jueves, 9 de octubre de 2014

Viviendo de un sueño

por  Caronte Campos Elíseos



Saliendo con gran decepción de una casa de empeño en el Viejo San Juan, decidí dar un paseo por la histórica ciudad.  Mi pesar fue causado por la afrenta del dueño de dicha casa de intercambios.  Me ofrecía por el anillo que traía y que me obsequiara días antes, un religioso muy querido, apenas dos dólares.  Decía que era un simple rosario para dedos.  Después de tanto regateo, acepté la oferta.  Caminando por la ciudad amurallada, mi capital no era suficiente ni siquiera para una botella de agua.  Ni hablar de los churros, piraguas y otras “delicatesen”.  Ya estoy acostumbrado a esto.  No me sorprende, al final del día, así funciona el sistema.  Algo mareado por la deshidratación y el azote inclemente del sol capitalino, me siento en un banquito cerca de la puerta de San Juan.  Al pasar un rato y ya recobrando el sentido, veo a mi lado un anciano dando de comer y beber a los gatos realengos.  Tampoco me sorprende que los gatos y las palomas tengan de sobra quien les tire comida, y que yo haya sufrido un bajón de azúcar en el pasadía sanjuanero y no tenga ni para la guagua pública.  Al final del día, así funciona el sistema.

Cuando al fin me siento del todo recuperado, le comento al anciano samaritano lo que me sucedió momentos antes en la joyería.  Su contestación fue parca: “Sorry, no tengo efectivo, hijo.”  Trato de controlar mis impulsos.  Eso siempre dicen las personas insensibles para no dar limosnas.  Recuerdo lo que me dijo el bendito cura: “Ama a tu prójimo.  Ama a tu prójimo.”  Intento identificar su acento.  No lo reconozco.  Le hago toda la historia sobre mi encuentro con el sacerdote buena gente.  Me dice con voz indolente que eso no es exclusivo de mi persona, sino que es un problema generalizado de todos y todas.  Dice que esa condición tiene nombre y apellido, y se llama, viviendo de un sueño.  Con temor a una larga letanía, le pregunto a qué se refiere con ese epíteto.  “Tú estás tonto o es que te haces”, me contesta el malhumorado anciano.

“Look, my son… cuando yo llegué a esta tierra, pasaba exactamente lo mismo.  Los puertorriqueños de esa época también vivían de sueños irrealizables.  No por que fueran imposibles, pero en ese entonces y al igual que ahora, no había voluntad para realizarlos”.  No sé de qué me habla este desconocido señor, yo solo pienso en el galón de agua que vierte en el piso para los gatos.

“La mayoría de los hombres y mujeres que querían verdaderos cambios, fueron contenidos por el sistema imperante.  Los colonos los obligaron a vivir fuera del país, o en el mejor de los casos en el clandestinaje interno, utilizando seudónimos para poder expresar sus ideales.  No le hicieron frente al régimen español y lo consintieron por cuatro largos siglos.  Desde entonces, las divergencias criollas los mantuvieron en desventajas frente a los abusos.  Solo algunos próceres, de los que dejó España sin castigo, lograron algunos derechos en una carta de autonomía.  Ustedes los puertorriqueños siempre han sufrido una gran atonía para enfrentar sus realidades.  Soñando con el momento de su reivindicación nacional, pero cargando un yugo extranjero.” 

Ya lo escucho a lo lejos.  Siento que la cabeza me da vueltas y se me viran los ojos.  Debe ser otro bajón de azúcar, pensé.  Supe su nombre después que le dio un último sorbo a su lata de Coca-Cola que leia, Nelson.

“You know… lo mismo pasó cuando llegaron los americanos.  Las diferencias sobre como recibir los gringos eran profundas.  Unos querían aprovechar el viaje y obtener la independencia de España.  Otros no favorecían un cambio de régimen y apoyaban la permanencia española en la isla.  Los demás veían con buenos ojos que la democracia yanqui arribara con toda su gloria.  Los más ilusos o soñadores, pensaban que podría ser un eslabón para una relación cercana con Norteamérica.  Nada más lejos de la realidad.  Perro flaco soñando con longaniza.  Mejor dicho, puertorriqueños viviendo de un sueño.  Todos sucumbieron ante el ofrecimiento de libertad y prosperidad.  Los que sabían la verdad, murieron poco antes o poco después de este evento.  Los nuevos invasores comenzaron y culminaron su conquista con el pie derecho.  Régimen militar, régimen colonial, y hasta el sol de hoy, régimen territorial.” 

Mientras tanto, yo siento el sudor bajar por mi cara y por mi espalda.  Tiemblan mis manos y piernas.  Solo pienso en las exquisitas donas que el militante narrador ofrece a los afortunados gatos.

“Todo salió como estaba previsto.  Vencieron a los españoles, obtuvieron los territorios y esclavizaron la gente.  Claro está, todo bajo el manto sagrado de una libertad aparente.  Todo aquel que daba visos de revolución, la inteligencia anglosajona lo aplastaba con ayuda de la bota militar.  Y después de largos e intensos años, he aquí los resultados… Una sociedad en involución.  Sumisa, dividida, colonizada, engañada, enfrentada, adaptada, (y todo lo que termine en ada, pensaba yo mientras reía como un loco, literalmente).

“Actually, en esta tierra ya no nacen más héroes nacionales o próceres dispuestos a luchar contra el sistema.  Y si alguno osara de impávido, no hace falta ya la intervención extranjera para reprimirle.  El propio pueblo dentro de su cautiverio mental, se encarga de refrenar sus buenas intenciones.   Yo lo supe desde mi llegada a estas tierras.  Lo supe desde mi primera interacción con los boricuas de mi época.  El resultado es lo que tienen ahora.  Solo hay que leer las primeras planas y titulares de la prensa local:


  1. Una crisis creada por ramilletes de gobernantes, legisladores y asesores irresponsables.  Personeros de los intereses propios y de sus secuaces.  Ineptos, ignorantes, siempre velando la oportunidad para agenciarse dineros y propiedades públicas.  Legislando a la medida de sus necesidades y las de sus allegados, sin considerar los efectos en el resto de la población y mucho menos sus verdaderas miserias. 
  2. Gobernadores desviando fondos favoreciendo sus amigos y cuentas bancarias personales.  Utilizando sus puestos honorables para gestionar y negociar empleos altamente remunerados una vez consumado el saqueo a las arcas públicas.  Haciendo galas de sus influencias para manipular los procesos legales contra esta mafia dorada.
  3. Un sistema electoral que solo admite participación general cada cuatro años.  Amañado para perpetuar el estatus actual y para repeler nuevas visiones e ideas noveles. Colocando en el mando a los testaferros de los que realmente tienen el poder detrás del trono y que solamente piensan en su prosperidad económica por encima del bien común.  Un sistema que favorece la instauración de monarquías municipales, soslayando la voluntad popular.
  4. Una constitución y un estado de derecho subordinado a la injerencia del congreso ultramarino.  Estatutos legales incapaces de hacer valer la verdadera justicia social y moralmente correcta.  Leyes convertidas en letra muerta en su exposición de motivos versus su implementación práctica.
  5. Medios de comunicación masiva haciendo las veces de abogados del diablo.  Instaurando mecanismos de lavado de cerebro y adoctrinamiento general. 
  6. Un pueblo aferrado a la idea de que este sistema es lo mejor de dos mundos.  Viviendo de un sueño americano que en los pasados 116 años ha brillado por su ausencia.  Un sueño que los ha sumido en un letargo social.  Un país con una voluntad lánguida en espera de la consumación de las promesas hechas desde el verano del 1898, de un futuro mejor.

Le digo al longevo orador que me siento muy mal.  Que estoy al borde de un desmayo. A estas alturas de la disertación nada lacónica, los felinos habían terminado el suculento manjar que tanta falta me hacía.  “You see, you see!!  Es por eso mismo que ustedes están en esta situación.  Solo piensan en ustedes mismos, viven ensimismados.  Egoístas e individualistas.  Estoy tratando de que encuentres la luz al final del túnel, y tú dices solo disparates.  Así se les va la vida a ustedes, pensando en lo personal por encima de lo colectivo.  Hasta que no cambien esa mentalidad vanidosa y arrogante, vivirán perpetuamente sin percatarse de que están abstraídos en una  burda pesadilla.  Hasta que no despierten de ese sueño, estarán condenando a las próximas generaciones a vivir dormidos y sonámbulos.”

Ya casi ni escucho lo que grita el veterano amigo.  Hasta lo veo doble cuando algo molesto y antes de marcharse fulminantemente, agarra cinco dólares de su billetera y me dice iracundo y en aparente cámara lenta: “Take this, come y bebe algo, y vete a tu casa con tu actitud engreída. Pude notar claramente que dejó sobre el banco una medalla militar con su nombre completo, LTG. Nelson A. Miles.  Vamos a ver que dice ahora el Sr. Efectivo de esta “memorabilia”.


¡Levántate y anda!    

martes, 30 de septiembre de 2014

Fe divina

por  Caronte Campos Elíseos



Primeramente, quiero pedir disculpas a todos los lectores a nombre mío. En la pasada publicación perdí la cordura que me caracteriza (la poca que aún conservo). Tanto, que muchos se acercaron a mí diciendo que en ese escrito, no era yo el que escribía. Prometo hacer todo lo posible por evitar esos lapsus mentales, que cotidianamente sufro. Admito que me sentía como poseído por algún espíritu realengo. Al comentarle todo esto a un gran amigo escritor, de nombre René, me recomendó sin ambages, buscar ayuda. Como es de conocimiento público, hace algún tiempo despedí a mi psicólogo. Más bien, el me dio de alta, y de paso, le dio pa' bajo a mi novia. Pero eso es historia vieja. No sabía a qué tipo de ayuda se estaba refiriendo mi viejo amigo. Lo último que mencionó fue algo parecido a un método, alguna especie de ayuda espiritual. No sé mucho de espiritismo ni nada por el estilo. Supuse que estaba sugiriendo a algún profesional que me expulsara el espíritu que me tiene poseso hace mucho tiempo. Así que, dejando a un lado mi ateísmo arraigado, salí una mañana directo a la iglesia más cercana. Quería una iglesia católica. Esto porque son las que más seguidores tienen y las que más rápido despachan los feligreses, luego de varios cánticos y un par de recolectas. Llegué a la que está frente a la plaza pública. Con algo de temor, entré sigiloso. Parecía no haber nadie allí presente. Solo veía las estatuas, las velas, las flores y los instrumentos musicales. Aunque nadie los tacaba, me parecía escuchar los cantos grecorromanos de las damas de cintas rojas. 

Sentí el ambiente algo fúnebre para ser la casa de lo que llaman un dios vivo. Me desplacé casi hasta el fondo, cuando sentí una mano sobre mi hombro. Después del grito desesperado, volteé a ver qué cosa me estaba tocando. Con tantas noticias sobre los clérigos, esos toques por la espalda pueden ser muy peligrosos. En efecto, un hombre vestido de monje estaba allí. Me cuestionó sobre mi visita al lugar. Le comenté que me recomendaron buscar ayuda profesional. Me dijo: "entra ahí y arrodíllate". Amenacé con golpearlo y salir huyendo (pensando en las víctimas de abusos, maltratos y violaciones). Me pidió que me tranquilizara, que tuviera fe y que cooperara. Era solo un confesionario y él iba a estar del otro lado de la pared. Me contuve y decidí darle una oportunidad. Hice lo que me pidió aunque no entendía. ¿Para que estar del otro lado de la pared si ya vi su rostro? Al momento me dijo cuatro cosas y me volvió a pedir que tuviera fe. Lo interrumpí abruptamente. Lo primero que le confesé fue que, precisamente eso es lo que no tengo, fe. Que no soy creyente, cristiano, dogmático y mucho menos religioso. Ahora era el cura el que aparentaba estar espantado.


Comencé mi diatriba cuestionando los discursos hipócritas de la iglesia. Promover una fe religiosa donde su principal precepto es la antropofagia. Al menos eso predican al hacer galas de que consumen el cuerpo del dios que es mitad ser humano. De ese doble discurso es que nace mi aversión a las religiones, mi ateísmo visceral y el odio tan arraigado hacia la humanidad. No logro entender cómo se puede instruir a amar al prójimo cuando se come frente a un altar carne humana, y se presenta como la salvación. El ser humano es una maraña de contradicciones. No puedo tener confianza en un ser tan despreciable. El monje perturbado me regaña. Su principal argumento es que somos hechos a imagen y semejanza del dios creador (el mismo que se meriendan en cada misa). También adujo a que somos hijos de la divinidad, que somos seres diversos y que no somos perfectos en nuestro proceder. Además me recordó que yo formo parte de la misma humanidad a la que aborrezco y a la que hay que amar como a uno mismo. Lo increpo repentinamente. Entonces resulta que el altísimo que se jacta de perfecto y de que nos creó a imagen y semejanza, nos hizo diferentes a todos y carentes de perfección. Otra cosa que no me hace ningún sentido. 



Lo primero que me pidió el ataviado clérigo fue tener fe y amar al prójimo. Pero como tener fe en el único animal (eso somos todos y todas) que tiene el don único de razonar, pero actúa en detrimento de su propia especie y del resto de la creación. Actúa como las sinnúmeros de especies existentes, por instinto. Y cuando usa el razonamiento y el sentido común, lo hace para beneficio individual exclusivamente. El sacerdote parece haber quedado sin respuestas o argumentos. Yo, continúo despotricando contra la raza humana. Esta creatura solo utiliza el don de pensamiento, palabra, obra y omisión para desarrollar toda clase de artilugio para beneficio y lucro personal a costa de los demás. Es la única especie que vive dañando su entorno, contaminado su ambiente y destruyendo su hábitat. Es el único que con su voluntad y libre albedrío ha afectado el balance natural de las cosas. El confesor parece ni inmutarse. 


Insisto en la capacidad destructiva del hombre. Ese que en sus adentros continúa siendo bárbaro, cavernícola, y retrogrado. Y en el caso de los católicos, caníbales. Propenso por naturaleza a la auto-destrucción. Basta con mirar sus ejecutorias sobre la tierra. En la actualidad es el único que libra guerras por extensiones territoriales, motivaciones religiosas, económicas, políticas y/o expansionistas (o todas las anteriores). El único que desarrolla y disemina virus, epidemias y enfermedades mortales. El agente catalítico del calentamiento global y las alteraciones climatológicas. El único ser capaz de generar batallas bacteriológicas, químicas, nucleares a grandes distancias o a quemarropa. La realidad es que nosotros, y solamente nosotros somos los artífices de nuestra realidad actual. Pero para colmo de males, tenemos la capacidad de enajenarnos (en especial yo) de esa realidad tan patente en el diario vivir. Seguimos nuestras vidas como si nada estuviera pasando. Como si no fuéramos nosotros mismos, víctimas y victimarios. Mientras tanto, sigue la producción de toda suerte de mecanismos, procesos, productos, objetos e inventos que deterioran la calidad de vida de todos y la estabilidad del planeta entero. No conformes con eso, viajamos al espacio con el mismo espíritu colonizador de siempre, a contaminar el resto de la galaxia. Olvidamos que ha sido nuestra raza la que ha promovido los grandes genocidios, holocaustos, cruzadas, cacerías de brujas, masacres, matanzas y demás derramamientos de sangre. Muchos de ellos por la simple tendencia y debilidad humana por poder, la dominación, la avaricia, el reconocimiento y a meros caprichos. Le cuestiono al párroco cómo es posible tener fe y amar a en un ser tan despreciable. Percibo que el hombre ha quedado patidifuso con mi extensa disertación. Eso no me detiene ni me impide seguir fustigando al prójimo.

Estos hijos del gran poder divino nunca están conformes. En su incesante búsqueda por el "bienestar", el resultado siempre es fatal. Puesto en la tierra para dominarla, se ha encargado de consumirla hasta el punto de destrucción. No queda agua suficiente para todos, y la que existe está contaminada. El aire ya no es puro. Especies extintas y otras en proceso por nuestra negligencia. El desbalance perfecto para nuestra propia desaparición. Sin embargo, y simultáneamente, nuestros corazones se tornan grises. Solo producen indiferencia, apatía, parquedad, distanciamiento. Como si ese tsunami de barbarie nunca fuera a tocar nuestras puertas. Brotan los sentimientos individualistas, personalistas y egoístas. Cada uno en su mundo, en su trinchera, a la defensiva contra los propios hermanos. ¿Cómo mantener la fe en este tétrico panorama? Para mí no es posible por mi propio escepticismo. Soy un fiel creyente de que todo ese comportamiento es endógeno e inherente del propio ser humano. Pareciera que al único que le queda una chispa de fe, es al propio ser supremo de las alturas y que ustedes (con infinidad de motes) tanto veneran. Esa fe divina que emana del cielo, y que insiste en repoblar y sobrepoblar el orbe con seres humanos imperfectos, aun sabiendo (según los dogmas religiosos) todo el resultado con antelación. El silencio del eclesiástico ya es perturbador, considerando el tiempo que lleva mi ponencia cargada de odio y resentimiento.

Ignoro el hecho de que ha caído la noche y las velas de todo el templo se han apagado. También ignoro el suave repicar en el campanario. En ese ambiente frio y tenue, comencé a reconocer que es inspirador que el responsable de que el hombre camine sobre la faz de la tierra como un "ser pensante y racional" tenga todavía un rayo de esperanza. Aun cuando sus propios "hijos" lo niegan (más de tres veces), cuando aparentan ser seguidores, creyentes o discípulos, y aun cuando aparentan seguir todos sus mandamientos (aunque sea por una hora los domingos), continúa restituyendo (setenta veces siete) la especie. Es como si a pesar de tener conocimiento previo de las decisiones y acciones que estos nuevos enviados van a tomar en su vida sobre la tierra, el supremo sigue creyendo en su creación. Una fe divina por parte del todopoderoso, de que en algún día, en algún momento, la humanidad reivindicara su propósito de vida. Eso para lo que en realidad fue creado y para lo que está llamado. Y descubrirá entonces su verdadera naturaleza. Siento al instante un gran alivio en mi corazón. Agradezco al sacerdote la atención prestada y toda la ayuda. 

Definitivamente no soy el mismo ser humano que cuando entre a esa iglesia oscura y vacía. Al no recibir respuesta del interlocutor, me dispuse a cruzar la pared de madera que nos separa. Al fijarme veo al anciano cura, dormido y babeando. La tertulia no fue tan buena para él, como lo fue para mí. Quiero saber su nombre para poder agradecerle su ayuda posteriormente. Diviso un anillo de oro con un grabado. Al retirarlo de su dedo con cuidado, coloco un dólar en su mano en solidaridad con la costumbre católica. Ya en la calle, pude leer el grado que leía: T. Merton

¡Levántate y anda!

jueves, 25 de septiembre de 2014

Cuello blanco

Por: Antonio Aguado Charneco


La bata, estilo albornoz, colgaba suelta alrededor de la mujer sentada en la butaca. Frente a ella brillaba el monitor de una ordenadora de palabras, en el que se podía leer: Las garras de los criminales ocultas bajo elegantes guantes…

El cabello de Carmicci, recogido alto, se mostraba muy negro y brilloso con la humedad de un duchazo reciente. Por su cuello todavía se deslizaban, acariciantes, lentas perlas de agua mientras sus dedos viajaban con celeridad pulsando el teclado: Comprando influencias en las esferas gubernamentales e intimidando luego a las autoridades con sus prepotentes credenciales políticas.

Por la pálida piel de su rostro viajó un temor, un tic, desde el ojo izquierdo hasta la boca; se ocasionó un leve tremor en el carnoso labio inferior cuando la periodista se atrevió a oprimir las letras, en una posible fatídica secuencia, de una cualidad acusadora: El afán de lucro de unos grandes comerciantes, la codicia desmedida de unos acaudalados profesionales, le facilitan a los narco-traficantes los dineros para financiar la importación de vicios que alienan y esclavizan.

La sombra entró a su área de visión causándole un sobresalto; pero la reportera volvió a calmarse cuando sus ojos aquamarina reconocieron a Carlosomar. Él le alargó una copa de champán; con un gesto se disculpó por la interrupción y con otro le indicó que continuara su labor.


Carmicci sonrió y se estiró sobre el butacón que utilizaba solamente cuando iba a escribir. Mientras sorbía el casi congelado líquido dorado, escanciado por su adorado, se sintió muy dichosa; tan sólo llevaban una semana viviendo juntos y ya ella sabía que iba a ser una relación por toda su vida… Así resultaría ser.

Mientras lo escuchaba quebrando hielo, a punzón, pensó que para ella Carlosomar lo tenía todo: inteligente, apuesto, buen amante… tanto en la cama como en el asiento de sus autos deportivos; ambicioso, sumamente ambicioso, en vías  de hacer fortuna por sus habilidades como corredor en la bolsa de valores; cariñoso, en extremo cariñoso; también fascinado con el oficio de ella, o sea, que no existía preocupación de que se antojara que ella dejara su trabajo.

Carmicci colocó la copa vacía en un tablillero adyacente para reanudar su tarea:  En este último artículo de la serie se mencionarán los criminales, junto a sus aliados de cuello blanco, y grandes firmas comerciales involucradas en el contrabando, en el comercio ilícito, con la utilización de furgones de carga conteniendo muy poca mercancía legal…

Las manos de Carl, apócope en el cual él insistía, se ciñeron alrededor de la nívea garganta de la joven; y los dedos,  helados,  debido al contacto con los hielos de la cubeta que albergaba el botellón, ocasionaron en ella un escalofrío. Con los pulgares él procedió a masajearle la nuca.

Carmicci cerró los ojos y volvió a sonreír. Carl la mimaba tanto: la manicuraba y le depilaba los vellos, para que ella no tuviera que perder tiempo en el salón de belleza; incluso le secaba los oídos con palitos de punta en algodón. Tan considerado Carl, siempre tan caballeroso.

La reportera sintió las manos alejarse. Luego el hormigueo de la motita algodonada limpiando dentro de su oreja derecha. Carmicci se relajó más, esperando las cosquillas en el otro lado; en vez de ello sintió un punto gélido que la tocó dentro del mismo oído

El picador de hielo penetró por el canal auditivo con sonido de fuelle desinflado, en suave movimiento por un orificio de entrada, sin oposición ósea. La muerte cerebral, instantánea, desmadejó a Carmicci arriba de la butaca como marioneta deshilada; aquél asiento ya no se usaba sólo para escribir.

Carlosomar extrajo el picahielos lentamente del oído, orificio de salida; el lugar herido cerrando en vacío, sin provocar hemorragia; una única gota de sangre se asomó, lágrima roja transformándose en acusador ojo de rubí. Un palillo punta de algodón absorbió el lunar colorado.

Carl enfundó el punzón en su vainita de cuero antes de colocarlo en el bolsillo interior de su chaquetón. De otro bolsillo sacó un teléfono celular, marcó y habló: “Hecho... Ya los muchachos en el correo no tienen que preocuparse de que los expongan. ¿Cuál va ser el diagnóstico de nuestro patólogo, el forense? ¡Aneurisma! Oquei”

Entonces con una cucharilla de platino, colgada de una cadenita alrededor de tu pescuezo jincho, procediste a darte varios pases de cocaína. Después te pusiste a reorganizar la escena del crimen mientras terminabas la champaña.

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Antonio Aguado Charneco nació en Arecibo, tierras del Cacique Jamaica Aracibo, señor de las márgenes de Abacoa. Es narrador efectivo en la traslación del lector al mundo primordial, manejador del vocablo taíno y guerrero experimentado en las lides de construir episodios del mundo original de nuestros antepasados, como les llamaba Corretjer. Sobresalen en su obra con fuerza y realismo mágico las novelas Bajarí Baracutey: el taíno de la cueva (1993), mención honorífica en el certamen del Ateneo; Anacahuita: Florespinas (2006, EDUPR), primer premio en los Juegos Florales de San Germán. Así como Ouroboros: seis cuentos galardonados (1985), premiado por la UNESCO y Sendero umbrío –cuentos- (1997). Entre sus obras inéditas destacan las novelas Guarocuya (3ra de la saga indigenista); Mediomundo (en torno a unos inmigrantes de Islas Canarias); LuzAzul (de temática erótica) y las colecciones de cuentos: Narcocuentos; Al sur del ombligo; Flores de muerte (relatos de Méjico); Cuentos con Zeta; Hálitos del Averno (antología), Soseiva Sotaler en los Umbrales Umbríos y Aryanation - Order of the New & pandeza, The Last Influemiauna novela en inglés  que se ocupa del resurgir del neo-nazismo. También tiene varios libros de ensayos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Educación Especial

por  Caronte Campos Elíseos



Recuerdo mucho mis primeros años de estudio. Recién ingresado a la escuela elemental comencé mis primeros procesos de aprendizaje. Todo era color de rosas para mí y para mis compañeros. Todo, menos el proceso de enseñanza y el modelo educativo de la época. Lo tengo todo tan claro. Como si hubiese ocurrido ayer. Recuerdo las clases en inglés, los libros en el idioma inglés, las tradiciones y celebraciones gringas, el himno y la bandera norteamericanas. Todo inducido por funcionarios extranjeros o funcionarios locales americanizados. Hasta los profesores eran importados. Incluso las pruebas y exámenes eran en dicho idioma. Mis compañeros y yo la pasábamos de mal en peor. No entendíamos nada de lo impartido en clase. No fue hasta que Paul G. Miller autorizó algunos cursos en español, que pudimos nosotros aprender algo. Pero la resistencia fuerte a este adoctrinamiento estuvo presente por parte de los literarios intelectuales de nuestra época. Con sus letras, escritos y poemas hacían frente a esa americanización. No en balde en la actualidad, alguna escuela, avenida o callejón llevan sus nombres. Sus aportaciones son la "piedra en el zapato" de esas intenciones anglosajonas. Si en ese momento histórico se hubiese utilizado la medición estándar que se utiliza ahora para medir el aprovechamiento académico de los estudiantes, mis amiguitos y yo hubiésemos sido clasificados como de Educación Especial (EE). No entendíamos nada, no aprendíamos nada, no reteníamos nada, no aprehendíamos nada. En fin, el sistema de asimilación fracasó con nosotros. Pero en ese tiempo todos sabíamos quiénes eran los Llorens, los Matienzo y los De Diego de la vida.

Actualmente no. Nadie sabe quiénes eran esos personajes históricos tan importantes y mucho menos cuales fueron sus aportaciones al país. Preguntas a cualquier estudiante en alguna estación del súper tren por alguno de ellos y la respuesta que recibes es que es una calle, escuela o cementerio. Desde mis tiempos de estudiante, el sistema educativo estaba destinado al fracaso. Yo soy evidencia de ello. Lo conocí como Departamento de Instrucción. Ahora se conoce como Departamento de Educación. Pero en la línea del tiempo ha demostrado ser incapaz, ineficiente e inefectivo en el arte de instruir y educar. Triste es su caso y larga su condena, cuando sus propias métricas y avalúos colocan a los estudiantes por debajo de los estándares de aprendizaje y en descenso. El resultado, la creación de un subgrupo de estudiantes clasificados como de Educación Especial. Si bien es cierto que muchos estudiantes tienen limitaciones o desventaja en la forma y manera en que aprenden (like me), este tipo de educación se ha desvirtuado. Es justo y necesario que el estado provea a estos niños de todas las herramientas necesarias para su desarrollo. Esto incluye todas las áreas de la realización humana: intelectual, profesional, personal y social. El gobierno tiene que garantizar estos servicios a todos los estudiantes que los necesiten para demostrar sus capacidades. Al final del día, todos pueden ser parte productiva de la sociedad y aportar con sus mejores talentos.

De todas maneras no se puede pasar por alto el hecho de que un sistema educativo mediocre, etiquete a todos los educandos con los que no ha podido lidiar en los trece años de escolaridad. Su incapacidad de instruir y educar a un gran número de estudiantes con múltiples inteligencias y diferencias en el aprendizaje no debe ser excusa para convertir la EE en una burbuja inflada de manera ficticia. En esta coyuntura histórica esa población alcanza el 35% del universo de los matriculados, e "in crescendo". Los criterios para la elegibilidad para estos programas especiales se han convertido en subterfugios para alimentar los bolsillos y cuentas de ahorros de ciertos sectores. Se han manipulado tanto tales parámetros que la EE se ha convertido en un negocio muy productivo. Muchos comerciantes, contratistas, transportistas, educadores, terapeutas, padres y batatas políticas se han lucrado de los fondos que, en teoría, están destinado a cubrir las necesidades educativas de los alumnos. Pero en la práctica, es muy poco lo que llega a cumplir con los propósitos de los programas educativos, que no es otra cosa que el desarrollo intelectual de cada participante. Después de los esquemas de desvío, una ínfima parte del dinero asignado es la que resta para mejorar los medios educativos e instructivos de una cada vez más "inflada población". El mismo caso se ve en algunas escuelas privadas, las cuales reciben también dinero del gobierno. Quizás estoy exagerando un poco. Admito que por mi impedimento cognoscitivo significativo no logro entender cómo se utilizan las necesidades de estos jóvenes para el lucro personal. Todo es culpa de mi déficit de atención que no me permite ver lo que hay en el entrelinea de cada noticia sobre este tema.

Independientemente de si es educación regular o especial, pública o privada, los estudiantes están cada vez más rezagados. Los resultados de las pruebas de evaluación y las pruebas alternas apuntan a una reducción en el aprovechamiento académico del estudiantado en general. Para muestra con un botón basta. ¿Cuál es la razón para que los estudiantes no conozcan las biografías y las ejecutorias de los hombres y mujeres ilustres con que se nombran sus escuelas donde pasan trece largos años de sus vidas? No lo aprenden ni por casualidad. Ni siquiera porque en muchos casos existe alguna placa o busto con alguna breve biografía dedicado al susodicho prócer. La respuesta es simple. Es un problema sistémico. Todo el sistema público de enseñanza está corrompido, politizado, polarizado, burocratizado (y todo lo que termine en ado). Desenfocado de su principal objetivo, que no es otra cosa que la creación y desarrollo de hombres y mujeres productivas socialmente. Así las cosas, el producto de ese sistema es la deserción escolar, la repetición de grados, las malas notas, el bajo aprovechamiento académico, la disminución de matrícula, la violencia institucional, la emigración de prospectos, la desmotivación neuronal, la pereza cerebral y la baja autoestima intelectual (condiciones que he padecido y padezco desde, Juan B. Huyke). Ni hablar del diseño curricular. El contenido de los planes de enseñanzas son reflejo de la dejadez, mediocridad e ineptitud de los encargados de concertar una educación de integración, funcional y práctica. Una educación que se adapte al futuro de la vida colectiva puertorriqueña. Tampoco han sido capaces de enseñar en las aulas las competencias que miden las famosas pruebas con las que clasifican los estudiantes. Ese es el sistema que está supuesto a ser el tributario de ciudadanos y ciudadanas comprometidos y preparados intelectual, ética y moralmente con el país. No existe tal cosa como un proyecto de país. No existe nada como expectativas universitarias y/o profesionales. Lo que existen son solo disparates. Cierres de escuelas, planes cacofónicos, aporías educativas, estrategias fútiles con fines retóricos. Todo para dar la impresión de que se toman medidas de acción correctivas y medidas afirmativas hacia la obtención de objetivos claros. Nada más lejos de la realidad (like me).

Todo este diseño es secuela de aquella americanización de mis tiempos. De aquellos años de invasión y Ley Foraker. Aquel adoctrinamiento cultural para hacernos renunciar a nuestra idiosincrasia, cultura, idioma e identidad. Un método perfecto para sumirnos en la desigualdad, en la segregación de castas, en la miseria disfrazada de bajos niveles de pobreza. Para hundirnos en el desempleo, en la ignorancia, en el fanatismo y la dependencia. Mientras, los sectores más aventajados y favorecidos medran con las transferencias federales a merced de las penurias de los niños con necesidades especiales. Así fue en mi época escolar con Martin G. Brumbaugh y Roland P. Falkner, así es ahora con el cambia y cambia de secretarios, y así será por los siglos de los siglos, amén. No hay énfasis en la integración de materias ni en la integración curricular. No hay visión ni misión de futuro. No hay interés en el desarrollo colectivo, mucho menos en el desarrollo individual de cada estudiante. Lo que domina es el interés de lucro y expolio. Y pasaran cien años más en Macondo y no veré cambios con acciones afirmativas. En resumidas cuentas, todos necesitamos una educación especial. Con carácter de urgencia. Es imperativo para nuestro porvenir colectivo. Pero esa educación especial la tenemos que buscar por nuestros propios medios. Convertirnos en estudiantes de toda la vida y para toda la vida. No cesar en la búsqueda de conocimientos, ser autodidactas. Aprender de las experiencias pasadas, cambiar nuestra programación doctrinal, aplicar los nuevos paradigmas educativos y borrar los estigmas creados por un sistema disfuncional. De lo contrario seguiremos siendo víctimas del déficit intelectual de unos y del oportunismo burdo de otros.

 
¡Levántate y anda! 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Dulce hogar

por  Caronte Campos Elíseos


Después de la caótica experiencia en un hospital local, salí rumbo a mi dulce hogar. Agradecido primeramente, porque no fui víctima del ébola ni del chinkungunya. Ambas epidemias se han expandido como pólvora. Una en África y la otra en Puerto Rico. La diferencia simple entre ambas es que, teniendo nosotros el capital, los avances médicos, tecnológicos, estratégicos e informativos para evitar la propagación, en cuestión de semanas tenemos miles de contagiados por el mosquito. Menos mal que es la segunda la que nos toca. Imagine si fuera una enfermedad mortal como la primera. A juzgar por el desempeño incompetente de nuestro Departamento de Salud, sin mencionar su bajo presupuesto que no alcanza para las pruebas necesarias, los muertos por la enfermedad se contarían por miles. Acelero el paso tratando dejando atrás esos pensamientos pesimistas provocados por mi bacilofobia. Luego de estar al borde de la muerte en un centro hospitalario con escases de personal y paupérrimas facilidades, lo que necesito más es rodearme de cosas positivas y dejar atrás la negatividad.


Hablando de epidemias o de cosas positivas, en el camino de regreso a casa me topé con un grupo de personas. Un grupo de estas personas que visten de trajes largos, chaquetas, maletines y sombrillas en mano desde las 8:00 de la mañana. De puerta en puerta reparten tratados, biblias de bolsillos, te dicen que el señor te bendiga y te invitan a sus templos o iglesias. Muchos de ellos por ser tan cercanos al vecindario los has visto abofeteando a sus hijos de cinco años en el centro comercial adyacente. Hijos que han sido concebidos por carambola fuera del matrimonio por el pecado de la fornicación, y que son percibidos más como una obligación que como una bendición. Hijos a los que les proveen lo mínimo para vivir, sin incluir necesariamente el afecto y las atenciones que requiere todo ser humano de esa corta edad. Muchos de ellos pasando hambre, enfermedades, y sirviendo de esclavos domésticos realizando las tareas del hogar, legalmente inscritos en el registro demográfico como ciudadano. A estos grupos son los que le sobran la fuerza de cara y, según ellos, fuerza moral para ir al capitolio en una actividad divina dirigida por algún recolector de diezmos, y arremeter allí contra otros sectores marginados. Todo en supuesta defensa de la familia tradicional. Ese escenario no es otra cosa que una hipocresía cristiana y un doble discurso incompatible con los supuestos valores cristianos. Tales contradicciones son la raíz de mi profundo ateísmo y eclesiofobia intensa. Ese padecimiento es el que me empuja a cruzar la calle hacia el lado contrario de donde ellos se encuentran agrupados. Camino pegado a las paredes revestidas de pasquines añejos y amarillentos. Logro escapar ileso de ese entrampamiento religioso. Con el corazón acelerado a punto de infarto, llego al súper tren para retomar mi camino a casa.

Ya en la ruta del tranvía me siento apartado de todo y de todos. No lo suficiente como para no escuchar las conversaciones de algunos pasajeros. Específicamente los estudiantes que su tono de voz retumbaba por todos los vagones. Entre risas se decían unos a otros, que esperaban con ansias las próximas elecciones generales. Todos en consenso quieren ver ganar al candidato del partido azul. Esto, según ellos, porque de salir victorioso el decano y doctor en células madres, todas las leyes relacionadas con los derechos de autor quedaran derogadas. Lo cual los beneficia directamente a ellos en sus aspiraciones universitarias de sobresalir con ingenio prestado. Tienen la creencia, a juzgar por sus risas y carcajadas, de que se legalizará e institucionalizará el comunismo intelectual. Es decir, que no existirán los derechos de autor personales, sino que serán de propiedad general. Mientras veo pasar los arboles frente a mi cara a velocidad luz, pienso en esa posibilidad. Todo lo que los intelectuales, pensadores, autores, artistas, escritores, literatos o algún otros ser racional haya creado, nos pertenecerá a todos por igual. Así que lo que no pude aprender, entender ni componer antes por mi condición de déficit de inteligencia cognoscitiva, ahora lo obtendré por la vía electoral. La idea me gusta mucho. Esta debe ser mi oportunidad de convertirme en un famoso filósofo criollo. Creo que ya he encontrado también mi próximo candidato electoral, gracias a la disertación estudiantil en el tren.

Llegamos por fin a la estación de turno. Antes de seguir escuchando semejantes palabrerías, prefiero continuar mi rumbo caminando. Al bajarme me entregan una hoja suelta. En ella se anuncia el aumento de la tarifa para viajar por el tren. Un aumento de cien por ciento. Todas las acciones de este gobierno parecieran estar dirigidas a procurar el exterminio de la clase media, por medio del aumento en el costo de los servicios a la población. Tan absurdo es el asunto, que ya ni los subsidios ofrecidos a ciertos grupos de beneficiarios, son suficientes para sobrevivir en este país. Hasta los federales han optado por ofrecer su Plan Ocho para que los pobres puedan salir de los caseríos y vivir en casas o edificios decentes. En el peor de los casos, están dispuestos a dar el visto bueno para que tengan alberca común en cada residencial. Esto ha provocado la ira de la clase con "mayor poder adquisitivo". Peor aún, provoca que la clase media y trabajadora (si es que existe todavía) fustigue a los recipientes de tales dadivas gubernamentales. Esto logra polarizar la atención hacia los menos afortunados, mientras son las grandes mega tiendas las que más se benefician del esquema de incentivos. Pero detrás de esa cortina de humo, son las grandes empresas (las Big K, las WM, las paredes verdes, las súper farmacias y los mega hoteles) las que reciben millonarias sumas de dineros extraídos de los bolsillos del pueblo. Con el pretexto de que su operación es vital para la economía local y que son los principales creadores de empleos, reciben una fortuna de las arcas públicas. 

Sin embargo, al final del día los empleos que crean no cumplen con los criterios para recibir tales cantidades de dinero. No cumplen en cantidad, en calidad ni en beneficios. Todo lo contrario, mantienen a la población que trabaja a jornada parcial o completa sumidos en una perenne miseria. Porque es más productivo y costo efectivo vivir con las migajas que ofrece el gobierno con sus mal llamadas ayudas económicas, que trabajar a tiempo completo para una multinacional comercial. Eso lo reconoce el legislador de apellido Natal que propone a los capitalistas del país, a modo de reto, que intenten vivir con los $133 semanales que deja un empleo a tiempo completo para una empresa privada. Ya es tiempo de que se reconozca la realidad de la clase media en peligro de extinción. Para ello no hay que realizar estudios exhaustivos o experimentos que no conducen a nada en lo absoluto. Basta con hacer el ejercicio que el Natal está haciendo (quizás solo por politiquería nada más). Claro está, es fácil pretender no tener dinero cuando se tiene un salario de alrededor de $60,000 al año (más beneficios), y sin importar como se pretenda vivir, el dinero llega por depósito directo a tu cuenta bancaria. Culmino estos pensamientos, antes de tener que comenzar a correr, reconociendo que me parece haber encontrado mi próximo candidato electoral.

Comienzo una carrera disimulada hasta que no me queda más alternativa que apretar el paso cual Culson en la Liga Diamante. La jauría de galgos en la calle me persigue a toda prisa. Si no tengo suerte para tratar con las personas, mucho menos para tratar con perros rabiosos. Cuando por fin logro escapar de mis victimarios, y ya con un mordisco canino en mi pierna, me detengo a respirar un poco de aire fresco. No veo la hora en que pueda llegar a mi dulce hogar. Hogar que cada vez es más cuesta arriba mantener. Los costos de luz, agua, teléfono, gas entre otros hacen que cada vez haya menos en la casa. Mi nevera parece la piscina de los caseríos. Solo tiene agua. Agua, repleta sedimento y contaminantes. Lo que le brinda un color amarillento no muy agradable a la vista y al gusto. Las indicaciones son sencillas, si no te gusta el color o el sabor, échale un sobrecito con tu sabor predilecto. Las autoridades amenazan con racionar el "preciado líquido" debido a la escasez de lluvia y a los bajos niveles de los embalses. No se preocuparon por dragarlos y ahora quieren dejar la población a secas. Tengo que cuestionar en estas instancias lo del "preciado líquido". Simultáneamente se advertía sobre la sequía y el eventual racionamiento, un movimiento comenzaba a propagarse peor que el virus Chinkingunya. El "Ice Bucket Challenge". Todo el mundo olvidó la sequía, los embalses, olvidaron el aumento de casi 100 por ciento en la tarifa básica, se olvidaron de los miles que mueren de sed diariamente, y comenzaron a echarse por encima baldes de agua helada. Demás está decir que unos solo requerían onzas, litros o galones, pero otros necesitaron camiones cisterna para su reto personal. En un aparente acto heroico, hasta los políticos aprovecharon los 15 minutos de publicidad para darse su frío chapuzón. Comienzan nuevamente la marejada de pensamientos ilógicos sobre la gestión gubernamental. Mientras nos cierran las llaves para una vida digna, les abren los grifos de los billetes a los industriales. El gobierno en su afán de recobrar lo que regala a los grandes interesados económicos, aumenta el costo de los servicios básicos o bien cesa en el ofrecimiento de algunos de estos. Tal es el caso de los maestros, los asistentes y la transportación para los estudiantes de Educación Especial del sistema público de enseñanza. Esta población de estudiantes que según los datos del propio Departamento de Educación, alcanza los 160,000 estudiantes diagnosticados. Recuerdo haber visto en algún lado parte de las vistas contra el representante del departamento encargado. La legisladora del partido verde ha sido muy incisiva con este asunto. Tal vez sea que tiene algún niño cercano registrado en el programa de Titulo I. De todas maneras, pienso, creo que he encontrado mi candidata electoral para el próximo cuatrienio.

Frío comienzo a sentir yo en pleno sol del mediodía. Mareos, náuseas, sudor y dolor muscular. ¡Maldito mosquito, ya me picó!, pensé primeramente. Luego, al mirar mi pierna adolorida, me percato de los dos orificios que los colmillos del pulgoso agresor me habían tatuado. Como si fuera poco, tengo que detener mi periplo hacia mi dulce hogar en el dispensario pueblerino más cercano. Supongo que estaré horas en una sala de espera. Allí me encontré con una situación atípica para mí. Al explicar a la mujer mi urgencia por una cura para las heridas, y mencionarle mi necrofobia avanzada, la doctora la emprendió en ataques verbales hacia mi persona. Epítetos como ignorante, bestia y animal iban acompañados de los alardes de erudición que ella poseía. ¡Por eso este país está como está. Coge un libro, ignorante y deja de escuchar a Daddy Yankie!, me gritaba a viva voz. Pude deducir del tono con el que vociferaba la doctora, que estaba molesta conmigo. Si bien tenía razón al adjudicarme todos esos adjetivos (amén de los que se le quedaron y los que no son publicables), la situación puso de manifiesto el estado de la salud mental, no solamente la mía, sino en todas las esferas sociales y económicas del país. No tengo más remedio que permanecer en el hospitalillo arriesgándome a que me envenene la desajustada doctora o me inyecte alguna oxitocina o sustancia mortal. El miedo a una necrosis me impidió salir despavorido y esperar por la histérica galena. Cuando al fin obtuve una venda y unas pastillas para el dolor, salí a toda prisa del lugar. Pensaba mientras caminaba, que no se puede culpar a la susodicha. No debe ser fácil bregar con gente como yo todos los días de la vida. Debe ser una ardua y drenante tarea. 

Me dirigí a la parada de guagua más cercana. Era evidente que con una pierna herida no podría llegar a mi dulce hogar caminando. Una vez allí me siento lo más distante que puedo. Mi tendencia misántropa me obliga a ello. Allí comienzo a escuchar lo que comentan en voz alta los futuros pasajeros. Tengo que admitir que en ocasiones prefiero escuchar lo que dicen las voces en mi cabeza, que escuchar lo que habla la gente "normal". Muchos de los cuales se expresaban molestos y otros hasta llorando por la situación del alcalde de Rio Grande. Increíblemente, un funcionario acusado de corrupción cuenta con el apoyo y el beneplácito del puertorriqueño de a pie. No ha de extrañarnos entonces, que vivamos en un país donde la corrupción es la principal motivación para los funcionarios públicos. Ese germen es la semilla para la mayoría de nuestros problemas económicos y sociales. Pero para estos pobres incautos es peor la acusación que el propio acto. Un ejemplo más de cómo lo malo se torna bueno con el tiempo y la costumbre. Estamos acostumbrados a que nos cojan de pendejos cada cuatro años hablando con huecas promesas y demagogias, con las miras en los fondos públicos y en nuestros precarios bolsillos. Mientras tanto, esperamos por casi tres horas que llegue el próximo autobús.

Prefiero continuar mi peregrinación deambulando por las calles a continuar con la absurda espera.  Por andar ofuscado en las sandeces que los demás conversan, no me había percatado que perdí mis alpargatas. Voy como Shakira, con los pies descalzos y la mordida rabiosa, en romería a mi dulce hogar. En el camino acepté un periódico de eso gratuitos que solo tienen varias páginas con noticias banales. En primera plana, el equipo nacional de baloncesto. A todas luces, no son ni la sombra de lo que fueron en el pasado. Esta participación solo puede compararse con la de Mar del Plata en 1995. En ese entonces hubo una rebelión por motivos económicos y algunos jugadores se negaron a salir a la cancha. Nueve jugadores estelares fueron sancionados. En este mundial fue distinto, aunque con el mismo resultado. Todos los jugadores salieron a jugar, pero no al nivel del baloncesto internacional. Ciertamente, la prioridad de esta isla estrella y su sistema educativo no es el deporte. Hemos visto como la totalidad de los países han mejorado sus habilidades deportivas, mientras nosotros quitamos presupuesto a los atletas y dejamos que las canchas se tornen puntos de ventas de drogas. Y ahora todos lloran y se preguntan qué pasó con la hegemonía de los 12 magníficos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ese es el reflejo de cómo la mediocridad institucionalizada y la cultura del desapego ha calado en todos los ámbitos de nuestra sociedad.

Después de escuchar en la calle solo disparates y luego de tanto pensamiento huero que ronda mi cabeza, llegué a mi casa. Tras un largo mes de cruzadas, gracias a Dios lo logré. Aunque lo encontré un poco inhóspito por el tiempo en el abandono, es mucho mejor que la selva que se vive allá fuera. Ya instalado comienzo a musitar conmigo mismo, tratando de encontrar las razones o el origen de esta tragicomedia nacional. Todos los eventos, aunque aislados, tienen mucho en común. Todos son sintomáticos de la descomposición social que se ha instaurado en nuestra vida colectiva. Vivimos enajenados de la realidad del Puerto Rico de hoy. Todo culpa de las malas decisiones que tomamos al ejercer el voto cada cuatro años. Hemos puesto nuestro destino y nuestro futuro en cada inepto que ha pasado por las papeletas electorales. Esa partida de incompetentes ha contribuido a que el gobierno resulte incapaz de resolver nuestros problemas más apremiantes. Han logrado entretenernos con espejismos, sueños imposibles y modelos inventados que nos sugestionan unos contra otros. Cada escenario representa lo que hemos obtenido con nuestro sistema. Cada estampa es evidencia de que los grandes intereses, los medios de comunicación masiva y los políticos han logrado su objetivo. Objetivo que no tiene marcha atrás y nos lleva cuesta bajo. Las prioridades están invertidas. No existe sentido de urgencia. La unión y la solidaridad son nulas. El egoísmo, el individualismo, la mala fe, el materialismo, la envidia, la indiferencia, la mala leche y la impunidad se han apoderado de nuestro dulce hogar. Hasta que no renazca el orgullo nacional, hasta que no resurja la cría boricua, hasta que no despertemos del letargo inducido en que vivimos… no habrá solución posible.


¡Levántate y anda!