por Caronte Campos Elíseos
Tengo que confesar que inmediatamente
escuché la noticia sobre la degradación de Puerto Rico (cosa que yo pensaba que
ya había pasado hace mucho tiempo) por parte de una casa acreditadora
ultramarina, corrí a toda prisa al supermercado más cercano. Cosa rara que al llegar, encontré un
estacionamiento muy cerca de la puerta.
Entré con prontitud para alcanzar a comprar mis comestibles favoritos,
antes de que se agoten por la avalancha de gente. Es que en esta isla del Caribe, todos los
anuncios sobre desastres, crisis, fenómenos atmosféricos (y peleas de boxeo),
redundan en comercios abarrotados.
Luego de asegurar en mi carrito mis
productos de primera necesidad (entre ellos varias botellas de vino, velas, el
cisne gris, un par de potes de "Chef Boyardi", algunos cigarrillos, y
una que otra revista de farándula) llegué a la fila. Para mi sorpresa, todas estaban vacías. Mientras la cajera pasaba mis provisiones,
trataba de entender por qué después de semejante anuncio sobre la hecatombe
criolla, el supermercado estaba virtualmente vacío. Mucho más me extrañó la pregunta de la joven
que me atendía. Con su suave voz y pícara sonrisa, me preguntó si yo tenía
esta noche alguna celebración desenfrenada.
Un poco exaltado por lo impertinente de su cuestionamiento, le contestó
que no tengo nada que celebrar. Le
pregunto yo a ella si está al tanto de lo que ocurre en este país. Si sabe del anuncio sobre la degradación de
Puerto Rico a categoría chatarra. Riendo
a carcajadas me dice: "No, no sé nada.
Pero sí sé que hoy tengo que estar aquí, y mañana voy a tener que seguir
trabajando. Eso es trabajo del
gobierno."
Salí de allí habiendo gastado mi último
capital en los víveres. Mientras
caminaba hacia la casa, observaba la tranquilidad de la gente. Increíblemente, todo transcurría con aparente
normalidad. No lograba entender tal
grado de paz y quietud en el ambiente, luego de que el gobernador apareciera en
televisión nacional con la impactante noticia.
Todo en las redes sociales giraba en torno al concepto
"chatarra". Todo el mundo
tenía algo que decir asociado al "hashtag" #chatarra. En la radio esa era la broma del día. En la calle todos se saludaban con un:
"Hey, Chatarra". Hasta me
pareció escuchar cual eslogan de mercadotecnia, la frase: "Todos somos
chatarras". Estaba algo incrédulo
por la indiferencia de la mayoría hacia este tema (aunque yo siento exactamente
lo mismo).
Me detuve en un cafetín para comprar
algo que había olvidado para mi acuartelamiento. Ninguna comida pseudo italiana está completa,
sin las galletas de soda. Allí todo era
distinto. Cada parroquiano, cerveza en
mano, se mostraba pesimista ante el futuro panorama del país. Unos a otros se decían lo difícil que se iban
las cosas de ahora en adelante. Todos se
lamentaban por la dura realidad colectiva.
Los que jugaban dominó opinaban con tono alto (pero mirando sus fichas),
sobre las implicaciones de la baja en los bonos. No faltó quien dijera que no tenemos
esperanzas. Todos coincidían en que
alguno que otro gobernante tenía algo de responsabilidad. En lo que no había consenso era sobre cuál de
los partidos cargaba (y dije cargaba) la mayor parte de la culpa. Me acercó disimulando a uno de los informales
analistas para preguntar cuáles serían los efectos sobre nosotros. El hombre solo me respondió con las
siguientes siglas: NPI. Si la apatía de
algunos me sorprendió, el desconocimiento de estos últimos me alteró
sobremanera (pero creo yo que pertenezco a este último grupo de ignorantes, en
el buen sentido de la palabra).
Un poco aturdido por el exceso de
información, retomé mi camino. No sin antes percatarme que mi billetera estaba vacía. Había gastado todo en la parada anterior. Tuve que pagar las galletas con lo unico que tenía a la mano, el reloj que heredé de mi ya fallecido padre. Al llegar
a mi destino, enciendo inmediatamente la radio.
Todas las estaciones y todos los "analistas politiqueros"
hablaban de lo mismo. Los honorables
senadores y legisladores invitados, se servían con la cuchara grande. Para ellos, todo esto es solo un simple
problema de administración. Para los incúmbentes,
la pasada administración es la culpable.
Para los políticos refugiados en puestos de asesores, la responsabilidad
es de los presentes dirigentes.
Dirigentes que no tienen ni idea en lo absoluto de cómo manejar tal
situación. El ánimo solo les alcanza
para decir que van a "tomar medidas efectivas", "que van a sacar
al país de la encrucijada financiera" y que es momento de tomar las cosas
con la seriedad que ameritan. Los
rostros desencajados y las voces entrecortadas son indicios de la ausencia de
un plan formal y estructurado a esos efectos.
La enajenación de la realidad es más que evidente (definitivamente
pertenezco a este último grupo).
Después de agotar en solo varias
horas todos mis suministros (incluyendo las reservas), entré en estado
meditativo. El propósito principal de
tal elevación del pensamiento (en parte provocada por los efectos del Cisne y
la comida chatarra) era entender los diferentes escenarios que encontré en el
camino. Tratando de entrelazar y asociar
las actitudes de los diferentes grupos, llegué a una conclusión. Son causa, efecto y consecuencia que
comparten el mismo origen.
La mediocridad, la ineptitud, la
mezquindad, la ambición y la codicia de los que dicen ser nuestra mejor
alternativa para liderar el país, son en gran medida, la raíz de nuestra
precaria situación. Prometen velar el
bien común, proteger nuestros intereses, paliar nuestras necesidades más
apremiantes y satisfacer nuestros genuinos deseos de superación colectiva. Se valen de artimañas, engaños y falsas promesas
para escalar los peldaños eleccionarios y obtener la confianza del pueblo. Pero una vez entronizados en sus asientos
acojinados con inmunidad legislativa, solo piensan en su bienestar, en sus
intereses, en sus necesidades, y en sus deseos de poder y riquezas. Escondidos tras el escudo de impunidad que
les brindan los caducados estatutos constitucionales, utilizan todos los medios
disponibles para despistar, entretener, embrutecer, idiotizar, hipnotizar y
confundir la opinión pública. Su
principal arma es la desinformación masiva, donde la verdad está ausente y la
mentira es realidad ante nuestros ojos.
De esta manera logran que todos tengamos diferentes visiones, versiones
y opiniones sobre el mismo tema, llevándonos a un eterno antagonismo partidista. Aparecen ahora los ex-gobernadores en la
prensa del país, lavándose las manos como Pilatos. Queriendo solapar la verdad y lanzando
cortinas de humo para evadir cada uno su responsabilidad. Cuando en realidad, es un secreto a voces,
sabido por todos, que ellos son los principales responsables de que ahora
llevemos a cuesta la cruz (y que estemos clavados a ella por los siglos de los
siglos) que a ellos corresponde.
De esa raíz tan profundamente
sembrada, surge el árbol de la ignorancia.
De ahí que todo el mundo piense que son dueños de la verdad. De ahí que todos sigamos como ovejas al
matadero al candidato de turno. De ahí
que todos seamos fieles a alguna de las tribus políticas perpetuadas en el
obsoleto sistema eleccionario. De lo
único que nos hacen dueños es de la desinformación, de la confusión, del enredo
mental, del déficit intelectual, de la pereza cerebral. Inhabilitan nuestra capacidad de análisis y
discernimiento (para todo lo cual puedo yo servir como barómetro). Por eso no es de extrañar que todo el que hoy
está preocupado por los bonos chatarras, desconozca los efectos reales en
nuestras vidas y nuestras ya degradadas finanzas personales.
Tristemente, el fruto de ese árbol
robusto es la indiferencia generalizada.
El desapego cultural que afecta en lo más profundo nuestra
sociedad. La mayoría prefiere estar
ajeno al acontecer cotidiano de esta "isla estrella". La enajenación de los sucesos diarios de
envergadura, se torna preferible a la constante exposición a las noticias desalentadoras. Para ellos es mejor no saber nada sobre
nada. La apatía individualista se ha
vuelto un modo de supervivencia. Nos
refugiamos en el desinterés, en la indolencia, en el desdén. Todo se vuelve un juego porque "es mejor
cogerlo todo a broma y nada en serio".
Nos enclaustramos como ermitaños funcionales y nos desprendemos de la
solidaridad, de la hermandad, y de la sensibilidad hacia los demás (de lo cual
yo soy el mejor representante).
Lo peor de todo no es el fruto, no
es el árbol, ni siquiera es la raíz aferrada a nuestra tierra. Lo peor de este panorama tétrico y sin
esperanza, es que somos nosotros mismos los que sembramos su semilla. Semilla que regamos cada cuatro años cuando
salimos a elegir a los mismos imbéciles oportunistas, solo por el emblema
trivial que representan. La fertilizamos
con nuestra tendencia a creer más en lo que dicen los políticos que en lo que
nuestros ojos son capaces de ver. La cultivamos
con nuestra incapacidad de dar pasos de elefantes, lentos pero aplastantes; con
nuestra negativa de aunar voluntades para hacer la diferencia; con nuestro
miedo y aversión a los cambios, en especial si son radicales; con nuestro
conformismo y consentimiento del sistema de gobierno y modelo económico, que
son los únicos que pueden ser clasificados como chatarras.
Cuando podamos ver nuestro potencial
como nación, como pueblo y como ciudadanos, entonces sabremos de lo que somos
capaces de lograr si nos unimos en nuestra propia causa. Solamente cuando entendamos que necesitamos
hacer cosas diferentes, si queremos resultados diferentes. Un nuevo Estado de Derecho, una nueva
Constitución, un nuevo gobierno verdaderamente representativo, nuevas
relaciones federales, nuevos poderes, nuevo modelo económico ajustado a nuestra
realidad caribeña, nuevas relaciones internacionales; en fin, solamente
podremos demostrar al mundo y a nosotros mismos de lo que estamos hechos los
boricuas, cuando descartemos toda la chatarra que nos rodea.
¡Levántate y anda!