por Caronte Campos Elíseos
Saliendo con gran decepción de una casa de empeño en el Viejo San Juan, decidí dar un paseo por la histórica ciudad. Mi pesar fue causado por la afrenta del dueño de dicha casa de intercambios. Me ofrecía por el anillo que traía y que me obsequiara días antes, un religioso muy querido, apenas dos dólares. Decía que era un simple rosario para dedos. Después de tanto regateo, acepté la oferta. Caminando por la ciudad amurallada, mi capital no era suficiente ni siquiera para una botella de agua. Ni hablar de los churros, piraguas y otras “delicatesen”. Ya estoy acostumbrado a esto. No me sorprende, al final del día, así funciona el sistema. Algo mareado por la deshidratación y el azote inclemente del sol capitalino, me siento en un banquito cerca de la puerta de San Juan. Al pasar un rato y ya recobrando el sentido, veo a mi lado un anciano dando de comer y beber a los gatos realengos. Tampoco me sorprende que los gatos y las palomas tengan de sobra quien les tire comida, y que yo haya sufrido un bajón de azúcar en el pasadía sanjuanero y no tenga ni para la guagua pública. Al final del día, así funciona el sistema.
Saliendo con gran decepción de una casa de empeño en el Viejo San Juan, decidí dar un paseo por la histórica ciudad. Mi pesar fue causado por la afrenta del dueño de dicha casa de intercambios. Me ofrecía por el anillo que traía y que me obsequiara días antes, un religioso muy querido, apenas dos dólares. Decía que era un simple rosario para dedos. Después de tanto regateo, acepté la oferta. Caminando por la ciudad amurallada, mi capital no era suficiente ni siquiera para una botella de agua. Ni hablar de los churros, piraguas y otras “delicatesen”. Ya estoy acostumbrado a esto. No me sorprende, al final del día, así funciona el sistema. Algo mareado por la deshidratación y el azote inclemente del sol capitalino, me siento en un banquito cerca de la puerta de San Juan. Al pasar un rato y ya recobrando el sentido, veo a mi lado un anciano dando de comer y beber a los gatos realengos. Tampoco me sorprende que los gatos y las palomas tengan de sobra quien les tire comida, y que yo haya sufrido un bajón de azúcar en el pasadía sanjuanero y no tenga ni para la guagua pública. Al final del día, así funciona el sistema.
“Look, my son… cuando yo llegué a esta tierra,
pasaba exactamente lo mismo. Los
puertorriqueños de esa época también vivían de sueños irrealizables. No por que fueran imposibles, pero en ese
entonces y al igual que ahora, no había voluntad para realizarlos”. No sé de qué me habla este desconocido señor,
yo solo pienso en el galón de agua que vierte en el piso para los gatos.
“La mayoría de los hombres y mujeres que querían
verdaderos cambios, fueron contenidos por el sistema imperante. Los colonos los obligaron a vivir fuera del
país, o en el mejor de los casos en el clandestinaje interno, utilizando
seudónimos para poder expresar sus ideales.
No le hicieron frente al régimen español y lo consintieron por cuatro
largos siglos. Desde entonces, las
divergencias criollas los mantuvieron en desventajas frente a los abusos. Solo algunos próceres, de los que dejó España
sin castigo, lograron algunos derechos en una carta de autonomía. Ustedes los puertorriqueños siempre han
sufrido una gran atonía para enfrentar sus realidades. Soñando con el momento de su reivindicación
nacional, pero cargando un yugo extranjero.”
Ya
lo escucho a lo lejos. Siento que la
cabeza me da vueltas y se me viran los ojos.
Debe ser otro bajón de azúcar, pensé.
Supe su nombre después que le dio un último sorbo a su lata de Coca-Cola
que leia, Nelson.
“You know… lo mismo pasó cuando llegaron los
americanos. Las diferencias sobre como
recibir los gringos eran profundas. Unos
querían aprovechar el viaje y obtener la independencia de España. Otros no favorecían un cambio de régimen y apoyaban
la permanencia española en la isla. Los
demás veían con buenos ojos que la democracia yanqui arribara con toda su
gloria. Los más ilusos o soñadores,
pensaban que podría ser un eslabón para una relación cercana con
Norteamérica. Nada más lejos de la
realidad. Perro flaco soñando con
longaniza. Mejor dicho, puertorriqueños
viviendo de un sueño. Todos sucumbieron
ante el ofrecimiento de libertad y prosperidad.
Los que sabían la verdad, murieron poco antes o poco después de este evento. Los nuevos invasores comenzaron y culminaron
su conquista con el pie derecho. Régimen
militar, régimen colonial, y hasta el sol de hoy, régimen territorial.”
Mientras
tanto, yo siento el sudor bajar por mi cara y por mi espalda. Tiemblan mis manos y piernas. Solo pienso en las exquisitas donas que el militante
narrador ofrece a los afortunados gatos.
“Todo salió como estaba previsto. Vencieron a los españoles, obtuvieron los
territorios y esclavizaron la gente.
Claro está, todo bajo el manto sagrado de una libertad aparente. Todo aquel que daba visos de revolución, la
inteligencia anglosajona lo aplastaba con ayuda de la bota militar. Y después de largos e intensos años, he aquí
los resultados… Una sociedad en involución.
Sumisa, dividida, colonizada, engañada, enfrentada, adaptada,
(y todo lo que termine en ada, pensaba yo mientras reía como un loco,
literalmente).
“Actually, en esta tierra ya no nacen más héroes
nacionales o próceres dispuestos a luchar contra el sistema. Y si alguno osara de impávido, no hace falta
ya la intervención extranjera para reprimirle.
El propio pueblo dentro de su cautiverio mental, se encarga de refrenar
sus buenas intenciones. Yo lo supe
desde mi llegada a estas tierras. Lo
supe desde mi primera interacción con los boricuas de mi época. El resultado es lo que tienen ahora. Solo hay que leer las primeras planas y
titulares de la prensa local:
- Una crisis creada por ramilletes de gobernantes, legisladores y asesores irresponsables. Personeros de los intereses propios y de sus secuaces. Ineptos, ignorantes, siempre velando la oportunidad para agenciarse dineros y propiedades públicas. Legislando a la medida de sus necesidades y las de sus allegados, sin considerar los efectos en el resto de la población y mucho menos sus verdaderas miserias.
- Gobernadores desviando fondos favoreciendo sus amigos y cuentas bancarias personales. Utilizando sus puestos honorables para gestionar y negociar empleos altamente remunerados una vez consumado el saqueo a las arcas públicas. Haciendo galas de sus influencias para manipular los procesos legales contra esta mafia dorada.
- Un sistema electoral que solo admite participación general cada cuatro años. Amañado para perpetuar el estatus actual y para repeler nuevas visiones e ideas noveles. Colocando en el mando a los testaferros de los que realmente tienen el poder detrás del trono y que solamente piensan en su prosperidad económica por encima del bien común. Un sistema que favorece la instauración de monarquías municipales, soslayando la voluntad popular.
- Una constitución y un estado de derecho subordinado a la injerencia del congreso ultramarino. Estatutos legales incapaces de hacer valer la verdadera justicia social y moralmente correcta. Leyes convertidas en letra muerta en su exposición de motivos versus su implementación práctica.
- Medios de comunicación masiva haciendo las veces de abogados del diablo. Instaurando mecanismos de lavado de cerebro y adoctrinamiento general.
- Un pueblo aferrado a la idea de que este sistema es lo mejor de dos mundos. Viviendo de un sueño americano que en los pasados 116 años ha brillado por su ausencia. Un sueño que los ha sumido en un letargo social. Un país con una voluntad lánguida en espera de la consumación de las promesas hechas desde el verano del 1898, de un futuro mejor.
Le
digo al longevo orador que me siento muy mal.
Que estoy al borde de un desmayo. A estas alturas de la disertación nada
lacónica, los felinos habían terminado el suculento manjar que tanta falta me
hacía. “You see, you see!! Es por eso
mismo que ustedes están en esta situación.
Solo piensan en ustedes mismos, viven ensimismados. Egoístas e individualistas. Estoy tratando de que encuentres la luz al
final del túnel, y tú dices solo disparates.
Así se les va la vida a ustedes, pensando en lo personal por encima de
lo colectivo. Hasta que no cambien esa
mentalidad vanidosa y arrogante, vivirán perpetuamente sin percatarse de que
están abstraídos en una burda pesadilla. Hasta que no despierten de ese sueño, estarán
condenando a las próximas generaciones a vivir dormidos y sonámbulos.”
Ya
casi ni escucho lo que grita el veterano amigo.
Hasta lo veo doble cuando algo molesto y antes de marcharse
fulminantemente, agarra cinco dólares de su billetera y me dice iracundo y en
aparente cámara lenta: “Take this, come y
bebe algo, y vete a tu casa con tu actitud engreída. Pude
notar claramente que dejó sobre el banco una medalla militar con su nombre
completo, LTG. Nelson A. Miles. Vamos a ver
que dice ahora el Sr. Efectivo de esta “memorabilia”.
¡Levántate y anda!
¡Levántate y anda!
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