por Caronte Campos Elíseos
Quiero contarles lo que me sucedió el 14 de febrero. Si, el día de San Valentín. Mejor dicho, el día del amor y la amistad. Así lo han bautizado los gurús de los mercados y los dioses de la mercadotecnia, para lucrarse de los sentimientos de unos y pretensiones de otros. Pues bien, recibí una invitación de mi amada (deben recordarla por sus escapadas luego de apasionadas noches y su desapego cultural), para un tipo de cena importante y especial. Por la fecha y la huera celebración supuse que era para hablar de dos temas relevantes para ambos. El ingente amor que nos une, o de mi pasatiempo favorito... coleccionar viejos periódicos para leerlos luego. Personalmente esperaba que no fuera sobre esto ultimo. Es un tema que nos ha traído controversias en pasadas ocasiones.
Decidí presentarme de manera diferente para sorprenderla. Paula se ha quejado mucho sobre mi apariencia. Por tal motivo, me bañé con mi perfume favorito, Otelo. Así cuando estuviera frente a ella, no tendría aroma de flores blancas y amarillas de funeraria abandonada. Llegué casi puntual al sitio del encuentro, solo dos horas de retraso. Es un lugar donde hacen unas fabulosas exquisiteces. Un pequeño restaurante a la orilla del mar, donde solíamos comer y observar juntos el horizonte cada mediodía. Al entrar noté que mi bella dama no había llegado. Pedí al mesero, el que siempre nos ha brindado sus atenciones, una mesa para dos. Observo tranquilo. Nada ha cambiado con los años. El gordo mesonero, las dos escuelas que sirven de fondo y el pesado aire cargado de sustancias energizantes provenientes de alguna planta termoeléctrica cercana.
Al fin llega mi reina amada. Deslumbrante como siempre. Le hago una señal, y llega hasta nuestra mesa. Ordeno unas bebidas para ambos, las de siempre. Me dice que no tiene mucho tiempo. Dice que lo que tiene que informarme es muy delicado. Quiere que lo coja suave y que no pierda la calma. Trato de ser cordial y que no se sienta presionada. Le digo que ya lo se todo. Sé que hay disturbios en Venezuela, que los bonos obtuvieron una triple degradación, que el gobernador y su equipo son una bola de incompetentes. También estoy enterado que el gobierno está en bancarrota y la deuda es más grande que la de Detroit.
Me interrumpe y me dice que no es nada de eso de lo que quiere hablar. Por eso la amo tanto, ella sabe que esas cosas me desajustan mental y emocionalmente. No quiere que tenga una de mis perennes crisis. Le comento que ya estoy enterado de la muerte de Luis Raul, del aumento en los peajes, y de la planilla anual única. Tengo conocimiento del próximo aumento en la luz, el agua y el desempleo (no en el pago, si no en la cantidad de desempleados). Sé además, del “chatarrazo” a los bancos locales, de la condena de Pablo, la degradación del Sagrado Corazón y de la enorme evasión del IVU luego de cobrado a los incautos consumidores. También estoy enterado sobre la propuesta para ofrecer incentivos a los que huyen del país emigrando hacia Estados Unidos; y de las penalidades, recargos, multas e impuestos para los que se quedan aquí "chupandose la" crisis.
Algo llorosa me pide que me detenga. Que la deje hablar de una vez. Nunca me ha gustado verla así, tan sentimental. Le digo que no se preocupe, que estoy al tanto de la pederastia católica y de los crecientes casos de maltrato a menores de edad. Hiere la sensibilidad el maltrato institucional en las escuelas del país, el paupérrimo sistema de salud, y los mediocres servicios públicos. Sin mencionar las medidas impositivas, el secuestro de los derechos adquiridos de los trabajadores, la aniquilación de la clase media y la eutanasia del retiro de los educadores. Amén de la destrucción sistemática de los bienes públicos, la entrega de la administración de los activos del pueblo y el mal manejo del sistema de "justicia".
¡Cállate! me grita desesperada la damisela. Algo molesta me dice que no tiene tiempo para sandeces. Acto seguido me dice que próximamente contraerá matrimonio. Eso era lo que tenia que decirme. Para eso me citó a tan romántico encuentro. Después de un rato en estado catatónico y recuperado del "shock" que causó en mi la noticia, le reclamo poseso de la ira. Siempre me habló de su gamofobia, a lo cual yo nunca le di importancia. Prefería tenerla conmigo libre y voluntariamente. De ocasiones, sin presiones ni compromisos. Esa era su condición para nuestro amor. Ahora entiendo que solo se escudaba en su condición para mantenerme al margen, a raya. Se entrega, ante los ojos de un juez o de algún dios, a otro hombre.
Me dice con gran sentimiento, que ella tiene ciertas necesidades. Quiere un hombre normal, sano, cuerdo, profesional y con futuro. Necesita a alguien que le brinde seguridad y estabilidad, tanto emocional como financiera. Para ser honesto, comprendo que yo no soy ese tipo de compañero. No puedo llenar los zapatos de su príncipe azul. Antes de retirarme fulminantemente, le expreso mi sentimiento. Le digo que espero que ese señor perfecto que hoy le ha ganado su corazón, algún día la ame tanto como yo. Me dice que me siente un breve momento. Quiere que conozca al susodicho. Realiza una llamada, y entonces algo apesadumbrada y ya casi sin aire, me pide que tenga calma y me relaje. Cree que es mejor que lo conozca antes de irme, antes hacer una de mis locuras o disparates. "Así es el amor", me susurra con voz tenue y entrecortada.
Asombrado me dio un escalofrío al ver parado al lado de mi mesa y tomar de la mano a la que hasta ese momento era mi Perséfone, a mi amigo, el doctor. Siento que no puedo moverme. La impresión fue enorme y la sorpresa monumental (quería sorprenderla y el sorprendido fui yo). Solo alcance a decirle al desarmado captor, que con sus flechas ha conquistado el corazón de mi princesa, que únicamente espero recibir de sus manos, su carta de renuncia. Rápidamente coloca un papel sobre la mesa. Disimulando el vahído y mi pena, lo miro de reojo. Pude notar que el papelito que suscribe el traidor arquero, es la nota que me da acceso a mis propulsores de bienestar pasajero. Me levanté de mi silla, miré a los ojos a la que ahora se ha convertido en mi eterna Helena, y me despedí para siempre. Salí del lujoso restaurante a toda prisa, no sin antes recoger de la mesa mi pasaje a otros mundos.
¡Levántate y anda!
Ja ja. Muy bien logrado. Espero no echar de menos al doctor. Aunque por lo que he leído de Caronte , imagino que ya llegará otro que le de sus medicinas... He estado en ese restaurante en mis tiempos de escuela y ademas de lujoso es sabroso. Gracias por incluir la renuncia, es un honor. Saludos Caronte.
ResponderEliminarGracias Angelo, ya estoy en conversaciones con la "reforma de salud" para encontrar un nuevo doctor. El honor es mio al recibir tu visita por estas paginas.
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