martes, 22 de marzo de 2022

De dioses o de sueños

 por  Caronte Campos Elíseos


Estoy libre… escapé del calabozo de Morfeo.  Ha sido un largo año perdido entre sueños y pesadillas.  No es de extrañarse, con la cronificación de la pandemia era lo más natural refugiarse en una coma inducida.  Admito que he pasado toda la emergencia pandémica encerrado, en cama y en aislamiento total.  La cuarentena se convirtió para mí en permanencia.  Salidas solo a las tiendas de abarrotes y suministros (no voy a especificar aquí de qué clases).  Enajenación selectiva de las redes sociales, noticias o cualquier otro medio de información utilizado para alternar y exacerbar los nervios.  En fin, mantenido en vida por alguna sustancia química, alcohólica y maquinaria para la existencia artificial.


He de agradecer a un gran amigo, que en un encuentro funerario me sacó de ese trance eterno (al menos por algún tiempo).  Entre velas, flores, ataúdes y cantos gregorianos, este me cuestionaba sobre el porqué de mi ostracismo voluntario.  En deferencia a este gran hermano escritor, aquí van algunas de mis Confesiones


Los casos, las pruebas, los falsos positivos, la tasa de positividad, las estadísticas y las ordenes ejecutivas; las restricciones, las mascarillas, el alcohol y el sanitaizer; las vacunas, las filas, la temperatura y el distanciamiento; las conferencias de prensa, las muertes y los hospitalizados; la burocracia y procesos virtuales, la ley seca (maldita injusticia), el papel de baño, los servi-carros y las dosis de refuerzo; los repuntes, los síntomas, los asintomáticos, los guantes, los protocolos y medidas preventivas;  todas y cada una de estas putas cosas resonaban en mi cabeza magnificando mi sociopatía.

Abdicando a mi tan arraigado ateísmo radical y abandonando el nihilismo práctico que me caracteriza, comencé a suplicar de rodillas y hacia los elementos a la deidad creadora de todo:

-        “¿por qué nos has abandonado? ¡Oh, gran dueño y señor de las almas desalmadas, yo te invoco!  Temerosa y humildemente, claro está.”       


La confusión y la niebla mental se apoderaron momentáneamente de mi cabeza.  No sabía cuál de los dioses iba a contestar mis suplicas.  Es harto conocido que cada ser humano a creado un dios que se ajusta a sus necesidades, impulsos, pasiones y deseos personales.  Por lo que deben copular en el paraíso olímpico, al menos miles de dioses creados a imagen y semejanza de cada fiel y creador terrenal; todos aguardando esa tan esperada y desesperada llamada de auxilio.  Todo para alimentar sus infinitos egos.


Como neófito en materias religiosas y divinas, quise darme la licencia poética y darme a la tarea de crear mi propio dios.  Claro estaba para mí, que debía darle vida, cual efecto Pigmalión, a un dios que sea digno de existir.  Uno bueno y funcional; que no rehúya de su responsabilidad para conmigo.  Que esté verdaderamente presente e interesado en intervenir en asuntos trascendentales, y no solo materias triviales.  Un ente que, en lugar de exigir oraciones, frases, canticos, rituales huecos y banales, no sea tan infantil, chismoso y exigente a la hora de ayudar a los más finitos y mortales.  En fin, un dios cojonudo que tenga el poder de hacer hasta lo imposible y su día de descanso no se torne en desapego, apatía y vacaciones eternas.

Para mi sorpresa, esta entidad bienhechora cuya definición de libre albedrio es dejar que los demás se jodan y aniquilen como buenos hermanos… contestó mis humildes y sinceros ruegos.  Cual genio cartesiano salió de mi mente para concederme tres deseos (No, perdón… me equivoqué de cuento).  Cual mago providencial se apareció ante mis ojos, y con su voz de ultratumba que retumba, me dijo:

-        ¿Se puede saber para qué carajos has invocado mi presencia?

-        Eh, bueno, es que pensé que pudieras estar interesado en lo que sucede acá abajo con tu magnifica y nunca bien ponderada creación.  Específicamente con la parte humana.

Entre carcajadas celestiales me contestó:

-        ¡Ya veo que lo de pensar no se te da mucho!

-        ¡Y lo dice el que se supone me daría, aunque fuera un soplo de razón e inteligencia!

-        ¿QUE DICES?

-        No, nada… que te necesito en estos momentos más que nunca antes en mi vida… si es que esto puede llamarse vida.

-        A ver, al grano. Que ya escuché tu diatriba contra los dioses creados por las maravillosas, pero poco iluminadas mentes humanas.; y tu no has pagado diezmos como para dedicarte tiempo extra.

-      Recurro a ti como el último reducto de un impío desesperado.  Ante la pandémica situación que nos agobia y nos hunde en este valle de lágrimas, también tenemos que soportar guerras, corrupción, abusos de poder, miseria, hambruna, pobreza y enriquecimiento de ciertos sectores privilegiados, entre otros males sociales.  Ni hablar del discrimen por razones de color, raza, sexo, genero, preferencias sexuales, nacionalidad, peso, estatura, poder adquisitivo, solo por mencionar algunos.  ¿Por qué lo permites?  ¿Es que acaso te divierte tan dantesco espectáculo?

-       Resulta ahora que, para ti yo soy, y es así es como me hago llamar. el único culpable.  Sin embargo, no piensas en que ustedes mismos han sido los que han endiosado toda clase de personajes, figuras, animales y hasta estatuas.  Ustedes son los que alaban y adoran todo tipo de posesiones materiales.  Han entronizado en sus obtusas mentes todo tipo de conceptos, contenidos e ideas que en nada se relacionan con lo que soy.  Han etiquetado mi nombre, cada uno con la descripción más conveniente para sus propósitos personales más mundanos.  Me atribuyen toda suerte de creaciones, dogmas, mandamientos, milagros y artilugios.  Todos diseñados por hordas de feligreses como subterfugios para su propia mezquindad.  Y los utilizan, en mi santo nombre como mecanismos para atemorizar, perseguir, hostigar y fustigarse los unos a los otros.  Han elaborado tantas y tantas versiones de mí, que ya padezco trastornos de identidades múltiples.  Lo peor es que ninguna se acerca ni por milagro a la bendita verdad.  La verdad de que solo existe un solo dios del cual no tienen ni la más ínfima noción de su realidad, esencia y naturaleza, por ser esta inabarcable.  Y que por no entender que ustedes comparten y proceden de esa misma esencia y naturaleza, muy pronto regresaré a juzgar el mundo por medio del fuego; y arderán todos, no en el purgatorio, sino en el mismísimo infierno.

Al momento de escuchar tal maldición profética y pseudo divina, desperté entre sudores, temblores, cólicos y escalofríos.  Solo me contentó la sombría compañía y alentadoras palabras del creador del anticristo que, con voz lúgubre me decía: ¡Tranquilo, solo fue un sueño; dios está muerto!       

¡Levántate y anda!