por Caronte Campos Elíseos
En
aras de relajarme y despejar la mente, me propuse salir a caminar. Quería eliminar los recuerdos de la última
pesadilla y sanar el estrés post-traumático.
En el recorrido por el pueblo (pueblo
casi fantasma) llegué hasta la plaza pública frente a la impresionante
iglesia. Para mi sorpresa estaba repleta
de caminantes y jugadores de dominó. Con
cautela me acerqué a una de las mesas donde jugaban cuatro ancianos. Uno de ellos aparentaba tener 135 años, como
si hubiera nacido en el 1880. De hecho,
era el más hablador de todos. Su
discurso apologista era bastante estridente.
Hablaba de los tiempos cuando se dedicaba a trabajar por el país. Su dialéctica giraba en torno a la educación
gratuita. Mientras observaba el juego,
quedé absorto con su discurso.
Decía
el anciano: “En mis tiempos todo era
distinto. Para empezar el sistema era
llamado, instrucción. Lógicamente,
porque la educación la reciben los párvulos en sus hogares con sus familias. En las escuelas es donde está supuesto que
reciban el pan de la enseñanza. En
adición, esa enseñanza era en inglés.
Bastante que abogué en aquellos días por mantener el inglés como idioma
principal en las escuelas. Yo sabía que
siempre seríamos parte de los Estados Unidos, y por ende, necesitaríamos
conocer y dominar su idioma para nuestro
desarrollo. Pero nunca me escucharon y
el magisterio me fustigaba por mis posturas.”
Los demás jugadores solo miraban las fichas sobre la mesa. No aparentaban prestar mucha atención al fuero
del decano. Yo solo me preguntaba quién
era aquel hombre tan ilustre.
Continuó,
mientras los demás ni se inmutaban: “Si
me hubieran hecho caso, si hubieran seguido mi ejemplo, el sistema educativo no
estuviera tan retrasado. Décadas
después, el tiempo me da la razón. Hoy
día tenemos una población de ciudadanos americanos que no dominan su idioma
principal, el inglés. El mismo que es el
idioma internacional de la educación, la cultura y los negocios. El escenario tétrico del Puerto Rico de hoy
se lo debemos a la ausencia de una sociedad bilingüe y a un sistema de
instrucción mediocre. La inmensa mayoría
de los problemas sociales que nos conducen a la miseria, son a causa de la
paupérrima formación que recibe el pueblo, en especial los niños. Al final del día, mientras menos conozcan y
más ignorantes sean los ciudadanos, mejor para el gobierno. Los gobernantes se aprovechan de sus
constituyentes manteniéndolos incautos y ajenos al conocimiento. Es por eso que los currículos utilizados para
medir el aprovechamiento académico de los estudiantes, carecen de muchas
materias, estrategias y contenidos que fomenten el desarrollo intelectual del
estudiantado. Mucho menos fomentan el
aprendizaje autodidacta, el pensamiento crítico y racional, la diversidad de
conocimientos y habilidades, el desarrollo de los diferentes tipos de talentos
ni la responsabilidad social individual.
Lo que tenemos es un sistema mecanizado y estandarizado; que no considera la variedad de inteligencias
existentes. Desarrolla mentes robóticas
y adoctrinadas, dirigidas y encaminadas a adentrarse en la enajenación general. Dispuestas a sumergirse en rutinas inútiles
pero que crean sentimientos de satisfacción y conformidad”.
Ya
siento el dolor en mis rodillas del tiempo estando de pie. Solo pienso que este hombre debe ser uno de
los puertorriqueños más ilustrados de la historia. Los demás siguen inanimados ante las fichas
blancas. Vuelven a contar y anotar las
cifras de los puntos negros sumados. El
jugador erudito observa sus nuevas fichas, pero continúa: “Todo esto es resultado de la politización del sistema. Los partidos peleándose por obtener el
control de la partida mayor del presupuesto del país. Luchando por mantener sus influencias sobre
el sistema de adoctrinamiento de población por excelencia. La agencia perfecta para atornillar a todo su
sequito de ineptos e incompetentes disfrazados de doctores y profesores. Incubando desde adentro políticas públicas
con matices de política partidista, en lugar de estrategias para el desarrollo
intelectual. Pero el círculo vicioso del
propio sistema funciona, a esos efectos, a la perfección. Estamos tan ensimismados con nuestras rutinas
y nuestras vidas personales, con triunfos y fracasos, que no nos percatamos que
somos los principales responsables del deterioro educativo, instruccional e
intelectual del país. Somos nosotros
todos, los que escogemos a los que dirigen nuestras instituciones. Lo que hacemos es aprender a obedecer el
sistema. Somos el fruto de un
Departamento de Educación sin Instrucción.
Nunca aprehendemos. ¿Nunca
aprehenderemos? ¡Capicú!”
Ese
fue el último grito que escuché antes de percatarme que había un espacio vacío
en la mesa. Los demás ancianos sentados,
me miraban como si llevaran horas esperando por mí para comenzar la
partida. El bolígrafo estaba cerrado y
el papel en blanco. No me quedó más
remedio que sentarme a la mesa y olvidar todo lo que pensé que había escuchado. Al tomar las fichas no pude evitar percatarme
del nombre grabado en ellas, J. B. Huyke.
¡Levántate
y anda!
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