por Angel Parrilla
Nuevamente me ha tocado escribir en el segundo aniversario del Papa Francisco. Algunas personas me cuestionan las razones por las que solo escribo acerca de este tema. La razón es sencilla... toda la vida he sido católico. Sin entrar en los méritos de si he sido un buen o mal católico. Aparte de las expectativas que tengo con relación al pontificado de Francisco, me mueve en especial el hecho de que mis dos hijos comienzan a acercarse y a dar sus primeros pasos en los caminos propios de esta religión. En los primeros dos escritos, el primero en la entronización y el segundo en el aniversario, hablaba del poder de cambios que tiene la figura del Papa. Cambios ya imperativos e impostergables para una iglesia con una imagen desgastada por sus realidades internas. Decía también que no se pueden esperar cambios sustanciales en tan poco tiempo. La iglesia, con sus más de dos mil años de fundación, sus estructuras e instituciones, amén del factor humano encargado de su administración, es un hueso duro de roer.
Nuevamente me ha tocado escribir en el segundo aniversario del Papa Francisco. Algunas personas me cuestionan las razones por las que solo escribo acerca de este tema. La razón es sencilla... toda la vida he sido católico. Sin entrar en los méritos de si he sido un buen o mal católico. Aparte de las expectativas que tengo con relación al pontificado de Francisco, me mueve en especial el hecho de que mis dos hijos comienzan a acercarse y a dar sus primeros pasos en los caminos propios de esta religión. En los primeros dos escritos, el primero en la entronización y el segundo en el aniversario, hablaba del poder de cambios que tiene la figura del Papa. Cambios ya imperativos e impostergables para una iglesia con una imagen desgastada por sus realidades internas. Decía también que no se pueden esperar cambios sustanciales en tan poco tiempo. La iglesia, con sus más de dos mil años de fundación, sus estructuras e instituciones, amén del factor humano encargado de su administración, es un hueso duro de roer.
A
dos años de su papado, el sumo pontífice ha logrado cautivar las masas con sus
actos, aparentemente espontáneos, que lo hacen ver muy cerca de la gente. Reuniones con grandes personalidades
políticas, sociales y religiosas, en las que ha intercedido por asuntos de
justicia y de paz (Obama y el caso de Cuba), expresiones controversiales sobre
temas de actualidad (la familia y la orientación sexual), la fiscalización
financiera del Instituto para las Obras de Religión y la reforma de la
estructura actual de la curia, son solo ejemplos del enfoque de su
gestión. Pero en realidad lo que
mantiene su figura tan presente y patente en el acontecer diario, son los
gestos simples con las personas. Los
saludos, los abrazos, las palabras de aliento, las entrevistas informales y su
proceder simple y ameno, han logrado que los que le siguen sientan a través de
él, manifestaciones del Poder Divino.
Como
todo agente de cambios, el Papa ha encontrado resistencia para su cargada
agenda. Con expectativas de un papado rápido
y corto, el tiempo no se detiene a esperar por el convencimiento de los
detractores y opositores, en su mayoría internos del propio Vaticano. A todas luces, Francisco quiere dirigir con
su ejemplo una iglesia en estado catatónico por siglos, enfatizando en un
proceder y en una actitud más cristiana y humanizada hacia el que nos
rodea. Una estrategia acertada, a mi
entender, pero a dos años de su ascensión, es meritorio acciones más concretas
y definitorias. Hemos visto en la
radiografía al cuerpo de la Esposa de Cristo, lo que ésta padece y el cáncer
que la consume desde sus adentros. No me
parece pertinente entrar en los detalles de estas enfermedades crónicas y socialmente
mortales. Pero sí me parece que debemos
tomar conciencia de que tal metástasis se refleja en lo que el papa llama, las
periferias de las iglesias esparcidas por el orbe. La corrosión que viaja por esas venas, desde
el corazón de la institución, corrompe los corazones de sus miembros. Entonces estos terminan por mostrarse incapaz
de hacer frente a la descomposición social y la ausencia de valores existentes
en las comunidades donde se desenvuelven.
Esto es una catástrofe globalizada que amerita cambios radicales.
En mi opinión la Santa Iglesia Católica, experimenta en estos momentos un periodo de anarquía. Mientras su máximo pastor señala el camino en una dirección, el peso de las ovejas negras la mueve en otra muy distinta a la señalada. Tan es así de esta manera, que en Puerto Rico, la iglesia se ha insertado más en los asuntos de política pública que en los relacionados a la fe. Esto haciendo caso omiso a la casi inexistente, separación de iglesia y estado. Sin pasar juicio sobre su incapacidad histórica en ambas materias. El antídoto debe ser suministrado con celeridad para una rápida remisión del desprestigio y pronta recuperación de fuerza moral, ética y cristiana.
Como
católico escéptico, lo que algunos llaman tibios y hasta fríos, sé que la
proyección papal ha logrado atraer adeptos a su causa. Lo ha logrado conmigo, que apuesto a que el
poder de cambio que posee Francisco puede transfigurar esta coyuntura histórica
en buenos tiempos de cambios.
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