A toda prisa el auto se deslizaba por la
autopista sobrepasando a otros vehículos. Las luces intermitentes y continuos
bocinazos lo identificaban como el portador de una emergencia. “Cortes de
pastelillo”, repetidos frenazos y avances sólo lograban ponerlo más nervioso. Al llegar a la congestión de transito obligada de las cinco de la tarde dio un
golpe encima de la palanca de los cambios. Miró el rostro desesperado de su
mujer que cursaba el noveno mes de gestación. Su esposa con cara afligida le
recomendó seguir por el paseo: Carril exclusivo para ambulancias, policías y
personas con emergencias. Se asomó y vio que era vía franca y segura. No
existía nadie estacionado en el paseo con algún desperfecto mecánico, por lo
que consideró que debía seguir el buen consejo. Después de todo era de suma
importancia llegar, al menos, al nuevo dispensario municipal, recién
inaugurado.
La multa por invadir el carril exclusivo
era onerosa, pero con la certeza de que los guardias de transito eran parte de
una huelga secreta de brazos caídos gritada a toda voz estaba seguro de que no
encontraría a ninguno. Sonrió al pensarlos en un consultorio buscando una
excusa médica que les permitiera cobrar días por enfermedad que ya no
recaudarían de otro modo. Los recordó agrediéndolo frente a la universidad del
estado por estar en contra de una cuota injusta o rociándole gas pimienta
frente al capitolio por negársele sus derechos constitucionales. Pensó en la
encrucijada que la fuerza laboral policial tenía en ese momento histórico en el
que tendrían que irse a huelga también si querían defender sus derechos. ¿Cómo
lo harían? Sobre todo porque según la ley número cincuenta de mil novecientos
ochenta y seis: Los miembros de la Policía de Puerto Rico no tienen derecho
constitucional ni estatutario a la negociación colectiva ni a la huelga,
piquetes y actividades laborales concertadas. Los imaginó entonces, siendo
detenidos por una fuerza de choque privada, tal vez los hombres de “El Golden
Boy: Chicky Starr”, otrora peleador de la lucha libre y dueño de la agencia
contratada por el gobierno para ayudar a apalear a los estudiantes en huelga.
Menos traumado, porque notó el avance que
estaba logrando al seguir el consejo de su nerviosa mujer, sonrió. Le dijo a
ella que no se preocupara, que llegarían a tiempo. Esquivó los barriles
anaranjados y rebasó otra fila de autos. Se coló ante las miradas enojadas de
quienes no se atrevieron a hacerlo. Después de una intersección y algunas
lágrimas de desesperación llegó ante un semáforo que le ordenó el alto. Agitó
los brazos como si con eso algún poder oculto lograse que la luz cambiara de
color. Miró rápidamente a ambos lados y decidido a traspasar la luz roja con
las debidas precauciones. Apretó el acelerador. Comenzó a subir la velocidad
con la ilusión de quien sabía consumada su misión.
Pero, la visión que tuvo un minuto antes
fue sólo eso. Escuchó el ulular de la sirena policíaca y maldijo la decisión
errónea de “comerse” la luz. Miró por el retrovisor. Descubrió el auto azul y
con marcas que le obligó a echarse a un lado en un momento de desesperación.
Echó un vistazo a su mujer que lo miraba más preocupada aún pues no llegarían a
tiempo. La escuchó pedirle que les explicara que los guardias entenderían. Uno
de los policías se acercó cautelosamente y le pidió enojado los documentos.
— Buenas tardes, oficial — dijo el chofer — tenemos una emer...
— Lo estamos deteniendo— interrumpió el guardia — porque usted no sólo venia a exceso de velocidad, también conducía por el paseo. Para colmo se pasó la luz roja. Son varias infracciones a la ley de tránsito y...
— ¿Tienes prisa ah?— comentó despectivamente otro policía que interrumpió al primero.
— Si, oficial, sucede que...
— Este es otro de los “pelú” de la “YUPI”— volvió a tomar la palabra el primer policía — lo sé por todas esas calcomanías en el cristal trasero… Libertad, derechos, Pedro Albizu Campos — Sonrió…
— ¿Es eso relevante? — salió su espíritu de lucha en ese instante y su mujer lo miró suplicante por lo que accedió e intentó explicar su emergencia.
— Verá, señor oficial, tenemos una emergencia. ¿por qué no me sigue y me da las multas en...
— Eso es imposible — volvió a interrumpir el policía — has cometido tantas faltas en tan pocos minutos que te multaré hasta por pelú. Además, ustedes están como nerviositos. Hasta parece que estás borracho o bajo algún otro efecto. Tendré que pedirte que bajes del auto.
— Señor oficial — dijo con el rostro encogido y cambiándole de color — comprenda, por favor, tengo que...
— Nada, nada. Si se resiste le ira peor, créame...
— ¡Maldita sea la…! — no llegó a decir la oración completa pues el guardia le interrumpió nuevamente.
— ¡Que cojones! También vas a maldecir la madre. Muévase, le haremos la prueba de alcohol.
— Y consiga los documentos de una vez — interrumpió a su compañero el otro oficial mientras daba un golpe encima del bonete.
— ¿Debo tener paciencia?— le preguntó a su esposa mientras buscaba los documentos. Ella recomendó practicar las respiraciones aprendidas en las clases de parto sin dolor. Comenzó a inhalar y a exhalar. Su rostro fue serenándose. Al verlo sonreír los policías volvieron a insistir por los documentos y porque abandonara el auto ante la necesidad de largarse a ligar mujeres a la plaza de recreo mientras multaban a carros estacionados en líneas amarillas.
Miró tranquilizado a su esposa que abría la puerta en ese momento para decirle a los dos uniformados:
— ¿ Que no entienden?— gritó la mujer sin poder soportar más — Estamos en una emergencia...
— Señora, no veo a nadie sangrando, cálmese o la arresto…
— ¿Arrestarme? Hágalo, nos hará un favor cuando tenga que explicarle a la corte por qué nos ha arrestado cuando hemos intentado explicar que tenemos una emergencia y en lugar de escucharnos y escoltarnos lo que han hecho es impedirnos explicar — dijo ella sosteniéndose con ambas manos la preñez.
— A ver: ¿qué clase de emergencia nos recitaran? — Indagó uno de los guardias con sarcasmo.
— ¡No tenemos emergencia¡— dijo el marido entre carcajadas ante los ojos alterados de los guardias y la mirada desconcertada de su esposa a quien consoló diciéndole:
— ¡No te preocupes, cariño, yo ya me cagué!
Angelo Negrón (New Jersey: Junio 15 1969 a Enero 1970 - Puerto Rico: enero 1970 al presente). Definitivamente puertorriqueño. Sus cuentos han sido publicados en la revista y colectivo Taller Literario y en Revista Púrpura. Tiene varios libros inéditos de relatos a los que le ha dado por título: Montaña Recuerdo, Entre el edén y la escoria, Sueños mojados, Confesiones y Causa y efecto. Además una novela de próxima publicación titulada: Ojos furtivos. Mantiene el Blog: Confesiones
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