En
Puerto Rico la política ha progresado.
Mejor dicho, no la política, sino la manera de politiquear en Puerto
Rico ha evolucionado. Recuerdo hace
muchos años, ¡eh, bueno, NO tantos!, hace solamente unos años, haber visto a
muchos políticos caminar por las calles del pueblo, saludando a todos los
vecinos y parroquianos. Casa por casa,
sin importarles si eran de madera y zinc, o si tenían que modelar por una
alfombra roja, de lodo por supuesto, para estrechar la mano de hasta el último
incauto, ¡perdón, ciudadano! En este
peregrinar, acompañados de sus huestes, saludaban a todos y escuchaban las necesidades
y reclamos de algunos o al menos eso aparentaban, y luego prometían, prometían y… prometían.
Demás esta decir que todo quedaba en eso, promesas, promesas y… promesas
incumplidas.
Un
tiempo después, los vi llegar a caballo.
Con toda la indumentaria al estilo vaquero. Con botas, sombreros, y disparando desde la
baqueta sus promesas de salva, paseándose por todo el condado. Saludaban a todos a su paso, ofrecían villas
y castillas, y simulaban percibir los reclamos de los pobladores. Los equinos los seguían, confiando una vez
más, en que ese era el candidato que por fin resolvería sus vicisitudes. Pero como siempre ocurre en este viejo oeste
político, después de la bonanza electoral, solo quedan las esperanzas
convertidas en estiércol.
Pasados
los años, la contienda electoral se trasladó al mar, y según iban y venían las
olas, llegaban los candidatos, en kayak y motoras acuáticas, a rescatar la isla
del tsunami de molestias que amenaza con arrasarla. Los maremotos de promesas y ofrecimientos
arropaban a todos los que navegaban por esas latitudes, asegurando así, la
mejor temporada de pesca, para esos pescadores de votos y mercaderes de “verdades”
y mentiras solapadas. Mientras tanto, la
fe de todos los marineros que abordaron y zarparon junto a esa regata de
piratas y corsarios, con visión de un mejor mañana, naufraga y queda sumergida
en la misma miseria de antes y de siempre.
Pero
en la era moderna, los hemos visto en aviones, dando sus viajes
ostentosos. Los hemos visto descender en
paracaídas, así como ha descendido nuestra voluntad. Los hemos escuchado hablar de ferrocarriles y
de métodos integrados de transportación para pasearnos por la ruta panorámica,
en un viaje lejos de la realidad, y así, irse por la tangente sin acatar la
voluntad de los pasajeros. Pero el último
de los redentores vino en guagua. En
esta SUV de gran capacidad, se montó villega y to’el que llega, excepto los que
se quedaron en la era del mal, perdón, del mar.
El chofer prometió curar el país del cáncer que lo carcome, y del
gobierno compartido por mediocres.
Reclamó la confianza para acelerar hacia un cambio sustancial y distante
de la situación actual. Pero, ¿Dónde
estaba la ruta a seguir? ¿Dónde estaba el mapa que se supone nos guiara en este
camino pedregoso, y que estaba supuesto a evitar que nuevamente quedáramos
extraviados después de la gran carrera? Para variar, como legos que somos en
materias de política, fuimos engañados nuevamente.
Todo
fue un burdo truco publicitario, una metodología de engaño, diseñada para
conseguir lo que más ellos desean, acceso al poder y al dinero. Obtener una posición con licencia para
lucrarse de nuestra constante incursión en la inocencia, en la creencia de que
alguno de ellos realmente se preocupa por nosotros. Y así, cuando esa guagua que transportaba
nuestras esperanzas y deseos de un mejor porvenir arrancó en ese viaje de
cuatro años de duración, llevando consigo a una elite, a un grupúsculo de
personas que no cedieron sus asientos a nadie, quedamos atrás como siempre ha
sucedido. No dejaron espacio para el pueblo
que los eligió como choferes, dejándolo a su suerte y tratándolo como paciente
de alguna enfermedad infecciosa, contagiosa y mortal. Siguieron su camino de lucro personal, prometiendo
encontrar la cura para ese mal que mantiene en estado comatoso al que ellos
llamaron, paciente en etapa terminal. En
el proceso, recetaron al enfermo medidas de las cuales decían, eran la medicina
amarga que nos sanaría completamente. Según los conductores, ahora convertidos
en médicos y doctores, esta medicina amarga nos aliviaría lenta y paulatinamente
hasta llevarnos, del cuidado intensivo a una completa curación y estado de bienestar,
que al sol de hoy no lo hemos percibido.
La situación del paciente continúa siendo crítica, su condición ha
empeorado y el panorama de recuperación no es alentador, en lo que a todas
luces lo ha dejado, según los diagnósticos recientes, como víctima de la
eutanasia aplicada por los pasados años.
Ciertamente, los especialistas escogidos fallaron en sus procedimientos
y técnicas, las mismas que implementaron sin anestesia, por lo que resultaron muy
dolorosas para algunos que, permanecían despiertos y conscientes del
“malpractice” del cual eran víctimas. La respuesta de estos especialistas en hemorragias
de riquezas a costas de otros, ha sido un escueto pero sincero: “Such is life”.
¡Levántate
y anda!