por Caronte Campos Elíseos
Dejando a un lado mi
acostumbrada apatía hacia la atávica vida que nos caracteriza como pueblo,
quiero discurrir los siguientes tres minutos (cualquier semejanza con mi
vida sexual, es pura coincidencia), repasando el fatídico y ya pasado año
2020. Demás está decir que fueron largas
y crueles las horas que hube de pasar… solo; conmigo mismo y mi habitual
desidia. Un año de forzoso cautiverio no
es igual a 33 años de aislamiento voluntario.
No fueron pocas la ocasiones en que el hastío y la desesperación
transgredieron el toque de queda para instaurarse en mis pensamientos. Quizás no he sido yo el único con tales
trances. Quizás más de uno los ha
padecido.
El 2020 se fue y se llevó un año de nuestras vidas, literalmente. Pienso que, en lugar de servir como trampolín hacia el futuro, en la vida colectiva fungió como retroacción. Llegó con la embestida de la venganza de los dioses y la madre naturaleza; retomó con los terremotos el desmoronamiento emocional a causa de las muertes luego de los huracanes. Cada replica jamaqueaba la fibra solidaria de un pueblo que se movilizó a llenar el vacío dejado por un gobierno inoperante. Por otro lado, y mientras el pueblo estaba en la calle socorriendo a los caídos, aparecían almacenes repletos de suministros. Los mismos que hicieron falta durante la recuperación del ciclón, y que tanta falta hacían durante la emergencia telúrica.
Como era de esperarse, la gobernadora buscó sus chivos expiatorios y en el templo de los mediocres ningún honorable asumió la responsabilidad sobre el particular. Todos se declararon totalmente ajenos y sin conocimientos sobre la existencia de tales abastecimientos. Quisiera realmente, con todo mi amargo corazón, creer en la inocencia legislativa. Pero las sombras que me persiguen insisten en que son solo negaciones creíbles. Al parecer ostentamos un gobierno socrático por antonomasia: “solo saben que no saben nada”.
Luego vino la pandemia con sus efectos y secuelas en la cotidianidad. Encerrados todos; acuartelados otros. Pero la corrupción y la piratería insular libre y campante a sus anchas. Sin dinero para vacunas ni ventiladores, y mucho menos para educación a distancia, pero con fondos suficientes para primarias, elecciones y plebiscitos. Fueron muchas las noches de lucubración intentando entender tales fenómenos. Las voces que emanan de los cuadros decorativos en mis oscuras habitaciones, no daban cabida a la certeza, mucho menos a la lógica. Amparado solo en una fe infundada sobre un futuro mejor, intentaba ignorar la sorna cruel de mis enigmáticos acompañantes.
Por alguna extraña razón tenía la idea irracional de que el electorado despertaría de ese ensueño convertido ya en un valle de lágrimas. No tardó mucho la flaca fe en convertirse en responsos. El 2020 cerro con broche de oro. Broche de Oro bañado en suplicios, tormentos y sangre. Cual maleficio asesino, dejó en el poder al coautor de la ley siete y testaferro de la Junta; al golpista y secuestrador de la constitución criolla. La oscuridad de mi intelecto y las siniestras carcajadas provenientes de las paredes revestidas de cojines blancos, no me permiten entender tales triquiñuelas del destino. El mismo voto que se ejerce con relativa libertad, nos esclaviza bajo el pesado yugo de la falta de educación, salud y seguridad.
Es evidente la retracción psíquica que la doctrina del shock y el fanatismo político han conjugado en las débiles mentes del elector boricua. El producto de sus ejecutorias en las urnas rinde honor a este espacio cibernético. No en vano lo que sale de estas letras son una sarta de disparates. Los atavismos del pasado no solo sirven de ancla que evita el movimiento hacia un mejor mañana; sino que sirven de catalizador para la involución colectiva que padecemos.
El nuevo 2021 se
perfila como una continuación de su lúgubre predecesor. Desde mi perspectiva (algo obtusa y
perturbada) nos esperan cuatro años perdidos en el hoyo negro de la
desesperanza. Como veo las cosas hasta
este momento, no estoy seguro de nada. No
logro siquiera identificar si los gritos y llantos que escucho y siento, son míos
o son producto de mi distanciamiento mental.
Ni siquiera sé si son reales. Lo único
que realmente sé, es que no existe vacuna alguna para combatir la ofuscación política;
no existen fórmulas mágicas para liberarnos de los pensamientos y prácticas
retrogradas. No existe una solución
rápida para nuestros problemas ancestrales.
Pero sin importar lo que los espectros del pasado hoy gritan a través de
nuestros muros, solo la disposición intelectual y la instrucción servirán para
romper las cadenas heredadas y encaminarnos al empoderamiento nacional.
¡Levántate y anda!