viernes, 8 de abril de 2016

El despotismo de la mayoría

por  Caronte Campos Elíseos



Viendo escenas de la serie turca, Fatmagul, donde se muestra una casta social que oprime a otra con el poder del dinero, y cómo manipulan a su antojo el sistema de justicia para encubrir y limpiar las atrocidades cometidas por ricos y poderosos, hacen que me pregunte: ¿Qué culpa tienen, Pablito Casellas y Ana Cacho?  Con ese pensamiento positivo, quedé dormido casi inconsciente.  En el sueño me veía en medio de una gran fiesta acompañado por una hermosa mujer de impactante presencia, a la que todos llamaban...  La Catrina.  Hombres y mujeres la miraban y admiraban.  Su belleza llamaba la atención de los presentes.  Yo resulté ser la envidia de todos los que allí se encontraban.  Empero, la imagen que proyectaba la hermosa y sensual dama, contrastaba con las cosas que al oído me decía sin que otros pudieran escucharlas.  Así me hablaba la excéntrica mujer:

-    Por muchos años ustedes lo puertorriqueños han criticado la mal llamada dictadura cubana de los hermanos Castros.  Siempre orgullosos de su sistema democrático y su estrecha relación con el imperio más poderoso del mundo.  Haciendo galas de supremacía sobre el resto de la América Latina que según ustedes, estaban rezagadas en el tercer mundo.  Que Puerto Rico era el ejemplo a seguir, decían, para guiar al resto de los latinos por los caminos de los avances y la prosperidad.  ¡Nada más lejos de la realidad!  Puerto Rico yace bajo su propia dictadura criolla.  Hace 64 años ustedes viven bajo el dictamen de una mayoría políticamente esclavizada.  Unos pocos personeros de los intereses extranjeros y otros tantos más con intereses económicos personales, han conspirado para someter al silencio la voluntad del resto de la nación.  El alcance de la connivencia de estos sectores poderosos y pudientes se ha visto reflejada en la realidad de los incautos electores.  Mientras los primeros ejercen el poder despóticamente y acumulan riquezas en detrimento de las necesidades básicas de los segundos, se acerca el final de los  tiempos para la isla. 

Yo escuchaba asombrado.  Comenzaba a sentir angustia, depresión y vergüenza ajena.  Intenté ocultar mi estrés con tequila, sal y limón.  La mujer continuaba con su frio y hediondo aliento, susurrando sus penetrantes palabras:


 El fanatismo arraigado en las costumbres y tradiciones políticas de la masa ciega de votantes, consiente la tragedia nacional.  La indiferencia frente a los abusos, excesos y a las actuaciones burdas de los políticos ha investido de impunidad a los corruptos.  Antes ocultaban sus intenciones de lucro y medro personal; ahora saben que la ignorancia y el inmovilismo de los boricuas no acarrean consecuencias para sus actos.  Aprueban impuestos, firman leyes a la medida de los de su casta, ignoran las necesidades del pueblo y se roban los clavos de la cruz; y todo con la bendición de la idiotizada mayoría.  Aumentan la luz y el agua, y le cortan los servicios a los hospitales; privatizan las carreteras, y después de ocho horas de labores los trabajadores tienen que soportar tres horas de congestión en el tráfico; embargan los pequeños negocios, cuando son los megatiendas las grandes evasoras; las condiciones de la salud, la educación y la seguridad pública son paupérrimas, mientras los dineros del tesoro nacional son malversados.  Conducen el país a una quiebra financiera y moral, amenazan con cerrar el gobierno y sus instituciones de servicios para luego querer compensar con un puente entre dos islas.  ¿Y ustedes que hacen?

El Baile, botella y baraja continuaban.  La gente a mi alrededor parecían enajenadas de esta realidad.  El ambiente era carnavalesco.  Me sentía como si estuviera inmerso en una cripta fría y tétrica.  Mientras yo seguía tomando, entre ron y cervezas, veía el rostro hermoso de La Catrina, y escuchaba sus carcajadas infernales que calaban hasta mi alma.  Mientras danzábamos casi en un solo cuerpo, me abrazaba fuerte y expelía sus agrias palabras:

- ¿Qué hacen ustedes los puertorriqueños?  Viven sometidos al despotismo de la mayoría.  Subyugados a la tiranía de la masa de ignorantes, obtusos y cegatos que salen a votar cada cuatro años.  De esos que por puro fanatismo político eligen los mismos corruptos y fariseos que abusan del poder delegado en ellos para su propia conveniencia.  Esa caterva de incautos es la que, a través del tiempo, han silenciado a los que intentan salir del rebaño y pensar diferente.  Han consentido y encubierto hasta los más viles asesinatos de los disidentes.  Son ellos, los que como perros esperando las migajas de la mesa, han servido de lacayos y testaferros para los intereses de los gobernantes.  Al final, al pueblo no le llegan ni las sobras de tanta abundancia usurpada.  Esa mayoría, que dice que por ser mayoría manda, han condenado este pueblo a la ignominia del colonialismo, al narco-estado, a la pobreza, a la miseria y la crisis humanitaria más grande de su historia.  Han perpetuado un sistema que solo funciona para algunos y para otros es inexistente.  Esa mayoría insensata, es la responsable de instituir un régimen de libertinaje político; y lo que es peor, es la responsable de la ausencia de justicia e igualdad; son igual de responsables del arresto de la libertad de pensamiento y palabra, del razonamiento y el sentido común.  Hasta que no decidan utilizar estas últimas tres cualidades inherentes de todo ser humano libre, repito, ser humano libre, seguirán de rodillas ante la voluntad de la mayoría aplastante. 

Caí al piso, mareado de tanto baile y alcohol.  Entonces, abrí los ojos.  No había nadie a mi alrededor, estaba solo.  Entre latas y botellas, manteles sucios y bandejas vacías yacía mi cuerpo.  Mas lo que es peor, mi voluntad y mi espíritu destrozados por La Catrina. 


¡Levántate y anda!

lunes, 7 de marzo de 2016

Democracia puertorriqueña

por  Caronte Campos Elíseos


Ya en la libre comunidad después de mi última experiencia enclaustrado, al fin he llegado a mi hogar.  He encontrado el frente de la casa atiborrada de viejos periódicos.  Demás está decir que es uno de mis pasatiempos repasarlos sin considerar la fecha.  Oteando las páginas amarillentas y mojadas, me sumerjo en las últimas noticias importantes en el país.  “Importantes” al menos para los poderes detrás de la imprenta.  Desde las primarias presidenciales en los Estados Unidos, las pruebas de misiles en Corea del Norte; el encuentro del papa Francisco y el patriarca ruso Kiril; la decisión de Agapito de no ir a la reelección; la demanda del FBI a la empresa de la manzana; el nombramiento de la juez presidente de 40 años de edad; el retraso en el pago a los contribuyentes de los reintegros; el arresto de Leydy Mágica; los obstáculos políticos para los candidatos independientes, entre otros.

Tales eventos motivaron mi entrada a un trance contemplativo.  En ese estado mental (un tanto extraño para mí) comencé a hilvanar ideas sobre la democracia puertorriqueña.  Aunque algunos (como yo) pensaran que hablar de dicha cuestión puede ser equivalente a discutir el sexo de los ángeles en el imperio bizantino, me aventuré a escribir los pensamientos iluminados durante mi viaje de cannabis.  Solo espero que mis razonamientos abstrusos no provoquen en los amigos lectores sentimientos sañosos hacia mi persona.  Pero ciertamente, los puertorriqueños hemos vivido con la idea errónea  de lo que es un sistema democrático.  Esa ilusión óptica que nos han vendido como democracia participativa o democracia representativa es, en gran medida, la responsable nuestra triste ingobernabilidad.


¿Nunca se han preguntado porque la participación se ha visto limitada a un solo día cada cuatro años?  Ese día, el de las elecciones generales, es el único en el que los electores aptos     participan.  De ahí en adelante, nos sometemos por ciego consentimiento de la amplia mayoría (que por lo general está equivocada en sus decisiones) a todo un cuatrienio de oligarquía bipartidista.  Los partidos de mayoría se alternan en el poder con la anuencia de los fanáticos afiliados que realizan cualquier tarea, sin consideraciones morales, bajo la insignia de su colectividad de preferencia.  Estos súbditos o lacayos, son la mayoría absoluta que elige el gobierno de todos, pero que en la práctica es para unos pocos.  Así se ha sostenido este sistema por más de sesenta años.

Era tal la profundidad de los pensamientos traídos a mi mente durante el trance, que la abulia me dominaba.  Decidí reforzar los efectos de la fumarada, con un elixir mágico.  Un licor de la tierra con saborcito a café que aumentara mi desapego emocional.  Las ideas continuaban aterrizando en mi cabeza.  La mal llamada división de poderes ha sido la falacia más fehaciente del absurdo democrático.  Todas las ramas de gobierno están completamente politizadas.  Incluso la rama judicial, que se jacta de hacer honores a la toga, no son más que emisarios políticos.  Premiados por los favores que hacen a sus jefes políticos, son ascendidos a los cortes del país, corrompiendo así las decisiones trascendentales en los aspectos jurídicos.  Este secuestro de la justicia alcanza también al tribunal supremo, y con él se granjea el partido de turno el control de la administración de los tribunales por décadas. 


¿Y que me dicen de las ramas ejecutiva y legislativa?  Totalmente dominadas por los caucus de los partidos mayoritarios.  Desde el hemiciclo se legisla a la medida de unos cuantos, a favor de unos pocos y se olvidan de las necesidades del resto de los ciudadanos.  Incluso de los que como yo, vivimos de las dadivas del gobierno.  Cada vez más vemos como nos relegan al olvido.  Toman decisiones arbitrarias, sin conocimientos, preparación ni experiencias.      Conducen al país a la miseria, al caos y una crisis humanitaria de grandes proporciones.  No asumen responsabilidad de las consecuencias de sus actos apoyados por la inmunidad parlamentaria.  Desde la fortaleza se legislan más beneficios, sí, pero para los allegados.  Para aquellos que tienen acceso comprado a las esferas del poder.  Mueven el sistema económico en una sola dirección, la de sus cuentas bancarias personales.  Y cuando por fin el pueblo, aun en su ceguera voluntaria, los cuelga y castiga con el voto en contra, estas batatas políticas son refugiados en municipios, agencias, corporaciones de gobierno y retribuidos con jugosos contratos.

Entonces, ¿para qué ha servido la democracia puertorriqueña?  En este punto, ni el humo ni el brebaje ayudaban a soportar nuestra distopía hecha realidad.  Así que completé la trilogía de estimulantes con lo prescrito en las recientes consultas médicas.  En el éxtasis inducido apareció la respuesta a la anterior pregunta capciosa.  El ordenamiento jurídico del país no funciona.  Esta cimentado en una constitución maleada y manipulada desde su creación.  Una constitución subordinada a un congreso extranjero.  Este régimen legal ha permitido las barbaries criollas contra los propios constituyentes, que al final del día debían ser los únicos protegidos; ha consentido las afrentas más denigrantes en contra de la población general; y ha solapado los crímenes más espantosos de nuestra era contemporánea.  Asesinatos, persecuciones, discrimen, atropellos, maltratos, abusos.  Todos perpetrados en nombre de la justicia, la democracia y el orden establecido.  El estado de derecho ha fracasado miserablemente.  Basta con mencionar los llamados grupos protegidos.  Para hacer valer sus derechos han tenido que librar duras y largas luchas para lograr legislación a tales efectos.  Ni hablar de la persecución y linchamientos por razones políticas, las torturas en centros de detención ilegales y en bases militares; la degradación y privación a la mujer; el abandono a su suerte de los ancianos; la pobre protección y paupérrima educación a la niñez del país; la casi nula seguridad en las calles con el efecto lógico de la anarquía del narcotráfico; la demonización de ciertos sectores de la sociedad, aun cuando aportan tanto como el resto de los ciudadanos; la estigmatización de los pobres en los residenciales públicos; el desempleo creciente en los sectores más preparados y educados, con su justificable éxodo del talento hacia destinos inciertos; la corrupción y el pillaje rampante que nos ha conducido a la quiebra financiera; todo esto resguardado por un régimen legal fallido.

La democracia en este país tiene nombre y apellido.  Es para todo el que puede pagar por sus protecciones.  Los tribunales sostienen el sistema con sus decisiones que favorecen al mejor postor y/o alguno de sus protegidos predilectos.  Todavía tenemos a Lorenzo y a Rolandito esperando justicia.  El dogma principal de justicia garantiza la inocencia hasta que se demuestre lo contrario.  Este precepto ha tenido el efecto adverso de convertir las victimas de crímenes, en principales sospechosos, incluso en culpables.  Solo basta mirar los casos de conductores que atropellan transeúntes, parroquianos y ciclistas, y se han dado a la fuga.  Todos han salido por la puerta ancha de la justicia mal aplicada, mal interpretada o alterada por los famosos tecnicismos o atenuantes.  Todo orquestado por un sequito de abogados del diablo bien remunerados. 

Mientras tanto, los puertorriqueños se conforman con un día de decisión cada cuatro años.  Elegir alcaldes, representantes y un gobernador de entre un ramillete de ineptos postulados por intereses personales y partidistas.  Se conforman con elegir el menos malo de un manojo de incompetentes e insensatos.  Escogen de un racimo de mediocres y obtusos al menos charlatán.  Terminamos así, gobernados por una turba de mentes estériles y conocimientos limitados.  Amén de la mala leche con la que se postulan. Sumado a la apatía y enajenación de las realidades del pueblo que juran (en vano) proteger y defender. 

Luego pasan los gobernados, cuatro años entre quejas, críticas y resignación.  Ensimismados en su mundo lleno de vicisitudes que tuvieron la oportunidad de reivindicar con su voto perdido.  Entretenidos en el baile, botella y baraja que tan buena aceptación tiene entre los boricuas. Prestando toda la atención a los instrumentos democráticos de embeleso y control de masas generalizados, como la prensa, la radio, la televisión con sus respectivos espectáculos.  Víctimas, como siempre, de la propaganda mediática.  Hasta que no tomemos conciencia del valor que tiene el único voto que ejercemos con tanta fe (ciega y oscura), y la diferencia que puede lograr bien administrado, seguiremos en este espejismo que llamamos democracia.  Y a propósito de espectáculos hipnotizantes, termino estas líneas justo antes de las siete de la noche.  Es hora de ver, ¿Qué culpa tiene, Fatmagül?

¡Levántate y anda!

sábado, 6 de febrero de 2016

Remedio Atómico

por  Caronte Campos Elíseos


Hago constar que publico este escrito en este espacio en calidad de albacea del Sr. Caronte Campos Elíseos.  Dada su ausencia involuntaria y su incapacidad de publicarlo por cuenta propia,  me ha solicitado que cumpla su voluntad.  La misma es una epístola dirigida a este servidor con los detalles de su actual estado.  Sin mucho preámbulo dejo el texto íntegro para consideración de sus lectores.  Esto último no sin antes aclarar, que este servidor, Luigi Baldonis, no se solidariza con las expresiones vertidas en el contenido de la misiva, ni tengo conocimiento de los hechos relatados. 


Querido amigo Luigi Baldonis:

Hoy me encuentro en un lugar apartado, privado de libertad.  Las cuatro paredes que me rodean me parecen conocidas.  Está oscuro la mayor parte del tiempo y caluroso en extremo.  La ausencia de higiene se hace evidente en las plagas, la suciedad y el olor a heces fecales impregnado hasta en la cosa que me dan de comer.  Esto último no puede, por definición, llamarse alimento.  Me transportaron hasta aquí con el fin de curar un mal congénito que traigo en la sangre.  Me han realizado decenas de pruebas para determinar el tratamiento.  Han fabricado un voluminoso expediente con los síntomas, tratamientos, medicamentos y los resultados de dichos análisis. 

No soy el único interno, hay doce pacientes adicionales.  Conmigo sumamos trece (No es un número que genere buena suerte).  Quien escuche los gritos y gemidos, pudiera jurar que somos más de esa cantidad.  La mayoría del tiempo la pasamos en la pseudo habitación, en un catre mojado y lleno de insectos.  Uno de los doctores, de nombre Cornelio (muy apropiado por la forma en que nos trata)  me inyecta lo que él mismo llama el remedio para nuestros males.  Su sonrisa perspicaz y diabólica no es de muy buen augurio.  Según él, esta será la panacea para la principal epidemia de esta isla olvidada por “dios”.  Lo cierto es que cada vez que mi cuerpo recibe el remedio prescrito, yo me siento más cerca de las puertas del mismo infierno.

En las noches siento como el calor me quema la piel de todo el cuerpo.  El ardor me llega hasta el tuétano de los huesos.  Me encuentro en estado vegetativo.  Parezco un cadáver en proceso de cremación inducida.  Pareciera que están probando con nosotros el remedio atómico para controlar las masas.  Empero, en esos estados comatosos, he escuchado vociferar las enfermeras del lugar.  Hablan sobre una confesión en una carta inculpatoria, donde el mal llamado doctor Cornelio acepta su práctica de inyectar cáncer a sus pacientes.  Todo con el noble propósito de librar la isla de la plaga de los puertorriqueños.  Lo cierto es que ya quedamos menos pacientes.  De los trece internos originales, quedamos cinco;  algo me dice que no en muy buen estado, ni físico ni emocional.  Otro de los doctores a cargo de mi caso, me hace creer que estoy fuera de mis cabales, que padezco de mis facultades mentales y que sufro de trastornos como esquizofrenia y delirios de persecución (cosa que siempre he reconocido). 

Amigo Baldonis, te dirijo estas letras porque no tengo mucha esperanza de salir de aquí.  Quiero que si esta es mi suerte, recibas y publiques lo antes expuesto para el bienestar histórico de este pueblo.  Conociendo esta historia, podremos entender mejor la pandemia que arropa este mundo, el cáncer que nos consume.  Así, la muerte de los ocho puertorriqueños asesinados por doctores licenciados no quedara impune.  Aunque de esto último no guardo mucha fe y esperanzas.  Conociendo esta isla maldita y condenada eternamente al coloniaje, pronto olvidará estas ocho vidas sin saber siquiera sus nombres; y encontrará justificación alguna para su cruel desaparición.  Lo que no dudo ni por un segundo es, que nuestros asesinos y exterminadores serán tomados como héroes y serán premiados por sus ejecutorias en la experimentación con seres humanos.

Hasta que este pueblo incauto no decida conocer su historia sin ambages ni vendajes políticos, para así entender el presente, no tendremos claro nuestro futuro.  Seguiremos siendo, nosotros todos, las victimas pasivas de la propaganda y sugestión de masas.  Estaremos destinados a vivir merced de todos los que aludiendo a nuestro bienestar y salvación, nos consumen y corroen sin remedio alguno, como un inclemente cáncer devorador. 

¡Levántate y anda!


miércoles, 25 de noviembre de 2015

Robo de identidad

por  Caronte Campos Elíseos


Al regreso de un viaje largo por el viejo mundo y que se extendió por varios meses, me encontré vagando nuevamente por las calles.  Llegué hasta una escuela vacía y abandonada, de esas que han clausurado por falta de presupuesto.  Solamente quedaba parte del letrero escolar que leía el apellido, Pedreira.  Rondaban las tres de la mañana, y encontré en el plantel un hombre solitario.  Se me acercó y me preguntó qué se me ofrecía.  Respondí que solo quería ver las facilidades.  El se ofreció a darme el “tour” personalmente.  Cerró los portones con candado.  Esto, según él, para que nadie tuviera acceso al plantel escolar.  Comenzamos por la cancha de baloncesto sin techo y sin canastos; fuimos también a los salones, todos sin puertas y sin ventanas.  Visitamos los baños, sin inodoros ni lavamanos.  Pasamos por la biblioteca, sin libros.  Las paredes llenas de cables, sin energía eléctrica y sin computadoras.  Llegamos hasta una glorieta, sin asientos.  Allí decidimos sentarnos en el piso a compartir la merienda que el anciano había llevado a su trabajo.
 
Compartiendo el palo viejo con anís y las carnes empacadas, le comenté sobre mi viaje a España y lo mucho que me había fascinado.  Se levantó abruptamente del piso, y entre sorbos del oro blanco de la botella, comenzó a dirigirme un discurso:

-       Déjame aclararte un hecho diacrónico, muchacho: Por acéfalos como tú, es que este país está como está.  Una parte de la población añorando la madre patria; otros, soñando con integrarse a la “America the beautiful”.  En medio de esa nostalgia y esas falsas expectativas, nadie conoce los verdaderos orígenes de nuestra raza.  Ese desconocimiento es el que ha creado esta confusión de bipolaridad.  Dos banderas, dos idiomas, dos himnos, pero sin identidad nacional.  Nadie tiene la suficiente materia gris para entender el dilema de la personalidad puertorriqueña.  Antes de que tú, mi querido incauto, llegaras a la España de Fernández Juncos; y mucho antes de que Colón arribara a estas tierras con sus carabelas llenas de moros, ya existía vida en esta isla.  Los indígenas fueron los que, con humilde actitud y hospitalario espíritu, recibieron los mal llamados descubridores.  Eso es lo único que nos heredaron en la famosa mezcla de razas; la humildad y la hospitalidad.  Claro, gracias al holocausto taíno, fueron ellos los primeros en desaparecer del mapa de la personalidad nacional, dejándonos la cobardía como herencia. 


En este punto era yo el que necesitaba sorbos del preciado líquido en la botella.  Después de viejo fui a parar a una escuela abandonada para una mustia clase de historia.  Mientras, el oficial de seguridad escolar continuaba con su severa admonición:       

-       ¿Luego que tenemos? ¡La llegada de los negros!  Dominados a través de los siglos por la supremacía blanca.  Hasta el sol de hoy no logran quitarse las cadenas del discrimen y los prejuicios.  Encadenados, torturados, azotados, siempre sometidos.  Traídos a esta tierra para ser sometidos al trabajo y al yugo del dios de los primeros cristianos; su aportación al surgimiento de nuestra identidad, fue el sometimiento y la mansedumbre ante los atropellos.  Al final, de esta mezcolanza salimos nosotros.  Salimos de la artería y jactancia del blanco; de la subordinación y la rendición del negro; y de la humillación y mansedumbre del indio taíno.  Así surgió el criollo que por más de tres siglos vivió bajo los abusos, los martirios y suplicios perpetrados por parte de la madre patria.  Madre que negó por 400 años, el nacimiento de una personalidad puertorriqueña.  Que abortó por medio de represión y tormentos el desarrollo del alma nacional.

Con el tormento de esta aciaga realidad, ahogamos las penas en el ron compartido.  Mi desapego emocional se había quemado con el alcohol, y quería salir de aquel estorbo público que antes fue centro de instrucción.  Debo admitir que me retuvo allí mi tendencia al alcoholismo.  Además, recordé que el guardia había encadenado el portón, así que regrese a mi lugar en el piso.  El pseudo historiador continuó con su anodina diatriba:
 
-       Esa madre, que después del saqueo y la explotación de los criollos, nos entregó como botín de guerra a un padrastro abusador.  Y cuando ya habían visos de dignidad boricua, el nuevo imperio se ensañó con la idea nacionalista.  La inquina norteamericana contra los nativos logró la retracción del poco progreso que se había logrado hasta ese momento.  Así las cosas, el ser puertorriqueño se ha manejado entre dos aguas.  Entre lo heredado de la corona española y lo impuesto a la trágala por las fuerzas federales. Los boricuas carecemos de identidad propia.  El destino colonial nos ha robado la identidad.  Carecemos de reconocimiento internacional, vivimos bajo una cláusula territorial; el himno nacional es una danza bailable, el escudo es un manso cordero, no producimos nada de lo que se consume en el país, y hasta somos malos para imitar e implementar los sistemas ultramarinos que tanto adoramos.  Aun así, el ego sin fundamento del boricua es enorme.  Nos creemos la última Coca-Cola del desierto.  Pensamos que nos merecemos todo, y ni siquiera los conciudadanos americanos nos tratan con igualdad.  Somos en realidad una amalgama de contradicciones, de características heredadas, adoptadas y otras impuestas.  En otras palabras, no hemos visto aún el nacimiento del alma de la verdadera identidad nacional.  Alma que no veremos nacer hasta que dejemos la pendejería de querer ser lo mejor de dos mundos.  Hasta que no cese la idea de ser puente o punto de encuentro de dos culturas disímiles.  Hasta que no podamos concertar en un solo propósito, soltar las cadenas, escapar de la sumisión mental y dejar atrás la mansedumbre eterna, no veremos realizada la idea de una personalidad boricua real.


Me parece escuchar un timbre a lo lejos.  Me despierto tirado en el cemento de un gazebo sin techo.  Dan las ocho de la mañana.  A mi lado solo encuentro una caneca vacía, una placa con la inscripción, A. S. Pedreira, y un libro titulado, Insularismo.

¡Levántate y anda!

miércoles, 28 de octubre de 2015

Aquí, allá y en todas partes: Karla Coreas... Reflexiones

por Carlos Esteban Cana

Ahora que está por comenzar el Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York 2015 (inicia el 11 de noviembre), uno de los eventos literarios más importantes que ocurren en la Gran Manzana, publicaremos una serie de artículos en diferentes medios acerca de este acontecimiento cultural que en esta edición une a escritores de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela. 

En “Aquí, allá y en todas partes”, colaboración exclusiva para “Buscando la luz al final del túnel” del amigo editor Caronte Campos Eliseos, hoy compartimos reflexiones de Karla Coreas, fundadora y gestora de este valioso festival. En esta ocasión focalizamos de manera particular en su libro “Tarde en Manhattan”, que fue publicado originalmente en el 2008 y que tuvo una segunda edición en el 2012.  En este intercambio Coreas nos habla de su poemario y el proceso creativo que fluyó mientras el mismo tomaba forma, lo que me remitió también a la obra de otro escritor establecido en la Ciudad de Nueva York, me refiero al poeta boricua Luis Antonio Rodríguez LARO y su colección narrativa “Cuentos del ir y venir”. En ambos escritores, lo itinerante, el tren y lo vertiginoso tienen espacio en sus respectivos proyectos apalabrados.

Traducida al portugués, al italiano, al hebreo y al inglés, Karla Coreas tiene un segundo libro titulado “Como dos perfectos extraños”, publicado en el 2014. A continuación se incluye además una muestra de la obra poética de esta escritora y editora salvadoreña que impulsa con alto vuelo su gestión cultural en la Ciudad de Nueva York. 


De forest Hills a Jamaica

En el tren E:

36 ojos me hurgaron el alma o yo la de ellos.
Nos contamos la vida entre cada estación.
Dos ojos azabaches me hurgaron el pecho.

¿Qué buscarían allí?

Estaba cansado del reggae -
de pretender ser rasta -
de vivir en Jamaica (la impostora).

Esquivó la mirada cada vez que le pregunté
por qué tanta pesadumbre.

No quiso responder.
Fue más fácil huir,
salió del tren casi corriendo,
fue en busca de consuelo en alguna cerveza extranjera
o corría a los brazos de una hispana
estoy segura, estoy segura
mis preguntas ahora lo atormentan
mientras se hunde en el licor.

La segunda edición de Tarde en Manhattan está agotada. Contiene una selección de toda la poesía que venía escribiendo desde hacía muchos años, principalmente en Nueva York. Yo escribo cuando viajo, más que todo en ese transitar de trenes. Para la época vivía en Long Island y trabajaba en New York. Todos los días tomaba tren de Long Island Railroad, entonces ahí te daba tiempo de escribir, de leer más o de tomar notas… Siempre me encontré escribiendo donde el poema me asaltara. Yo no tengo un lugar particular como para decir ‘aquí yo escribo’, o yo agarro la computadora. Mis poemas no los escribo en la computadora, los escribo a mano. Tomo notas, o en algunos casos me envío un text message

Cuando el dramaturgo y escritor peruano Walter Ventosilla lee lo poco que leyó dijo: “Hay que hacer un libro”, y yo hice la selección. Todo estuvo bajo mi cuidado. Recuerdo que cuando empecé a seleccionar los poemas me di cuenta que quería una estructura. Por eso “Tarde en Manhattan” está estructurado de tal manera que tiene cuatro partes. El grupo de poemas reunía ciertas cosas que podían encajar no como capítulos sino como estaciones. Entonces utilicé el juego ambiguo de las estaciones del tiempo por ese movimiento de andar para aquí y allá. Hablo de tiempos, de muchos tiempos… Desde otoño, invierno, primavera, verano; los días de la semana, los meses; todo encajaba con las estaciones. Como en este poema:

En la noches de marzo

A media noche
donde la tristeza muestra su asfixia
y el poema oculta su jadeo
recuerdo el garfio de tus ojos
y la orfandad de sus mentiras
el sabor de las cartas
mezclada con el abrazo de promesas
en esas noches de marzo
te llamo en silencio
con la dulzura de un sarcófago
y la amabilidad de una muerta.

A veces estoy en algún sitio y tengo algunas imágenes, algunas cosas que me llegan o incluso las recito en voz alta. Yo sola me digo algún verso, alguna estrofa que quiero construir y si no tomo lápiz y papel en ese momento se pierde; se pierde porque ya luego es mentira. Muchas veces dejo ir versos porque viene algo diferente o mejor, porque lo puedo escuchar. Yo soy una persona que aprende escuchando. Soy más auditiva, y por eso tengo que leer en voz alta para escucharme. Con solo ver el texto no me llega, no lo asimilo igual. Escucho para que se me quede, me tengo que escuchar a mí misma y mis vivencias. De esa manera logré hacer el libro…

La escritora Karla Coreas con la poeta
Juana Ramos
Tarde en Manhattan

Entre la 33 y la 7a Avenida
el viento de acero y su alborada sacuden mis pestañas
La yerba seca pisoteada por las sombras
es una danza macabra al compás de las estrellas
El escarnio de esta ciudad y su charco de licores
desvía el vuelo de los pájaros
La luz de su pecho no encuentra una flama
y los minutos de una sonrisa se van al resumidero
Un farol sacude la arena de mis ojos
ambos nos reconocemos solos y vacíos
y la poeta sin darse cuenta muerde los cristales
de infinitos escaparates
no sabe si afianzarse a la gélida mirada del farol
o a la ternura engañosa de la medianoche.
De algo estoy segura
entre el farol y mi presencia
ambos inspiramos lástima.

Creo que mi poesía, mis poemas, específicamente esto que estamos mencionando, no sé si un hombre tenga la ternura o dulzura que trato de poner a los versos a la hora de, por ejemplo, explorar el dolor. No sé si un hombre puede armarlas de tal manera que se presenten así…

Vestida de negro

Una mujer vestida de negro con su paz ficticia
de llagas escondidas seduce el cigarrillo de las angustias
su táctica depresiva de absurda ternura
me convoca al pedestal de hielo
y raspando los agujeros negros de mi vida
recuerdo que aún sigo viva
esperando esa carta absurda de poesía
que alivie el dolor del corazón y el cerebro
entre el papel y ese espacio que hay en el mismo centro
donde coloco nombres que nadie más podrá decir

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Carlos Esteban CanaComunicador y escritor.  Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX.  Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones.  Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras.  Fue parte del colectivo El Sótano 00931.  Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.

Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como Confesiones, Sólo Disparates: buscando la luz al final del túnel, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano.  Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos).  Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural.  Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.