miércoles, 28 de octubre de 2015

Aquí, allá y en todas partes: Karla Coreas... Reflexiones

por Carlos Esteban Cana

Ahora que está por comenzar el Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York 2015 (inicia el 11 de noviembre), uno de los eventos literarios más importantes que ocurren en la Gran Manzana, publicaremos una serie de artículos en diferentes medios acerca de este acontecimiento cultural que en esta edición une a escritores de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela. 

En “Aquí, allá y en todas partes”, colaboración exclusiva para “Buscando la luz al final del túnel” del amigo editor Caronte Campos Eliseos, hoy compartimos reflexiones de Karla Coreas, fundadora y gestora de este valioso festival. En esta ocasión focalizamos de manera particular en su libro “Tarde en Manhattan”, que fue publicado originalmente en el 2008 y que tuvo una segunda edición en el 2012.  En este intercambio Coreas nos habla de su poemario y el proceso creativo que fluyó mientras el mismo tomaba forma, lo que me remitió también a la obra de otro escritor establecido en la Ciudad de Nueva York, me refiero al poeta boricua Luis Antonio Rodríguez LARO y su colección narrativa “Cuentos del ir y venir”. En ambos escritores, lo itinerante, el tren y lo vertiginoso tienen espacio en sus respectivos proyectos apalabrados.

Traducida al portugués, al italiano, al hebreo y al inglés, Karla Coreas tiene un segundo libro titulado “Como dos perfectos extraños”, publicado en el 2014. A continuación se incluye además una muestra de la obra poética de esta escritora y editora salvadoreña que impulsa con alto vuelo su gestión cultural en la Ciudad de Nueva York. 


De forest Hills a Jamaica

En el tren E:

36 ojos me hurgaron el alma o yo la de ellos.
Nos contamos la vida entre cada estación.
Dos ojos azabaches me hurgaron el pecho.

¿Qué buscarían allí?

Estaba cansado del reggae -
de pretender ser rasta -
de vivir en Jamaica (la impostora).

Esquivó la mirada cada vez que le pregunté
por qué tanta pesadumbre.

No quiso responder.
Fue más fácil huir,
salió del tren casi corriendo,
fue en busca de consuelo en alguna cerveza extranjera
o corría a los brazos de una hispana
estoy segura, estoy segura
mis preguntas ahora lo atormentan
mientras se hunde en el licor.

La segunda edición de Tarde en Manhattan está agotada. Contiene una selección de toda la poesía que venía escribiendo desde hacía muchos años, principalmente en Nueva York. Yo escribo cuando viajo, más que todo en ese transitar de trenes. Para la época vivía en Long Island y trabajaba en New York. Todos los días tomaba tren de Long Island Railroad, entonces ahí te daba tiempo de escribir, de leer más o de tomar notas… Siempre me encontré escribiendo donde el poema me asaltara. Yo no tengo un lugar particular como para decir ‘aquí yo escribo’, o yo agarro la computadora. Mis poemas no los escribo en la computadora, los escribo a mano. Tomo notas, o en algunos casos me envío un text message

Cuando el dramaturgo y escritor peruano Walter Ventosilla lee lo poco que leyó dijo: “Hay que hacer un libro”, y yo hice la selección. Todo estuvo bajo mi cuidado. Recuerdo que cuando empecé a seleccionar los poemas me di cuenta que quería una estructura. Por eso “Tarde en Manhattan” está estructurado de tal manera que tiene cuatro partes. El grupo de poemas reunía ciertas cosas que podían encajar no como capítulos sino como estaciones. Entonces utilicé el juego ambiguo de las estaciones del tiempo por ese movimiento de andar para aquí y allá. Hablo de tiempos, de muchos tiempos… Desde otoño, invierno, primavera, verano; los días de la semana, los meses; todo encajaba con las estaciones. Como en este poema:

En la noches de marzo

A media noche
donde la tristeza muestra su asfixia
y el poema oculta su jadeo
recuerdo el garfio de tus ojos
y la orfandad de sus mentiras
el sabor de las cartas
mezclada con el abrazo de promesas
en esas noches de marzo
te llamo en silencio
con la dulzura de un sarcófago
y la amabilidad de una muerta.

A veces estoy en algún sitio y tengo algunas imágenes, algunas cosas que me llegan o incluso las recito en voz alta. Yo sola me digo algún verso, alguna estrofa que quiero construir y si no tomo lápiz y papel en ese momento se pierde; se pierde porque ya luego es mentira. Muchas veces dejo ir versos porque viene algo diferente o mejor, porque lo puedo escuchar. Yo soy una persona que aprende escuchando. Soy más auditiva, y por eso tengo que leer en voz alta para escucharme. Con solo ver el texto no me llega, no lo asimilo igual. Escucho para que se me quede, me tengo que escuchar a mí misma y mis vivencias. De esa manera logré hacer el libro…

La escritora Karla Coreas con la poeta
Juana Ramos
Tarde en Manhattan

Entre la 33 y la 7a Avenida
el viento de acero y su alborada sacuden mis pestañas
La yerba seca pisoteada por las sombras
es una danza macabra al compás de las estrellas
El escarnio de esta ciudad y su charco de licores
desvía el vuelo de los pájaros
La luz de su pecho no encuentra una flama
y los minutos de una sonrisa se van al resumidero
Un farol sacude la arena de mis ojos
ambos nos reconocemos solos y vacíos
y la poeta sin darse cuenta muerde los cristales
de infinitos escaparates
no sabe si afianzarse a la gélida mirada del farol
o a la ternura engañosa de la medianoche.
De algo estoy segura
entre el farol y mi presencia
ambos inspiramos lástima.

Creo que mi poesía, mis poemas, específicamente esto que estamos mencionando, no sé si un hombre tenga la ternura o dulzura que trato de poner a los versos a la hora de, por ejemplo, explorar el dolor. No sé si un hombre puede armarlas de tal manera que se presenten así…

Vestida de negro

Una mujer vestida de negro con su paz ficticia
de llagas escondidas seduce el cigarrillo de las angustias
su táctica depresiva de absurda ternura
me convoca al pedestal de hielo
y raspando los agujeros negros de mi vida
recuerdo que aún sigo viva
esperando esa carta absurda de poesía
que alivie el dolor del corazón y el cerebro
entre el papel y ese espacio que hay en el mismo centro
donde coloco nombres que nadie más podrá decir

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Carlos Esteban CanaComunicador y escritor.  Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX.  Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones.  Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras.  Fue parte del colectivo El Sótano 00931.  Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.

Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como Confesiones, Sólo Disparates: buscando la luz al final del túnel, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano.  Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos).  Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural.  Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.