana, y se presenta como la salvación. El ser humano es una maraña de contradicciones. No puedo tener confianza en un ser tan despreciable. El monje perturbado me regaña. Su principal argumento es que somos hechos a imagen y semejanza del dios creador (el mismo que se meriendan en cada misa). También adujo a que somos hijos de la divinidad, que somos seres diversos y que no somos perfectos en nuestro proceder. Además me recordó que yo formo parte de la misma humanidad a la que aborrezco y a la que hay que amar como a uno mismo. Lo increpo repentinamente. Entonces resulta que el altísimo que se jacta de perfecto y de que nos creó a imagen y semejanza, nos hizo diferentes a todos y carentes de perfección. Otra cosa que no me hace ningún sentido. 



Lo primero que me pidió el ataviado clérigo fue tener fe y amar al prójimo. Pero como tener fe en el único animal (eso somos todos y todas) que tiene el don único de razonar, pero actúa en detrimento de su propia especie y del resto de la creación. Actúa como las sinnúmeros de especies existentes, por instinto. Y cuando usa el razonamiento y el sentido común, lo hace para beneficio individual exclusivamente. El sacerdote parece haber quedado sin respuestas o argumentos. Yo, continúo despotricando contra la raza humana. Esta creatura solo utiliza el don de pensamiento, palabra, obra y omisión para desarrollar toda clase de artilugio para beneficio y lucro personal a costa de los demás. Es la única especie que vive dañando su entorno, contaminado su ambiente y destruyendo su hábitat. Es el único que con su voluntad y libre albedrío ha afectado el balance natural de las cosas. El confesor parece ni inmutarse. 


Insisto en la capacidad destructiva del hombre. Ese que en sus adentros continúa siendo bárbaro, cavernícola, y retrogrado. Y en el caso de los católicos, caníbales. Propenso por naturaleza a la auto-destrucción. Basta con mirar sus ejecutorias sobre la tierra. En la actualidad es el único que libra guerras por extensiones territoriales, motivaciones religiosas, económicas, políticas y/o expansionistas (o todas las anteriores). El único que desarrolla y disemina virus, epidemias y enfermedades mortales. El agente catalítico del calentamiento global y las alteraciones climatológicas. El único ser capaz de generar batallas bacteriológicas, químicas, nucleares a grandes distancias o a quemarropa. La realidad es que nosotros, y solamente nosotros somos los artífices de nuestra realidad actual. Pero para colmo de males, tenemos la capacidad de enajenarnos (en especial yo) de esa realidad tan patente en el diario vivir. Seguimos nuestras vidas como si nada estuviera pasando. Como si no fuéramos nosotros mismos, víctimas y victimarios. Mientras tanto, sigue la producción de toda suerte de mecanismos, procesos, productos, objetos e inventos que deterioran la calidad de vida de todos y la estabilidad del planeta entero. No conformes con eso, viajamos al espacio con el mismo espíritu colonizador de siempre, a contaminar el resto de la galaxia. Olvidamos que ha sido nuestra raza la que ha promovido los grandes genocidios, holocaustos, cruzadas, cacerías de brujas, masacres, matanzas y demás derramamientos de sangre. Muchos de ellos por la simple tendencia y debilidad humana por poder, la dominación, la avaricia, el reconocimiento y a meros caprichos. Le cuestiono al párroco cómo es posible tener fe y amar a en un ser tan despreciable. Percibo que el hombre ha quedado patidifuso con mi extensa disertación. Eso no me detiene ni me impide seguir fustigando al prójimo.

Estos hijos del gran poder divino nunca están conformes. En su incesante búsqueda por el "bienestar", el resultado siempre es fatal. Puesto en la tierra para dominarla, se ha encargado de consumirla hasta el punto de destrucción. No queda agua suficiente para todos, y la que existe está contaminada. El aire ya no es puro. Especies extintas y otras en proceso por nuestra negligencia. El desbalance perfecto para nuestra propia desaparición. Sin embargo, y simultáneamente, nuestros corazones se tornan grises. Solo producen indiferencia, apatía, parquedad, distanciamiento. Como si ese tsunami de barbarie nunca fuera a tocar nuestras puertas. Brotan los sentimientos individualistas, personalistas y egoístas. Cada uno en su mundo, en su trinchera, a la defensiva contra los propios hermanos. ¿Cómo mantener la fe en este tétrico panorama? Para mí no es posible por mi propio escepticismo. Soy un fiel creyente de que todo ese comportamiento es endógeno e inherente del propio ser humano. Pareciera que al único que le queda una chispa de fe, es al propio ser supremo de las alturas y que ustedes (con infinidad de motes) tanto veneran. Esa fe divina que emana del cielo, y que insiste en repoblar y sobrepoblar el orbe con seres humanos imperfectos, aun sabiendo (según los dogmas religiosos) todo el resultado con antelación. El silencio del eclesiástico ya es perturbador, considerando el tiempo que lleva mi ponencia cargada de odio y resentimiento.

Ignoro el hecho de que ha caído la noche y las velas de todo el templo se han apagado. También ignoro el suave repicar en el campanario. En ese ambiente frio y tenue, comencé a reconocer que es inspirador que el responsable de que el hombre camine sobre la faz de la tierra como un "ser pensante y racional" tenga todavía un rayo de esperanza. Aun cuando sus propios "hijos" lo niegan (más de tres veces), cuando aparentan ser seguidores, creyentes o discípulos, y aun cuando aparentan seguir todos sus mandamientos (aunque sea por una hora los domingos), continúa restituyendo (setenta veces siete) la especie. Es como si a pesar de tener conocimiento previo de las decisiones y acciones que estos nuevos enviados van a tomar en su vida sobre la tierra, el supremo sigue creyendo en su creación. Una fe divina por parte del todopoderoso, de que en algún día, en algún momento, la humanidad reivindicara su propósito de vida. Eso para lo que en realidad fue creado y para lo que está llamado. Y descubrirá entonces su verdadera naturaleza. Siento al instante un gran alivio en mi corazón. Agradezco al sacerdote la atención prestada y toda la ayuda. 

Definitivamente no soy el mismo ser humano que cuando entre a esa iglesia oscura y vacía. Al no recibir respuesta del interlocutor, me dispuse a cruzar la pared de madera que nos separa. Al fijarme veo al anciano cura, dormido y babeando. La tertulia no fue tan buena para él, como lo fue para mí. Quiero saber su nombre para poder agradecerle su ayuda posteriormente. Diviso un anillo de oro con un grabado. Al retirarlo de su dedo con cuidado, coloco un dólar en su mano en solidaridad con la costumbre católica. Ya en la calle, pude leer el grado que leía: T. Merton

¡Levántate y anda!