por Caronte Campos Elíseos
En estos días en
los que he experimentado cierta tranquilidad emocional, y ante la ausencia de
esas voces en mi cabeza, he realizado algunas actividades atípicas para mí. Entre ellas, salir a tomar un poco de sol
(con un "real feel" de 110 F), ir a un centro comercial, y ver un
poco de alguna programación televisiva.
Para mi sorpresa, al encender el televisor, ese en el cual solo puedo
ver la transmisión de un único y exclusivo canal aún con la señal digital (algo
incompresible para mi), se dirigía a su pueblo el gobernador de Puerto
Rico. Estaban transmitiendo su mensaje
de estado, de situación, o protocolar.
Da igual. Como quiera que se le llame, la intención principal es entretener
las masas y no rendir cuentas. En este
país nadie rinde cuentas. Mucho menos si
lleva corbata y tiene escoltas o guardaespaldas. En fin, el hombre comenzó su exposición oral
hablando de las pésimas condiciones en las que encontró el gobierno cuando
asumió el poder. Incluso habló de una
niña de nueve años que interesa aportar desde ahora, con sus nueve años, al
desarrollo del país. No sé cuáles eran
sus expectativas al postularse, porque es de todos conocidos que el gobierno
está, desde tiempo inmemorial, en un descalabro financiero y económico. Si el honorable tenía expectativas diferentes
a esta realidad, y sobre lo que iba a heredar al ganar las elecciones (por un
pelo), luego de tantos años como servidor público, entonces quien debe gobernar
en esta isla estrella es la niña de nueve años.

Continuó el
gobernador con lo que en realidad él sí va a hacer (en su realidad
personal). Al menos a intentar
hacer. Lo que dijo en esas dos largas
horas de mensaje se pudiera resumir en una oración. "Voy a paliar la centenaria crisis que
nadie más ha podido resolver". Como
todos los exgobernadores, Agapito se presenta como el superhéroe de la
película. Ahora con su propio programa
televisado. Tiene en su poder, gracias a
su capacidad mental, todas las medidas remediativas para la misérrima situación
que vive el país. Enumera todos los
proyectos que su administración radicará en pos de adelantar en la lucha contra
la miseria. Acto seguido presenta su
obra consumada, el próximo presupuesto del país balanceado. Las ovaciones fueron colosales. Como es costumbre en estos eventos, los
homólogos del gobernador se ponen de pie.
Mientras, los que pertenecen a la oposición política, permanecen
sentados y haciendo gestos de desaprobación.
Luego de la extensa celebración, retoma el gobernador su discurso. Me veo tentado a desconectar el
televisor. No podía cambiar de canal
porque solo recibo señal de uno de ellos.
Después de la
introducción y pasado el punto culminante del mensaje, llegó la conclusión o
cierre. En esta parte del discurso,
comienza la propaganda utópica. El
discurso preparado para las gradas. Con el único propósito de avivar las masas y activar
las huestes. Toda una alocución
demagógica disfrazada como apología del futuro.
Eso, o yo desde mi desahucio intelectual no entiendo nada. Brotan del mensaje las grandes obras por
realizar, los grandes cambios por implementar, las maravillas por materializar
y la mar de metas y objetivos por alcanzar.
Todos con la certeza, la convicción y la fe de que serán posibles. La transformación nuestra de la chatarra que
ahora somos, en la Meca del desarrollo.
Impulsado por mí ignorancia no tengo más remedio que preguntarme: ¿Si
hace tanto tiempo estamos tan mal y no va a sacarnos más dinero, con que
carajos va a hacer todo lo que promete?
Llego a pensar que el gobierno pasará a ser uno más costo efectivo
operacionalmente. Una ilusión más de mi
mente traidora. Llega por fin el
final. Por fin porque lo esperaba, y
final porque pareciera que vivimos el comienzo de la culminación de nuestra
perenne crisis.
La clausura viene
matizada por loas hacia los puertorriqueños.
Resalta las cualidades, las virtudes, talentos y dones de los
boricuas. Incluso, como si se tratara de
un discurso de antaño, hace referencia a la capacidad de los trabajadores
locales. Con gran emotividad afirma que
somos la mejor mano de obra del mundo.
No solo eso, tiene la fuerza de cara de repetirlo en una segunda
ocasión. No es que yo sea tan viejo,
pero me pareció escuchar a Muñoz Marín con su famosa y nunca bien ponderada
operación, "manos a la obra".
Admito que sentí deseos de vomitar.
Ahora irán muchos de los que aquí leen a decir que soy PNP. La verdad, me vale. Fue en ese preciso instante que apagué el
televisor con una interrogante que hasta el sol de hoy no le encuentro
respuesta. ¿Si somos la mejor mano de
obra del mundo, porque carajos hay que darle tantas exenciones e incentivos a
las empresas foráneas para que operen en Puerto Rico? Esa es la pregunta.

Al otro día y sin
contemplaciones, le sueltan las cadenas a la sayón del gobierno. Ni corta ni perezosa, la secretaria de
estrategias de captación, anuncia las nuevas medidas para recaudar los fondos
para cuadrar el presupuesto. El mismo
presupuesto que el día anterior el gobernador había anunciado con bombos y
platillos que lo presentaba balanceado.
En palabras de la testaferro gubernamental, es un presupuesto con
proyecciones difíciles de alcanzar. Es
la segunda vez que el gobernador repite este libreto. Entre las medidas presentadas para
legislación, se encuentran los aumentos de impuestos sobre las ventas de casas
y sobre las ganancias por la venta de hogares.
Un nuevo impuesto sobre la perdida (si, sobre la perdida) en la venta de
viviendas. También presentaron proyectos
para la revisión de bonos navideños y beneficios de empleados de
confianza. Anuncian además el plan de
reducción de gastos en el gobierno, con
el cierre sistemático de alrededor de 100 escuelas, la fusión de las
procuradurías y algunas agencias para minimizar los costos operativos, aumento
en los días y horas de trabajo, entre otras medidas. Y para cerrar con broche de oro, anuncian la
reducción del bono a los envejecientes.
Dicho bono ahora será basado en una fórmula de recaudo. Es decir, si se cumple con los ingresos
establecidos en las proyecciones. Demás está
decir que es algo sospechoso viniendo de la entidad que se encarga de
establecer las proyecciones, gestionar los cobros y realizar la contabilidad
final de los ingresos. En otras
palabras, los cabros velando las lechugas.
Como siempre pasa
en la historia de los oprimidos, la soga parte por lo más fino. Todo lo dicho en los discursos protocolares
pintan un panorama ficticio. Todos los
discursos que escuchamos de los políticos, son similares a los discursos de las
religiones, cargados de fe y esperanzas.
Todos los discursos están disfrazados con demagogias y falacias
apalabradas. Pero la verdad es otra. Los
discursos nunca otorgan lo que ofrecen.
Lo que los discursos dan, la realidad lo quita. Lo que los discursos prometen, el tiempo
desvanece. Y seguimos aquí, víctimas de
la verdad, esclavos del tiempo y ovejas de los discursos.
¡Levántate y anda!