martes, 28 de enero de 2014

Refugio personal

por  Caronte Campos Elíseos





Recuperándome todavía del encuentro anterior con el grupo de virtuosos, he considerado volver a mi vida de ermitaño.  La mayor parte de mi vida la he pasado alejado de la sociedad.  Como quien dice, huyendo del contacto con la humanidad.  Estoy acostumbrado a vivir en el retiro.  No de esos retiros religiosos, que vas por varios días y regresas dejando atrás tus malas costumbres y malos hábitos, solo porque encontraste en ese “tiempito” lo que no habías encontrado en toda tu vida.  Y ahora que la palabra Retiro, está tan de moda, recordé a mi buen amigo, el doctor.  Ese que siempre me dice que no debo vivir retirado de la comunidad.  Así que se me ocurrió darle una visita antes de salir.  Por supuesto, aprovecho para rellenar mi suministro de remedios químicos, para que el viaje sea mucho más placentero.

Como el lugar de encuentro siempre estás atestado de gente (con supuestos desórdenes mentales), me propuse llegar muy temprano y así lograr el primer turno (y así evitar posibles contagios).  Llegué justo cuando el reloj marcaba las tres de la mañana.  Cumplido mi cometido, me senté en el piso frente a la puerta de entrada, en espera del galeno.  Tiempo después aparece el hombre con su bata blanca y me invita a pasar.  De inmediato me pidió que me ponga cómodo  (no es lo que están pensando...).  Inicia la conversación con la pregunta obligada: Como te ha ido todo este tiempo en que no has venido a verme?  Le ofrecí mil disculpas por abandonar de esa manera nuestra amistad, y por evitar nuestras reuniones terapéuticas.  Le conté entonces, (con lujo de detalles) toda la historia de mi osadía riopedrense.  Le comenté que he recibido como "mensajes divinos" todo lo que se ha ventilado en días recientes sobre el retiro.  Por lo visto, todo el mundo relaciona el apartarse de lo cotidiano, con dicha y bienestar. 

El doctor me mira (para variar) como si no entendiera nada de lo que estoy hablando.  Le hago un resumen noticioso amarillista.  Desde los maestros, los empleados públicos en general, hasta los jueces supremos, todos tienen una concepción de la jubilación como una especie de refugio personal.  Una época dorada donde van a poder descansar y disfrutar de lo poco que les quede de vida, luego de explotar la salud y la juventud laborando.  Son altas las expectativas de esta clase obrera: descuentos por edad, pases y pasajes gratis, obras y conciertos todas las semanas, filas expreso y toda clase de accesos "VIP" a productos y servicios.  Sin mencionar la aspiración de una pensión elevada por largo tiempo para poder sufragar los altos costos de la vejez.  Yo vivo soñando con lo mismo, pero a diferencia mía, para estos esclavos modernos, el proceso de obtención es tortuoso.

Pero esta pretensión (le comento con ahínco) encontró la saña del aparato gubernamental.  El tiene en su mano el diagnóstico de mi "encefalograma plano", y me mira con resignación.  Lo único que logra expresarme es que yo no estoy entendiendo nada de lo que sucede en el país.  Sorprendido por su comentario, hago una larga pausa.  Trato de analizar si en efecto, entiendo o no lo que acontece en esta isla estrella.  Admito que mi capacidad de concentración es prácticamente nula, y solo venían a mi mente imágenes de mi cóncava amada.  Una vez logro regresar a mi triste realidad, continúo explicándole mi retrasado análisis. 

Por un lado tenemos a los maestros.  Cerrando las escuelas públicas, entorpeciendo el comienzo del semestre escolar.  Protestando y dejando sin clases a miles de estudiantes, y retrasando el calendario escolar.  Todo porque según sus representantes sindicales, se les están violentando sus términos contractuales, restando beneficios adquiridos, y usurpando todo por lo que han trabajado tantos años.  Alegan los educadores que los cambios legislados a su sistema de retiro, les cambia todas sus estructuras de planificación a largo plazo.  Trastoca, injustamente (como si fuera a los únicos) su estabilidad para sus "años dorados".

"Lo mismo le hicieron al resto de los empleados públicos, y estos no hicieron tanto berrinche", me responde mi disimulado interlocutor, mientras observa su teléfono celular.  Una vez más sufro una de mis lagunas mentales tratando de entender tal disquisición.  Llego a la conclusión (después de varios minutos en el vacío) de que tal expresión no esta tan lejos de la realidad.  A los empleados del gobierno, que suman unas cuantas decenas de miles de trabajadores, también les cambiaron los muñequitos de su retiro.  Más bien, le bajaron los numeritos y lo único que esto provocó, fue una ola de jubilaciones improvisadas.  Pero por otro lado, riposto, tenemos a los supremos togados.  Los jueces del tribunal mayor, esos que han sido endiosados por nuestra ciega fe en la democracia.  Los mismos que castigaron sin vara y sin fuete, bajo la premisa de "crisis nacional por la emergencia fiscal", a los miles de empleados públicos despedidos por la Ley 7.  Sumaron casi 20,000 los dejados atrás por los entronizados inquisidores.  Y cuando la furia divina de estos mediocres olímpicos parecía caer sobre los más de 35,000 componentes del magisterio, apareció lo impensable.  La mano invisible del gobierno amenazaba con meterse en los bolsillos de los intocables. 

Acto seguido, anunciaron los cruzados una decisión salomónica.  Un poco para confundir y desviar la opinión publica de la medula del meollo, los tribunos detienen la implementación de la ley que condena los educadores a la miseria geriátrica.  Burdo intento de ocultar su verdadera intención... declarar, al día siguiente, inconstitucional (elevado casi a pecado capital) el que otro poder cuasi infernal (en este caso el ejecutivo) quiera profanar sus emolumentos.  Lo cual era de esperarse, dado que en este caso, postulo el supremo como "juez y parte" en su propia demanda contra el gobierno.  En otras palabras, los cabros velando las lechugas (cabros grandes en este caso).  Todos vimos por las transmisiones televisivas, como los jueces desataron su ira y dejaron ver su verdadero rostro, defendiendo su templo sagrado.  Para hacer el cuento largo, corto, la crisis fiscal es razón suficiente para expoliar las ya misérrimas finanzas personales de la plebe.  Pero no lo es cuando se trata de las crecientes arcas de la nobleza criolla.  En fin, todos tienen que hacer sacrificios excepto sus investidas majestades.

"Siempre ha sido de esa misma manera, Caronte", alcanza a contestar mi distraído amigo, mientras corta el largo de sus uñas.  Un poco extasiado por el fuerte (y rico) aroma del esmalte, intento analizar su tajante frase.  Ciertamente, prosigo yo algo mareado y un tanto molesto por su distracción; pero en este caso en particular la decisión del mal llamado Supremo, ha puesto en tela de juicio el alcance y vigencia de la constitución nativa, su supuesta división de poderes, y todo su disfuncional estado de derecho.  Esa que dice proteger nuestros derechos como ciudadanos, pero concede todo el poder legal y discrecional de legislar en detrimento del bienestar de sus constituyentes.  Por eso tenemos, y hemos tenido, un gobierno que utiliza "la doctrina del shock" para conducirnos a la miseria.  Mientras nos entretienen con su estado de alerta y emergencia global, depredan las arcas públicas cual aves de rapiña.  Desaparecen el dinero sin ninguna clase de inhibiciones ni cargos de conciencia.  Se hacen sal y agua nuestras contribuciones en contratos millonarios para familiares, amigos y personas de confianza.  Contrataciones superfluas de cabilderos, asesores, empresas fantasmas, batatas políticas, y otras series de sandeces.  Ni hablar de las agencias en quiebra que, por un lado siguen aumentando pornográficamente los costos de los servicios, y por otro, otorgando aumentos estrambóticos y bonos ridículos por productividad.  Todo esto con dinero que toman prestado a los bonistas, que al final del día, tendremos que pagar con altísimos intereses por periodos eternos de tiempo.

"Ay, mijo.  Si fuera por eso, tendrías que irte del país".  Ahora soy quien queda en estado de "shock" al escuchar semejantes expresiones.  Intento ignorarlo, pero es difícil cuando provienen de una persona que parece escuchar música americana a través de sus audífonos blancos.  Le replico a mi desinteresado escucha con vehemencia... Soy fiel creyente en que esta nación necesita un Nuevo Estado de Derecho que no solamente defienda en teoría los derechos de la gente, sino que esa defensa de la justicia y la igualdad llegué a la praxis.  Pero hasta que personas que tienen esa línea de pensamiento que usted acaba de esbozar, que son la mayoría, cambien su perspectiva no saldremos de este abismo.  Hasta que no realicen que con esa actitud promueven el problema, no existirán probabilidades de cambios.  Si no dejan a un lado la indiferencia arraigada en los corazones; si no abandonan el individualismo craso; si no eliminan el germen de la apatía; perpetuaremos nuestra precaria situación.  Solo cuando abandonemos nuestro refugio personal, el tribalismo político, y las tribus partidistas, obtendremos la victoria y la redención sobre las supremas injusticias legitimadas.

Buscando una respuesta del doctorcito, observo con asombro que el hombre estaba dormido.  Poseso por el cólera, le bajo las piernas del escritorio y lo tiro de su silla.  Su reacción fue inmediata, y al levantarse recibo de su parte un fuerte empujón.  Ya en el piso inconsciente, comienzo a sentir los puntapiés.  Escucho desde lejos que me llaman por mi nombre mientras continúan las patadas.  Al abrir los ojos, veo a la secretaria del doctor que me dice: "Caballero despierte, son las ocho, hora de abrir el consultorio".


¡Levántate y anda!

1 comentario:

  1. Me gusta el elemento sorpresa al final de tus relatos alocados.

    ResponderEliminar