lunes, 7 de marzo de 2016

Democracia puertorriqueña

por  Caronte Campos Elíseos


Ya en la libre comunidad después de mi última experiencia enclaustrado, al fin he llegado a mi hogar.  He encontrado el frente de la casa atiborrada de viejos periódicos.  Demás está decir que es uno de mis pasatiempos repasarlos sin considerar la fecha.  Oteando las páginas amarillentas y mojadas, me sumerjo en las últimas noticias importantes en el país.  “Importantes” al menos para los poderes detrás de la imprenta.  Desde las primarias presidenciales en los Estados Unidos, las pruebas de misiles en Corea del Norte; el encuentro del papa Francisco y el patriarca ruso Kiril; la decisión de Agapito de no ir a la reelección; la demanda del FBI a la empresa de la manzana; el nombramiento de la juez presidente de 40 años de edad; el retraso en el pago a los contribuyentes de los reintegros; el arresto de Leydy Mágica; los obstáculos políticos para los candidatos independientes, entre otros.

Tales eventos motivaron mi entrada a un trance contemplativo.  En ese estado mental (un tanto extraño para mí) comencé a hilvanar ideas sobre la democracia puertorriqueña.  Aunque algunos (como yo) pensaran que hablar de dicha cuestión puede ser equivalente a discutir el sexo de los ángeles en el imperio bizantino, me aventuré a escribir los pensamientos iluminados durante mi viaje de cannabis.  Solo espero que mis razonamientos abstrusos no provoquen en los amigos lectores sentimientos sañosos hacia mi persona.  Pero ciertamente, los puertorriqueños hemos vivido con la idea errónea  de lo que es un sistema democrático.  Esa ilusión óptica que nos han vendido como democracia participativa o democracia representativa es, en gran medida, la responsable nuestra triste ingobernabilidad.


¿Nunca se han preguntado porque la participación se ha visto limitada a un solo día cada cuatro años?  Ese día, el de las elecciones generales, es el único en el que los electores aptos     participan.  De ahí en adelante, nos sometemos por ciego consentimiento de la amplia mayoría (que por lo general está equivocada en sus decisiones) a todo un cuatrienio de oligarquía bipartidista.  Los partidos de mayoría se alternan en el poder con la anuencia de los fanáticos afiliados que realizan cualquier tarea, sin consideraciones morales, bajo la insignia de su colectividad de preferencia.  Estos súbditos o lacayos, son la mayoría absoluta que elige el gobierno de todos, pero que en la práctica es para unos pocos.  Así se ha sostenido este sistema por más de sesenta años.

Era tal la profundidad de los pensamientos traídos a mi mente durante el trance, que la abulia me dominaba.  Decidí reforzar los efectos de la fumarada, con un elixir mágico.  Un licor de la tierra con saborcito a café que aumentara mi desapego emocional.  Las ideas continuaban aterrizando en mi cabeza.  La mal llamada división de poderes ha sido la falacia más fehaciente del absurdo democrático.  Todas las ramas de gobierno están completamente politizadas.  Incluso la rama judicial, que se jacta de hacer honores a la toga, no son más que emisarios políticos.  Premiados por los favores que hacen a sus jefes políticos, son ascendidos a los cortes del país, corrompiendo así las decisiones trascendentales en los aspectos jurídicos.  Este secuestro de la justicia alcanza también al tribunal supremo, y con él se granjea el partido de turno el control de la administración de los tribunales por décadas. 


¿Y que me dicen de las ramas ejecutiva y legislativa?  Totalmente dominadas por los caucus de los partidos mayoritarios.  Desde el hemiciclo se legisla a la medida de unos cuantos, a favor de unos pocos y se olvidan de las necesidades del resto de los ciudadanos.  Incluso de los que como yo, vivimos de las dadivas del gobierno.  Cada vez más vemos como nos relegan al olvido.  Toman decisiones arbitrarias, sin conocimientos, preparación ni experiencias.      Conducen al país a la miseria, al caos y una crisis humanitaria de grandes proporciones.  No asumen responsabilidad de las consecuencias de sus actos apoyados por la inmunidad parlamentaria.  Desde la fortaleza se legislan más beneficios, sí, pero para los allegados.  Para aquellos que tienen acceso comprado a las esferas del poder.  Mueven el sistema económico en una sola dirección, la de sus cuentas bancarias personales.  Y cuando por fin el pueblo, aun en su ceguera voluntaria, los cuelga y castiga con el voto en contra, estas batatas políticas son refugiados en municipios, agencias, corporaciones de gobierno y retribuidos con jugosos contratos.

Entonces, ¿para qué ha servido la democracia puertorriqueña?  En este punto, ni el humo ni el brebaje ayudaban a soportar nuestra distopía hecha realidad.  Así que completé la trilogía de estimulantes con lo prescrito en las recientes consultas médicas.  En el éxtasis inducido apareció la respuesta a la anterior pregunta capciosa.  El ordenamiento jurídico del país no funciona.  Esta cimentado en una constitución maleada y manipulada desde su creación.  Una constitución subordinada a un congreso extranjero.  Este régimen legal ha permitido las barbaries criollas contra los propios constituyentes, que al final del día debían ser los únicos protegidos; ha consentido las afrentas más denigrantes en contra de la población general; y ha solapado los crímenes más espantosos de nuestra era contemporánea.  Asesinatos, persecuciones, discrimen, atropellos, maltratos, abusos.  Todos perpetrados en nombre de la justicia, la democracia y el orden establecido.  El estado de derecho ha fracasado miserablemente.  Basta con mencionar los llamados grupos protegidos.  Para hacer valer sus derechos han tenido que librar duras y largas luchas para lograr legislación a tales efectos.  Ni hablar de la persecución y linchamientos por razones políticas, las torturas en centros de detención ilegales y en bases militares; la degradación y privación a la mujer; el abandono a su suerte de los ancianos; la pobre protección y paupérrima educación a la niñez del país; la casi nula seguridad en las calles con el efecto lógico de la anarquía del narcotráfico; la demonización de ciertos sectores de la sociedad, aun cuando aportan tanto como el resto de los ciudadanos; la estigmatización de los pobres en los residenciales públicos; el desempleo creciente en los sectores más preparados y educados, con su justificable éxodo del talento hacia destinos inciertos; la corrupción y el pillaje rampante que nos ha conducido a la quiebra financiera; todo esto resguardado por un régimen legal fallido.

La democracia en este país tiene nombre y apellido.  Es para todo el que puede pagar por sus protecciones.  Los tribunales sostienen el sistema con sus decisiones que favorecen al mejor postor y/o alguno de sus protegidos predilectos.  Todavía tenemos a Lorenzo y a Rolandito esperando justicia.  El dogma principal de justicia garantiza la inocencia hasta que se demuestre lo contrario.  Este precepto ha tenido el efecto adverso de convertir las victimas de crímenes, en principales sospechosos, incluso en culpables.  Solo basta mirar los casos de conductores que atropellan transeúntes, parroquianos y ciclistas, y se han dado a la fuga.  Todos han salido por la puerta ancha de la justicia mal aplicada, mal interpretada o alterada por los famosos tecnicismos o atenuantes.  Todo orquestado por un sequito de abogados del diablo bien remunerados. 

Mientras tanto, los puertorriqueños se conforman con un día de decisión cada cuatro años.  Elegir alcaldes, representantes y un gobernador de entre un ramillete de ineptos postulados por intereses personales y partidistas.  Se conforman con elegir el menos malo de un manojo de incompetentes e insensatos.  Escogen de un racimo de mediocres y obtusos al menos charlatán.  Terminamos así, gobernados por una turba de mentes estériles y conocimientos limitados.  Amén de la mala leche con la que se postulan. Sumado a la apatía y enajenación de las realidades del pueblo que juran (en vano) proteger y defender. 

Luego pasan los gobernados, cuatro años entre quejas, críticas y resignación.  Ensimismados en su mundo lleno de vicisitudes que tuvieron la oportunidad de reivindicar con su voto perdido.  Entretenidos en el baile, botella y baraja que tan buena aceptación tiene entre los boricuas. Prestando toda la atención a los instrumentos democráticos de embeleso y control de masas generalizados, como la prensa, la radio, la televisión con sus respectivos espectáculos.  Víctimas, como siempre, de la propaganda mediática.  Hasta que no tomemos conciencia del valor que tiene el único voto que ejercemos con tanta fe (ciega y oscura), y la diferencia que puede lograr bien administrado, seguiremos en este espejismo que llamamos democracia.  Y a propósito de espectáculos hipnotizantes, termino estas líneas justo antes de las siete de la noche.  Es hora de ver, ¿Qué culpa tiene, Fatmagül?

¡Levántate y anda!