martes, 28 de enero de 2014

Refugio personal

por  Caronte Campos Elíseos





Recuperándome todavía del encuentro anterior con el grupo de virtuosos, he considerado volver a mi vida de ermitaño.  La mayor parte de mi vida la he pasado alejado de la sociedad.  Como quien dice, huyendo del contacto con la humanidad.  Estoy acostumbrado a vivir en el retiro.  No de esos retiros religiosos, que vas por varios días y regresas dejando atrás tus malas costumbres y malos hábitos, solo porque encontraste en ese “tiempito” lo que no habías encontrado en toda tu vida.  Y ahora que la palabra Retiro, está tan de moda, recordé a mi buen amigo, el doctor.  Ese que siempre me dice que no debo vivir retirado de la comunidad.  Así que se me ocurrió darle una visita antes de salir.  Por supuesto, aprovecho para rellenar mi suministro de remedios químicos, para que el viaje sea mucho más placentero.

Como el lugar de encuentro siempre estás atestado de gente (con supuestos desórdenes mentales), me propuse llegar muy temprano y así lograr el primer turno (y así evitar posibles contagios).  Llegué justo cuando el reloj marcaba las tres de la mañana.  Cumplido mi cometido, me senté en el piso frente a la puerta de entrada, en espera del galeno.  Tiempo después aparece el hombre con su bata blanca y me invita a pasar.  De inmediato me pidió que me ponga cómodo  (no es lo que están pensando...).  Inicia la conversación con la pregunta obligada: Como te ha ido todo este tiempo en que no has venido a verme?  Le ofrecí mil disculpas por abandonar de esa manera nuestra amistad, y por evitar nuestras reuniones terapéuticas.  Le conté entonces, (con lujo de detalles) toda la historia de mi osadía riopedrense.  Le comenté que he recibido como "mensajes divinos" todo lo que se ha ventilado en días recientes sobre el retiro.  Por lo visto, todo el mundo relaciona el apartarse de lo cotidiano, con dicha y bienestar. 

El doctor me mira (para variar) como si no entendiera nada de lo que estoy hablando.  Le hago un resumen noticioso amarillista.  Desde los maestros, los empleados públicos en general, hasta los jueces supremos, todos tienen una concepción de la jubilación como una especie de refugio personal.  Una época dorada donde van a poder descansar y disfrutar de lo poco que les quede de vida, luego de explotar la salud y la juventud laborando.  Son altas las expectativas de esta clase obrera: descuentos por edad, pases y pasajes gratis, obras y conciertos todas las semanas, filas expreso y toda clase de accesos "VIP" a productos y servicios.  Sin mencionar la aspiración de una pensión elevada por largo tiempo para poder sufragar los altos costos de la vejez.  Yo vivo soñando con lo mismo, pero a diferencia mía, para estos esclavos modernos, el proceso de obtención es tortuoso.

Pero esta pretensión (le comento con ahínco) encontró la saña del aparato gubernamental.  El tiene en su mano el diagnóstico de mi "encefalograma plano", y me mira con resignación.  Lo único que logra expresarme es que yo no estoy entendiendo nada de lo que sucede en el país.  Sorprendido por su comentario, hago una larga pausa.  Trato de analizar si en efecto, entiendo o no lo que acontece en esta isla estrella.  Admito que mi capacidad de concentración es prácticamente nula, y solo venían a mi mente imágenes de mi cóncava amada.  Una vez logro regresar a mi triste realidad, continúo explicándole mi retrasado análisis. 

Por un lado tenemos a los maestros.  Cerrando las escuelas públicas, entorpeciendo el comienzo del semestre escolar.  Protestando y dejando sin clases a miles de estudiantes, y retrasando el calendario escolar.  Todo porque según sus representantes sindicales, se les están violentando sus términos contractuales, restando beneficios adquiridos, y usurpando todo por lo que han trabajado tantos años.  Alegan los educadores que los cambios legislados a su sistema de retiro, les cambia todas sus estructuras de planificación a largo plazo.  Trastoca, injustamente (como si fuera a los únicos) su estabilidad para sus "años dorados".

"Lo mismo le hicieron al resto de los empleados públicos, y estos no hicieron tanto berrinche", me responde mi disimulado interlocutor, mientras observa su teléfono celular.  Una vez más sufro una de mis lagunas mentales tratando de entender tal disquisición.  Llego a la conclusión (después de varios minutos en el vacío) de que tal expresión no esta tan lejos de la realidad.  A los empleados del gobierno, que suman unas cuantas decenas de miles de trabajadores, también les cambiaron los muñequitos de su retiro.  Más bien, le bajaron los numeritos y lo único que esto provocó, fue una ola de jubilaciones improvisadas.  Pero por otro lado, riposto, tenemos a los supremos togados.  Los jueces del tribunal mayor, esos que han sido endiosados por nuestra ciega fe en la democracia.  Los mismos que castigaron sin vara y sin fuete, bajo la premisa de "crisis nacional por la emergencia fiscal", a los miles de empleados públicos despedidos por la Ley 7.  Sumaron casi 20,000 los dejados atrás por los entronizados inquisidores.  Y cuando la furia divina de estos mediocres olímpicos parecía caer sobre los más de 35,000 componentes del magisterio, apareció lo impensable.  La mano invisible del gobierno amenazaba con meterse en los bolsillos de los intocables. 

Acto seguido, anunciaron los cruzados una decisión salomónica.  Un poco para confundir y desviar la opinión publica de la medula del meollo, los tribunos detienen la implementación de la ley que condena los educadores a la miseria geriátrica.  Burdo intento de ocultar su verdadera intención... declarar, al día siguiente, inconstitucional (elevado casi a pecado capital) el que otro poder cuasi infernal (en este caso el ejecutivo) quiera profanar sus emolumentos.  Lo cual era de esperarse, dado que en este caso, postulo el supremo como "juez y parte" en su propia demanda contra el gobierno.  En otras palabras, los cabros velando las lechugas (cabros grandes en este caso).  Todos vimos por las transmisiones televisivas, como los jueces desataron su ira y dejaron ver su verdadero rostro, defendiendo su templo sagrado.  Para hacer el cuento largo, corto, la crisis fiscal es razón suficiente para expoliar las ya misérrimas finanzas personales de la plebe.  Pero no lo es cuando se trata de las crecientes arcas de la nobleza criolla.  En fin, todos tienen que hacer sacrificios excepto sus investidas majestades.

"Siempre ha sido de esa misma manera, Caronte", alcanza a contestar mi distraído amigo, mientras corta el largo de sus uñas.  Un poco extasiado por el fuerte (y rico) aroma del esmalte, intento analizar su tajante frase.  Ciertamente, prosigo yo algo mareado y un tanto molesto por su distracción; pero en este caso en particular la decisión del mal llamado Supremo, ha puesto en tela de juicio el alcance y vigencia de la constitución nativa, su supuesta división de poderes, y todo su disfuncional estado de derecho.  Esa que dice proteger nuestros derechos como ciudadanos, pero concede todo el poder legal y discrecional de legislar en detrimento del bienestar de sus constituyentes.  Por eso tenemos, y hemos tenido, un gobierno que utiliza "la doctrina del shock" para conducirnos a la miseria.  Mientras nos entretienen con su estado de alerta y emergencia global, depredan las arcas públicas cual aves de rapiña.  Desaparecen el dinero sin ninguna clase de inhibiciones ni cargos de conciencia.  Se hacen sal y agua nuestras contribuciones en contratos millonarios para familiares, amigos y personas de confianza.  Contrataciones superfluas de cabilderos, asesores, empresas fantasmas, batatas políticas, y otras series de sandeces.  Ni hablar de las agencias en quiebra que, por un lado siguen aumentando pornográficamente los costos de los servicios, y por otro, otorgando aumentos estrambóticos y bonos ridículos por productividad.  Todo esto con dinero que toman prestado a los bonistas, que al final del día, tendremos que pagar con altísimos intereses por periodos eternos de tiempo.

"Ay, mijo.  Si fuera por eso, tendrías que irte del país".  Ahora soy quien queda en estado de "shock" al escuchar semejantes expresiones.  Intento ignorarlo, pero es difícil cuando provienen de una persona que parece escuchar música americana a través de sus audífonos blancos.  Le replico a mi desinteresado escucha con vehemencia... Soy fiel creyente en que esta nación necesita un Nuevo Estado de Derecho que no solamente defienda en teoría los derechos de la gente, sino que esa defensa de la justicia y la igualdad llegué a la praxis.  Pero hasta que personas que tienen esa línea de pensamiento que usted acaba de esbozar, que son la mayoría, cambien su perspectiva no saldremos de este abismo.  Hasta que no realicen que con esa actitud promueven el problema, no existirán probabilidades de cambios.  Si no dejan a un lado la indiferencia arraigada en los corazones; si no abandonan el individualismo craso; si no eliminan el germen de la apatía; perpetuaremos nuestra precaria situación.  Solo cuando abandonemos nuestro refugio personal, el tribalismo político, y las tribus partidistas, obtendremos la victoria y la redención sobre las supremas injusticias legitimadas.

Buscando una respuesta del doctorcito, observo con asombro que el hombre estaba dormido.  Poseso por el cólera, le bajo las piernas del escritorio y lo tiro de su silla.  Su reacción fue inmediata, y al levantarse recibo de su parte un fuerte empujón.  Ya en el piso inconsciente, comienzo a sentir los puntapiés.  Escucho desde lejos que me llaman por mi nombre mientras continúan las patadas.  Al abrir los ojos, veo a la secretaria del doctor que me dice: "Caballero despierte, son las ocho, hora de abrir el consultorio".


¡Levántate y anda!

martes, 14 de enero de 2014

Grupos de referencia

por  Caronte Campos Elíseos


Después de mi última desilusión amorosa, me propuse comenzar el nuevo año con renovados bríos.  Acepte la posibilidad (aunque mínima) de que padezca algún desorden mental, espiritual o tal vez emocional.  Recordé entonces la sugerencia de un buen y viejo amigo que era sacerdote, de compartir con personas con la que tuviera cositas en común.  Lo llamo amigo no por ser sacerdote, sino por ser bueno (no digo por viejo, por si está leyendo en estos momentos).  Me dispuse entonces a buscar algún grupo de referencia con el cual pudiera compartir situaciones similares.  En la búsqueda, encontré un colectivo de poetas y escritores.  Me pareció una  buena elección ya que las personas con tendencias artísticas compartimos las mismas inquietudes (al menos en su mayoría).  Los contacté por las redes sociales y después de resumirles mi  caso (con cautela y solo lo pertinente), tuvieron la deferencia de invitarme a uno de sus famosos juntes. 

Algo excéntrico el grupo, decidieron pasear por el mismo centro de Rio Piedras.  Allí donde el progreso del Súper Tren parte por la misma mitad un casco urbano invadido por las pestes de desechos humanos, y la desolación provocada por  los grandes centros comerciales.  Una vez todos reunidos en el restaurante más cercano (el del rey de la comida rápida), comenzamos la “hora feliz”, la de la terapia grupal.  Pensé que por ser el invitado de honor y posible nuevo miembro (del adjetivo membresía) me tocaría el primer turno.  Para mi sorpresa no fue así.  Después de que los profesores universitarios, las bibliotecarias, los hombres de negocios y los frustrados empleados gubernamentales desahogaran sus penas, sus lamentos y sus resentimientos con el mundo, por fin llegó mi turno.  En este instante uno de los organizadores de aquel conclave, sugirió salir a observar los murales que decoran los edificios cercanos.  No me dieron tiempo para descargar mis angustias, esas que me mantienen en una depresión permanente.  No pude despotricar contra los causantes de mi esquizofrenia severa y de mi eterno desajuste mental.  No tuve más remedio que unirme a la caminata, con la esperanza de poder arremeter más tarde contra el gobierno, los políticos, el sistema y contra el cupido de las flechas envenenadas. 

Así que, luchando contra mi agorafobia crónica, me uní a la comitiva en su “inspirador paseo”.  Mientras ellos se elevaban en su viaje turístico y se perdían entre las pinturas sin finalizar, yo pensaba en las razones por las cuales fui a parar allí.  Casi llorando pensaba en la suerte que rodea los grupos de referencia a los que he pertenecido y a los que pertenezco.  Mientras transitaba por aquellas desniveladas aceras, recordaba el de los indios taínos.  Siento algún grado de pertenencia por este grupo, por obvias razones, pero no puedo borrar de mi mente todo lo que el sistema educativo nos enseña sobre ellos.  Viviendo a merced de las inclemencias del tiempo, haciendo trueques de buena voluntad, perseguidos por los hambrientos Caribes, y descubiertos por los españoles y el nuevo mundo, estos seres precolombinos se extinguieron (con un poco de ayuda de los recién llegados cristianos).  No sé si todas esas historias son completamente ciertas, pero sí puedo asegurar que los libros se han encargado de traernos los supuestos legados de esa raza desaparecida... la buena fe y la hospitalidad.  Para los efectos, estos seres indígenas siempre mostraron su lado pacifico (por no decir apendejao) ante las adversidades que enfrentaron.  Al menos eso es lo que perdura en nuestra historia colectiva y en nuestra psiquis.  Nunca sale a relucir la capacidad ingeniosa, trabajadora, adaptable, y mucho menos la capacidad militar y defensiva que poseían, en especial al defender su tierra de los carnívoros visitantes.  Amén de las habilidades para la organización y el sustento de todas las tribus.  Sin mencionar las sublevaciones contra los colonos blancos que amenazaban su supervivencia y agredían la moral de los anfitriones.

Mientras esos cuatrocientos años de falsas historias pasaban por mi mente como una película en blanco y negro (ironías de la vida), el gremio artístico hacía su siguiente parada en la librería de turno.  Luego de varios intercambios de impresiones sobre algunos libros y compartir opiniones sobre uno que otro escrito, pensé que habían llegado mis “quince minutos de fama”.  Nada más lejos de la realidad.  Los artífices de la palabra acordaron en el acto, continuar con su excursión por las calles hediondas de cuentos y leyendas urbanas.  Me tocó quedarme nuevamente con las palabras en la boca.  Igual que me quedé con tantas cosas en la punta de la lengua, aquella mañana cuando descubrí la verdad sobre mi amada. 

Salí tras el cortejo literario con mi complejo de inferioridad a flor de piel.  Las imágenes de otro de los grupos de referencia con los que me identifico, no paraban de pasar frente a mis ojos desvaídos. Los negros, encadenados, arrancados e importados desde su lejano hogar, traídos como objetos, como propiedad privada, con todas sus libertades restringidas por razones pseudoreligiosas.  La supremacía blanca haciendo galas de poder y hegemonía sobre una supuesta raza inferior.  Obligados a trabajos inhumanos, en condiciones infrahumanas, y alejados de todas sus costumbres y cultura.  Sometidos a la trágala, a una cristianización ininteligible.  Pensaba, mientras me acariciaban los inconfundibles aromas de calles, en lo poco que se habla de la resistencia negra.  De los intentos de sublevación por parte de los esclavos, de los intentos de mejor vida de los llamados cimarrones, de la lucha frontal contra la imposición de creencias y la supervivencia de (hasta nuestros días), de una religión protectora y esperanzadora.  Nos quedamos con las imágenes de las cadenas y el carimbo como símbolo de sometimiento.  Sin pensar ni considerar la resistencia férrea y la trascendencia de una raza duramente maltratada.

Una vez más, el clan de los ilustrados parece detenerse.  Esta vez frente a la estampa viviente de los tres reyes magos.  Con estos, ya eran cuatro los reyes visitados en la travesía.  La escena era patética.  La calle desolada, tres hombres disfrazados con la inocente convicción de preservar la tradición, siete adultos infantiles, y dos niñas ilusionadas.  Patética la escena no por lo pintoresca, sino más bien por la pobre y casi nula concurrencia.  Muestra evidente del Desapego cultural que nos arropa como país, como pueblo.  Ya ni siquiera por casualidad fomentamos las más emblemáticas tradiciones.  Ya involucrado en semejante espectáculo, me propongo aprovechar la presencia de los magos soberanos para ventilar las intimidades de mi caso (mis delirios, mis alucinaciones, mis complejos, mis desamores y desencantos).  Al final del día, esa es la razón verdadera por la que estaba allí.  No obstante me dispongo a comenzar mi oratoria, los creadores apalabrados retoman su ya cruel peregrinación.  Incluso, en un breve parpadeo, hasta los personajes barbudos habían desaparecido sin dejar rastro (hasta llegué a creer en sus poderes mágicos)

Superado finalmente el ataque de histeria y de llanto, corrí tras la cuadrilla de intelectuales.  A la vez que corría tras ellos, mi mente se ocupaba de asociar todo lo que me ocurría.  Llegó a mis pensamientos uno de mis grupos de referencia por los cuales siento gran deferencia.  Los criollos locales procedentes de la mezcla de las tres razas originarias.  Esos mestizos que nacieron de la mezcla de los desaparecidos taínos, los blancos invasores, y el actualmente “grupo protegido” (que en aquel entonces no lo era del todo), los negros esclavos.  Después de doce largos años pasando por las escuelas de este país, hoy conozco muy poco sobre estos nativos.  Solo tengo algunos leves recuerdos sobre las enseñanzas relacionadas con ellos.  Salidos del famoso encuentro de culturas, vivían en minoría en su propia tierra.  Forzados a sobrevivir trabajando la tierra en la que, siendo dueños, vivían como “arrimaos”.  Con pocas posibilidades de recuperar su propiedad, recibiendo como pago cupones de intercambio por cada jornada de trabajo.  Recibiendo todo el peso de la producción nacional, para obtener a cambio la comida diaria (lo que la iglesia llama desde entonces el pan nuestro de cada día).  Pero poco se habla sobre las revueltas de estos primeros boricuas en reclamo de sus derechos.  Se minimiza y se solapa con la “historia oficial”, las sediciones y conspiraciones con el fin de obtener la libertad que en su momento gozaron sus ancestros.  Se demonizan los hechos históricos que evidencian el hastío de una raza sometida por siglos a yugo extranjero.  Los gritos del pueblo (Lares, Jayuya, etc.) se acallan como siempre, con baile, la botella y baraja.

Fatigado por la larga carrera y empapado por la lluvia incensaste, diviso a la virtuosa bandada de escritores entrando a un restaurante italiano (pseudoitaliano, debo decir).  Este magnífico grupo de referencia que escogí para mi catarsis personal, y que se jactan de ser defensores de la cultura local, decidieron terminar su fantástico encuentro a lo "New York Style"… comiendo pizza.  Entre trozos de “pepperonis”, jarras de Coca-Cola y poetas con dieciséis porciones del suculento manjar en las costillas, las conversaciones fluctuaban entre lo más sublime de las fuerzas del Universo, hasta lo más burdamente mañosos del mercadeo capitalista.  Víctima del tedio y la desidia, me levanté de la silla bruscamente.  Poseso por la ira, comencé a decir todos los disparates que pasan por mi mente.  Inicié la perorata hablando del último grupo de referencia que vino a pensamiento, el puertorriqueño contemporáneo.  Si, ese en el que cabemos todos los que hemos heredado los defectos y virtudes de los primeros tres.  Pero que por razones puramente coloniales ha olvidado su verdadera historia, y la ha sustituido por la versión imperial. 

Nos hemos creído la leyenda de los indios mansos, de los negros resignados a las cadenas y de los criollos explotados por los grandes intereses.  Todo eso es lo que reflejamos en nuestra cotidianidad actual.  Aceptamos y consentimos, dócil y sumisamente, todos los abusos y atropellos que el sistema constitucional permite burdamente.  Nos dejamos domesticar por los medios de información masiva.  Nos sometemos libre y voluntariamente a los designios de los “tigres del sur” y los “blancos tiburones”.  Nos persignamos ante los mesías y los acaudalados pastores, a los que seguimos como ovejas ciegas camino al matadero.  Nos prestamos al mejor postor para seguir el juego de la autodestrucción y el autosabotaje.  Dejamos de ser los más hospitalarios, incluso con los paisanos.  Arrastramos las cadenas, ya no en los pies, sino en las mentes y en las almas.  Entregamos nuestra tierra y nos conformamos con lo poco que deje la explotación laboral como dádivas.  Mientras continuaba con mi fútil discurso, los desinteresados interlocutores comenzaron a abandonar el lugar.

Cegado aún por la rabia, yo continuaba mi alocución sin pausa.  Les decía que no tenemos remedio, que somos causa perdida.  Que en gran medida he perdido la fe en el sistema y en la humanidad, por causa de esa indiferencia general hacia nuestra realidad colectiva.  Por la apatía al conocimiento y por el miedo inmenso a reconocernos como descendientes de una mezcla de razas y culturas que nos puede hacer grandes.  Pero preferimos estar arrodillaos ante el extranjero y venderle al verdugo, por unas pocas monedas, nuestro propio hermano.  Incluso, señalamos, criticamos, y si es posible obstaculizamos a los que sí están dispuestos a reclamar sus derechos.  No somos capaces de luchar ni de asumir una actitud solidaria con los que hacen frente a las injusticias.  Por el contrario, no apoyamos ninguna causa que no sea la individual.  Sin entender que el hecho de que alguno se levante dignamente, eventualmente será nuestra reivindicación personal y colectiva.  Hasta que no recozamos en nuestra sangre la gallardía taína, la fortaleza y resistencia negra, y el valor de los criollos que tuvieron el coraje de elevar su grito, seguiremos encadenados a un pasado inventado, atados a una realidad ficticia.  Si no encontramos nuestro verdadero ADN, el futuro será implacable con las próximas generaciones de puertorriqueños adoctrinados. 



En ese instante de desahogo necesario, calmado ya por la tensión liberada, me percato de que todos en la mesa se habían marchado.  Dejaron solo las bandejas plateadas y los vasos con hielo en proceso descongelamiento.  Nuevamente siento en mi corazón una decepción muy similar a la que dejó mi querida y deseada Perséfone al marcharse aquella noche cruel.  Superado el desvanecimiento temporal, me dispongo a salir del lugar.  No sin antes recibir de manos del mesonero, la cuenta por pagar.

¡Levántate y anda!

sábado, 11 de enero de 2014

Barco de papel: Centro Cultural en Nueva York


Por Carlos Esteban Cana
Barco de Papel es uno de los centros culturales más importantes que tienen los escritores latinoamericanos en Nueva York, y en estos momentos se desarrolla una valiosa campaña de respaldo para que esta valiosa institución continúe su gestión. Contamos con tu respaldo. 

Libreria Barco De Papel
4003 80th Street
Elmhurst, NY 11373
(718) 565-8283
libreriabarcodepapelny.com

En esta foto: Carlos Esteban Cana durante uno de los recitales del pasado Festival de Poesía Latinoamericana Ciudad de Nueva York.

martes, 31 de diciembre de 2013

El final de los tiempos

por  Caronte Campos Elíseos


Hace escasamente un año, publicaba un primer escrito en este espacio.  Lleva por título, El fin del mundo.  En esa ocasión hacía referencia a la posibilidad de que se cumplieran las profecías mayas y/o los augurios del juicio final.  Para bien o para mal, todo fue una falsa alarma, y aquí estamos doce meses después, escribiendo otros disparates.  Antes de continuar con mis desvaríos, (los cuales son cada vez más recurrentes), quiero agradecer a todos los que han colaborado, con el decido propósito de darle sentido a esta bitácora cibernética.  Angelo Negrón (Recolecta), Ana María Fuster Lavín (Aché, Aché…tambores de libertad), Mariella Rivera (Educar con valores: unreto mayor cada día), Ángel Parrilla (Poderde cambio), Yolanda Arroyo (Carimbo), Luis A. Pérez (El regreso), Sherly Rivera (Mucho más que un misil), Jean D. Pagán (¡Despierta ya!), Oscar Ruiz (La guerra de clases), y Luis Antonio Rodríguez (LARO) con su visita poética.  No puedo obviar la gran aportación de nuestro colaborador permanente, Carlos Esteban Cana, con su periodismo cultural y sus ideas conceptuales, quien desde el inicio ha mostrado fe en este loco proyecto.  Estos escritores han dado balance entre el delirio y la cordura en el transcurso de este año.

En lo que a mí respecta, continúo con una Persistencia peligrosa de adentrarme en una Oscuridad permanente que me lleva a confundir y asociar todo a mi alrededor con El cisne negro.  Y es que el fallido final del mundo del 2012, me ha llevado a ver cómo llegamos, en definitiva, al final de los tiempos.  Esto no necesariamente significa un juicio final, un desastre natural de magnitud global o un Armagedón.  Al menos no literalmente.  Más bien puede compararse con la conformidad y aceptación que vivimos actualmente de El Statu Quo.  Es que para mi entender (aunque no entiendo muchas cosas) mientras los años pasan sin detenerse, nosotros, el pueblo de la constitución de avanzada, nos quedamos estancados sin posibilidad de cambios reales.  Nos recluimos en un círculo vicioso, en una especie de cápsula  que no permite movimiento ni evolución.  Estamos condenados a vivir perpetuamente Perdidos en el espacio.  Sin opciones para mejorar, sin alternativas para salir de esta burbuja que no admite visión de futuro.

Desde hace varios decenios hemos visto como la Troika boricua conspira contra nuestro pueblo, coartando toda posibilidad de progreso.  La connivencia entre el triunvirato que la compone ha resultado nociva para nuestras aspiraciones.  Los grandes poderes y los que los ostentan conspiran sin pausa para lucrarse de sus posiciones, para abusar de sus pedestales sociales y para actuar en detrimento del bien común.  Nos han sumergido en una Esquizofrenia mediática, que lejos de informar y orientar, nos conduce cada cuatrienio a las urnas, hipnotizados e idiotizados por sus falsas promesas y burdas representaciones.  De ahí que en cada conversación informal y pueblerina que se escucha en las calles, en los bares y cafeterías ordinarias, se eleve, como palabras al viento, el reclamo de un voto de castigo.  Un voto que le demuestre a los imcumbentes que no son permanentes en sus cargos, y que les recuerde que el poder realmente pertenece al pueblo.  Lo absurdo de esta premisa es que el pueblo, el soberano, sale a ejercer su derecho escogiendo a candidatos sin preparación académica, corruptos sin escrúpulos, narcotraficantes disfrazados de políticos, y toda suerte de malandrín oportunista.  Perdemos el tiempo en este juego electoral sustituyendo pillos, ineptos y personajes pendencieros por personeros de la misma calaña.  Los alternamos en el poder por diferentes razones y motivaciones.  Ya sea por fanatismo político, por apego partidista, o simplemente por ejercer el mal llamado voto de castigo, terminamos eternizando la mediocridad de un sistema que nos consume, agotando nuestros recursos y explotando nuestras fuentes de producción y nuestro trabajo.
 
Es así como llegamos al fin de los  tiempos.  Vivimos lo mismo cada día.  Nos pasa lo mismo cada cuatro años.  Nos sucede igual, y no se vislumbra nada positivo a largo plazo.  Ciertamente nos hemos aclimatado a los estilos de vida establecidos por los “grandes intereses”.  Nos consume el Desapego cultural, que nos mantiene enajenados de las verdaderas razones para nuestra precaria situación. Asumimos por bueno, el hecho de que todos los que aspiran a gobernar sean los testaferros de los caníbales capitalistas.  Aceptamos que los que anhelan con tanta vehemencia dirigir y legislar, lo hagan solo por interés y conveniencia personal.  Nos vale madre que actúen como verdaderos filibusteros, y le damos el voto de confianza solo por el placer de decir al final de la jornada eleccionaria: “ganamos”.  Pero después del sufragio universal, solo nos queda ser meros observadores del saqueo del cual somos víctimas (y victimarios).  Donde quiera que nos paramos solo se escuchan los gritos de lamentos y las quejas por la triste realidad que experimentamos.  La deuda pública, las casas acreditadoras, los altos costos de agua, luz y teléfono; los peajes y los hoyos en las carreteras, amen de los tapones interminables; los impuestos, los bajos salarios, la carga impositiva, la mediocre educación, el enfermizo sistema de salud, y la paupérrima seguridad, son solo algunos de los tópicos más consabidos en cada conversatorio o coloquio familiar.

Este círculo vicioso nos ha conducido a la gran fatalidad que hoy vivimos.  En este País sin prensa se reportan las noticias con el fin de polarizar la atención en superficialidades y banalidades.  Tal es el caso de la protesta magisterial de los últimos días, y la micción de un maestro en la silla parlamentaria.  Esto es evidencia de cómo los medios de información masiva se prestan para desvirtuar las verdaderas problemáticas que nos corroen.  Hacen un escándalo que sirve como cortina de humo para la agresión legislativa. Mientras que los honorables nos mean desde la casa de las leyes desde hace poco más de cincuenta años.  Y así, hemos visto con tal indiferencia el despido masivo de empleados, el endeudamiento desmedido, la privatización injustificada, el derroche de dinero, la corrupción rampante, la agresión laboral y el desempleo creciente, el menoscabo del retiro de los trabajadores, la prominencia de la pobreza, la degradación de los créditos y el éxodo de profesionales, y todos los demás males sociales con los cuales convivimos.  No hemos entendido y mucho menos internalizado que, castigando los políticos votando por otros “menos malos”, nos hemos castigado y condenado nosotros mismos.  Hemos paralizado nuestro reloj evolutivo del progreso para perpetuarnos en una situación estéril y sin serias posibilidades de mejorar.  Nos hemos detenido en tiempo y espacio para ver como los países que nos miraban como ejemplo a seguir, nos han superado en todos los aspectos.  Ya no estamos a la vanguardia de ninguna “república bananera”.  Ahora somos espectadores desde la retaguardia, desde el patio trasero, del crecimiento y desarrollo de las naciones latinoamericanas.
 
Por eso este fin de año nos sentaremos (luego de los vítores y los fuegos artificiales) a lamentarnos y a repasar como el extinto 2013 nos ha dejado atrás.  Rezagados y con nuestra vida colectiva comprometida hasta las próximas generaciones.  Recibiremos entonces el nuevo y joven 2014, como de costumbre, con falsas expectativas personales, modelos equivocados de bienestar y la eterna mentalidad del colonizado.  Por mi parte, dentro de mi Locura que no se cura, pienso que única y exclusivamente, cuando seamos capaces de reclamar lo que por derecho nos corresponde como sociedad, sin pensar meramente en el individualismo egoísta; cuando podamos protestar contra las injusticias, aunque estas no tengan efecto directo en nuestras vidas personales; cuando podamos pensar en el futuro de nuestra raza y nuestra patria, sin estar ensimismados en nuestros apartados mundos; cuando tengamos la voluntad de concebir un Nuevo Estado de Derecho que responda a nuestras verdaderas necesidades y que fomente una digna continuación de nuestro tiempo y nuestra historia, superando las divisiones azulgranas; solamente en ese momento, en ese preciso instante, romperemos el circulo vicioso de tribalismos políticos en el que estamos encerrados e inmovilizados.  Ya es hora.  Estamos a tiempo de caminar con las manecillas del reloj a nuestro favor.

Solo me resta desearles no solo un próspero dos mil catorce, sino un prometedor porvenir.  Hasta la victoria.


¡Levántate y anda!

martes, 17 de diciembre de 2013

Desapego cultural

por  Caronte Campos Elíseos




Siempre encuentro a alguien que piensa que soy un desequilibrado mental, o que soy   un desajustado emocional.  Tampoco falta quien piensa que soy un loco con graves problemas de adaptación social.  Algunos me ven y se alejan por otro camino.  Otros, me gritan epítetos como, maniaco, psicópata, o lunático (aparentemente a modo de insulto).   Otros pocos, muy pocos, se acercan a decirme que estoy enfermo y que necesito ayuda profesional.  Solo porque evidentemente, he llegado al “borderline” de mi personalidad.  Tal vez porque cuestiono todo lo que sucede a mí alrededor, y critico todo aquello que me parece “fuera de lugar”.  Quizás también por el hecho de que pierdo mí tiempo escribiendo solo disparates para este espacio.  Para ser objetivo, quizás el hecho de que visite un psiquiatra, un psicólogo y un psicoanalista, y que además consuma cantidades ingentes de químicos recetados, validen todas las etiquetas que me adjudican mis críticos.  También debo admitir que algunas de mis costumbres pueden resultar un tanto extrañas.  No es muy común que una persona guste de leer periódicos con varias semanas de retraso.  Tampoco es muy habitual ver a alguien vagar en las noches y en mala compañía por los cementerios del país, o por las murallas de San Juan con pensamientos suicidas.  No es por justificarme ni nada de eso, pero toda esa patología no surge de la nada, y tampoco se da en un vacío.

Toda esta falta de fe en la gente, mi desconfianza hacia el prójimo, y la animadversión hacia la humanidad, es el resultado de la manera en que vivimos actualmente.  Es un mecanismo de defensa contra los estilos de vida contemporáneos, las costumbres modernas, y contra los excesos de la nueva cultura.  Cuando hablo de cultura no me refiero al mundo de las artes, las letras, la música, el teatro,  ni la pintura.  Estos son los únicos que mantienen una “scintilla” de cordura y sensatez.  Más bien me refiero a los actos y actuaciones, a los comportamientos y actitudes, a los sentimientos y pensamientos adoptados a través del tiempo, y que ya forman parte integral de nuestra cultura, tradiciones, idiosincrasia e identidad nacional.  No quiero generalizar porque se de muy buena tinta, que hay quien se ha inmunizado contra el germen patógeno de la corriente neoliberal postmoderna y sus respectivos virus.  Pero evidentemente, nuestra realidad y nuestra cotidianeidad están matizados con un desapego cultural cada vez más incontenible.  Hemos institucionalizado en nuestras vidas el desapego de los valores que una vez nos identificaban como pueblo.  La isla ha perdido su encanto y ya no es un destino turístico seguro, y el puertorriqueño ha perdido su carácter hospitalario del cual tanto alardeaba.  La prueba más clara y evidente de la magnitud del desapego que sufrimos como pueblo, es el apagón de la laguna bioluminiscente.  Nunca se hizo sentir ni pizca de indignación por el mal manejo de nuestros recursos naturales.  Amén de la intolerancia hacia los semejantes, la discordia entre familiares y amistades, sin mencionar la incontenible incidencia criminal en todas las clasificaciones delictivas; y la ola de violencia domestica que tantas vidas de mujeres inocentes ha cobrado.

Para hacer el cuento largo, corto, y no aburrirlos con tanta bazofia apalabrada, me voy a limitar a narrar (a manera de chisme) lo que me sucedió mientras preparaba mi cena de “acción de gracias” y meditaba sobre la disyuntiva social que vivimos.  Aunque no tengo mucho que agradecer, ni siquiera a quien o a que agradecer, después de haber seleccionado un jamón de pavo empacado y un vino de frutas barato, me dispuse a preparar la mesa para uno.  No bien terminaba de colocar el plato desechable sobre el madero repleto de lecturas en agenda, algún incauto osado tocó a mi puerta.  Para mi sorpresa, era una vieja compañera de estudios doctorales en materias extrañas.  La doctora, quien parece no envejecer y mantener su figura juvenil y su pelo lacio amarillo como el sol, se atrevió a saludarme como en los buenos tiempos, con un beso en la mejilla.  No quise ser descortés (tal vez sí) al no mencionar palabra alguna, pero ella por iniciativa propia se invitó a entrar, y de paso, también a cenar.  Le advertí sobre el rico y suculento pseudo menú, a lo que accedió sin contemplaciones.  Observando todo como si se tratara de una inspección en Siria sobre armas peligrosas, me cuestionó sobre el maletín negro con las siglas, EEUU-NSA.  Le respondí de manera parca, que era un obsequio de un viejo amigo de viajes.

Sentados a la mesa, me convertí en víctima de un intenso interrogatorio. Ya en la catástasis de la entrevista, y sumergidos en la embriaguez, comencé a confesar el porqué de mi vida cuasi ermitaña.  Le explicaba yo a la doctora, que mi retirada hacia el anonimato es causado por el desapego social generalizado.  El desapego de la vida, de la comunidad, de la solidaridad.  En fin, un desapego de todo lo que se relaciona a la universalidad y el pluralismo.  Un desapego de la diversidad del ser humano y lo que nos caracteriza como humanidad.  Situación que ha servido como agente conductor de la intolerancia, el individualismo, el egoísmo, incluso ha fungido como detonante del hedonismo y el egocentrismo imperante.  No existe ya la esencia de una colectividad abierta para todos y todas en igualdad.  Solo quedan reminiscencias de lo que alguna vez fue una cultura de unidad y hermandad.  La cohorte de los buenos tiempos ha fallecido, y las nuevas generaciones han caído presas del sistema global dominante.  Un sistema que nos sumerge miserablemente en su juego y nos convierte en piezas claves de su supervivencia, despojándonos de nuestros valores y nuestro sentido de sociedad.  Con el consumismo, la libre competencia, la multiplicidad de oportunidades para realizar los sueños; y la venta por todos los medios de comunicación masiva, de ideas y estilos de vida diseñados para polarizar las mentes débiles hacia unas falsas expectativas, este sistema nos ha inducido a institucionalizar el desapego de todo lo realmente genuino y verdadero.

La doctora solo se limitaba a mirarme directamente a los ojos y a tomar sus repetidas copas de vino cada vez más llenas.  A tal grado que me vi en la obligación de abrir mis reservas de vinos de frutas, guardadas para alguna ocasión especial.  No cabe duda que esta era lo suficientemente especial, ya que la doctora me seguía atrayendo igual que en los tiempos de nuestros cursos de ciencias ocultas.  Yo continuaba con mi disertación (no sin antes tomar mis pastillas para los nervios también con un poco de vino) sobre la cultura actual puertorriqueña y las devastadoras consecuencias del desapego instaurado en todos los ámbitos de nuestra vida colectiva.  El mismo que nos ha llevado a tolerar y a aceptar conductas equivocadas.  Incluso nos ha empujado hasta el punto de avalar y justificar comportamientos atípicos contrarios a las civilizaciones de avanzada, y a pasar por alto e ignorar las actuaciones inmorales y antisociales de los sectores más favorecidos por el propio sistema.  Tal es el caso de la corrupción gubernamental y la administración pública.  Salimos a escoger los dirigentes del país cada cuatro años, a sabiendas de que hay que escoger entre todos a los menos malos.  Mientras tanto, toleramos toda clase de abusos y maltrato institucional.  Toda acción, toda palabra, toda ley aprobada no tiene otro objetivo que lacerar la ya maltrecha clase media del país.  Sin mencionar que las oportunidades de una mejor calidad de vida para la clase que se encuentra por debajo del nivel de pobreza, no figura entre los verdaderos planes políticos, ocultos bajo las plataformas de gobierno oficiales.  Pero eso nos vale madre, y continuamos con nuestras vidas y nuestra actitud apática.  Claro, mientras esto no nos toque directamente a nosotros.  Esa cultura del desapego nos ha llevado a realizar que no existe injusticia hasta que ésta toque nuestra puerta.  Ya nadie piensa en los problemas del prójimo y mucho menos en la solidaridad. 
    
Ella solamente escuchaba con aparente interés.  Con sus ojos achinados por el vino, y con un tono más sensual que al inicio, me comentaba que le agradaba lo enigmático de mi pensamiento, y mi interesante personalidad al filosofar tan vehementemente.  Como yo la conozco y recuerdo sus antiguas jugarretas, la ignoro y continúo con mi aburrida alocución (aunque pensando que ella también se vería muy sexy sobre la mesa).  En fin, ruego por que se aleje la tentación para poder retomar la línea de pensamiento.  Esta vez recalco las razones para mi vida en el retiro de cualquier contacto con la gente.  Todo el mundo, todo el bendito pueblo puertorriqueño ha adoptado el desapego como cultura.  Nos hemos aclimatado, a tal grado que lo vemos como bueno y normal, la "mala leche" hacia los demás.  No tenemos ningún tipo de consideración hacia los vecinos, las amistades, los compañeros, y muchas veces ni hacia la propia familia.  Hemos decidido, abiertamente, ser parte integral del sistema que nos sumerge sin contemplaciones en la miseria ética y moral.

En este punto se muestra un poco inquieta.  Cuestiona si yo tengo alguna solución a este mal diseminado socialmente.  A su vez se queja del calor que recorre todo su cuerpo, y pregunta si puede quitarse alguna prenda de ropa.  Como yo soy loco, pero no tonto, accedí inmediatamente.  Procedo a contestar su interrogante diciendo que yo no poseo un remedio inmediato para la pandemia del desapego que nos consume.  Este está tan arraigado culturalmente, le digo, que no vislumbro salvación alguna.  Es como una escena post apocalipsis.  Todo el mundo pensando en su propio bienestar y adorando un solo dios, el dinero.  Un sistema basado en la obtención de bienes materiales para uso personal, relegando las relaciones humanas e interpersonales.  Hasta que el puertorriqueño no desarrolle una conciencia ciudadana, basada en la ética, la moral y la solidaridad; hasta que no asuma un rol participativo y combativo ante los problemas sociales, dando la batalla para erradicar su origen; hasta que no recuerde como era su idiosincrasia en mejores épocas y decida redescubrirla para las nuevas generaciones; hasta que no derroque el sistema que burdamente fomenta las actitudes individualistas, consumistas y egoístas; hasta que no destierre ese desapego cultural entronizado en los corazones, que solo cosecha apatía, discordia y enajenación; hasta ese momento, no tendremos un futuro por delante.



En este instante la dama embriagada dio un salto sobre la mesa. Se acercó con ojos lujuriosos y respiración acelerada.  Caímos al piso de mi sala enredados entre besos, caricias y abrazos.  De esa noche no recuerdo mucho más, solo que al despertar encontré su cuerpo elástico, estirado y desinflado a mi lado.  Al fin y al cabo, siempre supe que ella era una mujer vacía.

¡Levántate y anda!